Poema por Juliana Spahr*.
Traducción del inglés al español
por Hugo García Manríquez**.
Retama de flor amarilla,
Un poema de Juliana Spahr
Un poema, lo pensaba, lo entendía, como
fisura, una ventana quebrada quizás, o un
hoyo en la pared algo por lo cual podría entrar deslizándome
y entonces estar en un espacio de techos
altísimos, una sinfonía profusa, elaborada,
llena de movimientos y toda clase de sonidos. Pensé
que podía despeñarme en el canto, ese rumor. Y
como al inicio pensé que quería una
fisura en la rigidez de la tradición,
causé una falla en este rumor. Lo fragmenté en
palabras o eliminé sus deícticos. Un poema,
lo entendí. Por años viví para lo que era
la poesía. Usé la poesía para entrar deslizándome,
estos años, y armar los patrones compuestos
del canto, aunque reconocía a los
versos en la poesía como cantos que tienden hacia
lo institucional. Pensaba que la poesía
podía mantenerse aparte de la nación aún. Pensaba
que existían dos tipos de poetas: los poetas
que dan existencia a la terrible nación
escribiéndola y los poetas que andan por ahí
haciendo otra cosa. Por años fui del Equipo Poetas
que Andan por ahí Haciendo Otra Cosa. Un
poema, lo entendía, como una cosa leída. Y
vivía no solo para la lectura sino también
para el momento después de la lectura. Ambos, el
momento cuando cerraba el libro y me daba cuenta
que había sido convertida en algo más por las palabras
y el momento cuando me sentaba a escuchar
los patrones, la expulsión de palabras que
rara vez poseían un patrón identificable pero
en las que aún encontraba un significado flotando, inesperado,
llegando como el chicotazo del relámpago,
instantes después. Me fascinaba la manera en que
la abstracción me permitía experimentar a mi mente aferrada, sin soltarse.
Vivía también para cuando había que irse del bar
porque la lectura de poesía había terminado.
Casi siempre un viernes o sábado en la noche
y los bares estaban llenos de parejas
dispuestas a pagar por los dos tragos mínimos,
así que seguíamos caminando, asomándonos a cada bar
pero ninguno era. Al final, las calles
se abrían y estábamos en el puente
y había un río y caminábamos por el espacio
abierto hacia él y descendíamos por las orillas
a sentarnos. Traíamos con nosotros algunas cervezas
y una botellita de whisky comprada en una bodega.
Las latas y la botella las cargábamos en
bolsas de papel por convención. Pero nosotros
no necesitábamos de esta convención. Si había ley, la ley
pasaba de largo, sin detenerse. Otras cosas había. Noche. Luna
tal vez. Agua. Ratas. A veces había drogas. Caminamos
por Wall Street a las tres de la mañana una vez
sacudiendo los portones bajo llave de todos los edificios, luego
las risas ante sus absurdas luces y la cubierta dorada porque
sabíamos lo que hacía falta, y estaba ahí
sacudiendo los portones del dinero dorado. No
es que no lucháramos. Lo hacíamos. No
era el paraíso, apenas algo que
pudiera llamarse comunidad. Aceptamos
demasiado, probablemente aceptamos muchas veces
demasiado rápido, veíamos en cosas reprehensibles
una señal de la larga tradición. Un poema,
lo entendía, como una manera de escapar
del yugo de la familia, la forma de la
la pareja, la vigilancia infinita del pensamiento, y
todo aquello que no fuera un fecundo
constante y delicado espacio de apertura y
posibilidad. Un camino, una señal de salida,
un giro a la izquierda. Un poema, lo entendía, como
palabras dispuestas de acuerdo a cierta convención
silábica. Rimbaud y su línea de once
sílabas. Y la verrition de Césaire también.
