Bajo el peso del sol. 5 poemas de Walter Curonisy

Por Walter Curonisy*

Selección por Mario Pera

Crédito de la foto archivo fam. Curonisy

 

 

Bajo el peso del sol.

5 poemas de Walter Curonisy

 

La jaula

 

El mar

pájaro encantado

sin prisión

sueña su jaula.

 

Tan loco

el pájaro serio

tan azul

tan mudo

enntre barrotes

solo

en su corazón

la libertad

es libre

no deja que la toque

 

 

Una que otra palabra más
y he creado una mujer
con pedazos de mar
de noche estrellada
de ardor y furia
ahora mismo la veo
emergiendo del océano
con luna y viento en los cabellos
las razones de fuego
con que ardo para amarla
la locura salta
como un pez de fuego
de sus ojos a los míos
del saber de la demencia
y no el de la cordura
brillo en sus ojos
su sonrisa de loca
esclarece mi infierno.

La poesía es el esplender del alma
la huelo en los sonidos
la paladeo en la piel de mi hembra
mastico sus cabellos serpentinos
mi mano acaricia su cuerpo
lee su historia con la profundidad de un ciego
hurga en los secretos invisibles del paraíso.

 

Poema a Allen Ginsberg

 

I

 

Ajeno entre los frutos de la tierra su corazón

como un trozo de mar      como una caída

como un fuego venido de otra parte

puso en las calizas

bajo la luna en las calizas.

 

 

II

 

Pueblos en cuya tea arde el tábano

obsedidos al año de los cantos

de la brisa

rociados en ron

en sueños gastados bajo el peso del sol

pueblos hundidos en  eventos     en collares

donde una diosa reina junto al mar

pueblos amados

pueblos odiados bajo la luz tardía

pueblos de arena para el ausente

para su voz si se habla de las playas

de las visiones que la noche nos envía

y de los habitantes de las visiones ataviados

de piedras y de arena.

 

 

III

 

Cerca de la ciudad nos miraba     confuso

encendido por lo que ocurría allí en nuestros ojos

queriendo saber

y el sol borrando las paredes.

Nuestra historia era breve para contar

la mentira de los cuartos de oro

hasta donde llegaba la mano del idiota

la barba que nos dejó esclavos

y alguien, siempre alguien, muriendo en la

letrina para que se salven.

 

 

IV

 

Hasta que llegó a nuestra mesa fuimos ciegos

cortados por el mismo cuchillo de las visiones

yo apenas había amado a Rachel

escrito sobre su cuello las primeras líneas

la guerra era un pretexto para silbar

el humo no me servía de nada aún

en ese entonces callaba el odio de mis padres

leía a Vallejo en el tranvía

tal vez por eso no vi su corazón

su mano dulce amarilla sucia de marihuana

por la que volví al paraíso y ahí estaban mamá y la abuela

perdidas por las polillas que se comieron la casa

¡ese loco es hombre mamá!

él no es como los otros    él no viene a tasar

no vende nada   no compra

no expropia   no cuida su moneda

él grita frente al mar que se acabe

 

¡amémoslo!

 

Recuerdo que no copié los poemas

los cinco metros de poesía esa tarde

y tal vez por eso me quiso

me llevó a su cuarto (Hotel Comercio) a mirar el reloj

de la estación con éter

a los enanos del tren que venían cantando y nosotros

en la locura

 

pedazos de Rachel sobre la cúpula

¡algo está pasando conserje! ¡el mundo no era así conserje!

¡informe a los letrados!

¡no estamos dispuestos a soportar un minuto más

este lugar de quimeras!

 

Y de ahí nos fuimos al Gólgota (a la salida de Lima)

vimos cómo engordaban a los cerdos

y las peleas de las bandas por un pedazo de vidrio

y el desfile solemne de la baja policía

mientras los niños se endurecían caminando

sobre la charca

y ese día también vimos al Abat Pierre

y a su eminencia el Cardenal hablando

y la televisión estaba ahí

y los auspiciadores de basura estaban ahí

y todos estábamos ahí

con los ojos abiertos   con los ojos muertos

para las flores

encerrados para siempre como las moscas

en los escaparates

viendo crecer nuestros pelos     nuestras uñas

nuestro silencio

y Patterson y Brooklyn oliendo a nuevo todavía

aquel laberinto de rostros grillos al atardecer

cuevas donde las niñas hablan de sus gomas

y el ángel mira tristemente a la ventana

y los soldados partiendo para siempre en la estación

donde las madres van a despedirlos en nombre

de la paz

y las radios anuncian: «Las águilas forman cadenas

en el África del norte»

