Por Francesca Angiolillo*
Traducción por la autora
Curador de la muestra Fabrício Marques
Crédito de la foto Aarón Fernández
El círculo de papel negro.
13 poemas de Francesca Angiolillo
Antropológica
cada mancha del
jaguar adivina la
mano que siguiendo lengua
extranjera hoy muerta
la ha tallado
la serpiente era un ser
poderoso
que harmonizaba
los principios
contrarios
del universo
u baah k’uhul ajaw
ésta es la imagen del
sagrado soberano
el sagrado soberano usaba
adornos teñidos con el
pigmento extraído de
Spondylus princeps
una concha rojiza
del Pacífico
en el cartel pegado afuera
del museo
la serpiente
se traga a sí misma
infinito amor tiempo
infinito como el perro
que corre detrás
de su propia cola
Balada
Era otoño cuando él nació
cuando él nació era otoño
y su padre había muerto
cuando él nació
murió su madre
cuando él nació
su madre y su padre estaban muertos
cuando él nació estaba huérfano
era día de muertos cuando nació
y fue llamado Ferdinando
era noviembre entonces
cuando él nació
no un noviembre cualquiera
era noviembre de un año
y dieciocho años más tarde había guerra
Ferdinando fue a la guerra
Ferdinando fue herido
A Ferdinando lo llevó en hombros un colega hasta la trinchera
el colega regresó
el colega recuperó
otro herido
y con ése en brazos pisó una mina
era día de San Fernando
y él nació
era dos de diciembre cuando su hijo nació
era un mes después del día de muertos
cuando su hijo nació
era un día de otoño, era un día de vivos
afuera nevaba cuando su hijo nació
Ferdinando bromeaba
nací un mes antes que mi hijo
nací el día de muertos
nací el día del santo
era día de muertos
era un día de otoño
era noviembre de un año
era San Fernando
era un día de otoño
era dos de diciembre
era un día de otoño
era seis de enero
cuando Antonio murió
cuando Antonio murió
su padre había muerto
cuando Antonio murió
era día de reyes
era día de reyes
En el campo
Rojo es el color de las cosas hechas
por el hombre:
el camión
la cubeta
la carretilla
de mano
rojo es el color que
corta
el campo.
Cierta vez tomamos el coche
y fuimos a ver
el campo
de manzanas.
El coche era gris
el campo era plano,
de cuando en cuando había
una construcción en medio
de la nada toda igual
a sí misma
El bebé dormía
no vimos nada
rojo
aunque
las manzanas
estaban allí
en algún lugar.
De cuando en cuando había
un tractor
amarillo.
En la avenida
Qué triste es la vida en la ciudad
la madre empuja la carriola en la galería
el niño somnoliento la cara sucia
de helado qué buena es
la vida en la ciudad cuando
se sale a la avenida
y un hombre baila
sacudiendo el cuerpo por entero al son
de la banda que acelera
todos los hits
que alegría
es salir a la avenida y saber
que allí ya no te encuentro
a tí ni un eco
emana de la esquina llena
de papeles y hojas y sillas arrinconadas
Ah qué bella es la vida cuando
a la gente se le olvida
a la gente ni se le ocurre
que pensando en la vida
así
distraída
puede que pase un coche y
bam.
Etiopía, Etiopía
Etiopía era la estación
de metro de mi casa
cuando me cambié de aquí –
no tardaste
en acordarte
de tu Etiopía.
La estación de metro tenía
una cabeza de león
como emblema
tu Etiopía tenía
un cachorro de chacal y
un emperador
teniendo en brazos a la cría del animal
una piedra en el anillo
en el dedo del emperador
sobre la cabeza del cachorro
– en ella brillaba el sol.
El fascismo que
deploraste desde lo alto
de tus ocho años
en la cola para la leche
porque leche no había
irguió ciudades
en Etiopía.
(El año en que naciste
el emperador fue elegido
hombre del año
por la Time Magazine;
después de ello
mucho después algo después de
nacida yo
otros niños padecieron hambre
sin derecho a cola
en el valle del río Omo.)
Jamás he sabido de las ciudades
que no erguiste
en las tierras de Afar
donde Lucy nuestra madre
hasta hoy está
pero sé de la piedra del anillo
en el dedo de
Haile
Selassie
como si estuviese yo allá
como si estuviese en tu lugar.
Tu Etiopía hoy no es
más que una fotografía
– en ella te encuentras
cercado de gente
negra pintada –
guardada
en una caja
de cartón.
La última buena acción
La última buena acción del año
se dedicó al escarabajo.
Gordo, negro y luciente, pero nada
lo describía mejor que torpe
— así suelen ser.
Tenazmente torpe pues
rechazaba entender la oferta
que a él se le hacía, la punta
suave del dedo, la pinza natural
de la rama que por suerte estaba
a la mano para reponer en el buen lugar
su caparazón que se mecía de revés
en medio de la ruta — la muerte
era cierta, era cuestión de tiempo, atropellado o por una pisada.
