Maurizio Medo: Hacia una Poética crítica

 

Por Roger Santiváñez

Crédito de la foto (izq.) Ed. Casa Vacía /

(der.) Archivo personal del poeta

 

 

Maurizio Medo:

Hacia una Poética crítica

 

 

El reciente libro del poeta Maurizio Medo* Malincuor (2025) comienza con una dedicatoria a Ludy ―su compañera― en la que rezan los siguientes versos: “salvo el amor/ ya todo/ es recuerdo”. Creemos que esta es la clave de todo el poemario. Es decir, estamos ante un trabajo poético que ―en gran parte― privilegia la memoria personal al momento de construir los poemas. En efecto, lo primero que vemos abriendo el conjunto es una fotografía fechada en agosto de 1940. Son dos niños abrazados que podemos suponer, uno de ellos es la madre del poeta. Inmediatamente después somos notificados de la existencia de un tren cuyo nombre es Europa, el cual partió del Mediterráneo para dirigirse a América. Y en el que vino al mundo el sujeto poético: “Nací en el último vagón de un tren llamado Europa” (34). Significativamente aquel “tren llamado Europa” es el símbolo escogido por Medo para crear la representación del viaje realizado por sus ancestros familiares para llegar a establecerse en el Perú.

Testimonio vital de aquel éxodo, acompañado por fotografías alusivas a una suerte de narrativa poética, los diversos fragmentos que configuran los poemas en prosa (para usar el vallejiano término) se van hilando en base al recuerdo de los abuelos inmigrantes y los padres, al punto de que es una historia que el poeta comenzó a “escribirla para entregarle a mamá un exiguo albur de la infancia que perdió una vez que su futuro cayó como un opúsculo en un lago envuelto en llamas” (37). Y en relación al padre, la cosa no es menos impactante: “Papá rompió las teclas de la antigua Remington” (37). Y más contundente aún: “El lenguaje, pensaba él, es inútil si lo que uno busca conocer la verdad” (37). Y en el extremo de este modo de pensar las cosas: “por eso proclamaba que la escritura se restringía a reproducir una autenticidad falsificada” (37). Creemos que esta es la base de toda la singular concepción de Malincuor: No hay verdad posible, sino solo la composición de una verdad falsa, bamba ―como pronuncia la jerga peruana― he allí el Arte Poética de este libro, exponer dicha contradicción suprema que en el fondo es una radical negación -nihilista- de la existencia humana.

En este sentido de negaciones, encontramos muy concretamente la negación del concepto de “Patria”: “Zweig buscaba una patria./ La mía transcurrió en un tren” (39) ―afirma el poeta. Es decir, no es ningún lugar fijo sino un tren en movimiento. También se niega a la poesía: “No, no me interesó la poesía, no como un sustantivo” (40). O sea, quizá le interesó de una manera abstracta; es posible porque solo el recuerdo podría ser poético digamos, y son recuerdos muy difíciles, nada agradables como por ejemplo este: “Papá se quedó sin país en medio de la guerra. Él era el Otro” (43). Esto lo lleva a la memoria de la abuela paterna y la terrible incomunicación entablada en relación a ella, debido al idioma. Comprendemos entonces la distancia.

 

El poeta y ensayista Maurizio Medo.
(Crédito de la foto: Ludy Villanueva)

 

En realidad, Malincuor es un libro definido como una especie de ajuste de cuentas con el pasado o el de la familia del poeta y su vínculo o no-vínculo con ella. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a una situación como aquella ante la que Maurizio Medo trabaja su tremenda soledad. Queda claro que dicha soledad es la condición inexcusable para la realización de un libro tan hermoso como éste: entregado a confesiones de otro modo imposibles; solo la poesía nos puede conducir a revelaciones desgarradas y/o desgarradoras que se aproximan a una metafísica del lenguaje: “¿Qué significan las palabras que no pronunciamos?”/ Pienso en mi madre” (46). Claro, porque hay palabras que no se pueden pronunciar. Recordemos el famoso apotegma de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar no se habla”. De hecho, al recordar a su madre, la ve de este modo: “súbitamente, un nuevo bombardeo la obligaba a regresar al vértigo de su propio infierno” (46). Ella vive presionada por la feroz memoria de la guerra. Y no podrá escapar de aquellas desoladoras imágenes.

