Elvira Hernández, poeta nómade

 

El texto que hoy presenta Vallejo & Co, fue leído por su autor en la presentación del libro La Bandera de Chile es extranjera en su propio país. Estudios sobre la poesía civil/insurrecta de Elvira Hernández, editado por Luis Correa-Díaz (Kassel/Barcelona: Edition Reichenberger, 2025. Colección Problemata Iberoamericana 24), realizada el 7 de agosto (2025) en el Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).  

 

 

Por Andrés Melis Jiménez*

Crédito de la foto (izq.) www.i0.wp.com /

(der.) Ed. Tierra Firme

Crédito del trabajo periodístico

Valentina Lorena Olivares Licuime

 

 

Elvira Hernández, poeta nómade

 

El libro que hoy presentamos es epítome del exhaustivo trabajo impulsado hace cuatro años por el poeta y profesor Luis Correa-Díaz (University of Georgia/Academia Chilena de la Lengua) en complicidad con las colegas, editoras invitadas, María Ángeles Pérez López (Universidad de Salamanca) y Biviana Hernández Ojeda (Universidad de Concepción). Las autorías que se recopilan y confluyen en este conjunto de estudios asedian, en perspectiva crítica, las líneas y fisuras de una voz fundamental de la poesía chilena, Premio Nacional de Literatura 2024: Elvira Hernández (Lebu, 1951), quien es signada en el registro civil como Rosa María Teresa Adriasola Olave (“la que anda sola”). Hoy, para suerte nuestra, la autora nos acompaña en su doble presencia, la velada y la desvelada, y a juzgar por sus entrevistas y publicaciones recientes, constatamos con admiración que se mantiene tan lúcida e insurrecta como lo fuera en los años duros de la dictadura chilena: su palabra inquieta, eyectada como un cometa polisémico que no quiere desaparecer en el campo literario de la tensionada resistencia, ha mantenido en pie, pese a las presiones y hostigamientos propios de un aparato totalitario activo y devenido invisible, la posibilidad de seguir conjugando y torciendo los paisajes de la lengua, los repliegues de los nombres y advirtiendo sobre los límites de la tautología humana: mito, historia, nación, territorio, cuerpo, ley, pertenencia; en otros términos, la posibilidad de seguir especulando sobre nuestras representaciones urdidas entre lo cierto y lo incierto. A la usanza de Nietzsche: “tenemos el arte para que la verdad no acabe con nosotros”. Constatamos, pues, de allí esta imagen meteórica de su escritura, que su ejercicio poético nos devuelve cierta soltura imaginativa en el presente, la posibilidad de re-pensar el orden estatuido y a ratos obliterado del mundo, y su voz deviene en alerta y desarticulación tanto en el impune retorno democrático como en la neoromántica revuelta social de 2019, donde sus versos fueron, junto a otras voces como Víctor Jara y José Ángel Cuevas, primera línea discursiva.

 

De izq. a der.: Pedro Alfaro (Director del ILCL), Luis Correa-Díaz, Francisco Simon, Elvira Hernández, Andrés Melis Jiménez, Claudio Guerrero Valenzuela y Ana María Riveros.
Crédito de la foto: Valentina Lorena Olivares Licuime

 