El poema, lo entendía, tenía reglas y más
reglas, tantas que al final la reglas no
importaban tanto. Un poema,
lo entendía, como una habitación que podía ser abierta
a fuerza de posibilidad. Una habitación en
Vancouver, en los primeros días del siglo
veintiuno, donde Jeff Derksen dijo que la poesía
es una forma de pensamiento atípico, y
lo apunté en un cuaderno y luego escribí su
nombre a un lado. Aún hoy lo guardo conmigo. Oh,
tantos poemas que yo en entendía
como algo divino esos años. Aquel de
Rukeyser con el verso que habla del año en que
los incendios no paraban y el mundo estaba
bajo sombra de guerra. Un poema con naranjas y
copas salvajes de silencio, don espectacular
de la revolución. El poema de Shelley que
tiene a Esperanza, esa dama maniaca, emergiendo de entre la niebla,
con la sangre hasta los tobillos, justo después de degollar a todos los
hijos de puta. Aquel de Whitman dirigido no a los
camaradas sino al amor de camaradas. Fueron estos
momentos los que me mantuvieron cerca de la poesía
por mucho tiempo. Desde que era una adolescente, buscando
significado. Esos amores de tantos años y
nuestros cuerpos cambiando juntos. Un poema,

lo entendía, como sobre juntos, sobre
cómo estábamos juntos, nos gustara o no. Usaba
la metáfora de aliento y de espacio. Abrazaba
todo lo que fuera epifánico, lo usaba
para escribir largos poemas donde cada verso se decía
epifanía, y no solo el final,
como era la convención lírica. Contaba las
sílabas y las poblaba de listas de flora
y fauna y la llamaba una elegía. Bromeaba
que había encontrado un punto perfecto. Podía escribir
un poema demasiado fragmentado para los poetas
líricos y demasiado lírico para los demás.
Un poema, lo entendía. Justo como aquel día
que me asomé al interior de un lirio, un
lirio mariposa catalina. Día dije, Oh
hay un mundo entero en la “garganta”, una zona de alto
contraste, como le llaman, y era muy parecido
a salir a caminar al campo por la noche y
ver ahí a las estrellas. Supe que
jamás podría escribir un poema que en lo más mínimo
tuviera esa complejidad, esa variación
como esta garganta y esta galaxia y todo aquello
que contenía, las lagartijas, los mosquitos,
los cangrejos, la actividad nerviosa de las hormigas
coloradas y las cucarachas, el cielo apagado también, un páramo
desolado, golondrinas volando a ras de suelo. Un poema,
lo entendía, como la teoría de los
lugares que yo conocía, los remolinos de los ríos
y arroyos, los bosques, el monte, los troncos con rebrotes,
los pastizales, los pueblos, y los distritos. Un
poema, lo entendía, como las hormigas de fuego que
se eslabonan unas con otras dando forma a una colina
viviente que flota sobre la superficie del agua para
sobrevivir, y también las aves que se meten
a la cola del espiral del huracán y después
se mueven hacia la calma para
desplazarse con el ojo. La teoría que constituye
a la tierra, que es también una teoría
del mar, la teoría de la ciudad,
y de las inmensas políticas del estado, como
la teoría para emprender el vuelo. Un poema,
lo entendía, como los momentos en los que podía
llegar a pensar que quizá muy
fugazmente alcanzaba a tocar algo y aún así traerlo a
mi garganta para entonces dejarlo caer de mi mano
como una forma de pensamiento atípico. Sabía
que usaba demasiado las listas epifánicas de flora
y fauna como para ostentarlas como una manera
de hacer algo nuevo y entonces intentaba abandonarlas por un tiempo
para entonces darme cuenta de que en verdad ese
listado era lo único que me importaba. Tenía
tan poca devoción por un poema,
entendía, que fuera otra cosa. No deseaba
el poema que no se detuviera
al menos para apreciar la delicada garganta marrón
de este lirio mariposa catalina y
también las estrellas y el discurso que compartían que
yo era incapaz de escuchar y que nunca podría
llegar a entender, y sin embargo imaginarlo
era todo lo que tenía importancia.
*(EE.UU.). Poeta y estudiosa de la literatura del s.XX. Fue editora, junto con Claudia Rankine, de American Women Poets in the 21st Century. Su poesía se mueve entre el lirismo, prosa y debate teórico. Sus libros de poesía más recientes son Ars Poeticas, y That Winter the Wolf Came, que explora la expansión global de las luchas políticas en la intersección de la catástrofe ecológica y económica. La obra académica de Spahr se centra en el complejo papel de la literatura en los movimientos políticos. Su libro de investigación más reciente, Du Bois’s Telegram: Literary Resistance and State Containment, explora el papel ambiguo e imprevisto que desempeña la literatura en la defensa del Estado-nación moderno.
**(México). Poeta y traductor. Sus traducciones más recientes son la antología de Jack Spicer, After Lorca y otros poemas, y El lenguaje de las barricadas, muestra de la obra del poeta inglés Sean Bonney, así como De ser numerosos del poeta George Oppen. Ha publicado en poesía Lo común, traducido como Commonplace por el colectivo NAFTA (North American Free Translation Agreement, 2022), y el libro bilingüe Anti-Humboldt.