Lo interesante es que ―más allá de su impecable trabajo con la memoria― Medo va en busca de “construir no una memoria sino, más bien, el olvido” (48). Vale decir, darle la contra al recuerdo que, sin embargo, es la base sobre la que se levanta la obra. Y una muy valiosa para comprender la condición humana. Leamos esta notable reflexión: “El pasado siempre estuvo ahí, y aunque se trate de algo en lo que jamás pensamos, debemos de volver a construir, para luego dejar que escape, y quede en su lugar el destino” (48). O sea, el camino que nos toca vivir a cada quien. No hay más. Y para el caso de este libro ―de esta vida podríamos decir― es el viaje en el llamado tren Europa. Entre la sombría expresión de la madre y la ausencia del padre transcurre la infancia del poeta, sin mascotas, tan solo con “la oscuridad, suficiente con qué cultivar de fantasmas entre un montón de valijas llegadas de pueblos remotos” (52). Son aquellos sitios de incógnito desde donde vino el tren Europa. Por ejemplo, la madre deja su país de origen, pero no la guerra que llevará siempre por dentro. Mas Maurizio no quiso viajar a ninguna parte: “No, yo no quise viajar a Disneylandia./ Tampoco a Harvard,/ Era lo mismo”. Significa que ambas cosas en los Estados Unidos de América vienen siendo iguales, en tanto símbolo e imagen del país del Norte.

La memoria se cuelga de la abuela de Fabrizio, el hermano muerto y el problema de la incomprensión entre los idiomas extranjeros familiares se nos explica hermosa y poéticamente así: “Hablar de mi infancia en español es una traducción” (55), pero la Nonna ―más allá de su muerte― “vive en mi infancia, allí donde crece el ruibarbo, al fondo a la derecha. Juntos añorábamos el reflejo de la luz sobre la blanca flor de los cerezos en medio de las colinas” (55) en uno de los pasajes más bellos y mejor escritos de todo el libro. Se constituyen lo que llamaríamos viajes mentales por la Italia lejana y ancestral para cerrar el párrafo con un convencimiento desconcertante: “Más que feliz, diría: crecí confundido”. (56). Esta confusión ―elemento central del libro― procrea una sensación extraña de no hallarse ―en el sentido de encontrarse a sí mismo― en lugar ninguno y la conclusión es contundente: “Era el precio de debíamos pagar por haber nacido en el camino” (60). Son del camino, podríamos afirmar. Las reflexiones del poeta, por momentos, cobran un profundo sentido filosófico: “creía en el tiempo como un espacio etéreo donde el pasado, seguía transcurriendo” (63).

Esto es muy interesante, porque significaría que el pretérito nunca muere, sino que siempre está vivo: en realidad, es uno de los pilares de Malincuor una suerte de permanencia mental de lo ya sucedido, digamos, metido y enclavado en lo que Octavio Paz llamó el “presente perpetuo”. Dijimos, líneas arriba, que se busca el olvido. Sin embargo, pronto nos encontramos con esta declaración “El olvido no borra, ensombrece” (66) y “Los actores del reparto del Tren va regresando a sus puestos” (66), parece que estamos en un vaivén inexplicable y demente, pero lo concreto, al final es “Lo real es que fuimos una familia” (67). Y allí no hay contradicción posible.

 

 

Un elemento fundamental de esta aseveración se basa en las fotos familiares, ya sea en Torino, en Lima o en Casma, en una de las cuales aparece el poeta, pero nos es presentado como “presunto autor de este libro” (69) es decir, estamos ante una presunción, otro de los juegos poéticos del poemario, el cual forma parte del negacionismo nihilista que lo alumbra: no tenemos ninguna seguridad de que Maurizio Medo sea quien lo ha escrito. Pero se apoya en el campo literario: “Eso era ‘dejar algo’ acorde con la moral de la Silent Generation” (70). Y en el filosófico con la extraordinaria cita de Wittgenstein sobre recordar que no había olvidado algo así como sumergirse entre la memoria y el olvido para saber que olvidar es una forma de recordar y viceversa. El epílogo de todo, este intríngulis, irá a definirse con una brutal indiferencia ante el hecho poético: “Yo no le pido nada a la poesía” (71) que es como plantarse ajeno a ella y con la certeza de que ella ―la poesía: “Mentirá” (71). Sin duda, porque la poesía no es la Realidad sino una invención y entonces la salida del poeta exacerba su indiferencia: “Me da lo mismo” (71) aunque en los hechos esto no es cierto: el poeta escribió este libro y lo hizo sin pedirle nada ni a la poesía ni a nadie, y si la poesía miente, pues miente con verdad, por más que sea la falsa verdad de la poesía; es un hecho de lenguaje e inscrito en un papel y pese a que ―contradictoriamente― le importe un comino pues ya lo hizo y no hay vuelta que darle al tren que sigue avanzando.

