Texto por Chiara De Luca
Poemas por Stefano Serri*
Traducción al español por Chiara De Luca
Crédito de la foto (izq.) www.poesiafestival.it /
(der.) Edizioni Kolibris
Sobre Busco casa (2020),
de Stefano Serri + 7 poemas
En su intenso prólogo a la edición italiana de Você está aqui de João Luís Barreto Guimarães (2020), que también es una declaración de poética, Stefano Serri introdujo la espléndida imagen de los “poetas de las barandillas”, los que se asoman valientemente, apuntando a un vuelo siempre un poco más alto de lo que les permitiría el aliento que tienen en el cuerpo. Sin freno, sin miedo a caer. Son los seguidores de la mirada, siempre listos a acoger la visión dondequiera que se manifieste.
Todo para Stefano Serri es poetizable, cada cosa del mundo le habla en una lengua secreta que sólo el esperanto de la poesía puede codificar. Serri es un poeta verdadero, porque siempre lo es. No existe una clara distinción entre su profesión de enfermero y el oficio de escribir. El lenguaje es un cuerpo que el poeta cuida cada momento en el turno de noche de su laboratorio. Serri es un lector, traductor y escritor prolífico, pero no hay sombra de aproximación en nada de lo que sale de su pluma, nada suena forzado u ocasional. Tanto si el poeta habla de política como de naturaleza, de Aldo Moro, como de Liu Xiaobo, tanto si se detiene en pequeños objetos de la vida cotidiana como en acontecimientos y rostros de la infancia, tanto si describe lo habitual de su tierra natal como la sorpresa de aquellas visitadas como viajero, la escritura de Serri siempre nace del compromiso, que presupone una atención maníaca a la elección de cada palabra y a la búsqueda constante de la correcta partitura, que su poesía sigue fielmente, dibujando una inconfundible música en el aire. Cada verso está cumplido y tiende hacia el equilibrio de una perfección inalcanzable, es decir el horizonte al que apunta la mirada, que se encuentra más allá de la barandilla que frena el vuelo sin lograr detenirlo. Cada libro de Stefano Serri subtiende un proyecto ambicioso, llevado a capo de manera puntual y rigurosa. Ninguna de estas obras es una “colección” de poemas. Cada una es un discurso dirigido con confianza al lector y un diálogo entre el aquí y el otro lugar: todo lo que pasa demasiado rápidamente para que se vea, de lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande. Tanto si se encuentra detrás del microscopio como detrás del catalejo, la mirada del poeta está tendida a nombrar, hospedar las cosas en el lenguaje. La casa tiene cimientos sólidos arraigados en la tradición, pero no tiene elementos de diseño estándar. Serán suficientes el tiempo y la memoria, la luz, el aire y la energía del viento del discurso. El poeta será quien la adornará con gracia y sencillez con objetos que hablan de su ocupante a los huéspedes y a los callejeros que pasan por la calle con ojos sinceros.
Allí podrán hojear los álbumes de fotografías que representan las grandes obras del Humano y su santuario personal, el horror y la maravilla de la Historia, las manos de la abuela y sus fugas de niño. Allí podrán escuchar la música del verso, la armonía que nos sorprende en lo cotidiano y el silencio altisonante de la nieve. La casa del poeta no le pertenece. Es de quien decide llamar, de quien lee con sorpresa su propio nombre en el buzón, y decide entrar descalzo para escuchar.
Al escribir el poeta ya hizo su parte, preparando la comida y el refrigerio para el desconocido peregrino del cual sus palabras se cuidarán con la misma atención con la que el poeta les dio nombre a las cosas.
7 poemas de Busco casa (2020)
Busco casa
La querría pequeña, entre otras,
como entre ancianas en el banco.
Sin aparcamiento, sólo tengo dos zapatos.
Un balcón, calor al atardecer,
donde planear la amistad entre
unos jarrones que no recuerdan
las semillas que había puesto él.
Todo amueblado, si se puede,
con los halos, el reloj, el viento
y los que amo en el sofá:
miraré las manos, no la pared.
En el garaje de vez en cuando se puede llorar.
No la compro. Pagaré el alquiler
a un hombre que vive lejos.
En la pared, una guitarra. No toco
pero sé que la armonía es cosa repentina
de cada día. El gato no sirve
solamente vagabundos con los ojos sinceros.
En el buzón vuestro nombre.
