¿Y si la carta más famosa de César Vallejo no fuese exactamente suya?

 

Por Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi*

Crédito de la foto Archivo Juan Espejo Asturizaga.

Algunos integrantes de la Bohemia de Trujillo, hacia 1916.

De izq. a der., sentados: José Eulogio Garrido, Juvenal Chávarry,

Domingo Parra del Riego, César Vallejo, Santiago Martin Lynch,

Óscar Imaña; y de pie, Luis Sánchez Ferrer, Federico Esquerre,

Antenor Orrego, Alcides Spelucín y Gonzalo Sáenz Zumarán.

La fotografía debió tomarse en Trujillo o alrededores durante 1916

y antes del 22 de enero de 1917,

fecha de la partida de Alcides Spelucín a Lima.

 

 

 

¿Y si la carta más famosa de César Vallejo no fuese exactamente suya?

 

Todo lector familiarizado con la correspondencia de César Vallejo echará en falta, en este libro, la famosa carta del poeta a Antenor Orrego tras la publicación de Trilce. Este texto, tempranamente divulgado por José Carlos Mariátegui en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), no ha sido incluido en el cuerpo de esta edición porque, como trataremos de demostrar, el hecho de que Vallejo sea su autor en su literalidad es, cuando menos, dudoso. Para poner de relieve las razones de nuestras dudas enumeramos, en primer lugar, las diferentes instancias de la historia textual de esta carta; en segundo lugar, hacemos un recorrido por algunos escritos de Antenor Orrego para tener una visión panorámica de cómo utilizó su correspondencia con Vallejo en su lectura de la obra del poeta.

 

Historia textual

Hasta donde alcanzamos, Antenor Orrego reprodujo este texto por primera vez en un artículo poco conocido, «El americanismo de la obra literaria de César Vallejo», publicado en el periódico trujillano El Norte, el 1 de enero de 1926, es decir, más de tres años después de la supuesta fecha de redacción de la misiva. Reproducimos el texto aquí, con las comillas, puntos suspensivos y cursivas, tal y como aparecen en el diario:

[Versión 1:] «El libro ha nacido en el mayor vacío»…… «Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca, quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad»…..

«Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en el libertinaje! ¡Dios sabe hasta que [sic] bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir de a fondo para mi pobre ánima viva.[sic] Y ¡cuántas veces me he sorprendido en espantoso ridículo, lacrado y boquiabierto, con no se [sic] qué aire de niño que se lleva la cuchara por las narices! En este momento casi revivo todo el fragor que dió vida a “Trilce” y a los “Heraldos negros”…………» [siguen dos líneas de puntos].

 

Si el cierre de las comillas y los múltiples puntos suspensivos se usan para señalar la existencia en el original de un texto no transcrito, como sucede en otros artículos de Orrego,[1] esta primera publicación de la carta consistiría en, por lo menos, tres fragmentos diferentes de un texto mayor.

José Carlos Mariátegui citó el texto por segunda vez, en el número 320 de Mundial, fechado el 28 de julio de 1926, en la segunda parte de su ensayo dedicado a la poesía de Vallejo. Este es el texto tal y como lo citó Mariátegui en Mundial:

[Versión 2:] «El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mi [sic], una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista; ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y esta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta donde [sic] es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en el libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para mi pobre ánima viva!»

 

«7 ensayos de interpretación de la realidad peruana». Lima: Biblioteca Amauta, 1928. Cubierta de Julia Codesido. Crédito de la foto: Mariátegui.org

Aunque la versión es casi la misma que el primer texto, aquí las dos últimas frases no han sido citadas. Además, y quizá más importante, se han omitido los puntos suspensivos, así como la separación de párrafos visible en la versión de El Norte. De esta manera, la cita de Mariátegui presenta el texto como un fragmento único y continuo en lugar de tres. Al reunir su artículo sobre Vallejo en su libro 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Mariátegui introdujo notas al pie para indicar que las citas de Orrego proceden de su libro, todavía inédito, Panoramas. Aunque el libro no se llegó a publicar, sabemos por una carta de Orrego, fechada el 29 de diciembre de 1925, que Panoramas iba a incluir «algunos ensayos y artículos publicados, unos, e inéditos otros».[2] Por tanto, es posible conjeturar que la fuente de Mariátegui, en lugar de El Norte, sea algún material de pre-publicación de Panoramas.

Diez años después de la aparición del texto en 7 ensayos, Antenor Orrego lo citaría de nuevo en el obituario que escribió con motivo del fallecimiento de Vallejo y que se publicó dos veces: en el número de Repertorio Americano (fechado el 12 de noviembre de 1938, págs. 40 y 46-47), bajo el título «Ha muerto el poeta César Vallejo», y en el número 12 de La Nueva Democracia, bajo el de «Ante el pórtico de una tumba». Aunque los obituarios de Repertorio Americano y La Nueva Democracia (diciembre 1938, págs. 22-24) varían ligeramente, la cita de la presunta carta es idéntica en ambos casos, y reza como sigue:

[Versión 3:] Quiero ser libre, me escribía una vez, aun a trueque de todos los sacrificios. Por ser libre, me siento en ocasiones rodeado de espantoso ridículo con el aire de un niño que se lleva la cuchara por las narices.

 

El hecho de que las palabras de esta y las versiones anteriores sean tan similares («ser libre», «espantoso ridículo», «aire de [un] niño que se lleva la cuchara por las narices») nos hacen considerar a la cita de los obituarios una versión simplificada y reescrita de la última parte de las versiones 1 y 2. Las diferencias y similitudes entre las versiones 1-2, y la versión 3, hacen pensar que, por lo menos en la versión 3, Orrego no está citando verbatim de una carta original, sino tratando de recrear el texto de las versiones 1-2.

Casi dos décadas más tarde, Orrego citó la carta de nuevo, en esta ocasión describiéndola como una «carta inédita». El texto, que apareció en el periódico La Tribuna, se publicó el 20 de septiembre de 1957 como parte del artículo «Los restos de César Vallejo» del siguiente modo:

[Versión 4:] Las palabras magníficas de tu prólogo han sido las únicas palabras comprensivas, penetrantes y generosas que han acunado a mi libro. Con ellas basta para su afirmación definitiva. Los lloros y ansias vitales de la criatura en el trance de su alumbramiento han rebotado en la costra vegetal, en la piel de reseca yesca, que es la sensibilidad literaria de Lima. No han comprendido nada. Para los más no se trata sino del desvarío de una esquizofrenia poética o de un dislate literario que sólo busca la estridencia callejera. Se discute, se niega, se ridiculiza y se aporrea al libro en los bebederos, en los grupos callejeros, en todas partes, por las más diversas gentes. Sólo los escritores jóvenes, aún desconocidos, y los estudiantes universitarios se han estremecido con su mensaje.

Por lo demás, el libro ha caído en el mayor vacío. Me siento colmado de ridículo, sumido a fondo en ese carcajeo burlesco de la estupidez circundante, como un niño que se llevara torpemente la cuchara por las narices.

 

El primer párrafo, en que Vallejo elogia el prólogo de Orrego, es, sin duda, nuevo, y por tanto está bien descrito como inédito. El último, sin embargo, es de nuevo una reescritura del pasaje anteriormente citado en las versiones 1-2 y 3. El cambio más significativo de esta versión es el reemplazo de «nacido» por «caído», que comentaremos más adelante.

Por último, el texto se cita por extenso de nuevo en el artículo de Orrego «Mi encuentro con César Vallejo en Lima», publicado en La Tribuna, el 21 de diciembre de 1958, pág. 5. El texto reza como sigue:

[Versión 5:] «Las palabras magníficas de tu prólogo han sido las únicas palabras comprensivas, penetrantes y generosas que han acunado a “trilce”. Con ellas basta y sobra por su calidad. Los vagidos y ansias vitales de la criatura en el trance de su alumbramiento han rebotado en la costra vegetal, en la piel de reseca yesca que es la sensibilidad literaria de Lima. No han comprendido nada. Para los más, no se trata sino del desvarío de una esquizofrenia poética o de un dislate literario que sólo busca la estridencia callejera. Se discute, se niega, se ridiculiza y se aporrea al libro en los bebederos, en los grupos de la calle, en todas partes, por las más diversas gentes. Sólo algunos escritores jóvenes aún desconocidos y muchos estudiantes universitarios se han estremecido con su mensaje».

«Por lo demás, el libro ha caído en el mayor vacío. Me siento colmado de ridículo, sumergido a fondo en ese carcajeo burlesco de la estupidez circundante, como un niño que se llevara torpemente la cuchara por las narices. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser libre hoy, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para mi pobre ánima viva!»

