Sobre «La cena de las Cenizas» (2025). Entrevista a Claudio Archubi

 

Por Diego Roel*

Crédito de la foto (izq.) archivo del autor /

(der.) LPV Ed.

 

 

Sobre La cena de las Cenizas (2025).

Entrevista a Claudio Archubi**

 

 

Diego Roel [DR]: ¿Por qué Giordano Bruno?

Claudio Archubi [CA]: Porque desafió a las creencias de la tribu. Porque tenía un tipo de locura hermosa: quería abarcarlo todo. Porque valoró la existencia y el poder de la imaginación. Porque valoró el conocimiento de la naturaleza y la idea de alcanzar una unidad contemplativa entre el sujeto y el universo. Porque construyó una épica del amor al conocimiento y la búsqueda de la Verdad. Porque no desdeñó la Belleza. Porque apostó su vida en eso.

Algo de ese desafío, de esa búsqueda que se vuelve una épica sagrada también encuentro en su máxima expresión en la anónima máscara de tu libro Padre Tótem, y es por eso que lo destaco entre varios de tus otros poemarios.

Como siempre hablamos, a la máscara es necesario encarnarla para que haya un verdadero trabajo poético, y para eso debemos mimetizarnos con ella. Yo sentí que podía acercarme a eso con la máscara de Bruno.

 

 

[DR]: Porque la locura de Archubi y la de Bruno se parecen. Me interesaría que expliques un poco más ese proceso de encarnación del personaje. Y cómo se conecta eso con el proceso de escritura del libro. Es decir, ¿cómo llegás al plano estético desde algo que parece requerir saberes referenciales, mucha enciclopedia?

[CA]: El primer poema de mi libro señala algo de eso. Trabaja en el plano meta-poético. Prefigura el proceso simbólico que sufrirá la máscara a lo largo de mi libro, ubicándola en la hoguera, a la manera de un proceso de purificación alquímico, pero también como camino estético-creativo, donde lo ideológico, pero también lo circunstancial y concreto, pierden importancia para ascender al plano de las emociones y las ideas: el momento donde la máscara se abre y toca el misterio.

Toda forma es una máscara, todo dato, toda sentencia, porque enmascara el misterio. La clave de la poesía es que la forma se abra hasta tocarlo.

 

 

[DR]: Y en cuanto a la investigación previa, ¿qué dirías?

[CA]: Vos querés que admita que fuiste uno de los daimones que me empujaron perversamente al abismo, cuando te comenté mi intención de hacer este libro, al pasarme en pdf los libros de Giordano Bruno. El otro fue nuestro colega Lucas Margarit, que celebró los poemas y me señaló el gran ladrillo de 500 páginas de Frances Yates, que hace un estudio vinculando a Bruno con el auge del hermetismo durante el Renacimiento, a partir de la traducción del Corpus Hermeticum que hizo Marsilio Ficino. Pero como te digo, todo esto es circunstancial, paralelo al proceso creativo, puesto que primero uno tiene que sentir que puede mimetizarse con la máscara.  

De toda esta lectura paralela tomo, no obstante, varias ideas e imágenes que aparecen en el poemario. Por ejemplo, de los libros de magia de Bruno y de su libro Los heroicos furores, donde se despliega mayormente la psicología bruniana, describiéndose una épica-mística del filósofo en busca del conocimiento interior, me valgo para la segunda sección del poemario. Esta segunda sección de mi poemario, está marcada por los elementos Tierra y Agua. Y está configurada en el formato de siete leyendas. En oposición a la primera sección, dividida en siete llamas, marcada por el elemento Fuego. Para Bruno el número siete era importante por sus connotaciones simbólicas. Siete mundos (incluyendo a la Luna) giraban alrededor del Sol, asociados a divinidades, siete días de la semana asociados a ellos, y también el siete resonaba como símbolo en la Biblia. Para ponerte otro caso, algunas de mis leyendas insisten en la presencia femenina porque señalan hacia el mito de Diana, muy entrañable a Bruno, para mostrar la destrucción del yo (cuando el cazador, al ver a Diana desnuda, es devorado por sus propios perros). Diana es una divinidad femenina que expresa, para Bruno, lo sagrado en la naturaleza. Para acceder a ella, el filósofo-cazador tiene que despegarse de la individualidad marcada por sus conflictos emocionales y deseos egoístas y mundanos. Los heroicos furores es, en ese sentido, un bello libro sobre la búsqueda interior configurado a la manera de los tratados de amor medievales.

