Constantes poéticas. La poesía de Carlos Alcorta

Constantes poéticas.

La poesía de Carlos Alcorta

 

 

Por: Rafael Fombellida

Crédito de la foto: http://fernandosarria.blogspot.com

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La poesía de Carlos Alcorta (Torrelavega, España, 1959), quintaesenciada, seleccionada, extraída como el mármol de una cantera o el metal de una mina, de entre su prolongada trayectoria poética, ha sido recogida en una antología esencial que muestra en su título una decidida declaración de intenciones: «Ejes cardinales». Cardinales son los puntos que designan la situación de un ser en el espacio; eje es ese centro en torno al cual las cosas rotan como indagándose a sí mismas, como esa huella que persigue su rastro siempre en busca de sí y consigo como médula.

 

La recopilación abarca un arco cronológico no demasiado extenso: 1997-2012. Quince años de producción de los cuales ha excluido aquellos períodos o libros que, por desacuerdo con su propia voz, o por alejamiento de su poesía más temprana; o bien por criterios formales o estéticos, no redundan en la configuración de un timbre perceptiblemente personal, cuyas intenciones y procesos poéticos han ido vertebrándose, alterados únicamente por matices, desde el primer volumen representado, Cuestiones personales, de 1997, hasta los poemas inéditos que constituyen un anticipo del que será su libro próximo, Ahora es la noche, y cuya fecha de referencia es 2012.

 

No se ha atenido pues, con mucho acierto, a aquella opinión que el poeta polaco Tadeusz Rożewicz emitió acerca de sus poemas más lejanos: “No me reconozco en ellos, pero tampoco puedo renunciar a ellos”. No es renuncia, o expulsión, la decisión de Alcorta, convenientemente explicada en una nota de autor. Es favorecer el hecho de que un libro de libros escritos a lo largo del tiempo, como es «Ejes cardinales», pueda ser leído también como perfectamente orgánico, unitario, con inflexiones, pero sin altibajos ni fisuras; que un libro de poemas, en su mayor parte ya conocidos por el lector, pueda adecuadamente parecer un libro novedoso.

 

El responsable de la edición, profesor de la Universidad de Oviedo Leopoldo Sánchez Torre, ha recorrido y examinado ese corpus mayor de la poesía de Alcorta que cronológicamente se ubica en el período mencionado. Su compilación es un muestreo sustancial; la setentena de poemas incluidos en esta edición señalan los procesos técnicos e intelectuales de una poesía asentada en la autorreferencialidad, en la tensión dramática entre sujeto y mundo, y en la búsqueda incesante, angustiosa en ocasiones, agradecida en otras, de la identidad propia y de la ubicación de ese sujeto en un espacio y un tiempo que le han sido dados. Una poesía que, partiendo de un impulso confesional, sabe de modo eficaz emplear recursos distanciadores, regular la separación entre el rostro y sus máscaras para que el poema no caiga en la celada del desahogo o de la falacia patética.

 

