Por Ángel Padilla*
Crédito de la foto (izq.) www.latortugabulgara.com /
(der.) Eds. La Tortuga Búlgara &
Caleidoscopio de Libros
Sobre Ojos que lloran (2025),
de Aleksándar Vutimski
La novela que me propongo reseñar, Ojos que lloran, de Aleksándar Vutimski, es muy valiosa por varias razones, entre ellas que su autor falleció muy joven sin que su manuscrito fuera revisado completamente. Aleksándar Vutimski tuvo una vida muy complicada. Murió en 1943 en un sanatorio de Yugoslavia donde ingresó para tratarse de tuberculosis, con tan solo 24 años. En vida el autor no publicó casi ningún texto pero en la actualidad es considerado uno de los poetas más singulares pero menos conocidos de Bulgaria que gana relevancia internacional exponencialmente gracias a la atención de expertos en literatura que van publicando estudios sobre el poeta, al que por su precocidad, malditismo y corta vida lo llaman “el Rimbaud búlgaro”. Pronto saldrá una antología de sus textos en alemán en traducción de Andreas Tretner; y su figura literaria se consolidará, aún más, con este gran empujón que la unión de dos casas editoras han otorgado sumando esfuerzos (La Tortuga Búlgara y Caleidoscopio de Libros) para que la vigorosa y sugestiva novela Ojos que lloran haya visto la luz en castellano. Quien desee conocer su poesía en castellano puede hallar una preciosa selección de sus poemas en el Cuaderno azul, editado por La Tortuga Búlgara.
El tiempo de Vutimski era aquella época gris y tensa en la que distintas enfermedades infecciosas diezmaban la población mundial con suma facilidad; entre tales afecciones graves e incontrolables estaba la muy temida tuberculosis, la cual ya en el siglo XIX generó una mortandad del 25% de la población europea. Tal enfermedad contiene, a pesar de su tasa (hoy, mucho menor) de mortandad, un halo ‘romántico’. En la literatura la padece la pequeña Fantine en Los Miserables; también Katerina Ivanova en Crimen y Castigo. La tisis, o tuberculosis, también según algunos estudiosos ‘sirvió’ para fijar un estándar de belleza femenina romántico (ya caduco, por fortuna): las víctimas femeninas, nobles y hermosas, fueron un tema de conversación de la época. Marie Duplessis, en La Dama de las camelias, la padece. Verdi para su romántica música se inspiró en tal personaje. A Marie, un retrato la había convertido en famosa por su blanca epidermis y sus ojos oscurecidos, la imagen femenina perfecta de la época, frágil, ida, enferma… Han quedado innumerables pinturas de mujeres tísicas que padecieron esa tortura infecciosa en el siglo XIX, blanquecinas casi translúcidas, en posturas cuasi ingrávidas, listas pareciera para levitar o volar al otro mundo como pajarillos. Como siempre, el arte refleja lo que al artista conmueve, gusta o asusta. El contemporáneo y rompedor Baudelaire supo muy de cerca de dicha enfermedad, la sufría “la negra”, su amada y constante fuente de inspiración en aquella Francia que condenó su libro Las flores del mal por el que el Estado llevó a juicio al autor en un proceso muy seguido socialmente en aquella época, obligándole a retirar algunos poemas considerados blasfemos para la moral de ese tiempo tan falso e hipócrita como el presente y como cualquier otra época. Su tiempo condenó también al eremita de Flaubert, por su Madame Bovary; la época de Whitman también condenó y escupió sobre su obra, que consideraron sucia e incluso perversa; Rebelión en la granja fue prohibida y estamos seguros de que, si Ojos que lloran hubiera sido publicada en vida de su autor, se habría retirado de las librerías en muy pocos días, sentenciada y condenada por inmoral y peligrosa (fue de las primeras novelas que refleja sin pudor el homoerotismo).
No describiría, en su caso (volviendo a la tuberculosis), como romántica tal enfermedad nuestro poeta Vutimski, ya que casi toda su familia cayó bajo los brazos cerúleos y estrechamente huesudos mortales de tan fatigoso y mortífero desorden físico que enturbia la sangre y condena el aliento, y nos hace ver las hojas negras, y los jardines grises, y al fin, el cielo azul y a nuestro cuerpo y pensamientos ligeros.

