El poemario Vocación de náufrago (2025), del poeta Nilton Santiago, será presentado el próximo 29 de mayo a las 19.00 hs en la Librería Laie, en calle Pau Claris 85, Barcelona (España).
Por Nilton Santiago*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Visor /
(der.) Caroline Vogel
Sobre Vocación de náufrago (2025),
de Nilton Santiago
Para el lector que busca otros yo en la memoria —como un hipocampo— este libro es un hallazgo. Es una evidencia que la poesía ha cumplido su milagro recurrente: reunirnos con la palabra indispensable. Aquí, la herida de la existencia resplandece, igual que el hijo que se encuentra tras la pérdida del padre o el lagarto que abandona su cola para seguir siendo. En cada poema de Nilton Santiago la vida —como los panes y los peces— se multiplica y transciende su vocación de náufrago.
Rolando Kattan
3 poemas de Vocación de náufrago (2025),
de Nilton Santiago
¿Por qué los dálmatas tienen manchas?
«¿Cuál es la diferencia entre una vaca y una cebra?».
Apenas tienes tres años
y las alas –provisionales– de leche.
«¿No sabes que las cebras son seres negros
con rayas blancas,
y que, en cambio, las vacas llevan mapas pintados?».
(Claro que no lo sabes, como no sabes que tu padre,
mi hermano, sigue cayendo
a pesar de que está justo frente a nosotros).
Me coges la mano y el tiempo se detiene.
No dejas de hacerme preguntas.
«¿Cuál es la diferencia entre un zorro y un perro?».
«Como nosotros, los perros tienen fantasmas»,
te respondo.
Cojo tus pequeñas manos y las pongo sobre mi pecho.
«Aquí dentro hay un perro –te digo–,
¿no escuchas sus ladridos?».
«¿Qué sentiste en tu último día de ser niño?».
Como no te respondo, insistes en llamarme.
Seguimos la charla sin hacerte caso.
Te acercas entonces a mi oído:
«Tú, si te rompes, que sea por las costuras, ¿vale?».
A diferencia de la vejez,
la niñez se entierra viva.
Mal de ojo
Tiene cerca de mil años
y su savia roja ha sido utilizada
tanto como para rituales mágicos
como para barnizar violines.
Sangre de Drago, la llaman.
La vemos aquí, discurriendo solitaria
en una planta herida por un picotazo del tiempo.
No dejo de pensar que, de niño,
me la daban para el dolor de estómago
o para tratarme del mal de ojo,
eso que sucede cuando el espíritu de alguien
«te mal mira».
Quizá porque los seres oscuros
viven de la luz que te rodea.
Un lagarto se detiene frente a nosotros
y nos mira fijamente.
Siento que su mirada cae dentro de mí,
como si su sangre fría
ocupase de pronto nuestra mirada.
El lagarto huye al ver que quiero fotografiarlo.
Me riñes:
«no debes verte en los animales de sangre fría».
«Caben seis personas dentro del Drago milenario»,
nos dijo la chica que nos dio el mapa del parque.
Seis personas caben dentro de ti,
como esas seis edades
que poco a poco van desapareciendo
en nosotros
porque somos, en realidad, un único fantasma.
El lagarto vuelve, pero ya sin cola.
Puede que así haya sido la niñez:
ir perdiendo partes de nosotros
para seguir siendo.

Crédito de la foto: Caroline Vogel
Cebo de palabras
(Iquitos, 27 de diciembre de 2023)
Los peces callan para saciar su sed,
también el barquero al ver en lo que nos hemos metido.
Aquí, al nacer como pensamientos,
las plantas acuáticas te atrapan.
El motor espanta a las luciérnagas de río
pero es incapaz de liberarnos de un remolino de ideas.
Puede que no sea suficiente hablar con las plantas,
sino que también haga falta escucharlas.
Hemos venido a pescar pirañas,
o al menos es lo que estaba en el programa,
como dejarte leer la suerte por un mono vidente,
o nadar con delfines rosados.
Mientras el balsero intenta liberarnos,
el guía corta pieles de pollo para nuestras cañas de pescar.
Las tiramos al agua,
las pirañas devoran el cebo y escapan.
Es imposible pescar una.
El guía nos quiere distraídos
y no deja de poner nuevos trozos de piel en los anzuelos.
Pero las pirañas, como peces fantasma,
continúan, una y otra vez, llevándose los cebos.
Debe de ser por las pieles, pienso, pero no diré nada.
(Ver la paja en el ojo ajeno
nos impide ver que el iris es un nenúfar).
Desde otra canoa nos lanzan una cuerda que nos libera,
pero, minutos después, volvemos a caer atrapados
en las mismas plantas acuáticas:
sin querer hemos terminado en la red
a la que nos han traído las pirañas.
¿Son esos poemas que se tragan las palabras,
esos que nunca emergen,
los que terminan atrapándonos para hacernos ver?
Antes de marcharnos,
una piraña salta al bote: como algunos poemas
prefiere dar coletazos en el vacío
que naufragar en el papel.
Algunos peces deberían dar conferencias.
*(Lima-Perú, 1979). Poeta. Reside en Barcelona (España). Obtuvo, entre otros, un accésit en el Premio Adonáis, el Premio Tiflos de Poesía, el Premio Casa de América, el Premio Emilio Alarcos de Poesía del Principado de Asturias y el Premio Ciutat de València—Juan Gil-Albert. Ha publicado en poesía El equipaje del ángel (2014), Las musas se han ido de copas (2015), Historia universal del etcétera (2019), Miel para la boca del asno (2023) y Vocación de náufrago (2025); y en crónicas Para retrasar los relojes de arena (2015).