Poema “Coliseo”, por Dario Bellezza

 

Por Dario Bellezza*

Traducción del italiano al español por Reinhard Huamán Mori

 

 

Poema “Coliseo”, por Dario Bellezza

 

 

Coliseo que me has criado en los Amores

entro de nuevo en ti como en el vientre de una Madre;

atrás dejo el patético pequeño mundo

que me ofende; se atenúa el ruido

del tráfico, de los autos que incitan

la consciencia insegura de desearlos.

 

Todo cambia velozmente, el destino se pierde

dentro de los húmedos corredores, regresa

a la única suerte posible: la carne

se hace tormento en castigo por criarse

o por ser criada en el Deseo y el Poder.

 

No obstante, aún soy pobre como un monje

que ha hecho un diabólico pacto con la Pobreza:

pero al no poder volver a ser joven, en el

no ser, como entonces, acosado y visitado

por sueños irresueltos del sexo todavía lleno

de misterio —abierto a la vida precisamente

porque está más cerrado, más humillado y cansado—,

me he perdido, ya no soy el que fue tentado,

una potencial cobaya de todo lo inauténtico

y lo deshumano, sino aquel que posee, en la

mente, la verdad del mísero hado

depositado en el falso misterio de un sexo

desvelado si aquí con facilidad lo encuentro, en este

milenario lugar, casi eterno y lo compro…

Mientras, quizás mis más puros compañeros,

de su solicitud de inteligencia

hacen el sufrimiento más atroz de sus vidas,

se condenan en los brutales ritos de los desfiles

que protestan contra la democracia proletaria.

La democracia burguesa permite mi existencia

y de esta diversidad neutralizada obtiene

la coartada de su supervivencia; y así acepto

porque estoy obligado a este sistema que sin embargo me repugna

como objeto, real, de mis repulsiones sin

esperanza, como el cumplimiento de mi desheredado

destino de cobaya que ya no es una cobaya, más bien

consagrado a un mensaje no poético, impopular y soberbio,

que de la burguesía se vuelve categoría universal

porque es necesaria para su supervivencia.

Allí, en un mundo diverso, quizás por gusto,

menos alienado que este, ni siquiera tendría

derecho a la vida, no tanto por ser diferente,

sino más bien sofocado por esta diferencia de

tocar con la mano la real sanidad de los hombres

nutridos de justicia y libertad. Aquí,

en el decrépito, ruinoso mundo todas las diversidades

precisamente por su naturaleza, políticas, raciales, sexuales,

son epifenómenos de una misma angustia

que provoca existir: la del neocapitalismo,

de la burguesía que tiene miedo de los monstruos

que ella misma produce. Pero allí,

en un mundo de iguales, donde los monstruos

de la razón serán todos exorcizados,

yo mismo como abyecta prolongación

de un mundo maldito tendré que,

antes de que alguien me lo ordene,

matarme con mis propias manos.

Aquí soy un chantajista, allí seré chantajeado:

ninguna otra suerte me ha sido concedida.

Entre tus piedras, Coliseo, me siento seguro,

como el Delfín en el suntuoso palacio

de su padre el rey. Todo me es familiar:

el hueco más obturado ha visto mis ojos

indagadores buscar el signo de la dulce

perversión, del sexo maleducado,

que se nutre, se atosiga, la noche,

cuando se apagan las luces, y comienzan

ritos tiernos e imbéciles, de incontinencias

y de fáciles erecciones, de semen ácido

para ser engullido con prisa y sin prisa,

dependiendo de si algún competidor merodea,

o la policía travestida de obsesa, vieja

tía de Asilo para ancianos en busca de algún

rubio o moreno, brutal y robusto,

escapado del Infierno del Reformatorio

y caído en este otro Infierno, menos forzado,

cierto, pero más desolado, donde la soledad

más aterradoramente sola, la del alma

y del cuerpo, te posee entero, no cambia

nunca a la esperanza de un encuentro afortunado.

 

Aquí, Coliseo, todo va en función de la erección

y ay de aquel que por primera vez se lanza

a provocar con besos en la boca tantas, exhaustas

eyaculaciones, junto a la suya, primera y última.

Pero, ¿por qué busco aquí lo que jamás encontraré?

¿Por qué autodestructivo, inexorable misterio?

Aquí, en ti, pese a regresar como un niño, ya no

soy más un niño, como alguna vez, ingenuo e infeliz;

ahora mi corazón no es capaz, en esta alegre

estación, sino de maldad, de crueldad, porque

extraviada es la vía del mañana,

llega solo la noche y el triste viento. Y

del dolor el eco más ensordecedor

es el que nunca se compensa, nunca.