 

Este nuevo testimonio presenta, una vez más, cambios que aumentan la inestabilidad textual de la presunta carta. El primer párrafo casi coincide con el primer párrafo de la versión 4. Algunas variantes estilísticas, sin embargo, son evidentes: «a mi libro» se convierte en «a “trilce”»; «para su afirmación definitiva» en «por su calidad»; «lloros» en «vagidos»; «callejeros» en «de la calle»; «los estudiantes universitarios» en «muchos estudiantes universitarios»; los «escritores jóvenes» en «algunos escritores jóvenes» y «sumido» en «sumergido». El segundo párrafo, por otra parte, sigue el texto de la versión 2, es decir, la versión que emplea Mariátegui y que no presenta puntos suspensivos ni el final de la frase de la versión 1 («En este momento casi revivo todo el fragor que dio vida a “Trilce” y a los “Heraldos Negros”»). Así, en esta última encarnación de la presunta carta, Orrego parece haber fundido algunos fragmentos anteriormente publicados para crear un único fragmento más extenso, no sin alterar algunas palabras. Resulta, sin embargo, muy diferente de la versión 1 dada a conocer en 1926. La versión 5 se ha difundido también extensamente pues se reproduce en el libro póstumo de Orrego sobre Vallejo de 1989.[3]

No todos los críticos han dejado de notar las divergentes instancias textuales de la carta. En su edición del epistolario, José Manuel Castañón proporciona tanto el texto de Mariátegui como el del obituario (es decir, las versiones 2 y 3), señalando que se trata de «fragmentos» de una carta a Orrego.[4] En un artículo de 1989, André Coyné también había notado la discrepancia entre «caído» y «nacido», aunque posicionándose a favor de «caído», quizá por tratarse de la versión más reciente proporcionada por Orrego.[5] Por su parte, Ricardo Silva-Santisteban reprodujo la carta incorporando partes disímiles de las versiones 5 (tomada del libro de 1989) y 3 para crear una edición ecléctica de este texto, asumiendo así que las diferentes versiones proceden de un original cuyo texto podemos recuperar (aunque sea parcialmente) a través de una colación de diferentes testimonios.[6] Este texto ecléctico es el que se ha reproducido en las dos ediciones de Jesús Cabel[7] y en una reciente edición de la obra de Orrego sobre Vallejo.[8] En este último caso, la decisión editorial de Silva-Santisteban y de Cabel se basa en la confiabilidad que atribuyen a los diversos testimonios textuales de Orrego. Por el contrario, nuestra decisión de no incorporar esta carta al corpus de la correspondencia de Vallejo se basa en una duda acerca de la fiabilidad de estos testimonios.

 

(De izq. a der.) Antenor Orrego y Mario Spelucín, hacia 1918. Crédito de la foto: archivo de la familia Spelucín

 

Orrego y la historia

Las diferentes versiones de la carta suscitan preguntas sobre la naturaleza de sus fuentes. ¿Está Orrego citando la carta de un manuscrito o mecanoscrito original? Si es así, ¿cuál de las versiones se corresponde con él? Este original, sin embargo, no se encuentra entre los papeles póstumos de Orrego y, que sepamos, nunca ha sido visto por ningún estudioso de la obra de Vallejo, salvo Orrego mismo.

Es un lugar común entre los vallejistas, propiciado por el propio Orrego, que el archivo del prologuista de Trilce se ha visto mermado por su actividad política y esto explicaría la falta del original. Sin embargo, cabe resaltar que la versión 5, publicada en 1958, data de después de los años de la persecución política aprista, y su texto presenta tanto añadidos como notorias modificaciones. ¿Estaba Orrego citando de un original, en 1958? ¿De ser así, por qué no ha sobrevivido este junto con otros escritos de puño y letra de Vallejo que sí se han conservado entre sus papeles?[9] Aunque es difícil dar una respuesta concluyente a estas preguntas, consideramos que es obligación de los estudiosos dar una explicación y analizar de manera más crítica las versiones propagadas por Antenor Orrego.

A nuestro parecer, estas versiones son, de manera puntual pero muy significativa, poco respetuosas con los hechos históricos y están guiadas por una antigua postura crítica frente a los estudios positivistas y a la filología. Esta postura, a nuestro juicio cuestionable, plantea un falso dilema entre la exactitud histórica y el reconocimiento de la capacidad de la ficción para dar cuenta del espíritu de una época. En un artículo de 1917 sobre Daniel Alomía Robles, por ejemplo, Orrego se expresaba en los siguientes términos:

Gruesos mohos eruditos, atesados de citas, de notas y de pedantería no nos habrían dado un conocimiento psicológico tan exacto. Desgraciadamente los trabajos más sobresalientes sobre nuestra historia nacional huelen a polilla y a polvo de biblioteca. Fría recopilación de datos, benedictina rebusca de curiosidades bibliográficas, cachazuda consignación de fechas y de hechos de una manera escueta, sin calor cordial, sin originalidad y sin intuición histórica. Nada que se acerque, ni remotamente, a lo realizado por Taine y Michelet o por Rodó en sus estudios de Bolívar y Montalvo; los cuales eran a la vez filósofos y poetas, única manera de penetrar en la esencia íntima racial de un pueblo.[10]

 

Dos años después situaba las tradiciones de Ricardo Palma por encima de la obra de la historiografía académica, y las consideraba superiores por su «amenidad incomparable», su «talento chispeante» y su «fluida elegancia» que «ha hecho más historia nacional que toda la erudita densidad de los autores de largos, extensos y documentados tratados históricos».[11]

Esta misma posición, poco generosa con los logros de la investigación histórica, perduraría hasta el final de su vida, como lo atestigua su opinión acerca de lo que él juzga como la crítica predominante en la vallejística, lastrada por el «irremediable y siempre presente ratón de biblioteca y la no menos irremediable papeleta bibliográfica, que sólo buscan el hallazgo y la comprobación de datos ignorados y nimios, como si esta tarea de menudeo tuviera importancia decisiva para la valoración crítica del conjunto de una obra literaria». Frente a este tipo de crítica, Orrego propone «la interpretación fundamental»: «el enjuiciamiento trascendente del sentido creador y de la significación fecundante que la poesía de Vallejo reviste para la cultura del Nuevo Mundo».[12]

Si bien resulta fácil concordar con el último aserto de Orrego, lo cierto es que su menosprecio del trabajo filológico de detalle y, de manera más general, de la historia positivista, ha contribuido, de manera muy significativa, a oscurecer aspectos vitales del desarrollo literario e intelectual de Vallejo. Como explicamos a continuación, en su afán de producir un nuevo referente poético para el Perú y América Latina, Orrego no duda en acuñar relatos voluntariamente idealizados ni y en recrear más de una carta cuya integridad textual es, cuando menos, cuestionable.

 

«Trilce», Lima, Talleres Tipográficos de la Penitenciaría, 1922. Cubierta de Víctor Morey. Crédito de la foto: archivo de los autores, cortesía de Jorge Kishimoto

 

Orrego entre 1919 y 1923

El prólogo de Orrego a Trilce constituye un texto fundacional sobre el desarrollo poético de Vallejo. Lo más sorprendente de este texto, para un lector familiarizado con la crítica vallejiana, es la ausencia de informaciones sobre varios hechos cruciales en el proceso de composición de la obra. Por un lado, llama la atención que no haya referencia alguna a la literatura de vanguardia, a pesar de que la poesía de Vallejo ya había sido relacionada con el dadaísmo previamente.[13] Sorprende también el poco énfasis que se hace sobre la vida de Vallejo en Lima (así por ejemplo, se resalta su relación con la trujillana Mirtho —Zoila Rosa Cuadra— y se omite toda referencia a su relación con Otilia Villanueva, su novia de Lima, de la que Orrego debió tener noticias).[14] En general, Orrego obvia el impacto que el mundo literario limeño pudo tener sobre la obra vallejiana, incluso el más que probable influjo de las elegías familiares de Abraham Valdelomar.[15] De esta manera, el recuento histórico que ofrece el prólogo, a excepción de la experiencia de Vallejo en la cárcel, alude más a los años universitarios de Vallejo en Trujillo —la primera fase de composición de Los heraldos negros (1915-1917)—[16] que a la composición de Trilce. Esto parece haber sido una decisión totalmente consciente y voluntaria, porque Orrego tuvo contacto asiduo con el poeta entre mayo de 1920 y abril de 1921 y, brevemente, a comienzos de 1922.[17] Todo hace pensar que Orrego pretendió hacer de Trilce un libro gestado dentro del grupo literario que él lideraba junto a José Eulogio Garrido. Este afán de circunscribir, exclusivamente, el libro a un contexto de producción trujillano se iría incrementando en sus artículos posteriores.

Otra idea central que encontramos en el prólogo a Trilce es la de la virginidad poética de Vallejo. Según Orrego, esta condición solo sería parangonable «por comparación de actitudes vitales» a la de Walt Whitman. La analogía convierte implícitamente a Orrego en el Ralph Waldo Emerson de América Latina. Este será también un tema recurrente en escritos posteriores de Orrego, y es testimonio de su ethos americanista.

