Por Teresa Cabrera Espinoza*
Crédito de la foto (Izq.) víctor mendivil/tell.pe
(Der.) carlos garcía/ tell.pe
Sobre Enemigo (2016),
de José Carlos Agüero
I
Somos víctimas de un afán de interpretar -sino, qué hacemos reunidos para hablar de este libro-.[1] En ese afán, una primera posibilidad es asignar a “enemigo” un personaje, individual o colectivo, o un rol, o una identidad, y en el extremo, una identidad nominal. Quiero decir: si el libro se llama Enemigo, ¿quién no quiere saber quién es enemigo o qué es el enemigo? Si consideramos los datos biográficos del autor, y el momento editorial, se nos ofrecen muchas pistas para asignar una identidad a “enemigo”.
Pero tenemos más y quizá mejores materiales para ello en el universo que genera el texto mismo, y en el proyecto de escritura que José Carlos Agüero inauguró con El nacimiento de los monstruos, su libro de 2010 y que continuó con Indiferencia de los elementos, su libro no firmado de 2013. Que en su momento el autor renunciara a la debida circulación de estos materiales dificulta que sus lectores tomen esta vía y casi por defecto o por necesidad se apoyen en un diálogo con los datos extraliterarios o con su hoy muy popular ensayo Los Rendidos.[2] Yo sugiero acercarnos a estas dos colecciones de poemas, y decidir frente a ellos la validez o el interés del discurso poético de Enemigo.
Cuando uno ha leído suficientes reseñistas de poesía, puede contagiarse un poco y decir que los poetas se manifiestan en su voz: la voz de las y los poetas es algo que se encuentra o se pierde, que se repite o se renueva, que se diluye o que se radicaliza, que se afirma o que se desecha en busca de una nueva forma de decir. La voz de José Carlos no es polar: está a medio camino de todas estas posibilidades. Con un tercer libro que para efectos prácticos podría considerarse el primero, quizá el suyo es un proyecto en re-escritura: no en vano el núcleo de poemas de Enemigo (la sección “Estirpe”) es un trasiego de Indiferencia de los elementos,[3] su libro pre-Los Rendidos.
Hay rupturas, claro, pero me concentraré en los materiales que se han transmitido de un libro a otro: el paisaje y el incendio como dos posibilidades de disolvencia material; el cuerpo, primero como un ensamblaje caprichoso, luego como el punto de partida para un desdoblamiento o una repetición que puede acabar como una monstruosidad. Y sobre todo el lenguaje, y su derrota resignificada en la aparición de lo caníbal.
Con el lenguaje derrotado, impotente, no solo se repliega el habla, sino también los dispositivos corporales del habla: el aparato del habla se resigna a ser el aparato que muerde, que come, que babea, que succiona. Es el caníbal de los dos primeros libros. En Enemigo, el lenguaje se aleja de lo caníbal apenas lo suficiente para cuestionar las jerarquías de la muerte. Este cuestionamiento recorre la primera sección del libro, “Inventario”, que enumera vivos y muertos, animales y humanos, sin aludir a su diferencia o a su situación, sino a su convivencia en un mismo plano y a su probable destino común: ser ceniza (“de todos los animales enredados en este infierno/ y que pierden el pellejo/ es la ceniza el animal que nos sobrevive”). Y eso es todo lo que puede hacer el lenguaje.
Lo que no puede hacer es escapar de las operaciones retóricas sobre el cuerpo. Si en El nacimiento de los monstruos los fragmentos del cuerpo aparecen como algo que puede combinarse o componerse con resultados no armónicos -y por ello difieren del cuerpo natural-, en Enemigo el cuerpo existe solo si se produce esta composición. Pero ya que esa composición es solo posible por obra del lenguaje, siempre será una composición fallida. En Enemigo el cuerpo físico es una unidad que se disgrega y que se reparte. Pero no es un reparto místico ni mítico del cuerpo. No se reparte en el sentido de la comunión, ni se trata del reparto de un cuerpo heroico y desmembrado que ha de volver a juntarse para incorporarse como cuerpo social y revertir el mundo. En la poética de José Carlos el cuerpo se reparte como se reparte una culpa. Y para decepción de quienes quieren encontrar aquí como en Los rendidos una literatura de la reconciliación, la mayoría de las veces esa culpa no es aceptada, siquiera recibida. Peor aún, ni siquiera es rechazada. Prima una indiferencia natural. Los que reparten el cuerpo son animales, insectos. Agentes sin culpa, sin otra misión que no sea la determinada por algo inscrito a la vez en su cuerpo, de antiguo, instintivo. Esto ocurre porque los hombres -que sí tienen voluntad- han sido incapaces de dar sepultura a sus semejantes. Los calcinan o los ocultan o los dejan a merced de los elementos. Que son igualmente indiferentes.
II
Puede decirse que en Enemigo hablan los muertos. Pero eso es solo una impresión.