Fue necesaria paciencia.
Cuántos entre nosotros en determinado tiempo
nos agarramos al no, al renegar
de la ayuda, de la mano abierta,
del puente improvisado.
Las joyas de la corona
Como casi toda niña yo quería
ser princesa yo ya no era
rubia cual Cenicienta
mi hermana sí y atrevida
llegara al mundo resoluta
yo no sabía qué hacer
de aquella masa castaña
ni lacia ni rizada sobre la cabeza
y creía que quizás la codiciada corona
de cristales
de miss
operase un pequeño milagro al encimar
mis incertezas infantiles
así en cada carnaval en cada viaje
a las tiendas de disfraces del centro de la ciudad
se daba una renovada decepción
la diminuta corona allá se quedaba
en la vitrina
con su brillo de mentira
Un día
en la celebración de un cumpleaños tal vez
mi padre nos hizo unas coronas
eran de cartón negro
adornadas con purpurina en lugar
de piedras y con volutas doradas
hechas a plumón
El plumón era especial
importado sólo él lo usaba
y todo en la corona revelaba el trazo
que era suyo totalmente
que era el mismo
de sus cuadros en las paredes
era la marca de su mano
Yo no sabía cuánto esa corona
que tristemente llevé a mi
cabeza castaña
era real
tan más real que la diadema plateada
con pequeñitas piedras
olvidada en la vidriera
En el círculo de papel negro
se encerraba el futuro
no el hogar inmaculado y sí la araña
pequeñita escondiéndose
en un rincón del armario
los calcetines cubriendo los pies
a la hora de dormir en una casa
sin calefacción
en otro invierno austral más
al lado de un hombre
el más legítimo
heredero
de aquella idea
de príncipe
que me fuera dado encontrar
y quien me diera un descendiente
rubio de ojos azules
repitiendo en el rostro
sus mismos rasgos castaños
El cartón oscuro era lo que hacía
que las joyas de la corona lucieran más
Meditación universitaria
Los que se enamoran
de la técnica
son felices.
Tuve yo una colega, ella
venía de lejos
no tenía madre
que le metiese
sándwiches de atún
colmados de mayonesa
en la mochila.
Mientras yo me debatía,
la cara casi
sumergida en el cajón
de la mesa del estudio,
con interpretaciones
de cuadros renacentistas,
de estatuas griegas,
con la semiótica
de los carteles alemanes
o intentaba dotar
de algún sentido oculto
una curva sobre el papel,
ella caminaba erecta
y sonriente por la rampa
abrazada a su regla T.
Naxos
Mejor hubiera sido amar
el labirinto el diseño infinito
el ingenio
que haberse dejado
devorar así
en el centro —
corazón intestinos y otras
vísceras
abiertas sin hilo indicando
salida madeja invisible
y sin uso
Mejor tal vez
el minotauro
dientes cuernos cascos y manos
de hombre
que el hombre
queriendo lanza y no
un hogar
el mar entonces
es la única
compañía él nunca
nunca calla
sus mil bocas olas
repitiendo
tú yo
en la playa estrecha
hasta a los dioses les da
pena
Paréntesis
(un beso robado en una
esquina y uno
en la barra
de un bar los besos
prolongándose en la esquina
— y fueron cien y mil y otros cien
y uno más que borrara
toda duda no hay duda
que resista a esa lluvia
las dudas
nunca se cristalizan
hay sólo certezas
en esa pausa nuestras falsas
certezas cristalinas
robándome a mí,
robándome en la esquina,
abriendo ésta página;
éste silencio
blanco
perturbado por negros
signos
de interrogación
¿Adónde el olor a ropa
limpia, humo y perfume?
¿Adónde nuestros nombres,
jeroglifos, inscripciones
grafitos? en esa esquina
eterna las letras
se reordenan las letras son
réplicas iniciales en una cama
mojada
en éste mundo.
¿Cómo cerrar el cajón
de este paréntesis?
Hay sólo un
modo, y es así:
)
Un paréntesis que no se cierra
es una herida abierta
siempre, siempre
algo como
escribo
en cada lumbre tu nombre
algo como
sin ti
quedaron vacías mis manos
(un perfil enviado desde lejos:
un paréntesis todavía por cerrar.)
Problema existencial
¿Cómo esperar que entiendas
el milagro de la carne
abriéndose espacio, fibra a fibra
desde medio centímetro de vida?
La vida,
hijo mío,
es sin duda una herida.
(En el flanco de un ciclo
se abre
para darnos
y recibirnos.)
¿Por qué la calavera tiene dientes?
Mamá, ¿la calavera fue gente?
Al ojo de la calavera ¿qué le pasó?
La tierra lo comió.
La tierra lo comió.
La tierra lo comió.
Ronchamp
Un pedazo de pared
simplemente, sólo
tu
y yo
podríamos al verlo adivinar
su nombre mineral.
