Por Ulises Zevallos-Aguilar*
Crédito de la foto www.musement.com
Kiev, Carmen Luz y yo
La guerra entre Ucrania y Rusia me hace recordar una parte de mi primera juventud en la cual aparece Kiev que estaba en territorio soviético, la influencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en el Perú de los ochenta y Carmen Luz Bejarano**, una querida profesora de la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).
Cuando entré a la Escuela de Literatura de la UNMSM, en el primer semestre de 1979, llevé el curso de Introducción a la Literatura Contemporánea con la poeta Carmen Luz Bejarano (Acarí, 1933 – Lima, 2002), integrante de la generación del 60 junto a Javier Heraud, César Calvo, Rodolfo Hinostroza y Antonio Cisneros. Pudo pertenecer por edad a la generación del 50, pero, por estudiar primero Derecho, recién se hizo conocida con jovencitos a quienes llevaba más de siete años. En sus entretenidas clases sobre Kafka, Joyce, Breton, Eliot, Virginia Wolf, Musil, Rilke cultivé cierta amistad con ella. Terminadas las clases seguíamos conversando mientras la acompañaba a su automóvil. Luego de despedirnos retornaba a su hogar en un edificio de la residencial San Felipe. En ese corto trayecto la ayudaba a transportar los pesados tomos de la historia de la literatura universal y los libros más representativos de los autores asignados que ella llevaba para dar sus lecciones. Su método de enseñanza atraía nuestra atención. En clase, nos mostraba las fotos de los escritores, ciudades y carátulas de los libros y leía con su atildada voz poemas y fragmentos de prosa de los autores escogidos mientras fumaba cigarrillos. Luego circulaban los libros entre los estudiantes.
En una de estas conversaciones me invitó a participar en las actividades de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA). Está agrupación quedaba en el Centro de Lima, en el Jr. Puno 421, Lima Cercado. Asistí a varios eventos en su auditorio, vi exposiciones de pintores neoindigenistas en su galería de arte y pasé varias tardes en su cafetín. Había un ambiente acogedor. No se escuchaba el bullicio callejero de las bocinas de los automóviles y vendedores ambulantes y se respiraba un aire más puro por la abundancia de maceteros con flores y arbustos en este recinto. Allí compartí la mesa con los escritores Francisco Izquierdo Ríos, Mario Florián, Magda Portal y conocí a su esposo, el químico Carlos Núñez. Su compañero de vida era mucho más alto que ella. Su seriedad contrastaba con la calidez de Carmen Luz.
También asistí a unas cuantas reuniones de un taller de escritura creativa que dirigía ella. Allí encontré a compañeros de clase como Fernando Obregón, Nérida Adrianzén y a Eduardo Adrianzén, Juan de la Fuente y César de María, muchachos que estudiaban en otras facultades de San Marcos. Dejé de asistir al taller. El nivel de los participantes era muy desigual. Había talleristas que se robaban versos enteros de César Vallejo, Pablo Neruda y Federico García Lorca. Otros escribían aburridísimos cuentos largos donde contaban sus caminatas por las zonas rurales de Lima e introspecciones de adolescencia. Sin embargo, el taller fue un semillero de escritores importantes de los 80. Eduardo Adrianzén dejó la carrera de abogado y se convirtió en un conocido dramaturgo y guionista de cine y televisión. César de María abandonó sus estudios de ingeniería geológica y ha destacado como publicista y dramaturgo. Fernando Obregón es un connotado periodista y dirigente de ese gremio. Hugo Ruiz Campusano, otro ingeniero titulado de la Universidad Federico Villarreal, es un excelente narrador que va adquiriendo prestigio en los EE.UU.
Cuando entraba o salía del local de la ANEA, veía a muchos jóvenes que ingresaban y se retiraban de un caserón en la acera opuesta. Un día decidí atravesar el portón de entrada para enterarme de qué hacían allí. Descubrí uno de los locales de la Asociación Cultural Peruana Soviética. En el patio de la mansión republicana de dos pisos había afiches de propaganda de la URSS y carteles donde se ofrecían cursos de preparación universitaria para tomar exámenes de ingreso a universidades peruanas y soviéticas. También daban cursos de idioma ruso para aquellos que postulaban a becas si alcanzaban un puntaje mínimo en los exámenes finales.
La Universidad de San Marcos estaba en una crisis profunda. La mayoría de los cursos de docentes de la Escuela de Literatura me encantaban por sus contenidos y aproximaciones teóricas. Pero, la calidad académica de varios catedráticos de departamentos de filosofía y ciencias sociales dejaba muchas dudas.
