Sobre «Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo» (2025), de Alonso Cueto

 

Por Alonso Rabí Do Carmo*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Alfaguara /

(der.) ©Luis Rodríguez Pastor

 

 

Alonso Cueto sobre MVLL: el homenaje de un lector.

Sobre Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo (2025),

de Alonso Cueto

 

 

Seguramente los teóricos de la lectura han imaginado numerosos marcos conceptuales para acercarse al acto de leer, una de las maravillas de la cultura humana. En esta ocasión prescindiré de ellos y me guiaré solamente de mi intuición y mis impresiones, si me permiten ejercer tal modestia. Acabo de terminar de leer el libro que ha escrito Alonso Cueto, titulado Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo (2025), que constituye no solamente un recorrido por momentos y tópicos importantes de la obra de nuestro Premio Nobel, sino también la memoria del placer de su lectura. Ambas dimensiones se imbrican, dialogan y crean un espacio de complicidad en el que otros lectores, me incluyo, pueden confabularse.

Ya que se habla de memoria, Cueto no descuida momentos de abierta confesionalidad, gesto muy coherente con la retórica del homenaje: “Las novelas de Mario Vargas Llosa han acompañado mi vida (…) La costumbre de leer sus novelas empezó muy pronto” (p.13). La primera sección del volumen se aboca a estudiar cómo la obra de Vargas Llosa ha ido construyendo un fabuloso catálogo de personajes y tipos humanos que han creado lazos de identificación con sus lectores. El teniente Gamboa, el Poeta y el Jaguar, Zavalita, Urania, Pantaleón, Pedro Camacho, Palomino Molero, el ubicuo Lituma, entre otros, son parte de ese gran fresco humano construido a lo largo de una veintena de novelas, hay que decirlo, algunas más recordables que otras.

 

El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa

 

En el capítulo segundo, Cueto explora la presencia del poder como tema y motivo en la obra vargasllosiana y la respuesta que se construye desde allí. Básicamente existen dos reacciones creativas: la creación de héroes rebeldes, que se oponen a la opresión, al peso del poder; por otro lado, está la idea misma de la creación de ficciones, de la lectura, como una posibilidad evasiva, como el pasaje a un mundo menos insoportable, tóxico y caótico que aquel que ofrece la realidad. Este elemento subyace a una de las teorías de Vargas Llosa sobre la ficción, que podemos traducir como esa máscara que nos permite vivir otras vidas posibles. Muchas veces sus personajes se van a contagiar de este espíritu, como lo hizo el propio Vargas Llosa al confesar en una célebre frase que lo más importante que le pasó en la vida fue aprender a leer. El poder se manifiesta también en el cuerpo de los personajes, algo que me parece un hallazgo notable en la lectura, porque el cuerpo no es metáfora sino receptor de los efectos del poder.

Las pugnas en torno al poder son esenciales a las relaciones que tienen entre sí los personajes de Vargas Llosa. Pero para que las acciones del rebelde se justifiquen, necesitan una dirección. Esa dirección es la que da la utopía, reforzada por el sentido moral (p.67).

 

El capítulo tercero va en amalgama con el segundo y se dedica a analizar el tema sugerido al final de aquel, es decir, la perspectiva utópica que sirve de base a la conducta y conciencia del rebelde. Lo primero que hay que señalar es que esta idea de la utopía tiene muy estrecha relación con el idealismo que impregna la experiencia de sus personajes. De aquí se puede deducir que entre los héroes vargasllosianos son numerosos los casos en los que el propósito moral o de realización prima en el temperamento y el carácter del personaje. Consideremos dos ejemplos de entre varios que elige Cueto para comprobar esta afirmación. Uno es Antonio el Consejero, el pastor evangélico fanático que inicia la Guerra de Canudos en franca rebeldía contra el advenimiento de la República brasileña, identificada con el Anticristo. “Consejero”, dice Cueto, “cree que logará un modelo de sociedad digna” (p.71). Otro personaje que encarna este modelo podría ser Zavalita, quien abjura de las mentiras que sirven de base a un sistema opresor y corrupto. Como bien observa Cueto, se trata de “románticos en una realidad hostil, caballeros en una tierra baldía” que “jamás se asimilan del todo a la realidad” (p.81).

El capítulo cuarto nos muestra a Vargas Llosa lector y buen aprovechador de las lecciones del Quijote, novela de novelas legada por Cervantes. Cueto sugiere que el nexo entre la novela de Cervantes y los personajes vargasllosianos radica en que estos son “aventureros impulsados por una forma particular de la moral” (p.85). Es interesante notar el paralelismo entre el Quijote y sus parientes en la obra de Vargas Llosa. Cito:

Don Quijote muere cuando deja su gesta de lado. El Jaguar se convierte en un empleado adaptado a la rutina. Zavalita vive sumido en la derrota de una Lima nebulosa. Después de la muerte de la Brasileña, Pantaleón es finalmente avergonzado por el ejército para cuyos fines creó su utopía de Pantilandia. La niña mala se enferma cuando deja sus vidas ficticias (p.86).