En la novela Ojos que lloran algunos de sus personajes la padecen, comenzando por Grígori, trasunto de Vutimski (en esta suerte de biografía) y Tania, quien parece sufrir síntomas de ella. En realidad, por enfermos o por hambrientos, el grupo de amigos de Grígori aparentan estar poseídos por un mal, físico o de espíritu, o de ambos: hijos golpeados por una época convulsa. En fin, el retrato que hace de sus zozobras morales y de sus intrincados caracteres el autor es soberbio, refleja, en fin, la contradicción constante humana. Buscamos el orden, y la paz, pero estos no habitan en nosotros. Sería conveniente que conozcamos ya de qué trata la novela y sus principales personajes que en ella moran e interactúan, en forma muy intensa, vidas que podrían ser las nuestras; tan complicados todos, y diversos, como un bosque en denso silencio que parece hablar.
De qué habla la novela Ojos que lloran
De un grupo de amigos y amigas que dedican sus días a vaguear, a festejar la vida dándole la espalda a su tiempo e imposiciones, trabajo, ejército, la guerra en el mundo avanzando o retrocediendo, los imperativos de los familiares adultos de esos jóvenes que no entienden sus formas de vida, no entienden su matar el tiempo tan vulgarmente —desenfadados, alegres o turbados como animalillos silvestres— y les aprietan para que se enderecen, pero ellos no quieren, sueñan con ser como los gatos o como los genios de las artes, pensando libres sin obligaciones más allá de la propia imaginación y la vida vivida por uno mismo. Estos siguen siendo pioneros del anarquismo y del antisistemismo.
Todas las épocas en todos los países —y porque el mundo humano es siempre represivo y aburrido para la juventud que florece llena de sueños más altos que las secuoyas y pronto tristemente talados por los adultos y los países como son hechas caer las secuoyas— tiene generación tras generación, de entre sus jóvenes, que se apartan de la fila y deciden, conformando grupos activos de rebelión y resistencia, a hacer lo contrario que sus predecesores. La imagen que más pronto nos viene a la mente (al menos a mí, y quizá por proximidad histórica) es la generación beat, en artes, en concreto en la literatura (bueno, y aquí en España tendríamos La movida como grupo que se contrapone radical e imaginativamente al orden establecido, pero no me parece tan relevante en floraciones artísticas como aquel americano; La Movida, en fin, comparada con la generación beat y todo lo que la rodeaba, es una mera chirigota). Con Kerouac y Ginsberg al frente, conformaron el espíritu de toda una generación de contracultura, que convivieron nada menos que con el espíritu del hipismo, el no masivo a la guerra, las luchas contra la supremacía blanca, en forma del nacimiento de las panteras negras y las floraciones de los conmovedores e increíbles Luther King y Malcolm X, y nada menos que el nacimiento gritón y destructor y transformador del punk. En fin, de una conmoción epocal tan grande emergieron obras conmocionadas y geniales, por tanto eternas, caso de En el camino de Kerouac o Aullido de Ginsberg, también algunos poemas sueltos que reflejan la ideología pro paz y libertad de la época nos han sido legados como tesoro del acervo común y grandes letras en canciones que no morirán de gente como Corso, Pati Smith, John Pillips y de un sinnúmero de creadores para los que no hay espacio aquí porque son innumerables, brillantes y más brillantes porque fueron absolutamente a contracorriente, como las estrellas que confrontan la oscuridad en la noche, frágiles pero inapagables.

Lo que me lleva hasta aquí es retratar que cuando la juventud se junta para decir no a lo que sus padres y sus abuelos hicieron, esto es, transigir con y para el sistema (trabajar, envejecer y morir), para hacer sus propias vidas a su particular forma, fueron los primeros anticapitalistas cuando todavía no se sabía de la globalización, eso vino en nuestro tiempo, y ya vemos cómo esa trampa, la mejor hasta ahora creada por la Banca mundial y que sólo favorece a los pocos grandes ricos de este bello y adolorido planeta, ha dejado todo, diezmado y casi sin esperanza. Como postes de luz en la noche se alzan espíritus como el de Vutimski, me vienen a la mente individuos salvajes, locos por separados de todo al servicio únicamente de su empresa artística como Philip K, Dick, Dylan Thomas, Silvia Plath y Anne Sexton, John Fante o Bukowski, pasando por Miller y Burroughs, por Orwell, Charles Mingus, el bailarín Nijinsky o el genial y torturado humorista Lenny Bruce. La ciudad no logra fagocitar ni paralizar a ciertos individuos que son demasiado afierados o asilvestrados o antinormas, como para eso. De hecho, es más lo contrario: el encorsetado marco humano funciona como engendrador de estos inusuales y maravillosos animales, nacidos naturalmente como contrapunto a su mundo en grises, aburrido y muerto.
