El poeta Diego Alonso Sánchez acaba de publicar su poemario Pasos silenciosos entre flores de fuji (2016), con esta tercera entrega cierra un ciclo de intensa y fructífera búsqueda en la poesía japonesa, de la cual podemos decir que, sin temor a equivocarnos, se ha convertido en uno de sus más agudos estudiosos en el Perú. Es, además, uno de los miembros fundadores del mítico grupo de creación y publicación Sociedad Elefante, creado en la UNMSM a inicios de la década del 2000. Vallejo & Company comparte una interesante entrevista con el poeta.
Entrevista: Bruno Pólack
Crédito de la foto: El autor
“Lo mágico y maravilloso que irrumpe en lo cotidiano, es la poesía”.
Entrevista a Diego Alonso Sánchez*
1. Diego, con este nuevo libro, Pasos silenciosos entre flores de fuji, has anunciado que terminas un ciclo en tu poética (junto a tus anteriores libros Por el pequeño sendero interior y Se inicia un camino sin saberlo) en el que has explorado la poesía japonesa clásica, ¿qué sientes que dejas partir y que sientes que se queda contigo?
Mi filiación a la cultura japonesa ha sido, desde el principio, un acto de agradecimiento y admiración por la familia materna de mi hijo, de sangre okinawense. En particular ha sido un homenaje a la matriarca de la familia Higa Tamamoto, la señora Fuji (abuela de mi pequeño), quien me enseñó a amar las cosas sencillas del mundo, que siempre están colmadas de poesía. Pero también ha sido una constante fascinación por una estética y una filosofía que bulle en misticismo, sentimiento y una aparente intrascendencia que te hace temblar de emoción. Queda conmigo ese preciosismo refrenado que practicaban los antiguos poetas del tanka del periodo Heian (Ono no Komachi y Ki no Tsurayuki, sobre todo) y ese espíritu contemplativo de los maestros haijin (Matsuo Basho, Kobayashi Issa, Yosa Buson y, otros modernos como, Natsume Soseki).
2. Y de manera particular ¿qué hábitos o costumbres siente que estás dejando atrás con el fin de este ciclo poético?
Claro, nada de esto que te cuento son condiciones triviales, o simplemente gustos. Con este libro también dejo partir mi obsesiva costumbre de escribir haikus y tankas en todo instante, con los que he poblado durante tres años varios blocks de notas de mis celulares: debo tener guardados unos 100 poemas o más. Los hábitos serán un poco difíciles de modificar, pero asumo que otros llegarán a sosegar mi ánimo. Por ejemplo, también pretendo dejar, paulatinamente, la urgencia de comprar todo libro de literatura japonesa (sobre todo poesía) que tenga a la vista. Esto será de a pocos, para no enloquecerme. Lo que sí nunca dejaré de desear y adquirir son los distintos modelos de camisetas del equipo nacional de fútbol de Japón y otros suvenires del País del Sol Naciente.
3. Diego, ¿Cuáles crees que son los conectores o líneas invisibles que han surcado este ciclo japonés en tu obra?
Desde el lado formal, debo decir que siempre he sido un escritor capturado por lo breve. Los versos que compongo, hace buenos años, son económicos y los poemas que alimento nunca son de largo aliento. No sé si este sea un conector visible, pero lo tengo muy presente al momento de escribir, esto desde antes de ser seducido por la poesía japonesa clásica, incluso. En estos tres libros existe una práctica compendiosa de la poesía, más allá del eje temático oriental.
4. Y dentro de esta pulsión japonesa, ¿existe algún tema en particular que te aceche?
Debo reconocer que no soy muy bueno escondiendo nada, y salta a la vista un tema que atraviesa mis tres libros: la voluntad de caminar, de andar las sendas que lleven al interior humano en un constante viaje, por cierto. En ese sentido, la mayoría de mis personajes recorren caminos espirituales llenos de poesía, así no den un solo paso fuera de sí mismos. Esa búsqueda es la que cruza temáticamente mis tres libros, de distinta manera, claro está.
5. Pasos silenciosos entre flores de fuji es un libro breve, pero donde le das voces a muchos personajes. Entre sutilezas y ambientes cotidianos irrumpe la magia (o lo maravilloso) ¿Cuál es el trasfondo de estas historias, de estos personajes?