Los cursos de materialismo histórico y dialéctico eran obligatorios. Los profesores los enseñaban con manuales más doctrinarios que teóricos. Los libros de la chilena Marta Hanecker se tenían que aprender de memoria. Los sindicatos de docentes y trabajadores se turnaban en organizar huelgas que duraban varios meses. Entre 1979 y 1982 avanzamos un semestre por año. Yo había dejado de estudiar Ingeniería industrial en la PUCP, en contra de la voluntad de mis padres, para seguir mi vocación literaria. Tenía bastantes ganas de expandir mis conocimientos de humanidades y aprender a escribir, pero las huelgas y los malos docentes impedían estos aprendizajes. Educarse en la Escuela de Literatura era un salto al abismo y la lentitud que habían adquirido estos estudios eran pruebas irrefutables de mi mala decisión.
La oferta de la academia de la Asociación Cultural Peruana Soviética se tornó atractiva. Estaba enterado de muchos conocidos que habían asistido a universidades de la patria de Dostoyevski y Mayakovsky. Entre ellos mi paisano, el escritor Luis Nieto Degregori, culminó sus estudios de Filología en Moscú y trabajaba en la Universidad San Cristóbal de Huamanga en Ayacucho. Me matriculé en los cursos que eran muy baratos. Era obvio que la Unión Soviética subvencionaba las actividades de esta asociación. Aparte de la academia de preparación se proyectaban films, se organizaban exposiciones itinerantes de afiches y fotografías de la URSS y presentaciones de bailes y música soviéticas. Vi películas en blanco y negro sobre Lenin, repetí otras de Eisenstein y escuché a excelentes grupos de música. Por alguna razón, las exhibiciones itinerantes enfocaban mucho la vibrante vida de Kiev. Pareciera que allí ocurrían los mejores logros del socialismo. Lo mismo pasaba con la revista Sputnik, de fácil acceso en ese espacio. Las fotos de barrios, templos de la iglesia cristiana ortodoxa, la ciudad universitaria, las limpias y amplias alamedas, sin mucho tráfico, y los parques de Kiev contrastaban con la Lima de entonces.
En esta casona conocí a muchachos interesantes de mi edad. La mayoría pertenecía a la Juventud Comunista Peruana (JCP). Se preparaban para estudiar en la Unión Soviética. Hice amistad con Isidoro Mamani, un muchacho trabajador en la fábrica de calzados Diamante de la avenida Colonial. Venía a clases después de terminar su jornada de ocho horas y quería estudiar Ingeniería eléctrica en la URSS. Sus padres obreros, le habían puesto ese nombre en honor a Isidoro Gamarra, dirigente de la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), líder histórico del Partido Comunista Peruano. Isidoro joven idolatraba a Isidoro el viejo por sus acciones. Celebraba la elección de Isidoro Gamarra como congresista en 1980. Isidoro, el muchacho obrero, quiso captarme para la JCP. No acepté. También conocí a Katiana Weil, una hija de familia miraflorina comunista, desde la época de José Carlos Mariátegui. Katiana sabía bailar, con mucha gracia, bailes rusos. Su sueño era continuar sus estudios de ballet en una escuela de Moscú e integrar luego el ballet Bolshoi. Por último, estaba José Stalin Paúcar, un muchacho de Comas, hijo de padres cuzqueños, que aprendió a tocar la balalaika con maestría. El quería seguir la carrera de Ingeniería nuclear en una universidad de Kiev. En los eventos culturales tanto Katiana como José Stalin siempre participaban. A ellos asistían dirigentes del Partido Comunista Peruano. Reconocí en el estrado a Jorge del Prado y Gustavo Espinoza Montesinos, miembros prominentes de Izquierda Unida.
No culminé los estudios en la academia preuniversitaria. Me desilusioné poco a poco de mi plan de educarme en la Unión Soviética. Primero, vi a varios dirigentes estudiantiles de San Marcos, miembros de la JCP en ese recinto. La mitad de los estudiantes de la academia eran parientes de gente vinculada al PCP, entre ellos varios hijos de profesores universitarios. Muchos lograron viajar a la Unión Soviética, entre ellos, la hija mayor de Carmen Luz Bejarano. Maritza estudió dirección de coros en Moscú y, luego de obtener su grado académico, se estableció en Finlandia. Cuando nos daban clases de socialismo, los estudiantes no ponían atención al profesor.