Está ya seco mi semen, apagado y atroz

—basta con meterse un poco en la boca y

sentir su sabor de muerte— por muy despacio

o veloz que discurra sobre el vientre blanco

de los sanos e indefensos muchachos.

Limitado y feroz este tiempo

ha estrangulado mi única gracia;

la de no haber nacido en ningún nacimiento,

inocente e idiota.

 

Esperaré la noche, larga noche para quien cuenta

las primeras, acerbas erecciones en el semen lácteo

o grisáceo de las largas masturbaciones,

las largas noches y el triste viento, sabiendo

que se insinúa entre madrigueras y zanjas, hiriendo

el aroma fino, ácido de la orina abundante

y festiva de los chiquillos, bajos y macizos,

de una periferia inmensa que como una

trampa circunda la viciosa Roma.

Viento alegre que desordena los recuerdos

anónimos de una anónima, efímera juventud

vivida sin tregua por esta recalada infame,

entre las majestuosas ruinas de un viejo, desamorado

monumento ya jubilado y estropeado,

cada cierto tiempo, por algún desocupado con mujer

y tres hijos a cargo, que de pronto

se arroja hacia abajo, desde las estrellas, sobre el pavimento.

 

Te dejo, Coliseo, con tu prolongada

agonía en los siglos sin armonía, salvo

alguna festiva voz de muchacho o de marinero

con permiso limitado. Te dejo en tu tétrico sueño,

del cual te despertarás quizás, menos servil,

como otro siglo.

 

 

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(poema en su idioma original, italiano)

 

El poeta Dario Bellezza

 

 

Poesia “Colosseo”, di Dario Bellezza

 

 

Colosseo che mi hai cresciuto agli Amori

rientro in te come nel ventre di una Madre;

lascio indietro il patetico piccolo mondo

che m’offende; si allenta il rumore

del traffico, delle macchine che sobillano

la coscienza insicura di sé a desiderarle.

 

Tutto velocemente cambia, il destino si perde

dentro gli umidi corridoi, ritorna

all’unica sorte possibile: la carne

fa strazio di sé per punirsi di crescere

o di essere cresciuta al Desiderio e al Potere.

 

Eppure sono ancora povero come un monaco

che abbia fatto un diabolico patto con la Povertà:

ma già nel non ritornare più ragazzo, nel

non essere, come allora, piagato e visitato

dai sogni irrisolti del sesso ancora pieno

di mistero —aperto alla vita proprio

perché più chiuso, più umiliato e stanco,

mi sono perduto, non sono più il tentato,

una cavia potenziale di tutto l’inautentico

e il disumano, ma colui che possiede, nella

mente, la verità del proprio misero fato

depositato nel falso mistero d’un sesso troppo

svelato se qui facilmente lo incontro, in questo

luogo millenario, quasi eterno e lo compro…

Nel mentre forse i miei più puri compagni,

della loro richiesta d’intelligenza

fanno la sofferenza più atroce della loro vita,

si sdanno nei riti brutali dei cortei

che protestano la democrazia proletaria.

La democrazia borghese permette la mia esistenza

e di questa diversità neutralizzata fa l’alibi

della sua sopravvivenza; e così accetto

perché costretto questo sistema che pur mi repugna

come oggetto, reale, delle mie repulsioni senza

speranza, come l’adempimento del mio diseredato

destino di cavia non più cavia, ma votato

ad un impoetico messaggio, impopolare e superbo,

che della borguesia fa la categoria universale

perché necessaria alla sua sopravvivenza.

Lì, in un mondo diverso, forse più giusto,

meno alienato di questo, io non avrei diritto

neppure alla vita, non tanto perché diverso

ma perché soffocato da questa diversità a

toccare con mano la reale sanità degli uomini

nutriti di giustizia e libertà. Qui,

nel decrepito, fatiscente mondo tutte le diversità

proprio perché tali, politiche, razziali, sessuali,

sono epifenomeni di una stessa angoscia

che fa esistere: quella del neo-capitalismo,

della borghesia che ha paura dei mostri

che essa produce. Ma lì,

in un mondo di eguali, dove i mostri

tutti dalla ragione saranno esorcizzati,

io stesso come prolungamento abietto

d’un mondo maledetto dovrò da solo,

prima che qualcuno me lo ordini, ammazzarmi.