En la introducción del libro, se plantea la idea fuerza de una bandera que es extranjera en su propio país y la de una poeta que representa la insurrección civil, estampas bio-poéticas que anuncian una escritura que “atraviesa el dolor como sobre un mapa en llamas”, reprocesando la idea de una nación, las subjetividades que se reproducen a su servicio, pero que al mismo tiempo, persigue la búsqueda de un quiebre estético permanente que refresque, transforme y reescenifique una fabla, desde la mimeografiada Bandera de Chile de 1981, que circuló de mano en mano hasta un decenio después, ¡Arre, Halley, Arre!, de 1987, primer libro formalmente publicado, hasta publicaciones recientes como Seudoaraucana (2010-2017), Pájaros desde mi ventana (2018) y Estado de sitio (2020), textos que abren arcos de interpretación sorprendentes sobre su obra y sus lectores, donde la crisis derivada del antropocentrismo y la debacle del sueño moderno se marida en ensueños míticos y falseos subalternos. Estas primeras pistas deslizadas por los editores continúan, como un mantra, insistiendo en que su escritura experimenta con el lenguaje, apelando al cuerpo en su sentido personal, social y simbólico: “la bandera, la ciudad, el territorio, el cuerpo, incluso una especie de proto-selfie, se dejan a cargo de las propias palabras en sus poemas, lejanas a cualquier neo-concretismo de ocasión” (2). Ateridas a la agitación de la pertenencia y del cuerpo (cuerpo que no pertenece, que duele y que fabla) sus versos nos guían a una relación consciente y lúdica del lenguaje con el mundo, de la palabra con el cuerpo, del mapa con el territorio. Elvira, “la del bardo estertor”, “autora de sí misma”, se resuelve en una escritura que pareciera apelar a un estado original de las cosas, consciente de que el mundo no es, necesariamente, el signo, lo que parece: el engaño de las ficciones. Una poesía que conoce muy bien el secreto de los cartógrafos, sus dibujos que traicionan la conexión entre lo divino y lo humano, lo celeste y lo terrestre (…), donde fuera del campo de las representaciones pareciera enfrentarnos a la mismísima nada. Lo que queda fuera de la cartografía parece no ser más que, en el decir de Michel Onfray, “agua, y después, vacío”. Hablamos, pues, de una poeta de un cuerpo consciente de las contra-cartografías de los símbolos y los nombres que nos advierte: “A veces se disfarsa la Bandera de Chile”, y la metátesis que juega con los sentidos del disfraz y la farsa nos libera de una pesada carga ideológica que busca perpetuarse en los sentidos. El movimiento, el desplazamiento como estrategia insurrecta, la genuina verdad nómade, pareciera teñir la urdimbre de su ejercicio.

La presentación del libro que hoy se lanza, por cierto, se conecta con mi reciente lectura del autor arriba aludido, Michel Onfray, que en sus ensayos recopilados como Teoría del viaje. Poética de la geografía (2016) hace un bello cruce entre el espíritu del viajero, lector de lo intermedio, lo no signado, y el espíritu del artista, cuyo ojo instintivo vale más que la inteligencia cerebral de los consagrados al concepto, “pues el viajero necesita menos una capacidad teórica que una aptitud para la visión”. Con esta lítote de clave ensayística, Onfray prosigue la idea del cuerpo como fuente productora del poeta-viajero, quien trabaja “al modo de los metales bajo la mordedura del sol”. Y continúa: “Sumido en la evidencia de los elementos, [el cuerpo] se mueve, se dilata, se tensa, se distiende y modifica sus volúmenes”. Un poeta-cuerpo-viajero cuyos pliegues físicos, sus órganos y porosidades se extienden y se replieguen en un tiempo propio, que burla los tiempos antojadizos del capitalismo y sabe que las geologías, la tierra eterna y telúrica, sobrevivirá a los delirios de una cultura autodestructiva y al artificial tempo humano, pues ese espíritu de los valles seguirá, después de todo, ritmando al compás del largo intestino del mundo. El movimiento, pues, del viajero, en cruce con la lectura de Elvira, y que concentra los tropismos milenarios: “No se hace uno nómada impenitente si no es instruido en propia carne, en las horas en que el vientre materno es redondo como un globo, un mapamundi”. El capitalismo ―ese poder que levanta poblados, sociedades, leyes, Estados y religiones que ritman los tiempos del trabajo y del ocio― continúa, “y en él puede nacer la eclosión de la prisión. Todo lo que rechaza ese nuevo orden se opone a lo social: el nómada inquieta a los poderes, se convierte en el incontrolable, el electrón libre imposible de seguir y, por lo tanto, de fijar, de asignar”.

 

 

En sintonía con esta idea, el arte poética con el que Elvira refresca en nosotros la consciencia de un cuerpo nómade es consciente de sus tatuajes (también pienso en la escritura como río tatuado, en la evocación de Eduardo Milán) y del poder de los lenguajes que sacude, mueve; en suma, ese arte es una escritura vibrante, lo que constatamos en el “Arte poética” con el que la autora abre Actas Urbe (2013):

Tantear, tactar, quizá como un bardo antiguo o una machi en trance que vienen tocando por miles de años algo que pareciera seguir estando ante nuestros ojos (…) Escribir es, para quien escribe esas líneas, un estar cautiva que compromete no solo a la mano sino a todo el cuerpo al sometimiento de las palabras, a la aceptación de ‘el más terrible de los bienes’. Entonces, no se puede pensar, ante un vínculo tan íntimo, que el aprendizaje de técnicas poéticas pueda encaminarnos a tocar fondo, fibra humana, sentido, sinsentido, o ese mismo fondo que no se sabe qué. Es la extrañeza de las palabras y de lo que vivimos, su irrupción desconocida, ‘ese preguntar que nos ata’.

