Por Ana Lafferranderie*
Crédito de la foto (izq.) Severo Ed. /
(der.) www.edicionesdelalineaimaginaria.com
Tomar del vacío.
Sobre Aunque vagues perdido (2025),
de Juan Carlos Astudillo**
Este libro propone un universo en el que se trastocan radicalmente las coordenadas vitales, asumiendo una distancia con el sentido común de la significación. En ese recorrido, nos deja una propuesta, señuelos para buscar el sentido, ideas donde habitar.
Los poemas dejan resonando sus preguntas: ¿dónde buscar lo que nos habla y significa?, ¿cuál es la realidad que habitamos?, ¿hay una realidad?, ¿a qué atender para intentar comprender la propia vida, algo que siempre será lateral, precario, transitorio?
Los poemas conforman un universo donde lo fragmentario define la experiencia vital. Accedemos al mundo, a nuestra identidad, a nuestro propio cuerpo solo por fragmentos, desde una orilla, un borde. O, más allá aún, en conexión con lo difuso ―eso que no se llega a ver con claridad, que no se puede discriminar por partes― y lo impreciso: lo que es y no es.
Lo vasto, entonces, solo puede ser entrevisto o liberado desde lo mínimo: indicios, señales que se encuentran antes y después, en un momento previo o en una repercusión que apenas se llega a ver. No en el presente. No en el centro, sino en lo tangencial, en los desplazamientos.
El universo de este libro y la realidad que postula están hechos de procesos, vaivenes, giros de una espiral ingrávida. La experiencia vital está signada por todo aquello que escapa a lo concreto y a lo directamente observable, nos dice el poeta. Así, caminar es “una promesa que antecede al sendero”, nunca la cosa en sí, sino algo que la antecede, que la contiene y explica, aunque no podamos comprender esa explicación.
“El cuerpo y yo somos dos y nada”, apunta un poema. A su vez, el cuerpo es líquido, vaporoso, eléctrico. Sustancia inasible, inabarcable. Pura vivencia, sensorialidad, movimientos internos de la emoción: “la voluntad que contradice”, “esa angustia que vibra”. “El cuerpo es un paréntesis que crece”.

Y como el cuerpo es y no es, hay un abrazo sin cuerpo, respirado. Exhalar e inhalar son los únicos movimientos a través de los cuales se accede a una cierta firmeza de la presencia. La respiración sostiene una relación con el mundo y con lo vital. Pero es un sostén hamacado, movible, quizás, incluso, pueda volverse vertiginoso.
La vida es como la respiración: desplazamiento. Inhalar, exhalar; subir, bajar; ir y venir. Una no fijeza que todo lo determina. Entonces, solo los pequeños movimientos o señales significan en un lugar inasible, casi vacío. “Tomar del vacío aquello que bulle, volver y conjugarlo”, dice un poema que da una clave para leer el libro. Algo que se refuerza con delicadas y precisas imágenes: “danzar la quietud”, “sacarle una foto a una palabra”. Es lo máximo a lo que podemos aspirar, y eso pone en cuestión todas las claves cristalizadas de la vida tal como habitualmente la leemos y narramos.
Así como los movimientos laterales, inasibles, significan, el sonido real es siempre impreciso, difuso, ilegible. Este libro suena con chasquidos, chillidos, bullicio, susurros, vibración, ecos. Y las voces nombradas son del pasado: superpuestas, originarias, viejas. Son arrastradas sin intención, se llevan sin poder dejarlas, sin comprenderlas, como un “barullo inasible” e irrenunciable. Eso somos, barullo que no cesa.
El sonido que nos determina es entonces confuso. Ahí vivimos: en todo lo que constituye una señal que no podemos decodificar. Una nebulosa, nunca un mensaje. O quizás el mensaje sea ese: la vida es vapor, confusión, resonancia, vastedad que no vemos. Inasibles movimientos que ya pasaron o sucederán. El mundo que se habita es magmático, inabordable en sus tramos más nítidos, solo accesible por pequeños fragmentos.
Un poema que es casi un ars poética, y que podría ser un segundo título del libro, nos da otra clave: “el mundo es un silencio que i n t e r r u m p i m o s”. Somos la interrupción de un silencio, y ese silencio es la única verdad. “La verdad se resuelve callándola”, reza otro verso.
El silencio es entonces, aquí, lo más verdadero, y es la resolución de algo. Tal vez, porque nos lleva de regreso a un estado originario, a lo informe, a lo eléctrico, a ese vapor que pervive en el cuerpo. Un cuerpo que se vuelve ligazón con un cosmos en ebullición, con los más primarios movimientos.
