El reino sin soberanía del metarrelato occidental, por Ana Arzoumanian

 

Por Ana Arzoumanian*

Crédito de la foto www.wallpapers.com

 

 

El reino sin soberanía del metarrelato occidental.

 

La datificación y digitalización han socavado las fuentes donde abrevaban las narraciones. Frente al emporio de la guerra se impone un salto retórico

 

 

Salía de la librería Delamain, la librería más antigua de París, justo enfrente de la Place Colette. Cuando iba a cruzar la calle vi a una chica tirada en la acera, con los ojos cerrados y sin hablar. A su lado, un hombre con un teléfono móvil, hacía alguna llamada. Yo me dirigía al café Nemours. Me senté en una de las mesas de la terraza, la única que quedaba libre, justo en la esquina. Primer arrondissement de Paris, bullicio. Un grupo de malabaristas hacía su número de hip hop en la Plaza. Era un día soleado. Me distraje un poco, entre encontrar la mesa y pedir mi café noisette, luego volví a mirar hacia el otro de la calle: la chica seguía allí. El señor que estaba al lado continuaba con su teléfono, a veces se arrodillaba para tocarla. La gente caminaba como si nada estuviera imposibilitando sus andares por la acera. Nadie se acercaba. Nadie se detenía. El bar, colindante a la librería, no proveía ni de agua, ni de silla, ni de ningún tipo de ayuda. Luego de más de treinta minutos de esa total indiferencia de los transeúntes por la joven, se escuchaba una sirena de una ambulancia que se hacía paso, apenas, entre los coches de la calle. Nadie gritaba, nadie pedía que la asistencia se apresurara. Finalmente bajaron dos enfermeros, con total parsimonia, se acercaron a la muchacha, se agacharon para examinarla. Nadie se detenía. Pusieron a la chica en una camilla, la subieron a la ambulancia. Nada se exaltó, nada cambió ese curso de la ebullición turística por la foto, el café, la selfie en la plaza. No sé qué pasó con ella, lo cierto es que esa tarde tuve añoranzas del griterío de algún barrio porteño si viese a alguien desmayado en su vereda.

Mi ruta proseguía con la Feria del Libro de Madrid. Unos días antes de dejar la ciudad fui a la Casa del Libro en la Gran Vía. Mientras esperaba en la caja para que me cobrasen el libro de Dror Mishani que había comprado: Habitación sin vistas. Diario de guerra en Tel Aviv, observo a un hombre de seguridad llamando a la policía: una jovencita pedía temblando que no hicieran el llamado, solicitaba pagar lo que le habían sacado del bolso (un libro que, claramente, había hurtado). Debo llamar a la policía, insistía el señor de seguridad. Me fui antes de que llegara el agente. Era un día de mucho calor y las personas iban y venían comprando todas las baratijas que encontraban.

Kenneth White, en su libro La Carte de Guido (un pélerinage européen), siguiendo el modelo de viaje de un monje medieval, se pregunta qué queda de Europa. Si el artista, el poeta, en las voces de los filósofos desde Heidegger hasta Deleuze se definen en el nomadismo, en su ser errante, nuestra civilización no sólo mortal, sino mortífera, ha arribado a la sensación que tiene White que Europa (la cultura occidental) está en extinción. Una forma de ser sin suelo, líquida, hidopónica, sin relato fundador aniquila al peregrino despoetizando al mundo, haciendo de cada quien un turista militarizado de la mercadotecnia.

 

 

Regreso a Buenos Aires con el libro de Dror Mishani. El conflicto entre Israel y Palestina seguía cobrando vidas, cuando sucede lo temido: ataques entre Israel e Irán. Voy al libro, ya en el prólogo se anuncia esa extinción de nuestro mundo:

Mi familia y mis amigos se hallan en todos los libros que he escrito, pero en este se encuentran de una manera diferente: sin el caparazón protector de la ficción. Os pido perdón por no protegeros con él. Lo único que puedo decir en mi defensa es que a quien principalmente he quitado el caparazón de la ficción es a mí mismo. Y quizás sea más correcto escribir que la guerra ha sido la que nos lo ha quitado a todos.