Hasta aquí el resultado de nuestra close reading arrojaría el encuentro con un libro verificado de cuestionamientos y autocuestionamientos realizados por un poeta que busca denodadamente saber quién es. Hallar su identidad. La cita de Kierkegaard que capitaliza la segunda parte del poemario “El yo no es algo que es, sino algo que será. Es una tarea” explica claramente lo que venimos sosteniendo. Tal es la lucha de nuestro autor. Su autoironía se presenta sin subterfugios cuando describe el lugar donde vive afirma: “pausas, idóneas para el fomento de/ la poesía urbana” (74) y prosiguiendo con su autopunición, dice en un verso (en esta parte tenemos poemas versificados): “la escritura es una/ pérdida?” (75). Se burla de la sociedad burguesa y sus tics moralistas: “seguro obtendría una presea en alguno/ de los eventos de poesía auspiciados por el/ Green Peace en pro de la franquicia/ “primavera” en una de las tantas contiendas/ en las cuales, previo al brindis,/ se obliga al antidoping” (76).

Dueño de una particular inteligencia lúdica Maurizio Medo ha construido un libro que constituye una fuga del mundo. O que construye una fuga, como él mismo se corrige en los versos de la página 88. Hay ingeniería digamos en su gran propuesta. Y lo hace mientras habita un tren que, de todos modos, corre hacia ninguna parte. O a todas, porque la poesía permanece afuera y la anécdota fuera de la poesía, como sostiene en la página 89: “El lenguaje la/ transforma en otra experiencia” (89), dice. Y más todavía: “Inédita”. Es decir, que no existe. Aquí está perfectamente acorde con su nihilismo profundo. Sin embargo, es capaz de escribir versos tan hermosos como este: “El mar será siempre mi primer amor” (97). Su Arte Poética se define por la negación: “intenté estar afuera desde/ que decidí escribir contra mí” (98). Se trata, afirma radical de “desescribir cada poema” (105). Pero contradictorio, como todo poeta lo es, Medo nos sorprende así: “no consigo traicionar mis ideales” (117). Incluso cuando le toma el pelo a su entorno vital en Arequipa: “Rojo y negro son los colores del equipo de un pueblo en el que nadie es capaz de conjugar el verbo sillar” (119).

 

El poeta y ensayista Maurizio Medo

 

Y todo es así porque al final “La escritura es un invento/ que legitima el olvido” (122). Feliz retruécano en el que nos quedamos pensando sin saber qué hacer, a qué acogernos y/o adónde ir. Quizá eso es lo que persigue Maurizio: legarnos su indiscutible e indesmayable desconcierto. Máxime sin nos apostrofa: “Es mejor que no escribas” (122) y, no obstante escribe, porque el libro lo tenemos entre las manos. Su línea es la de Rimbaud, o entre nosotros, la de Enrique Lihn, para negar la poesía. Es decir, después de todo este maremágnum de preguntas sin respuesta, de no saber nada, absolutamente nada, dice: “¿Cómo voy a culpar de ello al viento?” (125). A nadie, a nada. Solo la poesía está allí, solitaria, como el viento que refresca nuestras almas agobiadas. Su línea rimbauldiana es nítida: “El ahora está en otra parte” (126), que nos resuena a “La verdadera vida está en otra parte” del gran francés; pero, ¿dónde? nos interrogamos desesperados, sobre todo si la cruda y sincera realidad queda clara en esta declaración “No pienso en la garrida ficción de una autobiografía fraudulenta” 132), porque ―sin pelos en la lengua― Maurizio Medo, el gran poeta, nos enrostra que su lugar es Lejos. O sea, en ninguna parte, ya que Lejos no tiene ninguna precisión y sin embargo podría ser el innombrable lugar de la poesía. Y allí mora el poeta. Digan lo que digan y, sobre todo, diga lo que diga Maurizio y su arrolladora y abracadabrante conciencia crítica radical.

 

[Orillas del río Cooper, sur de New Jersey, octubre de 2025]

 

 

 

 

 

*(Perú, 1965). Poeta. Desde el 2003 reside en Arequipa (Perú). Ha publicado en poesía Manicomio (última edición fue con varasek eds, 2014), Cuando el destino dejó de ser víspera (poesía reunida 2005-2015) (2016), Y un tren lento apareció por la curva (2017), Las interferencias (2019) y Malincuor (2025). En el 2017 publicó Backstage: 18 entrevistas (y algunas notas) alrededor de la poesía contemporánea y editó la colección “País imaginario. Escrituras y transtextos”, proyecto crítico del cual se han publicado los dos primeros volúmenes y que concluirá este año con la aparición de País imaginario: la península. En la actualidad dirige el laboratorio (ver: https://www.facebook.com/delaboratorio) mientras edita Tren europa.

 

 

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