Cabe señalar, por último, la ausencia total de citas a poemas del libro que respalden las aseveraciones que Orrego hace en el prólogo, especialmente las de carácter estilístico. Esto contrasta con otros prólogos suyos, así como con su reseña de Los heraldos negros, que incluyen múltiples referencias a los poemas.[18] (El único verso citado, que cierra el prólogo, pertenece a «Ausente», de Los heraldos negros.) Esta falta de atención a los recursos estilísticos de Trilce inauguró una serie de lecturas que desvinculaban, demasiado apresuradamente, al libro de las vanguardias históricas. Al mismo tiempo, propició una visión homogenizante de la factura de un libro a todas luces heterogéneo. Por otra parte, un artículo desconocido hasta hace muy poco, nos obliga a considerar que, quizá, el prólogo de Orrego sea fruto de una lectura apriorística de Trilce. Al respecto, el párrafo más significativo de este artículo de 1920 es el siguiente:

Las últimas producciones de este gran poeta que el público aún no conoce revelan ya al cantor pleno, al cantor en señorío absoluto de su expresión personal, sin verbalismos y arrequives retóricos, sin pastiches y condimentos literarios. Fluyente, libre, íntegro, absoluto, sencillo, cristalino, múltiple, candoroso y musical como la vida. Nunca se ostentó tan frondosa y lujuriante riqueza melódica, jamás se intentó ni se alcanzó una tan amplia, universal, ecuménica y sin embargo tan subjetiva, interpre[tación] del vivir cuotidiano. Es irónico, es tierno; es humorista, es pueril, es dolorido, es ruiseño; es paradógico [sic] y sencillo, rectilíneo y contradictorio, monocorde y multiarmónico.[19]

 

En él se anticipan nociones centrales del prólogo a Trilce, pese a que los textos poéticos en los que se basa parecen ser anteriores al impacto de la poesía vanguardista en la obra de Vallejo.[20] Como veremos a lo largo de este trabajo, Orrego nunca reconoció abiertamente el influjo de la poesía de avanzada en la obra del poeta. 

 

“El americanismo en la obra literaria de César Vallejo”, El Norte, 1 de enero de 1926. La primera vez que se reprodujo la famosa carta. Crédito de la foto: Archivo de los autores, cortesía de Ricardo Silva-Santisteban

Orrego en 1926

Quizá como reacción al artículo de José Carlos Mariátegui «Nacionalismo y vanguardismo en la literatura y en el arte»,[21] Antenor Orrego publicó el 1 de enero de 1926 el artículo «El americanismo de César Vallejo» en el que, como hemos mencionado, se aludía a la famosa carta por primera vez. El objetivo principal del artículo es desarrollar las ideas que Orrego ya había planteado respecto a la originalidad de Vallejo y de Trilce. Al poeta, lo considera representante de una «nueva generación espiritual de América» que «rompe lanzas con las modalidades reflejas, con el automatismo literario que reproducía los ecos de Europa». Al libro, lo cree «un hito, la criatura lograda, de vagido concluso y determinado ya», que se anunciaba «sangrienta y convulsiva» en Los heraldos negros. La insistencia de Orrego en desvincular Trilce de cualquier modelo literario y de enfatizar, en exceso, los vínculos entre el primer y el segundo libro de poemas explica, a nuestro juicio, por qué Orrego omitía cualquier alusión a las vanguardias históricas. Este artículo, además, sitúa a Vallejo como fundador de una nueva estética latino-americana. Frente a Rubén Darío, «europeo por su cultura y por su espíritu», Vallejo sería a ojos de Antenor Orrego «el caso perfectamente neto, traslúcido, libre, puro y resuelto, de una genuina estética americana». Darío es relegado por Orrego a mero precursor de la «libertad estética» que se encarna en la obra de Vallejo. La carta valida, en tanto muestra inequívoca de las intenciones del autor, la idea de libertad estética propuesta por Orrego. Esta idea adánica y romántica de libertad, ya apuntada en el prólogo a Trilce, está omnipresente en la primera parte de la carta, mientras hacia el final se subraya el carácter virginal del poeta, enfatizando su condición de «niño que se lleva la cuchara por las narices». Orrego continúa así la metáfora empleada en el prólogo de Trilce, donde se presentaba a Vallejo como un niño que desarticulaba los muñecos de la retórica y cuyo conocimiento de técnicas y estilos tal vez fuera inconsciente.

Cabe mencionar que el hecho de que Vallejo haya conocido esta cita, a través del artículo de Mariátegui,[22] no garantiza su integridad textual. No tenemos ninguna duda de que Vallejo mantuvo amplia correspondencia con Orrego, y que debió existir una carta en la que el poeta le agradeciera por el generoso prólogo. Simplemente abogamos por un tratamiento verdaderamente crítico de cualquier testimonio sobre el que se funde la vallejística. Veremos a continuación que, tras la muerte de Vallejo, Orrego no tuvo reparo en referirse a otras cartas de naturaleza dudosa y que parecen cumplir fines ulteriores. El hecho de que la carta más famosa de Vallejo a Orrego haya sufrido modificaciones importantes, muestra a nuestro juicio la liberalidad con la que Orrego apela a dicha misiva.

 

Orrego en 1957

En 1957, Orrego retomó su actividad pública como exégeta de la obra poética de César Vallejo y puso en valor su papel como su primer intérprete. Todavía no se sabe, y nadie se ha preguntado por ello, cómo de informado estaba, al hacerlo, de los últimos avances que se habían producido en el estudio de la vida y la obra de Vallejo gracias a la labor de investigación de André Coyné y Luis Monguió, entre otros.[23]

En «César Vallejo, el poeta del solecismo», un artículo publicado en Cuadernos Americanos,[24] criticó severamente, sin precisarlos, los estudios de los últimos años, a los que acusaba de ser meros dicterios o ditirambos y de carecer de «la palabra alumbrante del crítico que la reintegre a la cultura de América en su cabal valoración literaria». El único autor reciente al que cita directamente es Enrique Anderson Imbert. La referencia no nos parece casual pues Imbert se cuestionaba en su trabajo por la relación entre Vallejo y las vanguardias históricas, pregunta que Orrego critica sin aludir a ella. La propia cita que hace de Imbert omite las preguntas «¿Cubismo? ¿Ultraísmo?», y la siguiente observación: «Vallejo que ya tiene treinta años, coincide, en efecto, con algunos rasgos de la vanguardia adolescente que surgió al terminar la primera guerra mundial… Pero la poesía de Vallejo no está deshumanizada».[25] Orrego prefiere encaminar el discurso hacia la versión de la poesía de Vallejo que él propagaba y que hacía de esta el balbuceo del nuevo mundo.

Meses más tarde, aparece el ya citado «Los restos de César Vallejo», en el que Orrego da un paso más en su crítica de la recepción inmediata de Trilce. Uno de los objetivos del artículo es recalcar la mala, o nula, acogida que tuvo el libro en Lima. Allí, alude, sin citarlo explícitamente, a Clemente Palma, «Pontífice infalible de las letras limeñas de esa época». También menciona, de nuevo, la carta que Vallejo le habría escrito tras la publicación del libro. La primera parte de la misiva, que se daba en este artículo por vez primera, hace hincapié en la negativa recepción capitalina: «la piel de reseca yesca que es la sensibilidad literaria limeña. No han entendido nada». Además, como hemos notado, presenta una variante muy significativa respecto a las versiones anteriores: el participio «nacido» es reemplazado por «caído», lo que supone un énfasis respecto a la mala acogida que había tenido el libro. El cambio le permite a Orrego poner en boca del poeta su frustración ante la crítica. La lectura de la versión previa, «el libro ha nacido en el mayor vacío», que podía entenderse como una crítica al contexto de producción del libro, no convenía en este momento a Orrego, quien quería hacer de Trilce la manifestación más señera del grupo literario que él lideraba y, además, un producto de su rol tutelar sobre Vallejo, como es notorio en sus escritos de 1958.

De hecho, a partir de 1957 Orrego ocupa un lugar cada vez más prominente como protagonista de los hechos narrados. Ejemplo de esto es una anécdota publicada en un artículo aparecido ese año en la revista mexicana Metáfora. En él Orrego se refiere a una premonición que tuvo Vallejo sobre su propia muerte en Europa, cuando permanecía prófugo de la ley en 1920 en El Predio de Mansiche. Orrego afirma que tal pesadilla sirvió de inspiración para dos de los más célebres poemas de Vallejo, «Piedra negra sobre una piedra blanca» y «París, Octubre 1936», y recurre a su supuesta correspondencia con Vallejo para corroborarlo: «La confirmación me la dio el mismo Vallejo cuando me envió desde París, en las postrimerías de su vida casi, la copia de ambas composiciones, con una nota al pie que decía: «¿Recuerdas, Antenor, esa visión terrorífica que tuve una noche en tu casa y que me causó tan invencible pavor?»». Ni la carta ni los poemas «Piedra negra sobre una piedra blanca» y «París, octubre, 1936» se conservaron entre los papeles de Orrego.

