Hace algunos años, los poetas Maurizio Medo y José Kozer tuvieron la idea de realizar un evento en homenaje al poeta Carlos Germán Belli (Lima, 1927), por su amplia e innovadora trayectoria literaria. Lamentablemente, dicho evento no se pudo concretar y, por tanto, el presente texto que ahora mostramos en Vallejo & Co., en exclusiva, no fue publicado ni difundido por su autor, José Kozer, para rendir el merecido tributo al poeta Belli.
El 16 de este mes, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, comunicó a la opinión pública la muy justa nominación de Carlos Germán Belli al Premio Cervantes de Literatura 2015, uno de los premios literarios más importantes en lengua hispana, galardón que concede el Ministerio de Cultura de España.
Le agradecemos la cortesía del enviarnos y permitirnos la difusión del texto a Maurizio Medo.
Por José Kozer
Crédito de la foto www.limaenescena.lamula.pe
Homenaje a Belli
En el momento en que Carlos Germán Belli lee sus poemas ante un público, surge una potente onda expansiva ante nuestros atónitos oídos; acto seguido, en cuanto acaba la lectura, Belli se contrae.
A Belli, en la intimidad compartida, le cuesta mucho trabajo hablar. Desde hace más de treinta años conozco a Carlos Germán, primero de la época en que paraba en nuestra casa de Forest Hills, Nueva York, y luego, más recientemente, coincidiendo en encuentros y festivales de poesía a los que hemos sido invitados. Verlo es de inmediato sentir su presencia callada, la presencia de un habla que asiente y titubea, dice y se entrecorta, de repente ríe, y de repente un mecanismo comedido, lo obliga a cortar la risa. Ese modo de ser, ese comportamiento externo está, así lo veo, matizado por dos fuerzas quietamente volcánicas: la del amor a su familia, mujer, hijas, el hermano enfermo toda una vida, así como el amor a Javier Sologuren, su gran amigo, la natural cara mitad de su propia necesidad de armonía; y una segunda fuerza, la de su propio trabajo creador, incesante, sistemático, respetuoso de la modernidad y de la tradición.
Belli ha rehecho el Barroco español. Centrándose en poetas del siglo XVII considerados de segunda fila, enalteciéndolos con una justeza que los convierte en Primus Inter Pares con los Góngora y Quevedo, Belli renueva, en parte aligera, en gran medida adapta al momento histórico que le ha tocado vivir, aquella escritura abierta del Barroco, que aunque abierta se veía obligada a ceñirse a parámetros reducidos, tendientes a la fijeza, parámetros que en líneas generales no podían salirse ni superar, ora por el camino gongorino, ora por el conceptista, la recuperación del mundo clásico grecolatino. A Belli, unos de los padres constructores del Neo Barroco (padre que ya es hora aparezca al lado de Haroldo de Campos y de José Lezama Lima) le ha correspondido incrustar la risa más descarnada, la seriedad no sombría, sí acendrada, en el texto denso, proliferante y de más ardua lectura, que se identifica con el movimiento Neo Barroco.
Hijo de su tiempo, y padre de muchos poetas vivos o recién fallecidos de sus propios tiempos, Carlos Germán Belli nos ha traído a la poesía la visión múltiple, tantas veces desencajada, siempre desplazada, del momento histórico de las últimas décadas, momento cada vez más acelerado y difícil de captar, y por ende de trasladar, en cuanto creación, a la página escrita. La disimilitud, el horror, la aparente cuan falaz abundancia y variabilidad de todo lo que aparece a la vista del ciudadano de hoy, precisan de un Belli comedido y capaz de plantar un pie en la gran tradición de la lengua castellana, mientras mantiene plantado el otro pie, pie abierto, inconmensurable, en la más vanguardista y caótica, desparramada realidad. Fuerzas que Belli, como pocos, acata, redistribuye, y equilibra.
El hombre cauto que es Belli, a quien percibo como a alguien tocado por el ala de la inocencia, como a un ser rozado por algo delicadamente angelical, esta persona más bien tímida y cortada, que tiene una raíz nerviosa que ha sabido controlar para convivir con su propio organismo nervioso, y así vivir en la salud dentro de una época más bien enferma, a su vez ha escrito, tajante y definitivo, versos que exploran lo más descarnado y visceral de ese cuerpo agitado y febril, ese cuerpo que pugna día a día entre enfermedad y salud, y que procura sobrevivir un día más, ¿para qué? Para cantar lo escatológico, y recuérdese que la escatología (del griego skata, excremento) alude a la vez a la vida venidera, y a las deyecciones que el cuerpo humano expulsa de continuo. Expulsión sin la cual, evidente, no hay salud; expulsión no paradisíaca sino infernal: de lo cotidiano infernal. Expulsión que un lenguaje irónico e intrépido, ceñido y de apariencia ortodoxa (aunque su verdad sea corrosiva y heterodoxa, correosa y transgresora) reinventa la visión visceral del cuerpo sin descartar flatos, movimientos peristálticos, bolos alimenticios, mejunjes compuestos de hedentina, sobaquina, hipos y abolladuras.
Súmese el modo característico que tiene Belli de hacer la revolución. No mediante panfletario y barato llamado a las armas, a la guerra guerrillera que tanto ha prometido y tan poco ha conseguido, sino contando, casi sotto voce, una historia familiar, familiar y peruana, peruana y universal, en la que los personajes son sus compañeros de oficina, sus hijas, y en las que se cantan en poemas liberatorios y de calidad incomparable, “los oficios hórridos humanos”, al “filicida yo también, cual parricida soy, cual fratricida,”, de modo que la culpabilidad no exime al propio yo, y el oficio ganapán, tedioso y desgastador, no es experiencia de carne ajena sino propia: estamos ante el poeta ciudadano moderno, de cuello y corbata, por qué no, que a oscuras y segura hace su obra, simulacro de pequeñez, invención de realidad mayor, transfiguración sintáctica arriesgada. Invención, reinvención, de realidad mayoritaria, en el sentido de que en la poesía belliriana cabemos todos y todo cabe.
Poesía del plexiglás, de la cibernética, del “¡oh señora!”, de las vitaminas, bah (pero mejor consumirlas) de los pobres y descuajaringados amanuenses, de los bofes y los coitos mentales, de las transformaciones clásicas a lo Proteo vía Ovidio, en que se muda en olmo, se convierte el yo poético en asno, y eso día a día y todos los días en cualquier día o instante, de modo que todo, tras la noche que nos esquiva, acaba “por ser día y olmo y asno.”
Curioso este Carlos Germán Belli: persona recatada, casi esquiva, sumida en penumbras, que apenas desea aparecer, y que a la vez, desde su construida escritura, desde el natural artificio de su escritura, nos regala, agasajo y festín verbal, cuneiforme y asirio, castellano interior y universal, una poesía de pobres mientes, gusaneras, aparatos pesaletras, pequeños gritos aclaratorios y exclamatorios (ea, no mas sí, e hi, hi de perra, ingas que resultan más eróticos que incas) pequeños oficios entreverados de vientos notos y aquilones, ondosos claustros, turbios celofanes. Bárbaro y bacán este Carlos Germán Belli que, enfrentado a la “destrucción temida”, y a la “muerte inoportuna”, ha sabido conjurar en los talleres del tiempo, la punta (glande) de la pluma para forjar (eyaculación) la letra: letra oriunda, letra original y de larga traza, en la que el poeta, solo, y medio a oscuras, modesto y desapercibido, ha sabido hacer el papel del novio y de la Amada en el Amado transformada, transformación que constituye auténtica boda de la pluma y de la letra en esta época de hierro.