El discurso de los dirigentes estudiantiles empezó a sonar falso después de que Sendero Luminoso inició su guerra popular en enero de 1980. Asimismo, me di cuenta de los excesos de la ortodoxia comunista después de ver el film Moscú no cree en lágrimas (1979) de Vladimir Menshov, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. Como se sabe este largometraje fue muy difundido porque era una autocrítica descafeinada del socialismo real. Cuando quise conversar sobre este film, promovido por el gobierno soviético, Isidoro cambió de tema con brusquedad. Me dio a entender que hablar sobre él era tabú en la JCP. Temía que alguien nos pudiera escuchar en ese recinto. Entendí su situación y pasé a platicar sobre otros asuntos.
Tampoco le agarré afecto a la lengua rusa. Escribir y leer en alfabeto cirílico se me hizo difícil. El hecho que completó mi desencanto fue la despedida al grupo de becados que iban a iniciar sus estudios en universidades soviéticas, en septiembre de 1980. El evento tuvo lugar en el patio de la casona. Se armó un estrado donde bailaron, cantaron y tocaron ritmos soviéticos. Katiana y José Stalin participaron en varios números. Se cerró la actividad con la presentación y despedida de los becados que, al día siguiente, tomaban un vuelo de Aeroflot hacia Moscú. Recuerdo que era un grupo de aproximadamente 60 muchachos de diferentes ciudades del Perú. Allí reconocí al hijo de un gerente del banco de la agencia de Huancayo donde había trabajado mi padre. Su fisonomía y ropa era distinta a los demás. No lo podía creer. Él había terminado la secundaria en un colegio privado bilingüe muy caro y no había podido ingresar a una universidad peruana.
Además, yo sabía que su padre era masón y que había acumulado riqueza gracias a su puesto. Aunque no conocía a otros parecidos al muchacho huancaíno, se notaba claramente que muchos se estaban aprovechando de la política exterior del gobierno soviético. Muchos años después se confirmaron mis sospechas. Varios de los becados nunca volvieron al Perú. Se escaparon de la URSS para establecerse en Europa antes de terminar sus estudios y, los que retornaron con sus diplomas, se dedicaron a actividades que no promovían el socialismo. Los ingenieros se volvieron ricos cuando se montaron a la revolución cibernética con la comercialización de las primeras computadoras personales que llegaban al Perú y, más tarde, a la expansión de Internet. El muchacho huancaíno terminó de funcionario en la Bolsa de Valores de Lima. Años después un amigo muy cercano al PC-Unidad, cuando le hice la pregunta después de terminada la Perestroika en 1991: ¿Qué pasó con las propiedades de la Asociación Cultural Peruano Soviética?, me contestó que cuando implosionó la URSS en 1989, muchos dirigentes se apropiaron de sus bienes muebles e inmuebles y hasta ahora siguen en litigios en el poder judicial peruano.
Algo parecido ocurrió con el local de la ANEA. La organización desapareció en 1996. Su caída libre empezó con una invasión de su local. Un mesero de la cafetería se dio cuenta del caos y, junto a un par de poetas extraviados, se apropió del local y pusieron un restaurante de mala muerte que servía menús durante el día y se convertía en chichódromo y cantina los fines de semana. Después de varios años de disputa en los tribunales, entre usurpadores y el Estado peruano, que había cedido el local a la ANEA, parte de la propiedad fue derruida y se construyó un local de dos pisos para el colegio público de educación primaria “Juana Alarco de Dammert”.
Carmen Luz Bejarano se jubiló joven en 1983. Se dedicó a tiempo completo a la escritura. Su producción creativa fue apabullante. Entre 1984 y 2001 publicó trece poemarios, incursionó en la prosa con dos novelas cortas y una obra de teatro. Antes de retirarse de la docencia, había publicado solamente cinco poemarios.
A Carmen Luz la reencontré en la filmación de un cortometraje de alumnos de la Universidad de Lima en 1986. Mario Bellatín, el guionista, nos invitó a actuar en su cortometraje. Junto a otros muchachos, tenían que terminarlo para aprobar un curso de cine. En la película, cuyo título no me acuerdo, yo tenía el papel de un padre autoritario difunto, Carmen Luz era mi esposa y teníamos un hijo traumado por mi temprana muerte y un intenso complejo de Edipo. Nuestro hijo ficticio era Eduardo Adrianzén. No era la primera vez que Carmen Luz y Eduardo actuaban juntos en una película. Ella fue la madre del personaje el Esclavo, interpretado por Eduardo, en el largometraje La ciudad de los perros (1985), de Francisco Lombardi. Filmamos varias escenas en las que hacíamos una vida hogareña en un pequeño departamento situado en la av. Aramburú, San Isidro. Sentí una sensación extraña cuando hicimos una en la que yo, semidesnudo, besaba y acariciaba a mi exprofesora, mientras aparentábamos hacer el amor. Mi mayor temor era tener una erección mientras actuábamos como marido y mujer. Afortunadamente no despertó mi deseo. Carmen Luz fumaba mucho. Cuando estuve cerquísima a ella no me gustó la mezcla de olores de su perfume, humo y nicotina. El director de la película me dijo que las escenas las iban a incluir como flashbacks. Antes de la filmación, me maquillaron y pintaron canas para sacarme una fotografía. Cuando terminaron de filmar las escenas del pasado, vi que habían revelado el rollo de la cámara fotográfica y pusieron la foto en blanco y negro de mi personaje, enmarcada, encima del refrigerador.