 

Banquete ofrecido por Cecilio Cox a los estudiantes de la Universidad Menor de La Libertad el 4 de abril de 1915, en las afueras de Trujillo. César Vallejo (quinto de la izquierda); Federico Esquerre (sexto de la izquierda); Víctor Raúl Haya de la Torre, Álvaro Pinillos Goicochea, José Agustín Haya de la Torre y Antenor Orrego (primeros cuatro de la derecha); Óscar Imaña (séptimo de la derecha); Gonzalo Sáenz Zumarán y Gustavo Torres Rivas (noveno y décimo de la derecha). Al fondo, preside la mesa el doctor Cecilio Cox, con Pedro Rivadeneyra (a su derecha). Crédito de la foto: archivo de Alejandro Vera La Rosa, cortesía de Tito Livio Agüero

Orrego en 1958

En dos artículos de 1958, Orrego continuó dando sus versiones sobre el desarrollo poético de Vallejo y el proceso de composición de sus libros de poemas. En el ya citado «Los primeros versos de César Vallejo», de marzo de 1958, Orrego se remonta al año de 1914, cuando, según él, entró a trabajar en el diario La Reforma, para recrear la nueva dirección que, bajo su tutela, tomaría la poesía de Vallejo. Según Orrego, el poeta le dio a leer sus primeros poemas:

[…] unas cuarenta composiciones de la más varia estructura. Había sonetos de irreprochable factura clásica y tradicional. Versos endecasílabos, octosílabos y eptasílabos [sic]. Asombraba el dominio técnico y la maestría de la versificación castellana en un mozo de su edad. Se veía que conocía bien la literatura española en general y, singularmente, la del siglo de oro. Llamaban la atención unas cuantas composiciones en que imitaba a Lope, a Tirso, a Garcilaso, a Quevedo, a Góngora. Unas pocas en que manejaba donosamente el castellano antiguo a la manera del Archipreste [sic] o del marqués de Santillana. Pero, de modo especial marcábase la impronta de los poetas pertenecientes al grupo modernista americano: Rubén Darío, Herrera Reissig, Leopoldo Lugones. Notábase que allí estaban sus preferencias del momento. La influencia del segundo era ostensible, cuya manera y estilo, elegancia, refinamiento y originalidad de expresión reproducía con admirable habilidad, a tal punto que habría sido muy difícil distinguirlas de las del propio poeta uruguayo. Esta influencia persistió todavía en los «Heraldos negros».[26]

 

Orrego afirma haber entresacado de estos poemas, «aquellas expresiones y pasajes» que mejor revelaban el temperamento del poeta. En una segunda reunión, Orrego habría comentado a Vallejo que poseía la «posibilidad de un poeta extraordinario» siempre y cuando encontrase «su propio y más genuino estilo personal». Según esta misma narración, Orrego habría escogido, de entre las cuarenta composiciones mencionadas, el poema «Aldeana», que publicó en La Reforma. Su versión de la publicación de este poema ilustra, por un lado, su desdén hacia las citas literales y, por otro, su idealización de eventos. Según Orrego, «Aldeana» apareció con una nota laudatoria suya, que decía «más o menos» lo siguiente: «Saludemos la aparición de un gran poeta en América. Esta pequeña y original composición es como la partida de bautismo de un creador de calidades excepcionales. Por su voz comienza a expresarse auténticamente el continente». Orrego afirma seguidamente: «Cito de memoria y no garantizo la fidelidad textual de las palabras. Pero, el pensamiento y el espíritu son auténticos. Puede encontrarse esta nota en la colección de “La Reforma” de ese año [1915]».[27]

Al margen de la falta de literalidad de la cita, existen razones para cuestionar este relato de Orrego. Múltiples detalles de él parecen erróneos, desde la fecha de la publicación a las circunstancias en que el poeta y el crítico forjaron un vínculo literario. Por lo que respecta a la fecha de 1914, se podría pensar que Orrego equivoca simplemente el año en que empezó a laborar en La Reforma.[28] Un análisis más preciso sugiere, sin embargo, que Orrego hizo coincidir, voluntariamente, su encuentro con Vallejo con el estallido de la guerra en un afán por transformarlo en un acontecimiento equiparable en su relevancia simbólica:

En agosto, deflagraba la llamarada de la primera conflagración mundial. Hubo de repercutir, también, en los modestos claustros provincianos. El mocerío estudiantil sintió con estremecimiento intuitivo que algo acababa y empezaba en el mundo. Esa fecha fue, en realidad, un hito para la sensibilidad de la juventud trujillana. Fue como si una fuerza catalítica hubiera cristalizado un estado de conciencia que se encontraba latente, pero diluido, vago, disperso.[29]

 

No obstante, Vallejo no parece haber participado en 1914 en las actividades de la Bohemia de Trujillo, que entre mediados de mayo y agosto publicó seis números de la revista Iris, en la que no colaboró Vallejo.[30] La primera nota social que vincula decididamente a Vallejo con Orrego se publicó en La Reforma el 17 de junio de 1915. En ella se informa de que Vallejo y Orrego habían sido nombrados, junto a Santiago Martin Lynch, para integrar la comisión dictaminadora del proyecto de estatutos de la Extensión Universitaria.[31] De ese momento en adelante encontramos múltiples referencias a la relación entre Vallejo y Orrego. Entre las inmediatamente posteriores destacan la publicación del poema «Primaveral» (La Reforma, 25 de setiembre de 1915) y la de «Campanas muertas» (La Reforma, 13 de noviembre de 1915). En cuanto a la publicación de «Aldeana», no sería hasta el 1 de enero de 1916 que Orrego publicó el poema. Como ya hemos señalado en otro lugar[32] el recuerdo de la nota encomiástica aparecida junto al poema revela el carácter hiperbólico de su recreación. Esta vuelve un texto elogioso, pero de alcance local, en otro cuasi profético y de corte americanista. La nota de Orrego, tal como se publicó, fue la siguiente: «Esta poesía es una revelación y una promesa. Cuando la leímos el alma vibró en una cálida exultación de entusiasmos. En medio de la arrastrada ramplonería de nuestro ambiente vulgar una valiente audacia juvenil, una breve gotita de luz, saben a gloria. Hay aciertos como aquello de “el aire derrama la fragancia rural de sus angustias” que demuestran seguro talento de expresión».

Por otro lado, hay que subrayar que ya Alcides Spelucín había cuestionado la datación de Orrego en el simposio de Córdoba, estando él presente. Según aquel, el poema se discutió, antes de su publicación, «de forma ruidosa y ditirámbica» por los miembros de la Bohemia de Trujillo en una tertulia que Orrego no menciona, aunque, para la fecha de publicación del poema, es muy probable que Vallejo ya estuviese plenamente integrado en todas las actividades del grupo. La versión de Spelucín revela un contexto más grupal y menos íntimo que el referido en la narración de Orrego.

Con respecto a la correspondencia, y como ya había sucedido en el texto publicado en Metáfora, Orrego cita, parecería que textualmente, una carta desconocida de Vallejo, enviada desde Santiago de Chuco, en la que este afirmaba:

No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un «fiat lux» que arrancaran del abismo algo que se debatía oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida. Cosas así no pueden agradecerse con palabras. Están más allá de todo servicio, socorro o asistencia habituales. Diré que son cosas del destino para decir algo vago sobre lo inexplicable. Ahora ya sé lo que soy sin poderlo expresar; sin embargo, se han desvanecido todas mis vacilaciones, y marcharé seguro de mí mismo contra todas las negaciones, «contra todas las contras».

 

La integridad textual de la carta, incluida por Ricardo Silva-Santisteban en los apéndices documentales del primer volumen de su edición a la poesía completa de César Vallejo (pág. 247), merece, a nuestro juicio ser puesta en duda. No solo por la tardía recuperación del texto, citada en un artículo publicado tras la persecución aprista, sino también a causa de la cita final de un verso del poema LIV de Trilce. Su objetivo, más bien, parece ser poner de relieve el papel tutelar de Orrego, desde el primer momento. Así, después de citada esta carta, encontramos en el artículo la siguiente afirmación supuestamente proferida por Vallejo, de manera reiterada, cuando «la mofa estólida, la injuria y hasta el insulto procaz le agredían»: «De todo esto, el único culpable es Antenor».