Qui sono un ricattatore, lì sarei un ricattato:

nessun‘altra sorte mi è concessa.

Fra le tue pietre, Colosseo, mi sento sicuro

come il Delfino nella sontuosa reggia

del re suo padre. Tutto mi è familiare:

il buco più otturato ha visto i miei occhi

indagatori cercare il segno della dolce

perversione, del sesso maleducato,

che si nutre, si attosica, la notte,

quando le luci sono spente, e iniziano

i riti teneri e imbecilli, di incontinenze

e di facili erezioni, di seme acido

da tranghiotirsi in fretta e senza fretta,

a seconda che qualche concurrente s’aggiri,

o la polizia travestita da ossessa, vecchia

zia da Ospizio per vecchi in cerca di qualcuno

biondo o bruno, brutale e aitante,

scapatto dall’Inferno del Riformatorio

e cascato in quest’altro Inferno, meno coatto

certo, ma più desolato, dove la solitudine

più spaventosamente sola, dell’anima

e del corpo, ti possiede intero, non muta

mai alla speranza di un incontro fortunato.

 

Qui, tutto, Colosseo, è in funzione dell’erezione

e guai a quello che per la prima volta s’inoltra

a provocare coi baci sulla bocca tante, esauste

eiaculazioni, insieme alla sua, prima e ultima.

Ma perché io cerco qui quello che mai troverò?

Per quale autolesionistico, inesorabile mistero?

Qui, in te, pur tornando ragazzo, non torno più

ragazzo, come una volta, ingenuo e infelice;

ora il mio cuore non è capace, in questa lieta

stagione, che di cattiveria, di crudeltà, perché

smarrita è la via del domani,

viene solo la notte e il triste vento. E

del dolore l’eco più assordante

è che non venga mai risarcito —mai.

È secco ormai il mio seme, spento e atroce

—basta mettersene un po’ in bocca e sentire

il suo sapore di morte— per quanto ancora

corra lento o veloce sul ventre bianco

dei sani e indifesi ragazzi.

Limitato e feroce questo tempo

ha strangolato la mia unica grazia;

di non essere nato a nessuna nascita,

incolpevole e idiota.

 

Aspetterò la notte, lunga notte a chi conta

le prime, acerbe erezioni nel seme latteo

o grigiastro delle lunghe masturbazioni,

le lunghe notti e il triste vento, sapiente

che s’insinua fra cunicoli e sterri, ferendo

l’odore magro, acido dell’orina abbondante

e festosa dei raggazzotti, bassi e tarchiati,

di una periferia immensa che come una

trappola circonda la viziosa Roma.

Vento lieto se scombina i ricordi

anonimi di un’anonima, effimera gioventù

senza tregua vissuta per questo approdo infame,

fra le maestose rovine di un vecchio, disamorato

monumento ormai in pensione e funestato,

ogni tanto, da qualche disoccupato con moglie

e tre figli a carico, che all’improvviso

si butta giù, dalle stelle, sul selciato.

 

Ti lascio, Colosseo, alla tua prolungata

nei secoli agonia senza armonia tranne

qualche festosa voce di ragazzo o di marinaio

in congedo limitato. Ti lascio al tuo tetro sonno,

da cui ti risveglierai forse ad un altro,

meno servile, secolo.

 

 

 

 

 

*(Roma-Italia, 1944 – Roma-Italia, 1996). Poeta, ensayista, narrador y traductor. Cuando en 1971 debutó con el poemario Inventive e licenze, Pier Paolo Pasolini aseguró que Bellezza “era el mejor poeta italiano de la nueva generación”. La temática del amor y las perversiones sexuales, la homosexualidad y la clandestinidad, la culpa y la alienación formaron parte de toda su obra, tanto poética como narrativa. Obtuvo el Premio Viareggio (1976). Publicó en poesía, además, Morte segreta (1976), Libro d’amore (1982), io (1983), Serpenta (1987), Libro di poesia (1990), L’avversario (1994) y Proclama sul fascino, aparecido póstumamente en 1996; en narrativa destacan L’innocenza (1970) con presentación de Alberto Moravia, Lettere da Sodoma (1972), Angelo (1979), Turbamento (1984) o Nozze col diavolo (1995). Fue autor también de ensayos, como Il poeta assassinato. Una riflessione, un’ipotesi, una sfida sulla morte di Pier Paolo Pasolini (1996) y entre sus autores traducidos figuran Georges Bataille y Arthur Rimbaud.

 

 

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