 

 

[DR]: Eso que explicás podría resultar difícil para algunos lectores, abstruso, inescrutable. Hemos charlado entre nosotros sobre el tema del hermetismo. ¿Qué le dirías a los que señalan que tu poesía puede resultar un tanto hermética?

[CA]: Les diría que el hermetismo puede ser maravilloso, que Bruno también era hermético. Y que estaba dispuesto a ir a la hoguera por eso.

 

 

 

7 poemas de La cena de las Cenizas (2025),

de Claudio Archubi

 

 

Primera llama

 

La Tierra canta, Señor, puedo sentirla.

¿Por qué los juglares cantan al rey si la Tierra está viva y es nuestra reina?

He entrado en las cavernas más hondas para escucharla.

He aprendido, he olvidado.

He puesto mi oído en los barros más espesos. Y algo se movía allí adentro, insistente, en lo profundo, junto a mí, para que aprendiera a tocarlo, como se toca una distancia o una palabra de amor.

Crecimos inclinados porque la Tierra nos quiere de regreso.

Corre la Tierra en su loca plegaria de amor. Corre por el cielo como corren unos cuerpos tras los otros, sin alcanzarse nunca, porque desean conservar su ser, sin apoyarse en lecho transparente.

La Tierra canta, Señor, ¿por qué nadie la escucha?

He dormido profundamente sobre piedras milenarias, he sentido su movimiento, las he escuchado crepitar cuando el sol las abandona, llevándose su calor a otra parte. Y me he vuelto pesado y frío.

Así cruzó el olvido, como una palabra más que las piedras se decían en la noche.

Yo crecía pesado y frío como una estrofa de su canto.

La luna es una gran piedra. Es un pensamiento de la Tierra que me lanza su palabra blanca, poniendo cielo en mi corazón cansado.

Las piedras me han visto, Señor, multiplicado y quieto en los distintos mundos.

Pesado porque la Tierra me quería para ella.

Pesado y con las manos abiertas, Señor, pude sentir el canto de la Tierra, porque ya tenía sus piedras adentro.

 

 

 

Segunda llama

 

Raimundo, dijiste que toda piedra tiene fuego adentro.

Yo te creo.

Las llamas multiplican sobre mí su regalo rojo.

Pero he aprendido a ignorar el dolor: tenso mi pensamiento; flecha que cruza en la niebla del cielo de la sangre.

Leo palabras de la Tierra escribiéndose en mi piel abierta; nuestra gran piedra incomprendida, repleta de soledad, tiene corazón de fuego.

 

Gran Inquisidor, fuiste su portavoz, sin saberlo.

Chocaron nuestras almas.

En el espejo de tu Mundo, desde el otro espejo que me toca.

Quieto, duplicado y roto.

Vi cuánto se estiraba la distancia entre tu pensamiento y el mío, como dos piedras flotando sin aire por encima de la vida.

Padre del desastre: yo fui el salmón; tú la piedra que no pude rodear, tú el gran río.

 

 

 

Tercera llama

 

Señor, el Mundo no pesa.

Sube esta llama a la pluma de mi corazón que asciende.

Mi corazón tampoco pesa.

Lo siento ir con el Mundo de un lado a otro en un instante.

El Mundo se mueve infinitamente roto.

Mi corazón se mueve infinitamente roto.

Durmió mi corazón en el bosque.

Durmió de pie, inmóvil, de cara al cielo, junto a animales enterrados para pasar el invierno. Y aun así, profundamente despiertos. ¿Qué veían?

Me soñé como un árbol que tocaba otro árbol.

Y me sequé. Abrazado por las llamas me sequé.

Así extendí mi mano hasta el confín de la vida, pero no desapareció, pues tocó otra mano que buscaba el borde.

Cuando las partes se tocan, el Mundo se hace otra vez.

¿Tocó así tu mirada a la mía, Maestro Copérnico?

Mientras dormía en el bosque soñé que acariciaba un animal más grande que la Tierra: era tu alma, Maestro, moviéndose en ella para unir sus partes, suavizando mis heridas.