La insistencia en la deuda con Antenor Orrego se acentúa en el segundo artículo de 1958, «Mi encuentro con César Vallejo en Lima», donde se cita, una vez más, una misiva desconocida en la que, junto a las pruebas de imprenta de Trilce, Vallejo solicitó a Orrego que prologue la obra:

«Ninguna palabra más esclarecedoras [sic] y aguda que la tuya, me decía, puede hacer la presentación del libro ante el público» y añadía, casi al final: «Sin tu magisterio fraternal, sin tu aliento de cada día, sin tu admirable y generosa comprensión, el libro, tal vez, nunca habría nacido. Tú sabes muy bien, que muchos de estos versos han surgido en esas conversaciones inolvidables que tuvimos tantas veces. Del diálogo crepitante, de la fricción encendida de tus palabras con mi corazón, surgieron muchas chispas que, luego tomaron carne poética definitiva en mi sensibilidad y que, sin embargo, son completamente mías. ¿Quién, pues, mejor que tú, podría hacer la “obertura” prologal?»

 

Por lo expuesto aquí, creemos fuera de duda que Orrego recurrió a citas de cartas de integridad textual cuestionable en su afán de poner en valor su papel como defensor de la obra de Vallejo. Según detallamos a continuación, Orrego siguió operando del mismo modo en los últimos escritos que dedicó al poeta.

 

“Mi encuentro con César Vallejo en Lima”, La Tribuna, diciembre de 1958, pág. 5. Crédito de la foto: archivo de los autores, cortesía de la BNP

Orrego en el simposio de Córdoba de 1959

Tras recibir César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su razón, Antenor Orrego entabló correspondencia con Juan Larrea en diciembre de 1958. En una misiva de este datada en abril del año siguiente, el poeta y crítico español le informaba sobre sus planes para llevar a cabo un simposio internacional sobre la vida y obra de César Vallejo en Córdoba, Argentina. Tres meses después, le volvía a escribir y le preguntaba si estaría dispuesto a hacerse cargo de la primera ponencia del congreso, dedicada a la vida del poeta. Tras una primera misiva, fechada el 22 de julio, en la que aceptaba el encargo, Orrego remitió otra, datada tres días después, en la que proponía a Larrea que fuese Alcides Spelucín quien abriese el debate. Orrego aducía que Spelucín hacía tiempo que venía «consagrándose a esta investigación» y tenía «datos preciosos e inéditos que enriquecían el debate». Como alternativa, Orrego ofrecía a Larrea «un trabajo corto sobre el sentido americano del poeta que leería si es que hubiese tiempo, o de lo contrario lo dejaría para la revista de la Universidad o para cualquier otra publicación, que proyecte el Instituto, o para sus archivos de investigación».[33] En el simposio de Córdoba, celebrado en agosto, Orrego leyó su ponencia «El sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo»[34] que repite fragmentos de «César Vallejo, el poeta del solecismo». La contribución de Orrego al simposio no se redujo, sin embargo, a este texto. En el debate que siguió a la ponencia inaugural, Antenor Orrego insistía sobre su versión de haber iniciado su tutelaje literario sobre Vallejo en la simbólica fecha de 1914, pese a lo que había defendido en ella con poderosos argumentos Alcides Spelucín, a quien no alude por nombre:

[M]i relación con Vallejo no comenzó en el 15, como se dice, sino a fines del 14. Por los meses de noviembre o diciembre del 14 tuve el primer contacto con Vallejo. En ese primer momento, él se acercaba a mí como a un guía, porque él ya estaba enterado de varias de mis aficiones intelectuales y de la influencia que comencé a tener sobre la juventud de Trujillo. Entonces Vallejo se acercó a mí trayéndome un cuaderno de poesías. No recuerdo el número de poemas, pero creo, conjeturo, que fueron más o menos, 30, 20, 25, no sé. Allí me percaté de las extensas lecturas de Vallejo en secreto, por su cuenta, de toda la literatura española del Siglo de Oro y que se proyectaban más atrás todavía, a Gonzalo de Berceo y el Arcipreste. Eran en realidad estas composiciones una imitación magníficamente hecha de la poesía española, y así se explican esos giros netamente castizos que se encuentran en TRILCE. En esas composiciones, lo recuerdo perfectamente, había imitaciones de Quevedo, bueno, de Lope, de Tirso y de muchos otros poetas españoles. De manera que este testimonio mío es algo absolutamente personal que me complazco en hacerlo público.[35]  

 

La ponencia de Orrego en el simposio ejemplifica, por un lado, su tendencia creciente a eludir la discusión estilística e histórica, y su inclinación hacia una lectura de corte abstracto, de lo que él considera el sentido americanista y el valor poético de la obra de César Vallejo. Por otro, la intervención mencionada en el debate posterior a la ponencia de Spelucín, sugiere una probable renuencia a aceptar lo que parece una corrección amable e informada de su cuñado, cuyo esfuerzo por documentar el ingreso al grupo de Vallejo y por recrear su desarrollo poético mejoró de manera sustancial el trabajo pionero de André Coyné.[36]

Se podría considerar llamativo que Orrego no haya compartido, ni públicamente en su ponencia ni personalmente con Juan Larrea, las misivas que él mismo había citado tan recientemente como el año anterior. Una carta de José Cacciano Chiri a Juan Larrea, fechada en Lima el 12 de mayo de 1960, clarifica, a nuestro juicio, las cosas. En ella el primero, estudiante, entonces, en la Universidad de San Marcos, informa al segundo de que prepara, con Rolando Andrade, una edición de la correspondencia de Vallejo gracias al apoyo de Sebastián Salazar Bondy y le comenta lo siguiente:

Desgracia tremenda fué para nosotros cuando el maestro Antenor Orrego, nos hiciera la sentida confesión de que su correspondencia epistolar con Vallejo había sido saqueada por la última dictadura; lo cual nos indujo aún más a seguir en nuestra tarea porque más tarde se podrían perder.[37]

 

I Simposio Internacional sobre César Vallejo “Poeta trascendental de Hispanoamérica. Su vida, su obra, su significado”, Fac. de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, agosto de 1959. (De izq. a der.) Orrego, Uruguay González Poggi, Xavier Abril, Saúl Yurkievich y, detrás de ambos, Juan Carlos Ghiano. Crédito de la foto: Aula Vallejo 2-3-4

Un texto póstumo

En 1989, apareció en Bogotá, editado por Luis Alva Castro, el libro póstumo de Antenor Orrego Mi encuentro con César Vallejo, texto autobiográfico que «estaba pensando en publicar cuando le sorprendió la muerte el 17 de julio de 1960».[38] El libro, hecho a base de recortes, recoge la gran mayoría de los textos que Orrego publicó sobre Vallejo y su obra. Además de los artículos publicados y de facsímiles de dedicatorias de libros y postales de Vallejo, destaca en el conjunto el largo ensayo autobiográfico, que da título al libro, en el que se refunden los dos textos de Orrego de 1958 así como «Una visión premonitoria de César Vallejo». Aunque este ensayo está fechado, al calce, en San Isidro en 1955, varios indicios nos hacen pensar que en él se incorporan informaciones recuperadas con posterioridad y que Orrego debió conocer o recodar tras lo expuesto por Spelucín en Córdoba. Entre estas destacan la fecha precisa de nacimiento de Vallejo, así como la rectificación del año de publicación de Los heraldos negros.[39] Para nosotros, existen pocas dudas de que fueron los estudios entonces recientes de la vallejística, los que motivaron, en buena medida, el descargo con el que Orrego comienza su narración: «La única memoria que he poseído siempre es la de las ideas y la de algunas emociones y peripecias individuales que me dejaron honda huella. Así, pues, no sería, raro que en esta narración se hayan deslizado fechas equivocadas o escenas trastocadas en el tiempo y en el espacio». Esta apelación inicial escrita, probablemente, tras el simposio de Córdoba, no deja de contradecir las palabras posteriores del propio Orrego, quien afirma: «Narro los hechos tal como ocurrieron, en la forma más escueta que me ha sido posible».[40] También resulta paradójico que, en esta narración extensa, Orrego haga un mayor uso de citas tomadas de su correspondencia con Vallejo, sin que estas sirvan para que sea más específico o cronológicamente exacto.