Lo mágico y maravilloso que irrumpe en lo cotidiano, es la poesía, sin necesidad de guardar ningún secreto. Pasos silenciosos entre flores de fuji, es un libro que presenta 12 personajes que intentan desnudar sus pasiones en busca del momento preciso para hacer eterno el amor. La historia que hay detrás viene de un libro que en realidad es una antología de tankas japoneses (poemas de cinco versos, predecesores del haiku): el “Kokinshu”. En este aparecen muchos poemas de corte amoroso y celebratorio, escritos por poetas cortesanos. Si bien la técnica que utilizo en este libro no es la misma, ni es la copia de alguna en particular, el sentido es el mismo. Pensé que tenía una deuda con el amor y empecé a escribir varios tankas con ese tópico. Luego, como jugando, los fui reuniendo para constituir este poemario. El asunto que me sorprendió en medio de la factura del mismo fue la decisión de poner punto final a mi exploración en la poesía japonesa. Por eso ha sido, aunque breve, un poemario muy intenso personalmente, porque conforme avanzaba en su composición me fui dando cuenta que no podía escribir más apelando a estas estrategias. ¿La razón? Puro instinto; no podría explicarlo de otro modo.
6. La tanka japonesa es una figura que también utilizas en tu libro anterior, Se inicia un camino sin saberlo…
Sí, tengo mucho agradecimiento con este subgénero poético que me ha permitido hurgar en la palabra misma en busca de mi voz. Por eso, no solo en Se inicia un camino sin saberlo exploro esta forma poética, sino también aparece en Por el pequeño sendero interior. Muchas veces se me ha vinculado al haiku, pero en verdad me he sentido más cercano al tanka, porque su cualidad principal es la descripción, lo que invita a la contemplación. Por ejemplo:
Es otro el viento
que desdibuja la tarde
con quieto encanto,
otra la mirada que se pierde
en su rumor sereno.
A diferencia del haiku, aquí no aparece ningún impulso que nos deje perplejos o alguna necesidad de buscar significados escondidos hasta el absurdo. El tanka es clara y directa, pero concisa.
7. Ha terminado, entonces, en tu obra un ciclo de influencia japonesa que ha dejado tres libros ¿cómo afrontarás ahora la página en blanco?
La verdad, a pesar que las despedidas conllevan algo de tristeza y temor, hasta ahora me encuentro bastante animado, incluso ilusionado, porque estoy revisando nuevamente textos que había dejado “reposar” en mi estante de lecturas, buscando nuevamente, como cuando tenía 20 años, una voz que me ayude a decir las cosas que deseo, a articular las ideas que mi corazón dicta. Soy de las personas que tienen aversión a la página en blanco, lo acepto; entonces, ya siento acercarse nuevos retos, pero los espero con tranquilidad. Por ahora tengo bastante qué hacer: corregir textos antiguos y “disidentes” que he venido acumulando en distintos proyectos medio descabezados; incluso, me he inclinado a beber a una vieja fuente que había dejado relegada y tiene que ver con la irreverencia de los poetas latinos Catulo y Marcial. Más que eso no tengo, nada que realmente esté en el tintero.
8. ¿Crees que la tradición japonesa ha influenciado de alguna manera la poética peruana? Se nos viene rápido a la mente el nombre de José Watanabe, ¿pero qué otros autores podrías mencionar y qué estela han dejado en nuestra tradición?
La tradición poética peruana es muy rica en influencias, sobre todo de corte anglosajón e hispánico. Pero nuestra mistura lírica ha revisado muy superficialmente las fuentes asiáticas de poesía. De la literatura china, por ejemplo, sobre todo de los vates de la Dinastía Tang (la más fecunda y maravillosa poesía del mundo antiguo, me atrevo a declarar) hay poca presencia en nuestras letras, y eso que tenemos muy cerca a uno de los más destacados sinólogos de hispanoamérica: el padre Guillermo Dañino. Por otro lado, la esencia japonesa en la poesía peruana se nota, principalmente, en los cultores y traductores del haiku, como Javier Sologuren, Alfonso Cisneros Cox o Ricardo Silva-Santisteban, que no han lograron destacar por este trabajo, propiamente. Pero si mencionas a José Watanabe, esta influencia debería analizarse desde la construcción de un nuevo discurso, llamémoslo “nikkei”, que tuvo que procesar la vertiente nipona y templar una nueva sensibilidad, que es definitivamente peruana. En este sentido, son pocos los que tienen y aprecian ese espíritu: podría mencionar a Rafael Yamasato, Nicolás Matayoshi y Doris Moromisato, poetas que coquetearon (como lo hizo Watanabe) con esta naturaleza, pero no lograron consolidar una voz realmente importante. También está Augusto Higa, narrador extraordinario que se ha atrevido a construir el perfil más maravilloso del nikkei en la literatura peruana: La iluminación de Katsuo Nakamatsu. También tendríamos que hablar de la influencia del budismo zen en nuestras letras, en donde solo me atrevería a mencionar a Walter Curonisy y Jorge Eduardo Eielson, pero aun así no podría decir que ambos poetas tienen una influencia japonesa marcada en su obra.