Me escapé a solas
El primer llanto sin cosa llorada,
una tarde mientras el sol
demostraba ser el más fuerte
y se tragaba nosotros y nuestras sombras,
no hay ningún oponente que todavía se asoma:
son las cuatro, el tiempo explotó.
Me escapé a solas, llorando.
Yo en el jardín no sé entrar,
demasiado afilado el marco verde
de este cuadro quemado, estoy rechazado.
Un animal enorme destrucción
vista en la televisión, donde el monstruo
antes de ser derrotado mata
y maldice a los vivos sin remedio.
Ningún héroe nos devuelve.
Errar a los siete años desesperados
que tarde o temprano se puedan detener
los días, sin puerta y cerrada,
como debajo de una cama sin más mantas
ese día me lloraron.
Patio
Mi abuela vivía en un valle de grava.
La veía olvidarme la oía salir
convertirse en un bloque cada día
seca sin romperse en el medio.
Adelgazaba y perdía todas las arrugas.
No sé si son sueños o infiernos
los ancianos que dicen dementes:
de ellos se queda una duda alada
entre los ojos que con cada latido
se cierran de otra manera.
La veía olvidada en la silla: vena
de sangre sin enchufe y en el baño
sucio dentro y fuera y en las manos olores
a fatiga – no se cura una mancha pura.
Con billetes un poco amarillentos un beso
con mil liras me pagaba el paraíso.
Al final de la avenida
Mi casa es un atlas al revés
al final de la avenida comienza la vida
con un cielo más largo que el césped.
De la biblioteca de las luces
tomo el volumen más lejano
y hay una historia: la alegría.
En la pared el tiempo tampoco
sabe dónde apoyarse, el amor
deja un halo en el estante.
En la parte trasera al pie de la escalera
hay una carta abierta y rota.
Eran dos líneas, pero sin despedida.
Los ojos elegidos
Después de verlo, me se abrió
un momento energético, incierto
entre desaparecer todo y hacerme dentro
un deseo del mañana.
Ver los ojos elegidos es un sacramento:
la media verdad que entera falta:
amar
es un gran trepar y hacer frondas,
búsqueda aérea y luego caes en un cuerpo
y si te roza, es una aguja incontrolada.
No sabíamos que incluso sin alas
en el aire estamos listos: y nos descubrimos
más parecidos a la tierra que a la materia.
Poema país
El idioma se convierte en mi único país.
Y yo que me creía huérfano me descubro
clase departamento núcleo sección
oportunidad necesaria, hermano de un muro
que el sol ni siquiera logró calentar,
gemela criatura de cada peatón.
(la primera a la derecha sigue recto a la rotonda
después de la curva la segunda a la derecha
al final de una calle cerrada hay un patio
la casa verde es mía: vivo en el primer piso)
Un libro abierto es el último andamio
que crea una arquitectura de salvación.
Pertenezco a mis ídolos – el cuaderno cuadriculado
de mi primera escuela, la carrera en el patio,
la parada debajo de la higuera que madura,
el parque de la biblioteca en el sótano
(mi primera alegre sepultura):
Pero los ídolos no son más que detalles.
Lo que nos llena son los demás:
lo vertical se descubre horizontal
en un país comienza la poesía
y un poema es el comienzo de un país.
Mi santuario
Donde están la cruz y el altar
las banderas no tienen sentido.
En el santuario voy a rezar
y me quito las máscaras del corazón.
A veces hay oscuridad y nadie
en el banco de al lado. Sentirme solo
tiene casi un sabor de bueno
con un dios que abre sus brazos.
Mi santuario parece diferente
del muy bien exhibido en la cara
de los partidos publicanos obsesionados
por el censo el amor y la fe,
por quién sea digno de besar la cruz o no.
Cuando a Dios le pido todo el perdón
no le pido disculpas a ningún partido.
Salgo por la puerta de atrás y la cierro sin ruido–
algo resiste: la madera es cristiana
y todo se queda abierto, todo iglesia.
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(Texto y poemas en su idioma original, italiano)
Su Cerco casa (2020),
di Stefano Serri
Nella sua intensa prefazione a Tu sei qui di João Luís Barreto Guimarães, che è anche una dichiarazione di poetica, Stefano Serri ha introdotto la splendida immagine dei “poeti delle ringhiere”, quelli che si sporgono coraggiosamente, mirando a un volo sempre un po’ più alto di quello che permetterebbe loro il fiato che hanno in corpo. Senza freno, senza la paura di cadere. Sono i seguaci dello sguardo, sempre pronti ad accogliere la visione ovunque si manifesti.
