Por Roger A. Zapata, Ph.D.
Montclair State University (New Jersey-EE.UU.)
Crédito de la foto (izq.) www.letras.mysite.com /
(der.) Manofalsa Eds. & Salto de mata
El espacio profano y religioso en
Virgen de Guadalupe (2025) + 3+1 poemas
de Roger Santiváñez
Veíale en las manos un dardo de oro largo,
y al fin del hierro me parecía tener
un poco de fuego. Este me parecía meter
por el corazón algunas veces, y que me
Llegaba hasta las entrañas. Al sacarle, me parecía
las llevaba consigo, y me dejaba toda abrazada
en amor grande de Dios.
Santa Teresa, cita de George Bataille
Roger Santiváñez, es una voz singular en la poesía peruana contemporánea. En sus inicios en la década de los 80 fue uno de los fundadores del movimiento literario KLOAKA, cuya poética rupturista se caracterizó por una poesía desenfadada que desafiaba las convenciones literarias y sociales de una época especialmente caótica y violenta en el Perú. Sus temas giraban alrededor de la marginalidad, la drogadicción, la violencia y el rechazo al canon poético establecido. Fue un grupo que supo integrar las ideas del surrealismo, el existencialismo y la contracultura beatnik norteamericana. Su nuevo libro Virgen de Guadalupe (2025) recoge algunas características de este período temprano, pero su poética ha evolucionado paulatinamente integrando en sus versos una tensión entre lo profano y lo Sagrado.
En Virgen de Guadalupe se completa el giro poético de Santiváñez, esta es una poética más contemplativa y musical vinculada a su familiaridad con la obra de autores como Lezama Lima, Severo Sarduy, Vallejo, Pound y Eliot. Santiváñez, lector voraz y erudito, nunca ha sentido la “ansiedad de la influencia” lo que le ha permitido desarrollar un estilo y voz propia; así, en Virgen de Guadalupe se percibe el esmero formal de su escritura en un poemario hecho en su mayoría por poemas estructurados por cuartetos y tercetos de versos libres. Sobresale en sus poemas una fuerte condensación de las imágenes, donde éstas aparecen como un recurso poético y creación verbal de lo real.

El lector que haya seguido el recorrido poético de Roger Santiváñez no puede menos que notar la resonancia religiosa de los títulos de sus poemarios: Santisima Trinidad (1997), Santa María (2001), Eucaristía (2004), Santa Rosa de Lima (2020). En el corpus de la literatura escritores como Ernesto Cardenal (Gospel de Solentimani, 1976), Antonio Cisneros (El libro de Dios y de los húngaros, 1978), Lezama Lima (Enemigo rumor, 1941) han tratado el tema religioso; Santiváñez, a pesar de su fidelidad al catolicismo, integra la religión con una mirada irónica. Veamos ahora algunos versos del poema que da inicio a su libro:
El sol es un Sonido sobre el Viento
Nada existe sino en mi mente desolada, cuando
Lágrimas de amor atraviesan el aire surgen
En la Esquina de tus pliegues secretos
Los días son trazos ocultos por las curvas
Que tu silencio oprime en el cesped donde
Me tiendo a escribirte estos versos
Nótese la imagen sinestésica “el sol es un Sonido”, que está más allá de lo visual. Lo que le interesa señalar al hablante lírico es la experiencia epifánica en los momentos de la vida cotidiana: sentir el sol sobre el viento es una experiencia mística. Esta es una experiencia subjetiva, interior y personal que solo existe en la conciencia del poeta. Este es el sentimiento que se disemina a lo largo de todo el poemario: su frecuente iconografía religiosa no formula creencias religiosas, sino que apunta a una experiencia espiritual laica. El yo de la poesía de Santiváñez es descentrado y busca un sentido de trascendencia. La poesía para Santiváñez es el espacio donde se produce el encuentro entre lo secular y lo religioso más allá de lo milagroso, lo sobrenatural o lo mágico. Otro rasgo singular de la retórica de Santiváñez es la de usar la imagen del deseo que va creando alrededor de todo este poemario un campo semántico denso en su compleja relación con la realidad. Santiváñez explora la íntima relación entre deseo, pasión y amor que tiene como contraparte la relación entre voluptuosidad y santidad, poniendo en tensión lo profano y lo religioso. El poeta se convierte en una suerte de “místico laico” que nombra la realidad concreta y la metafísica (lo real y lo sagrado) a partir de la palabra poética. En su poesía el erotismo, el deseo, lo carnal se une al vértigo spiritual.