«en la noche de Asia nadie silba

nadie silba en la noche de Asia»

Y Brooklyn y Patterson oliendo a nuevo

sobre las hojas

sobre la hierba donde irás a dormir definitivamente

tus jóvenes rabiosos miran al cielo y ya no estás

y piden que se te incluya en la brutal historia

de los muertos

 

y ya no estás

y escribes una carta larguísima acerca de eso

que contabas:

soñé que el mar era un desierto

que el cielo se llenaba de pájaros huyendo

humo el viento         humo el aire

comercios paralizados

baba en los peldaños       rojísima baba

tres de la tarde         amanece en las aceras

veo caras perfectas detenidas

rostros perfectos detenidos

nadie ve   nadie oye

todo es grito   luz que se desploma

¿qué ha pasado frente al bosque?

¿qué ha pasado? ¿tardarán en acabarnos?

en un sueño    larguísimo  mi boca yace bajo la mesa que

tampoco es          ¿gritaré por último yo no fui?

esos potros los he visto en otra parte

y la noche que se abre entre los seres

¿yo no fui? ¿yo no quise?

y el ángel prediciendo en los caminos

una fila larguísima

y el ángel viene a decirnos:

«nada es cierto bajo la noche

bajo esta noche nada es cierto

¡hemos perdido como siempre!»

Así se lamentaba la voz del ángel

ninguna trompeta lo escuchó

no hubo respuesta de clarines o pífanos

guardaron silencio las colonias

y rehusaron atender la voz vehemente.

 

Y Brooklyn y Patterson oliendo a nuevo todavía.

 

9789972663710

 

Una vida invisible
se adhiere a mi cuerpo
es una nueva piel
para entrar a la oscuridad
las personas de la noche son otras
comparten la común
conciencia del abismo
al que se vuelve todas
las noches por primera vez
el fondo del abismo atrae
como al niño un pozo profundo
en el que se refleja su rostro
que a la distancia ya no le pertenece
a la distancia ya no le pertenece a nadie
lo tienta la muerte
como una belleza ineludible
hay algo oculto en ella que lo atrae
dentre las arrugas del adulto
aparece la infancia
a reírse como en un espejo
deforme de feria
una vida invisible
se adhiere a mi cuerpo
es una nueva piel para
entrar a la oscuridad.

 

 

 

Ballena blanca tu cólera
está en su fase más oscura
vienes de salto en salto echando espuma
y un chorro de agua azul sobre tu cabeza
los miedosos retroceden ante ti
saben que siempre escaparás de nosotros
tras hacernos daños irreparables
cercenándonos piernas
una que otra mano mal usada
de arponero inexperto
desafiando redes
que otras criaturas de tu especie no eluden
con la rapidez que demuestras en cada cacería
haces interminable tu captura
ninguna de las horcas o de los monstruos marinos
escapa de nosotros
salvo tú ballena blanca
tu rostro horroroso se parece cada vez
más al mío
nos estamos transmutando uno en otro
los grumetes no saben a quien temer más
dicen que mi aliento a vez
es tan infernal que les recuerda al tuyo
amasijo de mar y azufre
de sustancias que hieden a fauces asesinas.


 

 

*(Lima-Perú, 1940 – Marrakech-Marruecos, 2012). Poeta, dramaturgo y gestor cultural. Estudió en la Escuela de Arte Dramático de Lima (Perú). Perteneció a la llamada Generación del 60. Fue gran amigo del poeta Allen Ginsberg a quien conoció en Lima. Codirigió, junto a Carlos Tossi, las obras “Los negros” de Jean Genet y “La granada” de Rodolfo Walsh. Actuó y dirigió la obra “El ojo de vidrio” de Joe Orton. Publicó en poesía Poema a Allen Ginsberg (1977), Los locos por el cielo (1979), El matrimonio sagrado (1997) y Rehenes del tiempo (2008), este último reeditado en 2012 con dicho título como obra completa.