Tutto per Stefano Serri è poetizzabile, ogni cosa del mondo gli parla in una lingua segreta che solo l’esperanto della poesia può codificare. Serri è un poeta vero, perché lo è sempre. Non esiste netta demarcazione tra la sua professione di infermiere e il mestiere di scrivere. Il linguaggio è un corpo di cui il poeta si prende cura a ogni istante nel turno di notte del suo laboratorio. Serri è lettore, traduttore e scrittore prolifico, ma non c’è ombra di approssimazione in nulla di quello che esce dalla sua penna, nulla di forzato oppure occasionale. Che parli di politica o natura, di Aldo Moro, o Liu Xiaobo, che si soffermi su piccoli oggetti del quotidiano o su eventi e volti dell’infanzia, che descriva il consueto della sua terra natale o la sorpresa di quelle visitate da viaggiatore, la scrittura di Serri è impegno, che presuppone un’attenzione maniacale alla scelta delle singole parole, la costante ricerca di una partitura, che la sua poesia segue fedele, disegnano una inconfondibile musica nell’aria. Ogni verso è compiuto e tende all’equilibrio di una irraggiungibile perfezione, quell’orizzonte cui tende lo sguardo al di là della ringhiera che frena ma non ferma il volo. Ogni libro di Stefano Serri sottende un progetto ambizioso, portato avanti in modo puntuale e rigoroso. Nessuno è una “raccolta” di poesia. Ognuno è un discorso rivolto con fiducia al lettore e un dialogo tra qui e l’altrove: tutto quello che passando in fretta non si vede, dall’infinitamente piccolo all’infinitamente grande. Che sia dietro al microscopio o al cannocchiale, lo sguardo del poeta è tutto teso a nominare: ospitare nel linguaggio le cose. La casa ha fondamenta solide radicate nella tradizione, ma non presenta elementi standard di design. Basteranno il tempo e la memoria, la luce, l’aria e l’energia del vento del discorso. Sarà il poeta ad adornarla con grazia e semplicità di oggetti che raccontano il suo occupante agli ospiti e ai randagi che passano con occhi sinceri sulla strada.
Lì potranno sfogliare gli album di fotografie che ritraggono le grandi opere dell’Umano e il suo personale santuario, l’orrore e la meraviglia della Storia, le mani della nonna e le fughe di bambino. Lì potranno ascoltare la musica del verso, l’armonia che ci sorprende nel quotidiano e il silenzio altisonante della neve. La casa che abita il poeta non gli appartiene. È di chi decide di bussare, di chi legge con sorpresa sulla cassetta della posta il proprio nome, e sceglie di entrare a piedi nudi ad ascoltare.
Nello scrivere il poeta ha già fatto la sua parte, ha preparato le cibarie e il ristoro per lo sconosciuto pellegrino di cui le sue parole si prenderanno cura con la stessa attenzione con cui il poeta ha reso loro nome.
7 poesie di Cerco casa (2020),
di Stefano Serri
Cerco casa
La vorrei piccola, in mezzo ad altre
come tra vecchie sulla panchina.
Niente parcheggio, ho solo due scarpe.
Un balcone, caldo verso sera,
dove architettare l’amicizia
tra qualche vaso che non ricorda
quali semi avevo messo dentro.
Tutto già arredato, se si riesce,
con gli aloni, l’orologio, il vento
e quelli che amo sul divano:
guarderò le mani, non il muro.
Nel garage puoi piangere ogni tanto.
Non la compro. Pagherò l’affitto
ad un uomo che abita lontano.
Al muro, una chitarra. Non suono
ma so che l’armonia è cosa improvvisa
di ogni giorno. Il gatto non serve
soltanto randagi con gli occhi sinceri.
Sulla buca della posta il vostro nome.
Sono scappato da solo
Il primo pianto senza cosa pianta,
in un pomeriggio mentre il sole
dimostrava di essere il più forte
e s’ingoiava noi e le nostre ombre,
nessun sfidante ancora ad affacciarsi:
sono le quattro, il tempo è esploso.
Sono scappato da solo, mentre piango.
Io nel giardino non so entrarci,
troppo affilata la cornice verde
di questo quadro arso, sto respinto.
Un’enorme animale distruzione
vista in televisione, dove il mostro
prima di essere sconfitto uccide
e maledice i vivi, senza rimedio.
Nessun eroe ci fa tornare indietro.
Errare a sette anni disperati
che prima o poi si possano fermare
i giorni, senza cancello e chiuso, ecco
come sotto un letto senza più coperte
quel giorno io sono stato pianto.
