Por Martin Vargas Canchanya*
Crédito de la foto (izq.) Facebook del autora /
(der.) Ed. Comba
Un autorretrato en fuga hacia el abismo del ser.
Aproximación a Sombra celeste (2025),
de Ximena López Bustamante**
Sombra celeste, segundo libro de la poeta arequipeña Ximena López Bustamante, es un poemario atravesado por una intensa vocación metafísica. Desde sus primeras páginas, despliega una búsqueda espiritual, existencial y estética que se adentra en los pliegues más oscuros y profundos de la subjetividad. El libro no se limita a hablar del yo como una realidad definida, sino que lo expone, lo fragmenta y lo interroga, como si cada poema fuese un espejo roto donde la identidad se disemina y se reconfigura en múltiples formas.
Los ejes temáticos que articulan esta obra son la identidad, la alteridad y el lenguaje. Ellos son abordados por una voz poética que, en su evanescencia, se reconoce a sí misma como un inagotable “autorretrato en fuga” (p. 49). El sujeto lírico de estos poemas no se presenta caracterizado por una unidad coherente, sino, más bien, como una silueta fractal, marcada por contradicciones, vacíos y desbordamientos. Así lo sugieren estos versos inaugurales: “vida/ en/ f/r/a/m/e/s/ en/ donde/ no/ se/ halla/ narrativa” (p. 11). En este caso, la experiencia vital se percibe como una sucesión fragmentaria, privada de sentido lógico, donde la racionalidad no alcanza a comprender el espesor de lo vivido. Dicha idea se refuerza muy bien mediante la disposición visual de los versos, los cuales en sus numerosos encabalgamientos evocan los incesantes quiebres y rupturas de la subjetividad.

Entre los aspectos más destacados del poemario podemos apuntar el estilo de su lenguaje y la estructura interna del conjunto. Con respecto a lo primero, es evidente una tendencia a la elipsis, la supresión de los signos de puntuación y la dislocación de la frase. Estos procedimientos despojan al discurso de su progresión lógica en un gesto, contrario a la anécdota, que recuerda a la experimentación lingüística de la vanguardia. En la misma orientación disruptiva, se observa también un trabajo lúdico en cuanto al escandido de los versos y su presentación visual a lo largo de la página. Aquello puede ser entendido como una manera de evitar la linealidad y la secuencialidad del discurso racional, el cual precisamente es objeto de cuestionamiento por parte de la conciencia poética.
Además de lo indicado, otro de los grandes aciertos del poemario es su estructura interna: el libro se halla dividido en nueve secciones que aluden a distintas noches. Estos títulos evocan el paso del tiempo e invitan a pensar en la escritura de una especie de diario místico. Interpretado bajo esas coordenadas, cada noche constituye una etapa de un viaje interior hacia lo desconocido, donde el lenguaje comienza a descomponerse y fragmentarse en su trayecto. Esta desestructuración lingüística acompaña el proceso de despersonalización del sujeto poético, que intenta liberarse de las ataduras discursivas y acceder a una forma de conciencia más honda: “quisiera entrar en profundo/ en silente libertad/ salir del meollo inexistente/ danzar sin cuerpo/ ser melodía hilarante” (p. 21).
La noche, símbolo recurrente, representa ese espacio propicio para el desprendimiento de lo cotidiano y la apertura a otra forma de conocimiento. En ella se abren las puertas hacia una conciencia distinta del ser, más ambigua, más sensorial. En estrecha relación con este motivo aparece el cuerpo femenino, no como objeto de contemplación erótica, sino como origen vivo del lenguaje. Al respecto, la palabra deja de concebirse como un signo abstracto y se revela como una vibración encarnada: “el silencio es/ un mito uterino” (p. 12). Desde esta perspectiva, el discurso poético nace de la carne, late con ella, y encuentra en el cuerpo su fundamento.
El poemario articula así una profunda tensión entre el deseo y la pérdida, entre el anhelo de trascendencia y el reconocimiento de los límites. En versos como “ahí va el dedo destructor/ heredero del abismo/ apuntando desde el vacío” (p. 28), se percibe una conciencia desgarrada que intenta nombrar lo innombrable, capturar la esencia esquiva del ser, sabiendo que en el intento corre el riesgo de destruirla. El lenguaje poético expresa esa dificultad. Su discurso se entrega al abordaje de lo irrepresentable. Entonces, se vuelve paradójico: “el poema llora mientras canta/ caligrafía de lo imposible”, p. 35).
El amor también aparece vinculado a dicho impasse fundamental. En función de ello, resulta abordado desde una perspectiva que ahonda en la ruptura. Lejos de ser un refugio armonioso, el amor se presenta como un lugar donde el yo se multiplica y se vuelve a extraviar: “para vernos rotos y multiplicados/ en nuestra cita infinitesimal” (p. 40). Es así como la alteridad, lejos de ofrecer un rostro claro, se vuelve un espejo opaco donde se refleja nuestra propia falta.

Crédito de la foto: ©Franz Harvis
Uno de los momentos más reveladores del poemario se encuentra en los versos “la que tampoco soy desciende/ danza/ (…) ella danza/ hasta encontrar mi identidad” (p. 44). Aquí se pone en escena el desdoblamiento del sujeto, que asume que solo podrá encontrarse abrazando su sombra, reconciliándose con esa otra que no es, pero también es. La identidad se construye así en el filo de lo otro, en el vaivén entre la máscara y el rostro.
Finalmente, Sombra celeste traza una ética de la aceptación de la propia desgarradura del sujeto. No se trata de alcanzar la unidad o la transparencia, sino de habitar el abismo con lucidez. Este es el sentido en que la voz poética se propone “Reconocer en lo desconocido/ todo aquello que he visto leído olvidado” (p. 53). En la poesía, el sujeto persigue su propia trascendencia. Ello supone una voluntad de integrar el pasado, la memoria, el deseo y la ausencia en una conciencia mística de lo incompleto.
Con una voz que oscila entre lo confesional y lo hermético, entre lo sensual y lo filosófico, el poemario propone entonces una purificación del lenguaje. Este ya no pretende reflejar el mundo, sino expresar su inestabilidad y su fractura. Así, el libro se erige como una meditación poética sobre la condición humana y sus límites, tan bella como inquietante.
*(Lima-Perú, 1992). Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Ha copublicado en ensayo Lo que no cesa de no escribirse (2013). En la actualidad, cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica del Perú y donde se desempeña como docente de Literatura y Redacción.
**(Arequipa-Perú, 1993). Poeta. Licenciada en Periodismo por la Universidad Científica del Sur (Perú) y magíster en Creación Literaria por la Universidad Pompeu Fabra (España). Ha publicado en poesía Interior VI. Técnica mixta (2022) y Sombra celeste (2025).


