Este libro está lleno de sexo. Entrevista a Leonardo Aguirre

 

Por Juan Mauricio Muñoz Montejo

Crédito de la foto (izq.) Ed. PEISA /

(der.) Miguel Mejía

 

 

Este libro está lleno de sexo.

Entrevista a Leonardo Aguirre*

 

 

Juan Mauricio Muñoz Montejo [JMMM]: ¿Por qué un título tan provocativo como Elogio del asterisco? ¿O hubo algún problema?

Leonardo Aguirre [LA]: Al contrario: con ese título satisfice al área comercial de PEISA. Te explico: yo propuse, por todo título, solo el símbolo. Solo el asterisco. En buena cuenta, no quise ponerle un título, porque ya me parecía bastante decidor el símbolo. Un asterisco enorme y negro sobre un fondo blanco. Sin mi nombre ni el nombre ―ni aun el logo― de la editorial. Pero la gente del área comercial de PEISA ―ojo, no el editor, no Germán Coronado: él sí apoyó mi arriesgada propuesta― cuestionó la idea. No se imaginaban cómo, con solo ese símbolo, se iba a registrar mi libro en la Biblioteca Nacional, cómo lo iban a registrar las librerías, cómo lo iban a pedir los lectores, cómo lo iban a buscar en Google, y además ―argüían― se iba a confundir con un tratado de ortografía. O con un poemario.

De modo que necesitaban un título ―si no, no soltaban el billete― y resolvimos, con el editor, ceder un poquito. Ceder lo mínimo: añadirle solo dos palabritas al símbolo. Ahora bien, yo estaba pensando en ilustres antecedentes: por ejemplo, el álbum blanco de los Beatles, que, en realidad, como sabes, no tiene título, y también pensaba en Prince, que, durante algunos años, en lugar de su nombre firmaba con un signo especialmente creado por él. Y también me sirvió de modelo la cubierta del álbum Black star, de David Bowie, donde hay una gran estrella negra sobre fondo blanco (y unos pedacitos nimios de esa misma estrella debajo, a modo de título). Y cabe citar, incluso, pese a que ese disco salió después de mi libro, el álbum No name de Jack White. Como sea, pese a mis temores iniciales, la portada quedó pulenta. 

 

El narrador Leonardo Aguirre.
Crédito de la foto: Miguel Mejía

 

[JMMM]: ¿Cómo influye la sensualidad del lenguaje y la sonoridad de las palabras en la construcción de tus historias, sobre todo, ahora con Elogio del asterisco?

[LA]: Por un lado, he procurado reunir en este libro todos mis caprichos, digamos, estilísticos, o todos los trucos que antes ensayé, con mejor o peor fortuna, en libros anteriores: toda la carne la puse a la parrilla (y para espíritus delicados, acaso este plato resulte indigesto, pero no me importa, no escribo para ellos). Y por otro lado, me topé, revisando mi archivo de recuerdos, y digo recuerdos, pues, en efecto, la sustancia de este libro es real, vital, autobiográfica, me topé, digo, con estas anécdotas rijosas y chistosas, e intuí que se prestaban, justo estas y no otras, para un trabajo artístico. Y, sí, debo subrayarlo: por un lado y por el otro. Por que son dos cosas diferentes. Dos procesos diferentes. Quiero decir: yo bien pude haber contado estas mismas peripecias de cualquier otra forma, y cualquier otra forma hubiera funcionado, y cualquier otra forma hubiera enganchado, supongo, a una mayor cantidad de lectores, pero la forma elegida es la única que puedo y quiero (y debo: se trata de ser honestos y auténticos) utilizar.

 

 

 

[JMMM]: En tus libros, no solo en este, hay muchas jergas, ¿es algo que lo haces a propósito o es alguna recomendación de tus editores?

[LA]: Las he usado siempre, desde el primer libro, y eso es parte de mi personalidad, de mi manera de ser, las uso yo todos los días y con quien sea. Yo soy así y escribo así. No es un estilo artificial, es un estilo natural.

No me preguntes por qué, no hagamos sicoanálisis, pero me gusta trabajar con la bulla de la calle, con el esmog, la basura, los mojones, en fin, la ciudad entera en toda su desmesura, y, por lo tanto, no voy narrar esta sucia y monstruosa ciudad con una prosa transparente y sanitizada. Y, además, no te olvides de que, al final, este libro está lleno de sexo. Y sexo duro. No obstante, debo advertir que no copio directamente el habla callejera. La trabajo. La moldeo. La combino con fórmulas complejas, barrocas, quizá sofisticadas. Hay cochinada y, al mismo tiempo, elegancia. O eso me han dicho. Es algo así como el sempiterno abrigo negro de Martín Adán, que, de lejos, lucía muy putón o muy pitucón, pero, si te acercabas, veías las hilachas y olías el sudor y la pichi. O pensemos en la tenida de Humareda, en su saco y corbata y sombrero, pero todo gastado y raído y también maloliente. Ahora que caigo, me parece una buena combinación: mi propuesta se puede ubicar, de algún modo, entre Adán y Humareda.