Nuestro poeta tratado es una de esas fieras. Y en Ojos que lloran demuestra, como en aquellos libros antes mencionados se muestra, que alguien puede “fuera del sistema” gestionar su vida a su forma genuina y no sólo eso, generar algo útil para los demás: una obra. Una obra, por cierto, la novela de Vutimski, donde los personajes no son artistas bohemios, ahí Ojos que lloran va más allá: se trata de personas que se niegan a hacer nada, algo respetable, y como los animales libres, sencillamente vivir, oler la lluvia, reír girando sus cuerpos en la hierba al caer el sol o beber y bailar en un antro aunque al día siguiente sepan que tendrán más de lo mismo del mundo para ellos: ni una moneda en el bolsillo y hambre hasta en sueños. Ya dije antes que la negación al establishment de sectores de la juventud no es de una época sino de todas. En la actualidad, tenemos de ejemplo icónico a Evaristo Páramos, cantante de La Polla Récords, quien en sus canciones se confronta contra lo establecido y suele llevar una camiseta con el lema “El trabajo es una mierda”. Curioso porque el grupo realiza a día de hoy conciertos celebrando su cuarenta aniversario de vida musical donde han girado por todo el mundo y sacado infinidad de discos, algunas de sus canciones irreverentes contra toda opresión son himnos para gente de todas las edades: ese su triunfo, ese ha sido su trabajo.
Aleksándar Vutimski no tuvo demasiado tiempo de mostrar al mundo sus crecientes capacidades de orfebre de las letras, en su trabajo, uno de los más admirados oficios y denostado como baladí e inútil a un tiempo: el de escritor, aunque lo que dejó, lo que nos quedó de su lírico verbo es clarificante y muy valioso. Quedó un buen conjunto de su Canto. Sus primeros poemas fueron, como se ha dicho, publicados en revistas de la época como Uchenicheski podem (Auge Estudiantil), y sus obras más importantes aparecieron en la revista literaria y de arte Zlatorog (Cuerno de Oro).
Es necesario, ahora, que veamos qué resumen sobre la trama de Ojos que lloran sus editoras:
Bulgaria en el preludio a la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de jóvenes bohemios y alcoholizados trata de orientarse errando de taberna en taberna. Víctor es un gandul cuyos padres no saben qué hacer para reconducir su vida. Una noche va a una fiesta y acaba hechizado por el atractivo de Grígori, un muchacho alto y flamante que hipnotiza a las chicas con su baile y su esbelta figura. Víctor se integra en el grupo de amigos de Grígori, pero este pronto es hospitalizado por tuberculosis. Tania y Nikolái, una pareja con idas y venidas, sumergen a Víctor en los antros más excéntricos de la noche sofiota. Grígori sale pronto del sanatorio y el grupo de amigos continúa sus andanzas por las calles, parques y tabernas de la ciudad, tratando de dilucidar sus sentimientos.
Ojos que lloran es una novela con tintes autobiográficos donde, por primera vez, el sentimiento homoerótico logra materializarse con esplendor en la literatura búlgara. Una narración donde abundan imágenes y descripciones en las que el silencio, los gatos callejeros, la lluvia, las farolas y la intensidad del color azul trasladan al lector a la decadente vida nocturna de la ciudad y sus tabernas repletas de prostitutas, conciertos improvisados y ebrias trifulcas. El poeta búlgaro Aleksándar Vutimski logra retratar, con una prosa excelsa y alambicada, la compleja naturaleza de las relaciones humanas.
En efecto, como se dice en la sinopsis, en la lectura íntima que he realizado de Ojos que lloran he quedado asombrado y conmovido con esa prosa excelsa y alambicada de la que se habla, y he disfrutado —también sufrido— con sus personajes al constatar por enésima vez la compleja naturaleza de las relaciones humanas.