No debe por ello sorprender que no haya ninguna alusión a las fuentes de estas citas que, como se reproducen entrecomilladas, hacen que el lector asuma que se trata de referencias literales. Una de ellas, incluso, se define como «palabras textuales». Aparte de la célebre carta sobre Trilce de 1922, de las dos que citó en los artículos de 1958 y de aquella mencionada en su artículo sobre la visión premonitoria de la muerte de Vallejo, en «Mi encuentro con César Vallejo» se incluyen referencias a:[41]

 

1. Cartas escritas desde Lima, incluyendo una en la que Vallejo le pide que escriba el prólogo de su libro:

Amargado por la hostilidad del ambiente trujillano que seguía exacerbándose, Vallejo se trasladó a Lima. Desde allí me escribió varias cartas en las que me informó de su propósito de publicar su primer libro, «Los Heraldos Negros». Desde entonces me pidió que escribiera yo el prólogo de su segundo libro «que ya estaba en marcha en el que confío realizar algo de lo mucho que esperas de mí. Es natural que seas el padrino de la criatura, a cuyo nacimiento tanto has contribuido con tu inteligencia penetrante, inspiradora y fraternal». Eran sus palabras textuales. (pág. 58)

 

2. Una carta escrita a los pocos días de los sucesos de Santiago de Chuco en que Vallejo proclama su inocencia:

A los dos o tres días de haber ocurrido las truculentas escenas me escribió una carta exculpándose de las imputaciones calumniosas que se le hacían. «Te aseguro que soy completamente inocente, me decía, bajo mi palabra de hombre veraz, que siempre he sido. Me avergonzaría de no tener el coraje necesario para asumir mis responsabilidades, si las tuviera, sobre todo, me avergonzaría quebrar la lealtad y entereza de nuestra amistad fraternal. ¿Con quién mejor que contigo, me confesaría culpable de mis extravíos o de mis yerros, si fueran ciertos, seguro como estoy de tu amplia y generosa comprensión humana?» (pág. 66)

 

3. Cartas perdidas de los primeros años de Vallejo en París: «El impacto con Europa y, sobre todo, con París, tuvo para el poeta un efecto alucinante, feérico, deslumbrador. Desgraciadamente, se han perdido las hermosísimas cartas que me escribió, en prosa magnífica, expresándome la fascinación que ejerció sobre su espíritu la capital francesa» (pág. 82).

 

4. Cartas perdidas escritas desde Europa durante los años 20:

Desde Europa, Vallejo me escribió después muchas cartas, todas las cuales se han perdido, junto con los originales de mis libros «Panoramas» y «Helios» y de numerosos trabajos literarios y filosóficos, en las manos contumélicas de la policía peruana, en los muchos «asaltos» y «registros» que practicó en mis domicilios de Trujillo y Lima. […] Con estos preciosos documentos, habría sido fácil reconstruir para los estudiosos la íntima trayectoria espiritual del gran poeta durante esos años y que es ahora desconocida en sus modulaciones más recónditas y veraces.

En una de esas cartas recuerdo que me hablaba, con efusión admirativa, del poeta Guillaume Apollinaire y me comunicaba su propósito de traducirlo al castellano. Cuando leí esa carta me vino a la memoria aquella composición de «Trilce» (y de otras semejantes) que empezaba así en la primera edición limeña:

Vusco volvver (sic) de golpe el golpe

que había sido escrita, sin embargo, muchos años antes de conocer a Apollinaire, cuando el poeta peruano ignoraba completamente la lengua francesa y, por consiguiente, la imposibilidad de que pudiese haber alguna influencia o de que pudiese existir alguna correlación con la obra del poeta surrealista (pág. 83).

 

5. Envíos que le hizo Vallejo hasta comienzos de la década de 1930:

Aparte de las cartas que he mencionado, me llegaron sucesivamente sus libros «Rusia 1931» [sic] y «Tungsteno» con dedicatorias de cálida cordialidad y con un sabor nostálgico del Perú y de sus compañeros de Trujillo.

Hasta 1930, cada semana —salvo las temporadas que estuvo ausente de París— me llegaron periódicos, revistas y libros franceses enviados por él con anotaciones y saludos al margen (pág. 84).

 

6. Una carta de solidaridad escrita hacia comienzos de 1937:

Los acontecimientos políticos del Perú rompieron nuestras conexiones y sólo recibí unas palabras de encendido afecto y solidaridad en la [sic] que me expresaba su preocupación por el peligro que corría mi vida de perseguido ante las acometidas de las «brigadas policiales», que entonces tenían consignas claras contra mí. Yo estaba en Trujillo cercado por mis perseguidores. Acababan de asesinar a Manuel Arévalo, cuya pasión y muerte se prolongó durante siete días de ignominioso sufrimiento […] Me pedía un artículo en defensa de España, agredida por las potencias fascistas del Eje y que se insertó en el órgano mimeografiado que se editaba en Valencia por los escritores revolucionarios reunidos en congreso (págs. 84-85).[42]

 

7. Otra misiva en la que Vallejo le envía «un número de la publicación en que se insertaba» su artículo y le expresaba su «admiración por “la heroica trayectoria del movimiento aprista peruano y su adhesión cordial a la gallarda tarea en que estaban empeñados sus viejos hermanos de Trujillo”» (pág. 85).[43]

           

Más importante para nuestra edición de la correspondencia, en esta extensa narración se reproduce, por primera vez, un fragmento de una carta que Vallejo habría dirigido a Orrego con motivo de su libro Notas marginales y que Jesús Cabel incluye en sus dos ediciones.[44] Esta misiva, de la que no se conoce el paradero y que, según Orrego, habría sido remitida por Vallejo cuando ya circulaba el libro, presenta, cuando menos, un problema de datación. La fecha que figura al calce, enero de 1922, no parece concordar con la de la salida del libro que debió publicarse en octubre a juzgar por las reseñas.[45] Orrego afirma que este texto se reprodujo años después en un homenaje que le «tributó El Norte en 1925». Manuel Ibáñez Rosazza, uno de los editores de Mi encuentro con César Vallejo, afirma que ese homenaje se publicó en el mencionado diario trujillano el 22 de mayo de 1925. Puesto que ese ejemplar del periódico no se conserva en la colección más completa que hasta la fecha se conoce,[46] y habida cuenta de lo anterior, optamos por no incluir este posible texto de Vallejo en la correspondencia hasta que su primera reproducción se verifique.

Tras lo expuesto hasta aquí, no nos parece necesario insistir sobre la necesidad de poner en cuarentena las citas que Orrego hace de su supuesta correspondencia con Vallejo. Su afán por hacer de Vallejo un poeta americanista, nacido en el seno de la Bohemia de Trujillo, ajeno a la influencia foránea o limeña, así como su insistencia en resaltar su apoyo inicial hacia el poeta y su condición de principal figura tutelar en el desarrollo poético de Vallejo en su etapa peruana, son, a nuestro juicio, los fines ulteriores que, como hemos señalado, hacen que dudemos de la integridad textual de las misivas que Orrego cita.

 

«Mi encuentro con César Vallejo», Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1989. Crédito de la foto: archivo de los autores

Final

La falta de textos de poética o autorreflexivos de Vallejo publicados cerca de la fecha de aparición de Trilce ha hecho que los críticos acudan con mucha frecuencia al texto de esta famosa carta, cuya historia textual es desconocida por la mayoría.

No podemos dejar de resaltar, por último, que no estamos poniendo en cuestión la existencia de esta misiva, ni la de una importante correspondencia entre Vallejo y Orrego, anterior y posterior a la carta más que probable en que Vallejo le agradeció a Orrego por su prólogo.[47] Lo que hemos intentado con este recorrido por algunos escritos de Orrego es mostrar que lo más plausible es que las cartas que se citan en ellas no sean referencias textuales, incluso cuando explícitamente se afirma que es así. Por el contrario, creemos que se trata, en el mejor de los casos, de paráfrasis idealizadas que sirven a fines ulteriores y que, en algunas instancias, llegan a contradecir datos positivos que Orrego parece haber tenido a su alcance.

Aunque la integridad textual de la carta en que Vallejo agradeció a Orrego por su prólogo no podrá ser restituida —si esto sucede— hasta que se recupere el manuscrito original, creemos que la recreación que de ella hizo Orrego tiene, en el mejor de los casos, la misma fiabilidad que su reconstrucción de la nota encomiástica que acompañó a «Aldeana», a la que ya nos hemos referido. La distancia que existe entre el texto de la nota tal como la recordaba Orrego y como apareció en la prensa nos da una medida plausible de la fiabilidad que puede tener el testimonio de Orrego en lo que respecta a este punto. Hay que tener presente, además, el significativo cambio de sentido que adquirió la carta cuando Orrego cambió “nacido” por “caído” y ponderar las implicaciones de los “retoques” estilísticos que sufrió la misiva en sus reescrituras. Todo esto pone de manifiesto la actitud poco respetuosa de Orrego con la literalidad de un documento que no parece haber conservado a fines de la década de mil novecientos cincuenta.

Creemos por ello que sería prudente que la crítica vallejiana dejase de recurrir a la carta para discutir Trilce, o para ejemplificar la concepción que Vallejo tenía sobre su libro. Su falta de integridad textual debería formar parte, más bien, de una reflexión más amplia sobre el estado actual de las investigaciones de archivo en la vallejística, el valor de determinados testimonios sobre la génesis y recepción de Trilce y sobre la acogida que las vanguardias históricas tuvieron entre los miembros de la Bohemia de Trujillo. Así mismo, nos parece pertinente repensar la naturaleza de la relación intelectual de Vallejo y Orrego, en ocasiones reducida a un tutelaje, excesivamente simplificador, y reflexionar sobre las razones por las que las versiones de Orrego han permanecido hasta la fecha incuestionadas.