 

 

[JMMM]: ¿Te consideras un outsider en la narrativa peruana?

[LA]: Eso es lo que dicen los colegas y los editores y ―lo más importante― un buen número de lectores. Y, claro, entiendo perfectamente que lo mío resalte, se distinga, entre tantos libros escritos ―mejor: tipeados― con prosa limpia, estándar o light, sin grasa y sin gracia, prosa casi mecánica, que, sin usar la I. A., parece producida por una I. A. y no por un ser humano; libros, además, enfocados en los temas que dicta y encomia, digamos, la agenda progre. Pero, cuidado, no es que yo escriba ―porque yo sí escribo, no tipeo― en contra de nada ni de nadie, ni con el propósito expreso de marcar la diferencia. Yo, simplemente, le hago caso a mis instintos, a mis intereses, a mis manías, a mis caprichos: lo mío, repito, es natural, casi carnal, tanto en estilo como en tema. Cuento lo que me nace contar, lo que me provoca, me afana, me mueve, lo que, de hecho, consigo desenterrar de mi propia memoria, y lo cuento en el modo que me resulta más cómodo y placentero.

 

 

 

[JMMM]: Alguna vez me dijiste que “hay muchos escritores que se dedican a las relaciones públicas antes que a pulir su texto” y que “solo hay reseñistas venenosos”, ¿aún mantienes esa idea?

[LA]: Con respecto a lo primero, sí. Eso ha pasado toda la vida y sigue pasando, solo que ahora te ganas con ese lamentable show en las redes sociales, ya no solo en presentaciones o coloquios o recitales: dan vergüenza ajena todos esos chupatintas de media tabla que se la pasan soboneando en Insta o Twitter o Face a los escritores notables. O son igual de ridículos (es muy obvia la jugada) los plumíferos que postean todo el tiempo ―pasan más tiempo posteando que escribiendo de verdad― sus muy previsibles opiniones acerca de cualquier asunto coyuntural: no es que sean ciudadanos responsables y comprometidos; es que solo quieren llamar la atención. Y más patéticos resultan, si cabe, los que aguardan que se muera cualquier famoso para postear una foto con él.

Y con respecto a lo segundo, cada vez hay menos reseñistas en prensa ―llamarlos críticos serían un abuso― y, entre los que quedan, ya no hay ni siquiera veneno. Creo que extraño el veneno. El venenoso mayor, por ejemplo, como acaba de publicar un libro, se cuida mucho de morder, porque ya sabe que no es bueno escupir al cielo, que hoy-por-ti-mañana-por-mí, que favor con favor se paga, el mundo da vueltas, el karma, etc. Ahora, en los medios, fuera de parafrasear ociosamente la contratapa, todos son cherries y besos volados. Una pena. 

 

El narrador Leonardo Aguirre.
Crédito de la foto: Miguel Mejía

 

[JMMM]: ¿Te consideras un escritor prolífico? Eres un escritor que publica bastante, creo que eres uno de los autores de tu generación que ha publicado más, pero también debes tener libros que has decidido no publicar, ¿por qué?

[LA]: Es verdad que tengo un número respetable de títulos publicados, pero no me parece nada extraordinario, puesto que comencé a publicar en el 2005 y escribo con mucha constancia y disciplina. Y como escribo tanto, también es lógico que produzca mucho ripio, mucha chauchilla, de manera que tengo unas tres novelas, una veintena de relatos, un puñado de textos híbridos (acaso poéticos) y unos cuatro capítulos enteros que no se incluyeron en Asociación ilícita: todo eso debidamente guardado bajo siete llaves. ¿Por qué no publico esas cosas? Depende de cada caso. Algunos textos, por ejemplo, los sometí al escrutinio de ciertos amigos en cuyo criterio confío ciegamente y ellos me bajaron el pulgar. Otros textos los dejé de pulir cuando, en medio del proceso, perdí la motivación, o cuando, de pronto, me robó el interés otro proyecto. Y los hay también que nacieron malformados, mostrencos, que no tienen arreglo por más que haya intentado todo tipo de cirugías. No obstante, no tiro nada, no boto nada, porque, además de que soy un cachivachero incurable, siempre puedo usar algún fragmento de los libros postergados (qué sé yo: un diálogo ingenioso, una frase redonda) en un nuevo proyecto.  

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú). Escritor y crítico literario. Estudió Comunicaciones en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado, además, las novelas El Conde de San Germán (2007), Karaoke (2010), Interruptus (2018), Artefacto 27 (2021) y Nueve vidas (2021); el volumen de no ficción Asociación ilícita (2015) y la “crónica rimada” Una cocina Surge (2022); las colecciones de relatos Manual para cazar plumíferos (2005), La musa travestida (2007) y Spunkistch (2018).

 

 

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