Me parece genial y muy valiente por parte de Vutimski que en una obra de ficción revele en forma directa y con suma fidelidad el sentimiento homoerótico, en este mundo humano que siempre tiende a ejercer represión contra lo que considera distinto; aún hoy la homofobia ruge bajo, pero lo hace entre nuestros talones porque estos fantasmas del humano son difíciles de alejar, me temo que son inmanentes a él, a su miedo a todo. El humano por cobarde ataca en grupo a los que en cada época considera diferentes y, por ende (razona), peligrosos. En general a los que no son de la misma nación de quienes señalan hacia ‘afuera’, a quienes viven otra sexualidad que la heterosexual o los hombres contra las mujeres a quienes siguen atacando y matando o los humanos con respecto a los animales que considera (mediante el mal del especismo) inferiores y, resuelven, usables por él para todos sus vicios y hábitos indeseables, todo por una tradición cultural heredada donde el polvo, la mugre y el óxido de siglos han dejado esta casa inservible: hemos de limpiarla de los cimientos hasta el tejado, sobre todo del ectoplasma fantasma del miedo y lo que este genera en la visión de los medrosos guiados por los amos y guionistas del mundo. En fin, aquí los fantasmas no salen, ya se ve; yo opto por quemar la casa. Porque la vida está fuera de la casa vieja. ¿Y vosotras/os?
Pero sigamos en la novela de Aleksándar. Como admirador del arte, he disfrutado mucho con los numerosos pasajes descriptivos que abundan en la obra, donde el poeta nos cuenta cómo se muestra el día o la noche en las calles, muchas veces en forma naturalista, otras crudamente realista, otras surrealista y otras más en forma de cuento infantil, con pluma gruesa y terroríficamente hermosa.
Extraigo algunos fragmentos como muestra:
(Ejemplo del ritmo) Nunca escribiría porque es un sinsentido. A pesar de que durante toda mi vida solo he causado y vivido sinsentidos. ¿Para qué evitar las locuras si dan forma a mi vida? Sin ellas no existiría; no estaría hoy aquí.
Con ese párrafo comienza la novela, de una forma tan musical, contradictoria (lo humano siempre lo es) y cercana (el autor quiere hacer su historia nuestra, para ello se acerca todo lo que puede y le permite su condición aérea de poeta).
En la misma página de inicio se puede leer:
Nevaba sobre la vieja ciudad. Nevaba en silencio sobre las solitarias farolas, las blancas ventanas, los árboles. Víctor adoraba la nieve… Observaba los grandes y luminosos tranvías bajo el crepúsculo. Los policías permanecían en los cruces cubiertos de blanco. Un niño reía mientras sus manos trataban de cazar copitos de nieve.

¿Hermoso, verdad? Yo diría, incluso, que en ese párrafo se halla todo lo que encierra Ojos que lloran. Los policías aparecen —el autor los usa como buen dramaturgo que es— como atrezo aquí o allá, como un instrumento en momentos de una canción y no en otros. Las farolas también aparecen mucho, y en ocasiones el autor las dota de vida, observan las cosas las farolas, son seres sintientes que interactúan conscientes con los viandantes. El firmamento también es parte importante en la novela, cómo se transforma e hibrida de colores y formas en el día y en las noches, el cielo habla, se comunica e interactúa con las situaciones. Como un niño (el que aparece en el párrafo anterior extractado) e intenta atrapar los copos de la nieve, el autor usa los recursos naturales u ordinarios: policías, farolas, gatos, firmamentos, estaciones y sus fenómenos, para dotar de una “música” o un sentimiento, o fortificar los que trae la misma trama en sí, por toda la novela, triste, alegre y emocionante siempre como cualquier composición de Chaikovski (al hilo de nombrar a Chaikovski, recomiendo fervientemente al lector amante de la música y del buen cine de compromiso, vea la película El Concierto, con dirección de Radu Mihaileanu.). Con todo, se observa que Ojos que lloran es sin duda la novela de un poeta, de un gran poeta. Y no la de un ‘simple’ narrador. O sea, se disfruta dos veces. Por evocaciones como esta:
Afuera empezó a llover. El tabernero cerró las puertas y suspiró. Un hombre ebrio tiró su copa vacía al suelo y se rompió en pequeños pedazos luminosos. Junto al mostrador alguien gemía con voz ronca:
—Ya no volveré, perdóname, querida mía.
Ejemplo del naturalismo comentado antes, de la presencia de los policías como atrezo (de la vigilancia constante del sistema, dígase de paso) y del lenguaje denso y hermoso de cuento infantil, que el buen cuento infantil siempre es para ‘adultos’ también):
Estaban callados sentados en los bancos de un parque. El viento se adentró por el sendero y las hojas comenzaron a musitar imperceptible. La luna descendió sobre la chimenea de un lejano tejado. El policía pasó, negro y callado, bajo los árboles.