 

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[1] Así sucede, por ejemplo, en las citas que hace Orrego de los poemas de Los heraldos negros, en su reseña a ese libro de 1919: «La gestación de un gran poeta», La Reforma, Trujillo, 6 de agosto de 1919, págs. 2-3.

[2] La carta se puede consultar en el Archivo José Carlos Mariátegui, en <archivo.mariategui.org/index.php/carta-de-antenor-orrego-29-12-1925> [consultado el 5 de mayo de 2021].

[3] Antenor Orrego, Mi encuentro con César Vallejo, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1989, págs. 80-81.

[4] César Vallejo, Epistolario general, Valencia, Pre-Textos, 1982, pág. 44.

[5] André Coyné, «Ya que de vallejismo se trata», en Caminando con César Vallejo: actas del Coloquio Internacional sobre César Vallejo, Grenoble, 27, 28, 29 de mayo de 1988, Lima, Perla, 1989, pág. 90. La diferencia la subraya también Ricardo González Vigil en el prólogo a la edición de escritos de Coyné, Medio siglo con César Vallejo (Lima, PUCP, 1999) denominándolo «el pasaje más espléndido del epistolario de Vallejo (una prueba de que Vallejo alcanza niveles de genialidad también fuera de la poesía)» (pág. 13). Tanto Coyné como González Vigil asumen que la lectura correcta debe ser «caído», y que la versión 5 es la lectura definitiva de la carta.

[6] César Vallejo, Poesía completa II, edición de Ricardo Silva-Santisteban, Lima, PUCP, 1997, págs. 179-180.

[7] César Vallejo, Correspondencia completa, edición de Jesús Cabel, Lima, PUCP, 2002, págs. 46-47 y Pre-Textos, Valencia, 2011, pág. 105.

[8] Antenor Orrego, El sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo, edición de Ricardo Silva-Santisteban, Lima, Alastor Editores / Cátedra Vallejo, 2018, págs. 244-245.

[9] Entre estos últimos, se publicaron en Mi encuentro con César Vallejo, de manera facsimilar, los siguientes documentos: una tarjeta postal fechada en Rostov el 21 de octubre de 1931, y las dedicatorias de las primeras ediciones de Rusia en 1931 y Los heraldos negros.

[10] «El maestro Alomía Robles (Impresiones)», La Reforma, Trujillo, 24 de julio de 1917, pág. [2].

[11] «Don Ricardo Palma», La Reforma, Trujillo, 7 de octubre de 1919, pág. 2.

[12] Orrego, «El sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo», en Mi encuentro con César Vallejo, 1989, pág. 162. El artículo original se publicó en Política, núm. 11, julio de 1960.

[13] Lo había hecho un amigo de César Vallejo y del propio Orrego, el poeta Juan José Lora (1902-1961), en «El dadaísmo: sus representantes en el Perú», La Crónica, Lima, 20 de junio de 1920, págs. 6-7. El artículo presentaba a Vallejo como el «primer dadaísta de América» y venía acompañado por tres primeras versiones de los poemas XII, XXXII y XLIV de Trilce. Tras la publicación del libro, también relacionó a Vallejo con el dadaísmo, Luis Alberto Sánchez («Dos poetas», Mundial, núm. 129, Lima, 3 de noviembre de 1922).

[14] Véanse las razones que nos hacen creerlo en Fernández y Gianuzzi, «Trilce y Otilia Villanueva Gonzales», Vallejo & Co. <www.vallejoandcompany.com/trilce-y-otilia-villanueva-gonzales>.

[15] Vallejo se consideró a sí mismo miembro de la generación literaria liderada por Abraham Valdelomar. En su artículo «Literatura peruana: la última generación» afirmaba: «la juventud actual está bautizada con el nombre de Abraham Valdelomar, director de la revista Colónida. En torno suyo se agrupan todos los valores coetáneos» (en L’Amérique Latine, núm. 55, París, 20 de enero de 1924, p. 1; reproducido luego en El Norte, Trujillo, 12 de marzo de 1924).

[16] Como hemos afirmado anteriormente, debió haber existido una segunda fase de composición que incluyó todo 1918 y parte de 1919 (Fernández y Gianuzzi, «¿Dos centenarios de Los heraldos negros», Vallejo & Co, en <www.vallejoandcompany.com/dos-centenarios-los-heraldos-negros>).

[17] Vallejo llegó a Trujillo de Lima el 1 de mayo de 1920 en el vapor Aysen. Convive con Orrego en la casa que este tenía en Mansiche, entre mediados de agosto y noviembre de 1920, antes de su arresto (véase la carta de Vallejo a Imaña del 26 de octubre de 1920). Orrego lo visita con frecuencia en la cárcel y parece haberlo alojado tras su salida de prisión. Vallejo regresa a Lima el 23 de abril de 1921. Se vuelve a encontrar con Orrego cuando este viaja a Lima, en marzo de 1922 (véase, «Pasajeros», La Crónica, Lima, 19 de marzo de 1922; véase también la carta de Vallejo a Imaña, fechada el 1 de julio de 1922). 

[18] Véanse sus prólogos a El libro de la nave dorada (1926) de Alcides Spelucín y Las barajas i los dados del alba (1938) de Nicanor de la Fuente, y la reseña «La gestación de un gran poeta».

[19] «La poesía latinoamericana y las nuevas corrientes estéticas: los tres grandes poetas de la última generación peruana», La Reforma, 28 de julio de 1920, pág. 8.

[20] De las razones que nos inducen a pensar que la poesía de Vallejo no sufrió el impacto vanguardista antes del 28 de julio de 1920 nos ocuparemos en un trabajo futuro.

[21] Publicado en Mundial, núm. 286, Lima, 4 de diciembre de 1925.

[22] En carta a Mariátegui del 10 de diciembre de 1926, Vallejo afirma haber leído su artículo de Mundial, que Mariátegui mismo le había enviado.

[23] André Coyné, «Apuntes biográficos de César Vallejo», Mar del Sur, núm. 8, noviembre-diciembre de 1949, pp. 45-70; Luis Monguió, César Vallejo. Vida y obra. Bibliografía – Antología, 1952, Nueva York, Hispanic Institute, 1952.

[24] Vol. XCI, núm. 1, México, enero-febrero, 1957, págs. 209-216.

[25] Enrique Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1954. Ignoramos en qué medida Anderson Imbert podría estar siguiendo el cuestionamiento que a este respecto se hizo Luis Monguió (1952, pág. 57), y al que el propio investigador español trató de dar respuesta, con un trabajo de archivo todavía no superado, en La poesía postmodernista peruana (University of California Press / Fondo de Cultura Económica, Berkeley y México, 1954).

[26] «Los primeros versos de César Vallejo», La Tribuna, Lima, 30 de marzo de 1958, pág. 5.

[27] No se tiene constancia de si, para entonces, Orrego había leído ya la nota biográfica de André Coyné, quien había consultado en Trujillo La Industria, pero no había logrado ubicar en esa ciudad La Reforma (véase «Cuando Vallejo se volvió Vallejo», en Nadine Ly (coord.), César Vallejo: la escritura y lo real, Lima, Ediciones de la Torre, 1988, pág. 12). Ignoramos por qué Coyné no consultó el periódico en la Hemeroteca en la Biblioteca Nacional del Perú, donde una colección bastante completa parece haber estado a disposición de los investigadores desde octubre de 1950 (véase Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi, César Vallejo: textos rescatados, Lima, Universidad Ricardo Palma, 2009, pág. 21).

[28] Orrego entró a trabajar en La Reforma en reemplazo de Santiago R. Vallejo; el último texto de Santiago R. Vallejo en La Reforma se publicó el 27 de febrero de 1915, mientras que el primer texto firmado de Orrego apareció el 2 de junio de ese mismo año.

[29] La misma fecha de 1914 la encontramos en un texto de Orrego publicado póstumamente, fechado el 28 de mayo de 1954: «El poeta César Vallejo es uno de los representantes en el Perú de un vasto movimiento continental que brota hacia 1914, como respuesta inmediata de las juventudes intelectuales americanas a la incitación, al impacto formidable y estremecedor de la primera guerra mundial» («Un encuentro de un continente consigo mismo», Mi encuentro con César Vallejo, 1989, pág. 127).

[30] La revista la mencionaba ya Orrego en sus palabras preliminares de la primera Página Literaria de La Reforma, publicada el día 23 de junio de 1917. En ella dice que la revista «reveló el inició del movimiento actual». Llama la atención que Vallejo considere a Orrego uno de los fundadores de la publicación, junto a Luis Armas y José Eulogio Garrido, en su artículo «La intelectualidad de Trujillo», publicado el 4 de marzo de 1918 en El Comercio de Lima, p. 3.