Cortile
Mia nonna abitava una valle di ghiaia.
La vedevo scordarmi la sentivo uscire
trasformarsi in un blocco ogni giorno
secca senza spezzarsi nel mezzo.
Dimagriva e perdeva ogni ruga.
Non so se siano sogni o inferni
gli anziani che dicono dementi:
di loro resta un dubbio alato
tra gli occhi che a ogni battito
si chiudono diversamente.
La vedevo scordata su sedia: vena
di sangue senza presa e nel bagno
sporco dentro e fuori e sulle mani odori
di fatica – non si cura una macchia pura.
Con banconote un po’ ingiallite un bacio
con mille lire mi pagava il paradiso.
In fondo al viale
La mia casa è un atlante capovolto
in fondo al viale comincia la vita
con un cielo più lungo del prato.
Dalla biblioteca delle luci
prendo il volume più lontano
e c’è una storia: la gioia.
Sulla parete anche il tempo
non sa dove appoggiarsi, l’amore
lascia un alone sulla mensola.
Sul retro ai piedi della scala
c’è una lettera aperta e strappata.
Erano due righe, ma senza addio.
Gli occhi giusti
Dopo avere visto lui mi si è schiuso
un energetico momento, incerto
se sparire tutto o farmi dentro
spuntare un desiderio del domani.
Vedere gli occhi giusti è un sacramento:
la mezza verità che intera manca:
amare
è un grande arrampicarsi e fare fronde,
ricerca aerea e poi cadi in un corpo
e se ti sfiora è un ago incontrollato.
Non sapevamo che anche senza ali
al volo siamo pronti: e ci scopriamo
più simili alla terra che a materia.
Poesia paese
La lingua diventa il mio unico paese.
E io che mi credevo orfano mi scopro
classe reparto nucleo sezione
necessaria occasione, fratello di un muro
che il sole neppure è riuscito a scaldare,
gemella creatura di ogni pedone.
(la prima a destra poi procedi alla rotonda dritto
dopo la curva è la seconda sempre a destra
trovi una strada chiusa in fondo c’è un cortile
la casa verde è mia: sto al primo piano)
Un libro aperto è l’ultimo ponteggio
che crea un’architettura di salvezza.
Appartengo ai miei idoli – il quaderno a quadri
della mia prima scuola, la corsa nel cortile,
la sosta sotto il fico che matura,
il parco della biblioteca interrata
(la mia prima solare sepoltura):
ma gli idoli non sono che dettagli.
Quello che ci riempie sono gli altri:
si scopre orizzontale il verticale
in un paese inizia la poesia
e una poesia è l’inizio di un paese.
Il mio santuario
Dove sono la croce e l’altare
non hanno senso le bandiere.
In santuario ci vado a pregare
e tolgo maschere dal cuore.
A volte c’è buio e nessuno
nel banco a fianco. Sentirmi solo
ha quasi un sapore di buono
con un dio che mi apre le braccia.
Sembra diverso il mio santuario
da quello messo bene in vista sulla faccia
di partiti pubblicani ossessionati
dal censimento dell’amore e della fede,
da chi è degno di baciare o no la croce.
Quando a Dio chiedo tutto il perdono
non domando scusa a nessun partito.
Esco dalla porta in fondo e chiudo piano –
qualcosa resiste: il legno è cristiano
e resta tutto aperto, tutto chiesa.
*(1980). Poeta, dramaturgo, ensayista, traductor y editor. Ha traducido y editado textos de Ernest Pépin, Jean-Baptiste Para, William Cliff, Hector de Saint-Denys Garneau, etc. Ha publicado en dramaturgia Eurovisione e altri testi teatrali (‘Eurovisión y otros textos teatrales’, 2018); en poesía Se ci fosse luce (‘Si hubiera luz’, 2019) y Cerco casa (‘Busco casa’, 2020); y en ensayo Idropatici. Storie di poeti e di liquori (‘Hidropáticos. Historias de poetas y licores’, 2020).
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*(1980). Poeta, saggista, traduttore e curatore. Ha tradotto e curato testi di Ernest Pépin, Jean-Baptiste Para, William Cliff, Hector de Saint-Denys Garneau e altri autori. Tra le sue ultime opere pubblicate sono Eurovisione e altri testi teatrali (2018), in poesie Se ci fosse luce (2019) e Cerco casa (2020) e il saggio Idropatici. Storie di poeti e di liquori (2020).