Tres poemas de Nancy Cunard, la poeta de la guerra

 

Nota introductoria por Sofía Nowendsztern*

Traducción al español por Sofía Nowendsztern

Crédito de la foto Man Ray

 

 

Tres poemas de Nancy Cunard, la poeta de la guerra

 

 

Tanto si se trataba de describir las grandes catástrofes históricas de las cuales fue testigo, como de descifrar el profundo dolor de su vida sentimental, Nancy Cunard** utilizaba casi siempre el imaginario de la guerra y sus terribles consecuencias como fundamento de su poesía. No es algo que deba extrañar si se tiene en cuenta que Cunard, nacida en 1896, fue testigo presencial de la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil española (razón por la cual coeditó con Pablo Neruda en 1937, Los poetas del mundo defienden al pueblo español) y la Segunda Guerra Mundial.

De familia aristocrática, fue mecenas y amiga de los grandes artistas de la época provenientes de Estados Unidos y Europa (como es el caso de Tristan Tzara, Mina Loy, Ezra Pound, Ernest Hemingway, James Joyce y Aldous Huxley, entre otros), así como activista y defensora de los derechos de la mujer, la erradicación del racismo y la búsqueda de políticas pacifistas.

 

La poeta Nancy Cunard en la imprenta

 

Su obra suele ser descrita como “un proyecto modernista trasnacional”, debido a sus esfuerzos por dar a conocer al público anglosajón la vanguardia francesa y por generar una poesía rica en descripciones de uno y otro lado del mundo.

Lamentablemente, tras 100 años de la publicación de varios de sus poemas, su figura sigue siendo desconocida para los lectores hispanohablantes. Sin embargo, sus poemas aquí recogidos dan una muestra de lo atemporal y certero de sus palabras.

 

(De izq. a der.) El artista John Banting, la poeta Nancy Cunard y el escritor Taylor Gordon, en Harlem (EE. UU.), 1943.

 

3 poemas de Nancy Cunard

 

 

Guerra (1921)

 

Y seguimos con nuestra vida mientras otros mueren por nosotros;

Una vida que, en la gloria del dulce verano, todavía

ignora la muerte, pero que sabe que la vida será

despiadada con ellos – y, en consecuencia, con nosotros.

Demasiada sangre valiosa yace en los campos de batalla,

Demasiadas coronas son hechas para un solemne pesar;

Nos levantamos del llanto, y el cruel mañana

no puede hacer otra cosa que ceder a un mayor dolor.

Todavía no ha surgido ningún dios que con justo

y firme juicio detenga este curso de la guerra

y haga cesar la destrucción; diciendo:

“La ley de la naturaleza ha sido largamente quebrantada”.

Todavía nadie se ha atrevido a extender una mano poderosa,

a ordenarle a la Muerte que se marche,

a romper la corriente de este mundo de desesperación.

 

 

 

El asedio (1923)

 

Todo el día las multitudes han golpeado la puerta

que frunce el ceño, inflexible aún ante su ira;

Un solitario centinela se queda de guardia

sobre las murallas, armado con resistencia.

La mañana tranquila de una primavera hastiada

despertó ante el repentino clamor de los enemigos

que rebeldes surgieron con gritos implacables

de cada silencioso rincón del lejano horizonte

aullando como sabuesos hambrientos de matanza.

Al mediodía lucharon con espeluznantes bocas abiertas,

y entraron de nuevo en ese resplandor de agonía

El sol cayó antes de su regia muerte.

Ahora en la tarde, el centinela,

sobreviviente solitario sobre el campo de batalla,

ha desfallecido, extenuado por la lucha.

El rey escondido, cuyos cortesanos huyeron,

se ve a sí mismo prisionero de su propio castillo,

avanza sobre las almenas, habla con franqueza

a su último seguidor; todavía el calvario

rabia debajo de ellos – y alrededor de mi corazón también.

El castillo es mi corazón y yo el prisionero

que avanza hacia el centinela de su esperanza.

Las lanzas de la memoria y la aprehensión

son nítidas en el crepúsculo que nos rodea;

Pero hemos construido nuestras paredes de cosas inmortales,

Sus raíces se adentran en el suelo de la eternidad –

¡No cedas, porque la vida se fortalece con tal perseverancia!

Entonces lloraremos el uno frente al otro, y de nuevo

nos enfrentaremos a los arrasadores batallones de la adversidad.

 

La poeta Nancy Cunard.
Crédito de la foto Man Ray

 

Un exilio (1923)

 

Ni miedo ni esperanza tenía él, sólo la mirada de la paciencia

enmascarando la emoción; sí, el alma misma

fue escondida eternamente, y hacia atrás se arrastraban

los anhelos diarios, las llamas encendidas del deseo

que iban hacia adentro, para ser encerradas en la ardiente celda.

El amor se movió allí con cautela como un prisionero

tan a menudo desconcertado en el conflicto, helado por la duda

y martirizado, desvaneciéndose en su dolorosa cruz.

Nunca levantó las manos para apoderarse y abrazar la aventura;

Pero en el silencio esperaría a que la vida

llegase haciendo señas, liberándolo

de la imposición de las voces furtivas de la memoria.

Los salvajes, los impacientes y los más pródigos,

incluso aquellos que juzgaron que esta naturaleza era profunda,

pausaron por un momento reflexionando, sacudiendo

la cabeza, diciendo: “Este es un sombrío destierro –

Puesto que la soledad envuelve a este hombre”.

 

 

 

 

 

*(Argentina, 1995). Poeta, profesora y traductora. Reside en Madrid (España) desde 2003. Es licenciada en Estudios semíticos e islámicos (UCM), magíster en Estudios literarios (UCM) y, en la actualidad, cursa un doctorado. Ha publicado artículos en el libro Marginalidades (2019), del que fue una de las editoras, y en las revistas digitales FronteraD y Vallejo & Co. Su poema “Quizá vuelvan” se encuentra en el número “Multitudes”, de la revista Caligrama (2018). 13 poemas de su poemario Desahucios, fueron publicados por Vallejo & Co. (2020). En 2022, participará en la antología de poesía Todos los dioses: Antología panhispánica de poesía joven del siglo XXI, coordinada por Casa Bukowski.

 

 

 

**(Leicestershire-Inglaterra, 1896 – París-Francia, 1965). Poeta, editora y periodista. Desde 1927 residió en Normandía (Francia), donde fundó la editorial Hours Press que publicó a autores tan reconocidos como Robert Graves, Samuel Beckett, Ezra Pound, Williams Carlos Williams, Ernest Hemingway o Laura Riding. Es una de las pioneras de la lucha contra el racismo en EE.UU. convirtiéndose en una activista política por los derechos civiles, editando Black Man and White Ladyship (1931) y la antología Negro (1934). Fue corresponsal de guerra para el diario Manchester Guardian durante la Guerra Civil Española (1936). Su alcoholismo y problemas de salud la llevaron a ser internada en un sanatorio inglés en 1960. Fue encontrada inconsciente en 1965 en las calles de París, donde murió. Publicó en poesía Outlaws (1921), Sublunary (1923), Parallax (1925), Poems (Two) (1925), Poems (1930), Poems for France (1944); y en biografía Grand Man: Memories of Norman Douglas (1954), GM: Memories of George Moore (1956) y la autobiografía These Were the Hours: Memories of My Hours Press, Réanville and Paris, 1928–1931 (1969).