Textos de «Paseos del pintor» (inédito), de Alejandro Sebastiani Verlezza

 

Por Alejandro Sebastiani Verlezza*

Crédito de la foto Wikipedia

 

 

Textos de Paseos del pintor (inédito),

de Alejandro Sebastiani Verlezza

 

 

lado a

 

al borde de la avenida, inclinado ante el bastidor, con el pincel iba fijando los contornos: sabía precisar muy bien los límites del cielo y los relieves de la montaña, los ríos difuminados, la perspectiva; alternaba la inmersión en el paisaje y la conversa esporádica, desde la media mañana, al borde de la acera, esquivando a su manera el mundo que se erigía a sus espaldas, regodeado en la risa de su arte sin grandes emociones trágicas, con una aceptación de su destino que lo volvía lúcido y jovial, siempre con ganas de adentrarse en los vericuetos de la trementina, el óleo y el vibrante instante del paisaje que sus manos metamorfoseaban;

 

tras el repiqueteo de las voces que iban y venían, sin ingresar del todo en las intermitencias del día, buscó el sonido y amagó;

 

era una melodía lejana, aún;

no la podía percibir con nitidez;

podía decirse que todo estaba ocurriendo en la habitación y llovía,

 

estaba en otro país y despertó:

 

la percepción había aumentado, era posible distinguir con facilidad -casi un dibujo- el largo entramado de callejuelas que se alzaban hasta el pico de una montaña;

 

con el paso de los días la imagen se iba entremezclando con nuevas impresiones, hasta formar una pátina reverberante, de tonos difuminados, similares a ciertos sueños que se van escurriendo por las vías profundas, rumbo al sistema de tuberías psíquicas, hasta desembocar en el lago hondísimo, con montones de pájaros revoloteando en la superficie;

 

había que seguir las huellas de otros pasos que aún permanecen en la tierra, húmeda; cerca, de seguir por las veredas, el pasadizo hacia el mar;

 

siempre ha sido como una fiesta callada, sí, yo viéndolo y viéndolo, con tremor ante el apaciguamiento de las olas, inmerso en la gozosa suspensión que sobreviene en la punta de los dedos y la reverberante longitud levantada como un zarpazo hacia el rostro;

 

disuelto en la brisa ahora el paisaje:

 

el niño que solo baila y vaga con la cara pintada de rojo y amarillo en las últimas esquinas de los sueños que se resisten a colarse en las aguas;

 

y viene así, como una ola, quemante;

 

la espuma bailaba sobre las piedras,

recordé y recordé, solo vivía en el surco,

 

tanto que caí en los límites de otro sueño, y no era mío, casi me fui, pero hubo algo dulce que me atajó, el asombro del instante sostenía la delicada trama del momento;

 

y a la concha de los vientos le grité: ven, ven, ven;

 

ya no había bulla,

ya nada corría,

solo presentía los demorados mensajes del mar:

 

si yo lanzo la botella con ese nombre,

tú te empeñas en devolverla, 

una y otra vez,

en las esquinas y las horas de lluvia soleada;

 

y no, no me apacigüé, la verdad que no,

 

pero sí vi el mar, el mar del Litoral

en mí se mezcló con la playa italiana y la brisa sulfurosa,

 

y sentí que todo estaba bien,

 

solo quedaba dejarme estar, porque voy, voy a compenetrarme cada vez más y más en esa larga y sensitiva dicha que el azul espeso de tu cielo ofrece::

 

 

 

lado b

 

habíamos recordado el Litoral en los lentos días de invierno, quietas van las olas; se sueltan hasta el infinito, largas, opacas planchas de hielo; la arena se pone muy fría, corta el recuerdo del calor, aparece la sensación aquella, ay, luego el trabajoso acomodamiento ante las nuevas y melodiosas palabras;

 

y lo demás pasa, como el mal ron bebido con voracidad y cae de golpe la tela de la tarde y las olas heladas, quietas, brillantes, cantan; por tantos meses la luz acaricia, calla, los caracoles se van a guardar en las palmeras y las húmedas esquinas de las piedras sueltan el suave rumor, van encendiéndose en los caminos, gramos de sal encienden las superposiciones alrededor de relampagueos girantes que sostienen las tramas más delicadas de la percepción;