9. ¿Y por qué crees que las propuestas de corte japonés de los poetas peruanos que mencionas no lograron destacar entre el lector peruano? Es más, ¿crees que exista una minusvaloración o poco entendimiento (o gusto) por esta corriente en el lector peruano?
Es complejo responder. Nuestra mirada cultural siempre ha recaído en las vertientes occidentales porque somos, naturalmente, más afines. Cuando leemos un poeta oriental o nos enteramos que algún escritor peruano intenta géneros japoneses o chinos, por ejemplo, desconfiamos, pero siempre celebramos su exotismo. Vale decir que, en este sentido, seguimos estancados en el Modernismo. El mismo José Watanabe estaba harto que en todas las entrevistas que le hicieran le preguntaran sobre su filiación japonesa. Siempre menciono aquello que me dijo en la última conversación que tuve con él: “yo soy un poeta contemplativo, pero no sé si eso te lo transfiere un padre japonés”, explicó.
10. ¿Pero ese exotismo que mencionas puede ser una manera de no darle valor a la obra?
No puedo afirmar eso. Son solo maneras de trabajar la palabra que a veces son cercanas y otras distantes para el lector. Por ejemplo, hay una larga polémica sobre cómo debemos asumir la poesía quechua dentro de nuestro canon y si debería ser más representativo en los estudios culturales en la academia. Pero la verdad, a pesar de formar parte de la Comunidad Andina, estamos muy lejos de esa sensibilidad. Es más, podemos sentirnos más cerca de Ezra Pound o de Charles Baudelarie, sin manejar el inglés o el francés. Bajo esta óptica, ¿cómo leer a Matsuo Basho? ¿Cómo escribir versos con el encanto de Li Po? No creo que el lector peruano minusvalore esta vertiente asiática, pero la verdad es que no le tiene mucha empatía.
11. Diego, cambiando un poco de tema, ya son más de 15 años de la experiencia de formar el grupo de creación y crítica Sociedad Elefante en San Marcos, ¿qué se mantuvo de esa experiencia en tu ciclo japonés?
De San Marcos he sacado lo más importante para mi trabajo con la poesía, pero no de sus aulas, necesariamente, sino de las reuniones con Sociedad Elefante. De esta experiencia valoro –sobre todo—la perseverancia, el compromiso, el respeto y el goce por escribir y leer poesía. Todos los integrantes de Sociedad Elefante somos hermanos y nos queremos mucho, esto es muy importante decirlo. Esta amistad ha sido fuente inagotable de versos y hasta el día de hoy nos pasamos nuestros textos y nos criticamos con el mismo optimismo y rigor que en el 2000. Pero, la verdad, no veo ninguna relación directa con mi ciclo japonés, dado que cada miembro de Sociedad Elefante se distinguió del otro, explorando distintas formas de poesía.
12. En el 2002 publicaste una plaquette con Sociedad Elefante llamada Mitsuya Nicolás y otros poemas, en donde se refleja todo el asombro de ser padre primerizo. Luego, en el 2012, publicaste Se inicia un camino sin saberlo, en el que desarrollas un diálogo entre un maestro y su discípulo (un padre con su hijo, finalmente). ¿Percibes el paso del tiempo en tu poesía mediante la edad de tu hijo? ¿Es tu hijo actor principal de tu trabajo?
No concibo nada en la vida si no es a partir de lo que siento por mi hijo, eso lo saben las personas que me conocen. Él es a quien más amo en este Universo y el indiscutible motor que me lleva a hacer todo, absolutamente todo. Allí aparece la poesía que, por esas coincidencias del destino, empezó a ser una práctica seria durante el mismo tiempo que aprendía a ser padre. Esos primeros años fueron muy duros, porque fui un inexperto, desamado ante un nuevo estilo de vida; entonces, la poesía me ayudó a catalizar esas emociones y a templar mi ánimo. En Mitsuya Nicolás y otros poemas, ese asunto fue patente; en Se inicia un camino sin saberlo, con más calma, quise celebrar ese aprendizaje. El paso del tiempo ha sido amable conmigo; espero no defraudar esa suerte con mi trabajo.