 

La única cosa que se escribe ahora en Israel son discursos, continúa el autor.

Las estrategias mundiales están echadas, en ese contexto Mishani ubica el relato bíblico de Sansón.

Puede que tanto israelíes como palestinos no sean más que peones de una partida de ajedrez a nivel mundial en la que juegan Estados Unidos contra China, Europa contra Rusia y las potencias petroleras del golfo Pérsico contra Irán.

 

Sansón y su señorío contra los filisteos. Sansón y la seducción de Dalila, Sansón y el despertar de su sueño: “Saldré como otras veces y me los sacudiré de encima, pero no sabía que Dios le había abandonado”. Sansón pierde su fuerza sin su cabellera. Al final del relato le han arrancado los ojos, pero ya le ha crecido el pelo. Así él es exhibido ante los filisteos. Él, que sabe de su poder, le pide a su lazarillo que lo coloque entre las columnas de la ciudad para apoyarse en ellas. De ese modo sucede el derrumbe (repito la cursiva que Mishani utiliza en su libro) sobre los filisteos y sobre sí mismo. Tras exclamar aquella frase célebre “¡Muera yo con los filisteos!”.

Luego de esbozar la idea del sacrificio, Dror Mishani se pregunta si el problema de las guerras no estará en los relatos sobre los que construimos nuestras creencias. Entonces, pienso: ¿qué relatos? ¿Cuál sería hoy “la biblia” de Occidente? Claramente la información, la digitalización, el cálculo, la tecnología del consumo como tecnología del futuro, la superabundancia de signos, el semiocapitalismo, los gobiernos como corporaciones gubernamentales.

Isabella Hammad en Reconocer al extraño cita a Edward Said cuando expresa que la novela fue el lente principal a través de la cual veía el mundo. La relación entre las tradiciones europeas de representación y las operaciones del poder imperial marcaban cierto humanismo hoy caído bajo los lindes de la mirada cínica. Formas sin historias verbales, sin principio, nudo ni desenlace. Sería esperanzador creer que desteologizar los regímenes de Oriente puedan servir de base para instaurar modos democráticos en la región. Sin embargo, la democracia fue el dios que fundó la Revolución Francesa, hoy pulverizada hasta la desaparición.

Será el desafío de este tiempo dar un salto retórico, es urgente un salto que implique reconocer la falla de una narrativa de la redención.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires – Argentina, 1962). Poeta, narradora, ensayista, crítica literaria y teatral, traductora y abogada. Magíster en Psicoanálisis por la Escuela de Orientación Lacaniana de Buenos Aires. Se ha desempeñado como asesora en el Ministerio de Justicia de Argentina y docente de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Buenos Aires de la Universidad del Salvador. Actualmente, es catedrática del posgrado internacional de Escrituras Creativas en la facultad latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ha publicado en poesía: Labios (1993), Debajo de la piedra (1998), El aAhogadero (2002), Cuando todo acaba todo acabará (2008) y Káukasos (2011); en narrativa La mujer de ellos (2001), La granada (2003), Mía (2004), Juana I (2006), Mar Negro (2012) y La Jesenká (2019); en traducción: Sade y la escritura de la orgía. Poder y parodia en historia de Juliette de Lucienne Frappier-Mazur (2006), Lo largo y lo corto del verso holocausto de Susan Gubar (2007), cotraducción junto a Alice Ter Ghevondian Un idioma también es un incendio. 20 poetas de Armenia (2013) y El alambre no se percibía entre la hierba. Relatos sobre la guerra de Karabagh (2015, de los escritores armenios Levón Khecohyan y Hovhannés Yeranyan, traducción conjunta con Alice Ter Ghevondian); y en ensayo: La Universidad Posmoderna (1994), El depósito humano. Una geografía de la desaparición (2010) y Hacer violencia. El régimen insurrecto en el arte. Sobre arte y genocidio (2014).

 

 

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