Los poetas del perú post reforma agraria ampliaron el repertorio de voces posibles de representar en el lenguaje poético y junto con lo que pasaba fuera de la poesía, de lo representable como sujeto político.[4] Esa poesía se pobló de sujetos como hechos palpables. Los poetas abrieron un boquete por el que peruanos antes invisibles ingresaron (como en el verso de Manuel Morales) con sus “apestosas diferencias”[5] a la existencia literaria. Casi cincuenta años después, esta suerte de poesía de postguerra en la que se inscribe Enemigo no hace hablar a nuevos sujetos, ni al tan anhelado y antropológico Otro, ni a la alteridad política. En Enemigo ni siquiera hablan los muertos, sino entidades correspondientes de una categoría próxima: cuerpos inertes, cadáveres, fantasmas. Un poema de la polaca Wislawa Szymborska nos dice que “En los sueños aún vive nuestro muerto reciente, goza de buena salud, se ve incluso más joven” y que por el contrario, “la realidad tiende ante nosotros su cuerpo sin vida”.[6] En la poética de José Carlos los sueños son invariablemente pesadillas en la que los muertos no pueden ser representados. Y el cuerpo sin vida que nos tiende la realidad no se define por la pérdida del aliento, sino por su drástica condición material: es un cadáver. En estos textos los muertos han dejado no solo de ser sujetos, no son siquiera personas. Son, de un lado, cuerpos, o más estrictamente fracciones o situaciones de cuerpos. De otro lado son fantasmas, apariciones que hablan con las maneras de la profecía. La experiencia viva, ciudadana, está cancelada en este libro. Los peruanos que nos preceden son carne muerta. Y como la carne, son analfabetos y mudos. Los herederos y sobrevivientes no podemos darles voz.
En esta medida, la renuncia filial del José Carlos poeta es radical comparada con la renuncia del José Carlos ensayista que opera en Los rendidos. El sujeto poético difiere del ciudadano. Si el proyecto de Los rendidos fue en alguna medida que hablen los que permanecían en silencio y que exista un lugar legítimo para exponer la micro historia silenciada de los peruanos que por voluntad o por herencia formaron parte de la empresa gonzalista, el proyecto de Enemigo es precisamente silenciar las voces civiles del padre y la madre, a quienes hemos sobrevivido y a quienes negamos una herencia pública. Padre y Madre han sido proscritos del mundo de la palabra. No podemos concederles la posibilidad de usarla, pues podrían convertirla en arma, en potencia retórica (veo como empiezas a pudrirte vivo/ y cómo termina irrelevante/ la cadena entre tu primera palabra y la última). A Padre y Madre solo les corresponde la palabra en tanto material onírico, siguiendo a Benjamin, la palabra en tanto “producto accidental del sentido”, un sentido que en los sueños “se encuentra en la continuidad sin palabras de un flujo”.[7]
Esta es la relación que encuentro entre Enemigo y Los rendidos en tanto proyectos de escritura y causas civiles. Si en Los rendidos se pide que el espacio para hablar exista y que el perdón, antes que un proyecto político sea un don, en el sentido de su gratuidad, en Enemigo no solo se priva a los muertos el consuelo de dejar en herencia una memoria, sino que no se les concede la posibilidad de formular palabra. Y esa prohibición produce dolor en el sujeto poético, que se presenta como Hijo. Ese dolor produce a su vez un símbolo esquizofrénico: una copia, un doble, que es también sentido como un monstruo. Esa necesidad de formar o formular una copia del cuerpo, es la que da por resultado un Enemigo, un doble producido por el lenguaje. Y dado que esta duplicación ocurre en el sueño o en la introspección, pertenece al dominio del lenguaje. Es una elaboración y como toda elaboración es poco más que una farsa. Una farsa llamada poesía. Ya lo dice Blanca Varela en los primeros versos de Ejercicios: “Un poema/ como una gran batalla/ me arroja en esta arena/ sin más enemigo que yo”.[8]
(julio 2016)
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[1] La presentación se llevó a cabo el 27 de julio de 2016 en la Sala Jorge Eduardo Eielson de la 21° Feria Internacional del Libro de Lima.
[2] Agüero Solórzano, José Carlos. “Los rendidos. Sobre el don de perdonar” (IEP, 2015)
[3] Indiferencia de los elementos (edición del autor, 2012). Edición no venal.
[4] Esta representación es uno de los pilares de la poesía post 68 y formó parte del programa poético auroral del emblemático grupo Hora Zero. De acuerdo a J.A. Mazzotti (Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80; 2002), si bien es posible rastrear “sujetos inéditos provenientes de la provincia desde por lo menos la generación de Vallejo y Oquendo de Amat.[…] con el ‘desborde popular’ de los años 60 y 70, la literatura criolla peruana se vio inundada por voces provenientes del interior del país, que aprovechaban la dicción ya instaurada del narrativo-coloquialismo para introducir sus propias reivindicaciones lingüísticas y estilísticas, en lo que constituyó la exacerbación de los registros populares del castellano”. En esa línea, Carrillo (Cuatro décadas de poesía en el Perú. Intensidad y altura; 2010) señala “Frecuentemente se asocia la poesía de los años 70’ con la disconformidad, las arengas, y la proclamación de que se cambiaría el mundo. Hay todo esto pero también mucho más: es la poesía de sujetos que conceptualizan la ciudad en tanto un tipo de civilización, que registran con irreverencia -y muchas veces provocadoramente- nuevas interacciones sociales, étnicas, de género etc. Hoy existe consenso de que ya se trate de íntimas confesiones o exaltadas proclamas sociales la constante fue el uso del “lenguaje de todos los días”.
[5] “Shock”, de Manuel Morales. En: “Poemas de entrecasa”. Morales, Manuel. Ediciones Universidad Nacional de Educación. Lima, 1969.
[6] “La realidad no se esfuma”, de Wislawa Szymborska
[7] “El lenguaje del sueño no está en las palabras, sino bajo ellas. En él las palabras son productos accidentales del sentido, el cual se encuentra en la continuidad sin palabras de un flujo. El sentido se esconde dentro del lenguaje de los sueños a la manera en que lo hace una figura dentro de un dibujo misterioso. Es incluso posible que el origen de los dibujos misteriosos se encuentre en esa dirección: en calidad de estenograma onírico”. Benjamin, Walter. Obras Completas II/2, 209; 1916/17
[8] “Ejercicios”, de Blanca Varela. En: “Valses y otras falsas confesiones”. Varela, Blanca. INC, Lima. 1972