Sustitución del mimbre por el miembro
Armado e innombrado& elección de la
Más fina entrada, allí los bordes
Pueden ondular perpendicular y culear
Navíos desprovistos de todo anhelo se lanzan
Por las gotas reunidas en una oscilación
Perfilada por azar sin colocaciones el
Goce de la sustancia & el vértigo
El poema despliega un eje estructural y semántico en su juego fónico marcado por la aliteración mimbre/miembro y el desplazamiento simbólico de lo vegetal a lo animal. Esto produce un cambio de sentido que anticipa la poética del cuerpo y el deseo. La sintaxis fragmentada obliga al lector a reconstruir el sentido a través del ritmo interior, la fluidez y la disrupción gramatical de los versos. El movimiento ondular (registro de un lenguaje culto), que describe el acto amoroso, se rompe de repente por la presencia de la palabra vulgar “culear”. El Segundo cuarteto continúa con la alusión al movimiento de los cuerpos. El poema se articula dentro de un espacio físico y voluptuoso, pero al final hay una alusión al flujo, lo líquido, propio de la poética mística. El último verso nos conduce del “goce” y del “vértigo”, a una experiencia lírica del placer que se disuelve y une en el otro.
La poética de Santivañez se asimila al neobarroco por su proximidad de las imágenes, en la ruptura de la sintaxis tradicional, el juego con las figuras literarias, el ritmo interno y una expresión erótica alejada de la lírica tradicional que invade el texto con intensidad carnal que se yuxtapone a una mística religiosa. El yo lírico no pretende describirnos el acto sexual, sino “reactivar” a través del ritmo, la musicalidad, el juego con el lenguaje, el trance verbal donde el lector es partícipe de la relación entre el lenguaje y el deseo.
Me gustaría terminar señalando que la poética neo-barroca de Santiváñez en algunos aspectos lo acerca, curiosamente, a la idea de Martín Adán de que toda la literatura peruana, incluso la romántica, emana del barroco. El epígrafe de Martín Adán puede leerse como un guiño al lector sobre la entrañable relación intertextual entre ambos autores: el deseo de expresar lo inefable, la tensión entre la forma y caos, la superposición de niveles simbólicos y semánticos en un solo verso, así como el uso del hipérbaton. Pero el lector no puede menos que observar, detrás de la fachada neo-barroca, una visión romántica que da acceso a una espiritualidad no religiosa basada en la experiencia estética:
Me gusta contemplar el cielo solo las
Nubes me acompañan son perlada
Instancia o desvaída blancura en
Noblecida por el celeste frescor que se
Diluye en cierta sensación de olvido
Final como el paso veloz de la joven
De senos apacibles cerca de este poema
Cuando ya se ha disipado el Cielo anterior
Pero vuelve el candor de una tenue luz

Aquí el hablante se encuentra solo contemplando el cielo, en soledad, acompañado por “nubes” símbolos de lo fluctuante, fluido e inestable. Lo único que parece importarle al hablante lírico, como diría Heidegger es —estar en el mundo—; se trata de un momento de conexión cósmica donde el sujeto no pretende entender nada, sólo SENTIR la naturaleza, el cosmos, el cielo. Estas nubes aparecen como desvaídas o perladas, pero se ennoblecen gracias a la mirada del hablante como objetos delicados y vaporosos. La joven que cruza este paisaje como una aparición es un momento carnal, pero no vulgar, ya que su apariencia es leve y serena; una epifanía de lo efímero. Este paisaje de ensueño desaparece, pero pronto vuelve con la luz, que no es intensa sino tenue.
En Virgen de Guadalupe los poemas de Roger Santiváñez establecen un vínculo con la naturaleza, sus lectores, acercándonos a un “inter-espacio” que está situado más allá de lo inmediato. De este modo su poesía propicia una apertura espiritual en tiempos de desencanto. La poesía de Roger Santiváñez nos plantea la posibilidad de una modernidad donde en un mundo postsecular sea posible un pluralismo espiritual. Estoy seguro que los lectores de este último libro de Santiváñez no podrán menos que sentir aquello que Proust describía como “los misteriosos escalofríos de la belleza”.