De acuerdo con estas claves, la palabra que nos conforma, el lenguaje, es pura imposibilidad: “rozar lo imposible cuando las palabras somos”. El poeta usa la palabra para decirnos que no debemos atender a ella sino a todo lo que tiene nuestra vida de impreciso, discontinuado, intermitente. A eso que irrumpe y desaparece, a los destellos de la percepción. A un ruido “informe” que “se cuela” incomprensible, que llega sin buscarse, incluso sin querer ser oído.
La palabra es, en cambio y solamente, “un color que danza los costados”. Quizás por eso, como refuerza el título del libro, vagamos perdidos.
“Ubicarse en la mitad del ruido no es fácil”, afirma un poema. Y luego: “ubicarse en la mitad no es fácil”, es decir, en cualquier mitad. Volvemos a la idea de habitar los bordes, los márgenes, el afuera del afuera, el antes o el después, un rincón a la intemperie (“encontrar un rincón en la ventana”, en lo que se abre; quedarse en esa apertura, sin salir). Y se explicita así: “asentir la ausencia y el margen”.
Lo más amplio está adentro, nos dicen también estos poemas: esa “inefable vastedad de cerrar los ojos”, volcarse a lo interior. Este libro nos señala que a lo sumo podemos vivir en una pausa, “una pausa entre puntitos intermitentes”. “Pellizcar el instante en el espejo de un bosque”. No un instante, sino un pellizco de instante; no en el bosque, sino en el espejo de un bosque. Es decir, apenas un roce en un puro reflejo. De igual modo, el cuerpo es la “culminación de un alarido” y no el alarido en sí: es algo que ya termina.
Se trata de un libro con una carga filosófica que nos deja extasiados, transportados, reflexivos, sin poder sustraernos a un universo tan compacto y coherente, concentrado en sus claves, expansivo en su postulación.
Toda construcción es inacabada, comprendemos. Lo que se construye es apenas una anticipación, una posibilidad. Como lo es el propio nombre, la identidad. Algo que no está ni estará. Cercano a un juego, al reflejo de algo que ya pasó. “Un camino de incienso en el hormiguero”, “un hueco en la arena”, un “bostezo”.

En este libro, el único centro es un “nudo que envuelve la infancia”. Lo demás son desplazamientos, redefiniciones, gradación, humo que sube y baja. Titubeos, disoluciones, “tropiezos que van y vuelven/que vuelven y van…” “una esfera que no reconoce su principio o fin”.
La respiración se produce “para urdir una carencia”. Tejemos una carencia, respirando. Y así nos comunicamos, nos movemos: “caminar se vuelve un paréntesis, una promesa, un indicio”, “El vaivén precede el sentido”, dice un verso. Y siempre le creemos. Porque este libro tiene el poder de convencernos, de marcarnos con su pensamiento. Pone ese espejo del bosque en nuestra vida, para enseñarnos que vagamos perdidos. Y sin embargo, aunque eso suceda (no es menor el “aunque” en el título), vivimos. Conectamos, podemos amar a otro ser que se enreda en su sábana, a la hija que patea y ríe dormida.
Debemos asumir que todo es vago e inasible, que flotamos, en verdad, sin pisar, un “lugar sin lugar del nudo que está sin estar”. Aceptar que el tiempo tal como lo conocemos no es real. Que la temporalidad es otra cosa. Que “el día y la noche se encuentran en un pozo”, equiparados. Que somos magma, vapor. Que nuestro miedo es “agua que se corrige en las esferas”, no nos pertenece. Que apenas incidimos a tientas en el inicio de un cosmos, un sistema desconocido que no veremos, aunque nos incluya.
*(Montevideo-Uruguay, 1969). Poeta, periodista e investigadora. Desde 1990 vive en Buenos Aires (Argentina). Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Ha ganado el primer Premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (2011). Además, se ha desempeñado como organizadora del Ciclo de poesía y espacio cultural Fedro entre 2006 y 2010 junto a Florencia Walfisch. Ha publicado en poesía El cielo tácito (2007), Volcar la cuna (2012), Día primero (2015) y Algo no pasó (2016).
**(Ecuador). Fotógrafo, escritor y editor. Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social, Licenciado en Literatura; Magister en Estudios Latinoamericanos con mención Literatura, Magister en Escritura Creativa; Doctorando en Filosofía y Letras. Docente universitario de pregrado y posgrado. Maestro de Kundalini yoga. Obtuvo la Convocatoria Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay (Artes visuales/fotografía, 2020); la Convocatoria Internacional “La tibia garra testimonial” (Crónica y fotografía, 2020). Dirige la Feria Internacional del Libro de Cuenca (Ecuador) y coordina la Editorial Municipal del GAD de Cuenca. Autor de varios libros de poesía, investigación y fotografía, así como de artículos científicos y divulgativos.