No me quedé para ver la filmación de las escenas sobre el presente donde mi personaje estaba muerto. Me fui del departamento porque tenía algo urgente que hacer. Me enteré que iban a hacer más tomas en la cantina del club Pacasmayo del Centro de Lima. Pero no necesitaban mi actuación. No vi el montaje del único cortometraje en el que actué en mi vida. Le pregunté al ya famoso escritor Mario Bellatín qué pasó con la película en una visita que le hice en la ciudad de México, a principios de los noventa. Me contó que él y su grupo aprobaron el curso con una excelente nota. Nuestra actuación había sido magnífica. No tenía una copia. Si me interesaba verla, debería buscarla en los archivos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima.
Han pasado más de treinta años de estas experiencias. Kiev, el orgullo de la Unión Soviética en los años ochenta, está siendo bombardeada por el ejército ruso en el 2022 y dejada en ruinas. Mi recordada maestra Carmen Luz Bejarano falleció el 30 de septiembre del 2002, en Lima. No pude asistir a su funeral por estar viviendo en Filadelfia. La ANEA y la Asociación Cultural Peruana Soviética ya no existen. La mansión que ocupaba la academia preuniversitaria está deshabitada y se cae a pedazos.
Quedan los obsoletos tanques rusos, los aviones Sukhoi y los helicópteros Mi-8T en las fuerzas armadas peruanas. La influencia soviética empezó cuando el gobierno reformista del general Juan Velasco Alvarado firmó muchos acuerdos con líderes de la patria de Lenin. La modernización de las fuerzas armadas fue realizada con armamento soviético a partir de 1968. Se dice que Velasco planeó invadir Chile después del Golpe de Estado de Augusto Pinochet en 1973 para salvar al gobierno socialista de Salvador Allende. Las recientes compras de armas le daban superioridad de fuego a los militares peruanos, pero no se atrevió a hacerlo. Los EE.UU. le advirtieron que iban a defender la dictadura de Pinochet. El único armamento que se utilizó fue en la guerra interna de 1980-1992. Los helicópteros soviéticos fueron un arma fundamental para vencer a Sendero Luminoso en el campo. Disminuyó mucho la influencia soviética y luego la rusa durante sucesivos gobiernos neoliberales peruanos. Prueba de ello, es que el local de la embajada rusa es pequeño en comparación al de la embajada soviética; y ya no existe la cadena de locales que poseía. Lo único que me queda por hacer es visitar los archivos de la Universidad de Lima y ver ese cortometraje para completar un pasado que todavía existe.
*Bachiller por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Magíster y doctor por University of Pittsburgh (EE.UU.) y posdoctor por Darmouth College (EE.UU.). Tras largas estadías en Canadá, Guatemala y México, se estableció en EE.UU. Se desempeña como catedrático de Literaturas y Culturas Latinoamericanas Contemporáneas en Ohio State University (EE.UU.) desde el 2003. Ha publicado decenas de artículos y varios libros sobre los Andes centrales. Sus libros Las provincias contraatacan. Regionalismo y anticentralismo en la literatura peruana del siglo XX (2009), Mk (1982-1984): Cultura juvenil urbana de la postmodernidad periférica (2002) e Indigenismo y nación. Los retos a la representación de la subalternidad aymara y quechua (2002) son lectura indispensable para los interesados en las culturas periféricas andinas. Se desempeña como secretario ejecutivo de la AIP y JALLA.
**(Arequipa-Perú, 1933 – Lima-Perú, 2002). Poeta. Bachiller en Derecho y doctora en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), donde se desempeñó como catedrática de Historia del arte y de Literatura. Pertenece a la generación de los 60’s de la poesía peruana. En 1984 participó en la película La ciudad y los perros (estrenada en 1985), basada en la novela de Mario Vargas Llosa y participó en un corto de ficción de Mario Bellatín en 1986 como protagonista. Publicó en poesía Abril y lejanía (1961), Aracanto (1966), Furia de la arcilla (1977), Del amor y otros asuntos (1984), La dama del desasosiego (1991), Existencia en poesía (2000), entre otros.