 

en uno de esos caminos,

muy lejanos,

tú llegaste:

 

la notte è sempre nel tuo mare::

 

 

 

melodia bonus

 

tu mano se abre y saltan las imágenes que son situaciones reincidentes, sí, fundidas con los paisajes anteriores y los que se vienen, ya, pero ya mismo; son las travesías sin moverse, en apariencia, porque el ritmo trepa, atrapa:

 

un día vi de cerca tu risa y conjeturé que se trataba de un juego, el movimiento pendular, el estiramiento de las horas; la eclosión, el ensueño explotará con los ojos cerrados, correrás a fundirte con los muros vegetales:

 

saca la mano, saluda, para que pueda venir el anhelado encuentro, me encargaré de no cerrar jamás los ojos y revertir el hechizo: habrás ingresado en la red, en mis circuitos, en mis arterias:

 

he despertado con este olor a sal, vengo de un viaje y un mar que no tiene nombre, solamente es calmo y rojo, el lugar donde la materia de las alucinaciones se teje y viaja hacia los cuerpos ardorosos, tu nombre fue sacado de allí, pez que saltó de esas aguas tibias y en su aleteo despertó el jadeo de las cataratas y las carreteras::

 

 

 

fine

 

capodanno:

 

oigo esta palabra de tu voz ronca y trepidante, sale como una burbuja que se expande y se cuela por los senderos de la retina (ma guarda, ma guarda…); y mira cómo se hace melodía, te veo suspendido en los últimos días del año, lleno de harina y horno, embriagado de las más variadas transmutaciones; tienes la música puesta, muy alta, no oyes el teléfono, te llamo, te digo ven, vamos a dar una vuelta, como antes, cuando te podía encontrar en cualquier punto de la ciudad, pero ahora prefieres quedarte, ya no te evades por las esquinas y los cafés, esas son tus devociones;

 

te veo replegado sobre ti mismo, de noche, vas acariciando el mazo de cartas, las miras caer sobre la mesa, veloz se arma tu constelación, mientras dejas que la salsa queme, es un toque ligero, sin llegar a chamuscarse, puede durar el tiempo de tu siesta, o lo que tardas en buscar en algún matero el tocón de tu cigarrillo y fumarlo con morosidad frente a la fuente;

 

para la salsa hay que aguardar la aparición de una textura oscura, espesa, casi mermelada, la cazuela es de barro y el movimiento de la paleta es casi casi como el que suele hacer el consejero de Aki Sa en sus raptos;

 

supongo que donde ahora mismo estás hay largas, espesas columnas de humo: dime, dime, por fin, qué tanto buscabas en el tres de copas y tú sette d’oro,

 

tal vez me estás viendo ahora mismo y tu palabra, capodanno, persiste, mientras alzas tu vaso de vino y miras al infinito, miras cómo aparecen las primeras visiones, cuando el blanquísimo rey de Macuto te asestó las primeras llamaradas,

 

salve!

 

 

 

coda

 

cuando el dedo se acerca morosamente al muro, me extiendo por los follajes que dispusiste; atravieso paisajes, pasillos, jardines libios, tapiados por la húmeda lentitud que aparece antes del parpadeo: allí nos vimos, allí nos vemos, ahora, ya.

 

 

 

 

 

*(Caracas-Venezuela, 1982). Poeta con incursiones en las artes visuales. Reside en Madrid (España) desde 2024. Comunicador Social por la Universidad Santa María (2005) y Letras por la Universidad Central de Venezuela (2012). Diplomado en Estudios Liberales en la Universidad del Valle San Francisco (2014). Colaborador por más de una década del Papel Literario de El Nacional. Se ha desempeñado como corrector y redactor del Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar. Hizo la residencia para escritores en Rianxo –Galicia– con Axóuxere Editores (2013). Durante una década fue profesor del Departamento de Literatura y Vida en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Estudios Literarios de la UCV (2022). Ha publicado Posdatas (2011), Derivas (2013), Canción de la encrucijada (2016), Partir (2018), Los hilos subterráneos (2020), festina lente (2023) y La orilla del retorno (2023).
Blog: https://derivasya.wordpress.com/ Ig: @alejandrosebastianiverlezza X: @asverlezza.
Youtube: https://www.youtube.com/@alejandrosebastianiverlezza

 

 

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