 

La escritura de Elvira, entonces, siguiendo a Milán, se declara inocente frente a la función depredadora de la escritura, pero a su vez, como la gesticulación de la mano, logra partir aguas. Particiones que signan, por ejemplo, en la definición de Homi Bhabha, las fuerzas simbólicas de las naciones, mientras ahí, ficticia, ríe, la bandera de Chile.

En diálogo con este principio, encontramos investigaciones muy interesantes que, por supuesto, agudizan el asedio a la obra de Elvira repensando su obra en toda su versatilidad. Por ejemplo, para Francisco Simón, aquí presente, Elvira es una poeta-ciudadana cuya obra revela el conflicto de las tradiciones mestizas repudiadas: la poesía como una querella democrática. Para Ana María Riveros, por otra parte y también presente en este auditorio, Elvira es una poeta-huidiza que aparece y desaparece de los intersticios de la materia discursiva donde se funde el sistema dominante, y entonces escribir es escribir para recuperar la subjetividad subyacente. Para Francisca Rojas Bahamondes, Elvira deviene poeta-máquina que reprocesa la palabra circulante, vaciada de sentido en el espacio virtual y desarraigado en los extrarradios neoliberales; se escribe para conocer el significado de lo ausente, como lo hiciera también el poeta-mago Jorge Teillier. Para María Inés Zaldívar, Elvira es una poeta-geómetra que, como Giorgio de Chirico, traza los dilemas de la polis degradada, el advenimiento de los nuevos tiempos urbanos. Para Claudio Guerreo Valenzuela, aquí presente igualmente, Elvira es una poeta-pez, o una poeta pejesapo, que tiene consciencia crítica y descubre la lengua materna en la materialidad de su propio cuerpo, rechazando toda cancelación del futuro, toda negación de un nuevo orden; se escribe para recuperar una gramática propia. Para María Ángeles Pérez López, Elvira es una poeta-arma cuyas balas son sus propios versos; se escribe para trizar las formas culturales, las muescas del español. Para Marcelo Pellegrini, Elvira es una poeta cometa que en la consciencia del lenguaje recupera su ser político. Para Macarena Urzúa Opazo, Elvira es una poeta-trotadora, que corcovea, cual caballo indomable, hacia los ínfimos recodos del universo.

 

 

Tienen los editores, la amabilidad y el acierto de agregar a este trabajo monumental de 340 páginas, que incluye 15 artículos investigativos, una hermosa entrevista donde la autora conversa con Ramón Lizana Ramírez, en el año 2021, y confiesa que en su infancia “El cielo nocturno y su mundo fueron otra vida”; a la vez que se incluye un epílogo escrito por Tulio Mendoza Belio, una bibliografía comprehensiva de y sobre Elvira Hernández, elaborada por Laura D. Shedenhelm; y finalmente se presentan poemas inéditos que la autora facilitara para un Addendum titulado Bajo el ala de la ola (selección), en el que nos deleitamos, precisamente, con un juego de navegaciones y extravíos, donde Elvira ratifica, en clave metafísica y filosófica, su poesía nómade, incombustible e insomne:

Se ha hecho manida costumbre

destrozar la embarcación sobre rocas.

De hacer lo que no se tiene que hacer.

De maniobrar con total impericia.

Platón diría que el piloto

no sabe dónde se encuentra el timón.

Que esta gran metáfora

de navegación de la sociedad

es un quebradero de cabeza.

Que el amotinamiento es

un estado permanente.

Que encallamos de nuevo.

Que hay que tirarse al mar

subir a los palos

o achicar y achicar

con lo que se encuentre. (334)

 

 

Bibliografía:

Bhabha, Homi. Nación y narración. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010.

Onfray, Michel. Teoría del viaje. Poética de la geografía. Madrid: Taurus, 2016.

 

 

 

 

 

*Poeta, investigador y docente. Doctor en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile). En la actualidad, es Profesor de Lengua y Literatura en el Colegio Alemán de Valparaíso, y como docente en la carrera de Pedagogía en Lengua y Literatura en la Universidad de Valparaíso. Ha publicado, junto a Ana María Riveros, Seguires. Obra Reunida de A. Bresky (2019) y en poesía La emoción que sucede al fuego (2023).

 

 

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