 

Un tema ausente en este cotejo entre dos autores que hacen de la novela su práctica central, es el de la metaescritura, recurso abundante en sus mundos narrativos.

 

 

En el quinto capítulo Cueto pasa revista a las relaciones de Vargas Llosa con una de las tradiciones literarias más caras para él: la francesa. Allí está la fascinación por Madame Bovary, de Flaubert, definidora de su propia vocación de escritor, tal como recuerda en El pez en el agua, donde llega a afirmar que leyendo a Flaubert descubrió qué tipo de escritor quería ser. Con Flaubert aprende Vargas Llosa el arte de la omnisciencia. El sentido de lo moral se lo proporciona otro escritor admirado que está entre sus admirados: André Malraux, autor de otra gran novela, La condición humana.

Luego, en su faceta de intelectual público, de escritor consciente de su capacidad para intervenir en los debates públicos, Vargas Llosa seguirá a Sartre, aunque más tarde el dogmatismo del autor de La náusea hará que se acerque a su contraparte, Albert Camus. Esta afiliación se entiende en la medida en que Vargas Llosa rompe vínculos con la izquierda a partir del Caso Padilla y Camus no está comprometido con ninguna ideología “sino con la libertad de su propia conciencia individual y moral” (p.109). Cueto cierra este capítulo con una reflexión de sumo interés:

La figura del intelectual comprometido con causas justas y con su defensa pública convierte a Víctor Hugo, Zola, Sartre, Camus y Malraux en modelos de Vargas Llosa. Sus personajes son, con frecuencia, combatientes que creen en un mundo más libre y justo. En ese sentido, la vida pública de Vargas Llosa es la de sus personajes de ficción (p.111).

 

El escritor Alonso Cueto.
Crédito de la foto: Luis Rodríguez Pastor

 

No podía faltar un capítulo para abordar un asunto crucial para entender el mundo narrativo de Mario Vargas Llosa: su permanencia en la gran tradición del realismo. Y de manera muy didáctica, Cueto enumera algunas formas de manifestarse esta preferencia estética y narrativa: la narración geográfica (tiempo y espacio); los vasos comunicantes, una técnica que colabora con el logro de una narración de mayor riqueza; la enumeración aliterativa (resonancia del lenguaje y las palabras) y el monólogo y diálogo interior. Todas estas modalidades técnicas no solo crean personajes de mayor fuerza y presencia, sino también incrementan su coherencia, su credibilidad. El libro se cierra con un testimonio personal de Cueto. Es de todos conocido que la escritura de este volumen casi coincide con el final de la vida de Vargas Llosa. En el testimonio hay un pasaje que revela esa proximidad:

En otra ocasión, al hablar de Charles Dickens, le recordé las últimas horas del gran escritor inglés: sentado en su mesa de trabajo, mientras escribía lo que sería su última novela, El misterio de Edwin Drood (1870), Dickens cayó fulminado por un derrame cerebral. Murió al día siguiente. Cuando le hablé de esto, Mario me contestó. «Qué extraordinario. Pasar de la ficción a la muerte» (p.133).

 

Un dossier fotográfico invita a recorrer la vida de Vargas Llosa desde la imagen, ese texto invisible que se descifra en el deleite del ojo humano. Alonso Cueto ha hablado aquí por muchos lectores que hemos seguido la trayectoria literaria de Vargas Llosa con atención y rigor. La elocuencia y la profundidad de su lectura doblan el placer de recorrer sus páginas.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1964). Escritor, periodista y docente universitario. Ejerce el periodismo desde 1989 y ha dirigido, entre 2006 y 2008, el suplemento cultural El Dominical, de El Comercio. Condujo los programas Entre libros y Presencia Cultural en TVPerú. En la actualidad se desempeña como columnista del portal Sudaca y docente de Lenguaje y literatura en la Universidad de Lima (Perú). Ha publicado en poesía Concierto en el subterráneo (1992), Quieto vaho sobre el espejo (1994) y En un purísimo ramaje de vacíos (2000); otras publicaciones Archivo de recortes. Crónicas en tono menor (2018), Universo MVLL (2019), El texto literario. Materiales para su estudio (2020) y Antiguos y nuevos animales literarios (2022), volumen que reúne 47 entrevistas a personajes de la literatura latinoamericana y universal y Ciertas formas de la soledad, antología personal a la que se sumaron algunos poemas inéditos (2023). Prepara un libro de ensayos sobre narrativa peruana y latinoamericana, así como un relato familiar sobre la inmigración palestina al Perú.

 

 

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