Desperté cuando girando la Tierra dio paso al Sol: se iluminó frente a mí una montaña.

La abracé con mis cenizas.

 

El poeta Claudio Archubi

 

Cuarta llama

 

Mi piel se abre como una máscara.

Se vuelve alada mi piel.

Tiene las alas de la Verdad, como tu piel.

 

Me imagino como el caballo Pegaso.

Ven, Pegaso, seamos uno, porque eres más libre que Ícaro, llévame hasta donde se abre el manto del cielo.

El sol se acerca, puedo sentirlo. El sol se acerca, pero no se derriten mis alas ardientes.

 

Las llagas me despiertan.

Las máscaras también se queman.

Pero las ideas nunca.

 

 

 

Quinta llama

 

Algunas criaturas reciben de Dios un pedazo más grande de su alma.

Yo fui como la abeja que se alimentó de una flor, amó esa flor, y cruzó los múltiples jardines, con la flor adentro.

Tenía sólo mi aguijón.

Tu alma era la flor, madre.

Me enviaste lejos para ofrecerla.

Pero amé tanto esa flor que la flor se abrió en mí, por fuera de todo lugar, como se abre la desmesura en algunos corazones.

Ardió ella como ahora el infinito en mi pulmón, cercando el aire.

Y a cada instante, te juro, en cada jardín, intenté transmitir tu flor ilimitada.

Así volé solo, cada vez más solo, sin descanso, ardiendo en la Verdad.

Con mi aguijón, tan torpe, tan filoso, como la uña de Dios, rasgando las almas, rasgando las almas, una por una, para verlas por dentro.

 

 

 

Sexta llama

 

Ven, oscura dama que me contemplas en la hoguera, nacimos del fuego y con el fuego adentro volvemos a él.

Hay suaves animales que giran contemplándose entre tu nombre y el mío, insistentes en la tristeza, alejados en su Verdad.

¿Para qué me acercas esa cruz?

Suben llamas a mi cabello que se deshace en la oscuridad, como la muerte frente al amor, multiplicándose iluminado por un instante: ríos bajo la tormenta.

Tengo una lupa encima: Dios se vierte de mi cuerpo.

Ya hay tierra en mis átomos, aire en mi callado grito.

Siempre tuve los nervios encendidos. El que intentó tocarme se quemó.

Pero ven, mujer, mi boca ardiente no te dañará nunca. Mírame por última vez.

Eres el futuro del Mundo, y yo tu fiera encendida.

 

 

 

Séptima llama

 

Ven, la flor está creciendo aún, alcancemos lo nunca alcanzado.

Multiplicado el Mundo es uno y con él nosotros ninguno.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires-Argentina, 1980). Poeta. Licenciado en Historia de las Artes visuales por la Universidad de La Plata (Argentina). Reside en la ciudad de Posadas (Argentina). En la actualidad, se desempeña dictando talleres de escritura creativa. Obtuvo el Premio Internacional Loewe de Poesía (2023) y el Premio Alegría (2020). Ha publicado en poesía Padre TótemOscuros umbrales de revelación (2004), Diario del insomnio (2005; 2013), Cuaderno del desierto 2007), Las variaciones del mundo (2010; 2014), Los Jardines del Aire (2012), Dice Jonás (2015), Vía Lucis (2015), Kyrios (2016; 2016) Las intemperies del mar (2017), Shibólet (2018), Kadosh (2019), El infierno es una bestia callada y triste (2020), Andréi Rubliov (2020) y Los cuadernos perdidos de Robert Walser (2024).

 

 

 

**(Mar del Plata-Argentina, 1971). Poeta y narrador. Doctor en Física e investigador de CONICET. En la actualidad, se desempeña en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio. Compiló la antología de poemas en prosa Del caos a la intensidad (vigencia del poema en prosa en Sudamérica) (2017). Ha publicado en cuento La forma del agua (2010); y, en poesía, Siete maneras de decir tristeza (2011), Sísifo en el Norte (2012), La casa sin sombra (2014), la ciudad vacía (2015), La Máquina de las alegorías (2016), Arca rota jardín de nadie (2018), Cielo al revés (Metafísica de la imagen de “Teresa” soñando el Sur) (2020), Hermana, jardín, espina (2023) y La cena de las Cenizas (2025). 

 

 

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