[31] Con anterioridad, se conoce una fotografía tomada con motivo del banquete que Cecilio Cox ofreció a los estudiantes de la Universidad Menor de la Libertad, el 4 de abril de 1915, en la que ambos aparecen sentados uno casi frente a otro. El documento más antiguo que recoge el nombre de ambos es el telegrama que algunos estudiantes de la Universidad Menor de la Libertad escribieron con motivo de la reposición de Ricardo Palma al frente de la Biblioteca Nacional en junio de 1914.

[32] Fernández y Gianuzzi, César Vallejo: textos rescatados, 2009, pág. 19.

[33] En la carta fechada el 22 de julio, Orrego hace referencia a su falta de familiaridad con la «rebusca prolija sobre datos y fechas», pero se muestra mucho más comprensivo que de costumbre con el afán de fidelidad histórica que mueve a Larrea. Orrego acepta la tarea que se le encomienda, aunque teme que «quizás no pueda lograr la objetividad requerida porque los sucesos están envueltos para mí en una atmósfera emocional que sería muy difícil de vencer para mí». Las cartas a Larrea se conservan en el Archivo Juan Larrea en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

[34] En Juan Larrea ed., Aula Vallejo, 2-3-4, Córdoba, Argentina, 1962, págs. 213-226. Por otro lado, las circunstancias de la investigación que hicieron posible la muy bien documentada ponencia de Alcides Spelucín todavía no han sido estudiadas como merecen.

[35] En Juan Larrea ed. Aula Vallejo, 2-3-4, Córdoba, Argentina, 1962, 118. Nótese cómo, en esta versión, Orrego ya no afirma haber recibido en 1914 poemas en los que «marcábase la impronta de los poetas pertenecientes al grupo modernista americano: Rubén Darío, Herrera Reissig, Leopoldo Lugones», como había sostenido en «Los primeros versos de César Vallejo». De este modo, parece suscribir, implícitamente, la idea de Alcides Spelucín según la cual Vallejo habría modernizado las lecturas tardorrománticas al contacto con la Bohemia de Trujillo.

[36] Con posterioridad discutimos aquellos escritos en los que Orrego solo se hace cargo de una pequeña parte de los avances que se han producido en la recreación del desarrollo poético de Vallejo y en los que parece obviar aquellos que le interesan. En este sentido, consideramos la advertencia general al carácter memorialístico de «Mi encuentro con César Vallejo» insuficiente por ocultar problemas de mayor calado.

[37] La carta se conserva en el Archivo Juan Larrea de la Residencia de Estudiantes de Madrid.

[38] Véase Luis Alva Castro ed. «Nota prologal» en Mi encuentro con César Vallejo, 1989, pág. 7. El libro aparece como futura publicación, bajo el título Memorial del tiempo (Mi encuentro con César Vallejo), en el último libro que Orrego publicó en vida: Pueblo continente, Lima, Ediciones Continente, 1957, pág. 4.

[39] En sus artículos «César Vallejo, el poeta del solecismo» y «Los restos de César Vallejo», Orrego se había referido al primer libro de César Vallejo como publicado en 1918.

[40] Un pasaje llamativo del relato póstumo de Orrego es el siguiente comentario sobre su primer acercamiento a la obra poética de Vallejo: «Accedí de buena gana, aunque un tanto desconfiado de su talento poético, pues conocí composiciones pedagógicas que había publicado en “Cultura infantil” órgano del Centro Escolar de Varones, que editaba Julio Eduardo Manucci, director de ese centro y compañero mío de estudios universitarios» (pág. 40). Nos parece plausible que Orrego haya reconocido esa circunstancia, forzado por la situación, después de que fuese notorio que el primero en publicar las composiciones poéticas de Vallejo en Trujillo no había sido él sino Julio Eduardo Mannucci (1891-1980).

[41] Citamos solo números de página.

[42] Arévalo murió a mediados de febrero de 1937. Antenor Orrego publicó «Dos capítulos de El renacimiento del orbe ibérico», en Nuestra España, núm. 40, 7 de enero de 1938. La revista Nuestra España era el Boletín semanal del comité ibero-americano para la defensa de la República española y fue publicado en París por la CIAP. La comisión consultiva la formaban inicialmente: Juan Marinello, Pablo Neruda, César Vallejo, J. García Monge y D. Alfaro Siqueiros.

[43] No se conserva esta misiva cuya literalidad se haya comprometida en el uso anómalo de los pronombres posesivos que aparecen referidos en la supuesta cita textual en tercera persona del singular cuando deberían hacerlo en primera. Aparte de este detalle gramatical, y aunque parece muy verosímil que Vallejo se haya solidarizado con la situación de los «viejos hermanos de Trujillo», resulta dudoso que Vallejo haya expresado su «admiración por la heroica trayectoria del movimiento aprista peruano». En este sentido, todavía no se ha hecho una investigación exhaustiva sobre la relación que Vallejo mantuvo con este partido. Esta debería tener en cuenta, a nuestro juicio, los siguientes documentos y cartas, incluidos en esta edición: la misiva de Vallejo a Pablo Abril de Vivero del 25 de julio de 1926, el acta de constitución de la célula parisina del Partido Socialista del Perú del 29 de diciembre de 1928 y la carta abierta colectiva del 8 de agosto de 1932. También debería ser tenida en cuenta la carta de Víctor Raúl Haya de la Torre a Luis Alberto Sánchez escrita con motivo de la invitación que este último recibió para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.

[44] El texto dice: «He leído NOTAS MARGINALES y creo, con credo que por primera vez brota y afinca en mi espíritu, que la vida es “sagrada”, que existen las rosas y el dolor, que ya puedo vivir en fin! Jamás di con afirmación más rotunda y edificante, con trampolín de mayor arranque y, sobre todo, con fuego más limpio y magnánimo, que obliga a los ojos a sonreír y a deificarlo todo, todo. Quiero abrazar este libro, constructivo y calentador como ninguno otro lo ha sido en tan amorosa significación para mí; quiero abrazarlo, y adorarlo, y emborracharme de él, hasta enraizarlo plenamente en mi corazón y en mi vida, hasta que cada una de sus páginas se me prenda a los costados, ala por ala, foliadas y concordadas, a fuerza de pureza en mis noches y mis días, a mis propias hojas en blanco, a todas mis humanas lacras. Pienso que tendrá que operar en mi espíritu, sesgo crudo, filuda influencia. Pienso que en el Perú “NOTAS MARGINALES” tendrá igual resonancia cordial. / Nunca, en verdad, supe de troncha más edificante y nutricia y pura, que este silabario de empresas y de siembra. El libro, ante todo, es para América; es libro apostólico, triptolémico, sacerdotal…! Y nuestro continente, en botón, clara y yema, todavía, necesita eso, la luz de un sol obrero, en toda su diafanidad, capaz de tostar parásitos y de blindar desnudeces» (pág. 76).

[45] La primera reseña que conocemos del libro, se publicó sin firma en La Industria el 31 de octubre de 1922 y es muy probable que se deba a José Eulogio Garrido. Con posterioridad, aparecieron en Lima críticas de José León Bueno (La Crónica, 4 de diciembre de 1922), Ladislao Meza (El Tiempo, 6 de enero de 1923), Enrique Demetrio Tovar y Ramírez (Mercurio Peruano, Año 6, núm. 55, enero de 1923, p 392) y Luis Alberto Sánchez (Mundial, núm. 14, 26 de febrero de 1923). A juzgar por la carta de Vallejo a Leoncio Muñoz, fechada en noviembre de 1922, Vallejo contribuyó a la difusión del libro «entre las gentes de letras» de Lima.

[46] Jorge Puccinelli Villanueva, comunicación personal.

[47] Como evidencia esta edición, solo contamos con unas pocas misivas hasta la fecha. Por un lado, una carta abierta de Vallejo a Orrego, aparecida en La Prensa de Lima, el 18 de octubre de 1918 y una postal, fechada en Rostov el 21 de octubre de 1931; por otro, se conocen dos cartas de Orrego a Vallejo, la primera fechada en Trujillo el 6 de julio de 1926 y la segunda del 16 de noviembre de 1929, si bien solo tenemos constancia de que esta última haya llegado a manos de Vallejo.

 

 

*Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi llevan más de una década investigando sobre la vida y obra de César Vallejo. Han publicado hasta la fecha los siguientes libros: César Vallejo: textos rescatados (2009), César Vallejo en Madrid en 1931 (2012) e Imagen de César Vallejo: iconografía completa [1892-1938] (2012, 2ª 2017). En 2016, coordinaron para el Centro Cultural Inca Garcilaso la exposición La Bohemia de Trujillo, 100 años después, de la que se ha publicado recientemente el catálogo. Además, han editado los escritos de poética de César Vallejo, Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo: pensamientos, apuntes, esbozos (2018). En la actualidad, ultiman una edición anotada de su correspondencia.