La poesía de Alcorta es de una estirpe que sabe combinar capacidad simbolizadora y racionalidad. No es una poesía que arraigue su entraña en la imaginación, en la metáfora afortunada o en la sacudida de algún verso aislado, bien eufónico, bien sentencioso. Su poder reside en su competencia meditativa, en la suficiencia reflexiva que desarrolla a partir, generalmente, de un suceso, o anécdota, aparentemente aleatorios. Aguardando de manera inesperada en la exterioridad del mundo, la mirada, esa vertiente contemplativa del poeta, capta y recoge la chispa que va a prender el incendio del poema. El suceso, por insignificante que pudiera parecer a los ojos de cualquier mortal, se traduce mediante la aptitud perceptiva del observador en un hecho de trascendencia simbólica. El poeta lo prende en su red y lo transforma en una vía de penetración del entorno en el dominio interior del pensamiento. Este punto de arranque que puede esconderse en la naturaleza, el laberinto urbano, una autopista, cualquier actividad humana propia o ajena, o el mismo microcosmos doméstico, activa el mecanismo introspectivo del poeta, verdadera razón de ser del texto y justificación de su escritura. Es aquí donde lo externo se encuentra con su eje cardinal, y donde se somete a exploración todo lo visto, vivido, leído y recordado. En una poesía de fundamento existencial como es la de Alcorta, la indagación moral; el buceo insistente en la propia conciencia; la expiación o la consolación; la experiencia del amor o del deseo con sus luces y penumbras; la ávida búsqueda de un absoluto que mitigue la disociación entre ser y mundo y restañe las grietas de esa desconexión; el peso de una memoria que puede aparecer disforme, o alterada; las turbulencias del ser, su desconcierto o su avenencia con la realidad, o la simple alegría de estar y de existir son verdaderos ejes cardinales de una lírica que no se conforma con la belleza y busca la verdad. Una verdad personal que se sustenta en la mirada y el autorreconocimiento; que tropieza a menudo con la contradicción y la ininteligibilidad del ser y del entorno, lo cual genera cierta frustración en quien anhela claridad; una verdad que reclama con insistencia un lector cómplice que complete y dé sentido a la acción comunicativa, pues la poesía de Alcorta, que tiene como base la realidad (y recordemos aquel axioma de Wallace Stevens, “La realidad sólo es la base, pero es la base”) busca un interlocutor físico que comprenda y comparta su experiencia poética. Aunque a veces le asalten las dudas razonables y crea en la veraz posibilidad de que el lector, con su acción construye un poema diferente con las mismas palabras.

 

El desarrollo de un tipo poemático meditativo exige un orden formal y una claridad expositiva que Alcorta cumple en su justa medida. El poema despliega una línea argumentativa, y se devana con el tono cercano de un monólogo o de una conversación, sin fragmentarismos, rupturas sintácticas, brusquedades o estridencias. Habla el poema en voz baja y habla con amplitud, no siendo rara la subordinación oracional, demorándose en detalles descriptivos puestos al servicio de una creación ambiental en cuyo escenario la reflexión tiene su espacio. Es profusa, y precisa la adjetivación, como lo es en general la riqueza verbal, pues el poeta muestra cuidado en la defensa del lenguaje como instrumento de interpretación y expresión. No renuncia, ya lo hemos escrito, al empleo de la máscara o del testaferro, tras los que siempre asoma el yo biográfico en un plano más o menos distanciado. Yo biográfico que se descubre sin ambages en otros textos de este libro.

 

Podríamos concluir afirmando que, si bien la experiencia es la base efectiva del poema, en el trayecto de su escritura el poeta trasciende toda evidencia externa y avanza hacia un fundamento de raíz metafísica, de pensamiento interrogativo, inquisitivo, que anhela clarificación y se agita, muchas veces y de manera lúcida, en el drama de la escisión, la contradicción y la duda. Podríamos hablar de realidad transfigurada, de inquietud filosófica, de aspiración al conocimiento poético. Mención aparte merece la indagación metapoética. La escritura misma es recurrente objeto de su propósito. Escribir la escritura es labor en la que Alcorta traslada su exploración al propio medio en que se expresa, incidiendo en su perentoria necesidad y exigiéndola con el respeto y la firmeza que merece lo que es cimiento de una vocación.

 

El mundo en torno al cual rotan los ejes cardinales de la poesía de Carlos Alcorta es un orbe dramático, incoherente, esquivo, pero también armónico, equilibrado y bello. Todo por partes y en abierta contradicción. Escribir en la fractura, interrogándose, queriendo conocer y conocerse, es el núcleo de su trabajo, una de las propuestas poéticas más coherentes de la actualidad.

 

 

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*Rafael Fombellida (1959). Sus últimos libros de poesía publicados son Deudas de juego (Valencia, 2001), Norte magnético (Barcelona, 2003), Canción oscura (Valencia, 2007), Montaña roja (Zaragoza, 2008) y Violeta profundo (Sevilla, 2012). Es autor también de la antología La propia voz, poemas escogidos 1985-2005 (Santander, 2006) y del dietario Isla Decepción (Valencia, 2010). Su poesía ha sido antologada en España, México y Bélgica. Algunos poemas han sido traducidos al francés y al polaco. Ha obtenido varios premios internacionales, ejerce la crítica en medios culturales y es habitual en proyectos de edición y gestión.