Por Ana Lafferranderie*
Comentario y selección Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto Andrés Montero
Ana Lafferranderie, Desatar el aire
Quedarme en el aire como si no estuviera
como si hubiera una forma de existir
faltando.
Escuchan, alcanzan a percibir el aire que levanta la emoción reflexiva. Viene de una voz poética, amalgamada por las ciudades emblemáticas del Río de La Plata: Buenos Aires y Montevideo; desde esas tradiciones literarias tan potentes viene esa voz. Desde esos resortes y agujas de un lírico reloj que la han moldeado y modulado, a partir del giro de los días, masticando el hábito de la contemplación.
La tensión y la belleza del aire que recorre ese río que es la poesía, así como la ruptura y la frescura del mismo río, amplifican esa voz, de la que les hablo ahora, se trata de la voz poética de Ana Lafferranderie, montevideana radicada en BAires con cuatro libros publicados y un largo oficio como comunicadora e investigadora.
Leer su poesía se parece a recorrer en puntillas un ancho camino despejado, donde solo las nubes indican cuando detenerse. Lafferranderie ha construido una patria llamada infancia y a partir de ahí un discurso sobre lo que no pasó pero imaginamos, sobre lo que no sucedió y sentimos, sobre el paso del viento…y su misterio. Cuerpos deseados, una madre, que bajo cierta democracia de la luz, conforma todo el universo.
Para Eduardo Mileo, Ana Lafferranderie habla desde la infancia, esa única patria, con un lirismo extremo en muchos sentidos. Por haber llegado a un límite, por haber extremado los recursos, como cabo a partir del cual atar los nudos. Una belleza cortada como un diamante, filosa, elocuente en su silencio, emprende este viaje.
9 poemas de Ana Lafferranderie
Al blanco
Soplé
con el temor de un niño
frente a un rostro seco
y bastó para desarmar
la estructura de un planeta.
***
Un gesto atávico, girar la cuchara en el líquido denso. La olla sobre el fuego, estar en el vapor. Los muslos pesando en la madera. Una humedad viva, eso soy, como lo fueron otros. Cuerpo que se expande en la luz inestable del hogar.
***
Intrusa, cautivada por la vacía intimidad de cosas que quedaron sin dueño. ¿Por qué tiendo este puente hacia una pura ausencia? Lo veo descansar en el declive del sofá. Descubro el largo de sus piernas a través de la ropa. Imagino el pulso, la pesada respiración. Es un rescate que no llega al cuerpo, no tiene recompensa. Persigue un rastro entre las formas quietas. Desprendidas, como estarán las mías, ajenas al calor que las marcó.
***
Buscaba la frescura del aire, encontré la noche. Estrellas como pequeñas branquias. Este silencio con todas sus ausencias, el sonido sin cuerpo de otras voces. La mía gritando adentro, que alguien cambie este sucederse de las cosas. Esa pared que aún no tiembla y lo que nadie dice.
Cada objeto se pierde en un halo distante. Mi espalda ahora mismo se hace vieja. No vas a escapar, no habrá frescura. Este vacío, yo destronada. De todos los presentes posteriores. Mi voz ya es pasado. La nitidez del límite cambia el espacio para vivir.
***
El aire es un mismo soplo,
la única respiración.
Tomo partículas que fueron de otros,
soy una presencia que se hilvana.
Sale de sí,
se busca en otro tiempo.
Ensaya el tacto de la que fui sin estar.
***
Todo lo que ahora niegues va a temblar.
Es tan delgado el hilo que se enhebra
con la vista prendida en el instante.
Tu forma de estar en el mundo
alguna vez se irá, cualquiera sea.
Podés soltar el botón de la blusa,
buscar tu imagen en el reflejo del vidrio,
imaginar los meses que vendrán
con la avidez de querer llegar a todo:
van a seguir pasando nubes a punto de caer.
Nubes y pájaros,
y cada partícula en su único trayecto.
Todo convive aquí
la quietud receptiva de una silla,
la grieta del primer escalón,
la trampa de contar los minutos,
cada mañana de ir y venir.
Un gesto que es el mismo y no parece
esa ventana que se empieza a entornar.
El poema de Strand,
las palabras que cambian el rumbo de una idea,
esta confianza que no sé retener.
Cada pregunta que no develaría
el motivo de estar,
eso que insiste, flota comprimido
la esquina donde se agolpa el mundo
se agolpa hasta caer.
Y el deseo, ese otro yo que expande sus sentidos
hace de mí esta nuca que gira,
una energía tibia que me ablanda
y la señal de alerta que frenaba
tu cuerpo sumergido,
el modo íntimo que se vuelve altavoz.
Ahora esta leyenda,
esa memoria de parir sin cuerpo.
Un foco blanco sobre todas las cosas,
el duelo de aceptar tu forma,
cualquier influjo de próximas palabras,
la mirada
que vuelve sobre el tiempo,
el tiempo que no es.
Esto en verdad no avanza
el polen y el tallo
caen en un lugar centrífugo.
La vida ocurre en un eje suficiente
no va hacia adelante, cambia en su lugar
mientras el corazón se arrima a lo que ansía
encuentra un nuevo paisaje de palabras
o se rinde al letargo.