Y termino este robo descarado, sobre el que pido disculpas a las dos casas editoras de este libro, de partes del libro para lectura abierta con un fragmento algo más largo que resume todo lo dicho sobre la novela y su natural efectismo:
“Víctor caminaba. El pavimento se iluminaba en la oscuridad por la lluvia.
“El otoño ha infectado los árboles de sífilis”, pensaba Víctor.
Dos perros débiles estaban unidos con pasión en un cruce.
“Estoy solo… Viajo con los vientos del atardecer… No hago nada, no trabajo… soy un vagabundo.
“¿Acaso existiré? No…. No… Estoy muerto.
Un borracho cayó en la acera con el rostro retorcido. El policía venía callado desde algún lado.
“Por cierto, estoy vivo. ¿Verdad que puedo palpar el aire y la noche?…. Camino entre los árboles y los siento cercanos. Y los postes eléctricos… ¿no se reirán de mí?.. Puede que también estén vivos. Seguro que, al igual que yo, sienten el sol y las estrellas enfermas en el otoño… ¡No! Están muertos. Para nosotros los objetos están muertos. No están vivos… Aunque puede que nosotros estemos muertos para ellos… Todos estamos muertos… ¡Polvo! Al final de todo solo queda polvo…”

En resumen, el lector admirador de la belleza artística tiene un objeto de lujo a mano con esta edición, que como se dijo se ha editado mano a mano entre La Tortuga Búlgara y Caleidoscopio de Libros, para generar un volumen altamente bello tanto por su cubierta literalmente angélica, celestial, aérea, como por su interior, con letra bonita y agradable de buen tamaño para una lectura sin sufrimiento para miopes como yo, además cumple una de las misiones importantes de la novela, que es entretener con su trama. Y teniendo en cuenta aquel dato importante: que su autor murió antes de darle la lectura y mejoras finales al texto, cuestión que en algunos pasajes se observa pero no se sufre sino que se admira como los fenómenos naturales que nos encontramos en un paseo por el campo, que siempre es cambiante y ni mejor ni peor (un abeto en sus cuatro años de vida es el mismo abeto que cuando sigue erguido pero mucho más alto con medio siglo de permanencia aquí); teniendo incluso eso en cuenta, estamos ante una muy buena novela; yo siempre digo que algunas de las mejores novelas son las escritas por narradores poetas. Por el ritmo. Por la musicalidad. Las buenas novelas son un poema. Son una larga canción, letanías memorables. No por casualidad en la historia de Ojos que lloran aparecen mencionadas a menudo una serie de canciones que escucha en los antros cuando bebe y baila el grupo de amigos de Grígori, sobre las que La Tortuga Búlgara ha abierto en youtube de nombre “Música Vutimskiana”, una de ellas es “Rhapsody in Blue”.
Esta novela nos dice, nos grita: vive. ¡Y juega! ¡Juega o estarás loco! Hemos de hacerle caso. Es como si el mismo Aleksándar desde algún lugar prometeico en el que siempre quiso estar nos hablase a nosotras/os, desde su texto. Como en su poema “Jubilosos cielos”, Vutimski nos susurra en lo eterno, mirándonos con brillantes ojos:
No sufras por ser diferente
ni por no parecerte a los demás.
Como ves, los niños corren
siguiendo las nubes que se fugan.
*(Valencia-España, 1970). Poeta, novelista, dramaturgo y activista animalista. Ha obtenido el Premio Ignotus a la mejor novela corta (2008), el Certamen Internacional de Poesía Joven La Grúa, el Certamen de Lecturas Poesía en Abastos (Ayuntamiento de Valencia), el Certamen de relatos SOS Racismo Madrid, entre otros. Algunas de sus obras de teatro han sido representadas en España y Sudamérica. Sus últimas publicaciones son La bella revolución, Los hijos de Romeo y Julieta, Humanzee, entre otros.
**(Svoge-Bulgaria, 1919 – Yugoslavia, 1943). Poeta y filólogo clásico por la Universidad de Sofia (Bulgaria). Casi toda su familia se vio afectada por la tuberculosis, por lo que de pequeño se mudó a Sofía (Bulgaria). Es considerado uno de los poetas más significativos, pero menos conocidos en su país. Su poesía está dedicada a la ciudad y al amor en la que domina una visión del mundo nostálgica y melancólica. Está entre los primeros autores búlgaros en tratar la homosexualidad y la estética en su obra. No publicó ningún libro en vida, aunque algunos de sus poemas fueron publicados en revistas literarias de la época, como zlatorog.