Chueco, medio blanco,
medio gris concreto pedazo
de idea
de un hombre
de apodo
vagamente animal
de pájaro pensativo
de pájaro que picotea buscando
quién
sabe
qué
un brillo un destello lo que no se ve un
pedazo de piedra
inventada;
el otro día estuvieron allá unos
que no nosotros
dicen que
han roto un vitral de aquellos que la
película a color registró
en un acto
de inimaginable
subversión la virgencita
nos punió
– que desapareciera así la cámara
quién sabe
cuando
estuvimos nosotros
éramos nosotros
y la japonesita sonriente
salida de la nada a lugar alguno
y allá quedose
por todo siempre sentada sobre un montecito de relva
y todo lo que de allá
salió la virgencita
no vio
– el disco girando
en la tornamesa tocando
Something
tus paseos en bici
mis calcetines rayados
tus dibujos tan buenos los míos tan
malos los
condones en una lata de galletas
danesas era
un lujo el panqué que hacía María era
el único final dulce
para aquellas tardes tan iguales
tener dieciocho o veinte años y leer poemas
de Neruda y encontrar
normal que el amor
no durara más
que unas cuantas estaciones
de tren
en un mapa.
Una carta no enviada de Teherán
Teniendo que lidiar
con el dolor
me pregunto si existiría
el dolor
en Teherán
existiría
en Teherán
el dolor de tu pérdida
el dolor de los días azules
ya idos
– tan azules sobre
la calle vacía
tan vacía
de no ser por
tú y yo
tú a quien
le dirijo éstas palabras
vivirás por siempre
quienes amamos
no cesan nunca
de vivir aquí
o en Teherán
existiría en Teherán
la melodía confusa
del idioma farsi
a hablar de ojivas
de reactores
de uranio
de agua pesada
de minas escondidas
de explosiones
en las montañas
hay montañas en Teherán
y cumbres nevadas
hay invierno en Teherán
y hay coches
muchos coches
que pronuncian su prisa
sobre viaductos
alrededor de monumentos
a través de túneles enormes
en Teherán
igualmente podría hablar
de un dulce de
miel de
rosas
de gacelas
todo sería indistinto
en Teherán
el vendedor diría
naranjas
y no sabríamos cómo decir
naranjas
diría nueces melones mandarinas
diría cerezas duraznos uvas
diría granadas de Teherán
y nada de ello sabríamos decir
escucharíamos nombres
terminados en
i
y en ninguno de ellos cabría
la redondilla menor
de tu nombre
las ascendientes y descendientes
de tu nombre
no marcarían página alguna
en Teherán
quizás
no existiera
la marca que es
la falta de mi padre
en Teherán
inmersa estaría yo
en el balbuceo
murmurante
en el arrullo
de lo sin sentido
en Teherán
hasta que me viniera pescar
un nítido
un claro
mérci
a recordar el gesto
importado
de otra civilización tomado
en préstamo
por la diplomacia persa
aquella que
hiere
con un cumplido
tan discretamente como quien
toma despacio su café
en un café por la mañana
en Teherán
———————————————————————————————————————-
(poemas en su idioma original, portugués)
No círculo de papel preto
13 poemas do Francesca Angiolillo
Antropológica
cada mancha do
jaguar adivinha a
mão que seguindo língua
estrangeira hoje morta
a talhou
a serpente era um ser
poderoso
que harmonizava
os princípios
contrários
do universo
u baah k’uhul ajaw
esta é a imagem do
sagrado soberano
o sagrado soberano usava
adornos tingidos com o
pigmento extraído de
Spondylus princeps
uma concha avermelhada
do Pacífico
no lambe-lambe fora
do museu
a serpente
se engole
infinito amor tempo
infinito como o cão
que corre atrás
do próprio rabo
Balada
Era outono quando ele nasceu
quando ele nasceu era outono
e seu pai já havia morrido
quando ele nasceu
sua mãe morreu
quando ele nasceu
sua mãe e seu pai estavam mortos
quando ele nasceu estava órfão
era dia de mortos quando ele nasceu
e ele foi chamado Ferdinando
era novembro então
quando ele nasceu
não um novembro qualquer
era novembro de um ano
e dezoito anos depois havia guerra
Ferdinando foi à guerra
Ferdinando foi ferido
Ferdinando foi levado no colo por um colega até a trincheira
o colega voltou
o colega buscou
outro ferido
e com ele no colo pisou numa mina
era dia de São Fernando
e ele nasceu
era dois de dezembro quando seu filho nasceu
era um mês depois do dia de mortos
quando seu filho nasceu
era um dia de outono, era um dia de vivos
lá fora nevava quando seu filho nasceu
Ferdinando brincava
nasci um mês antes de meu filho
nasci no dia de mortos
nasci no dia do santo
era dia de mortos
era um dia de outono
era novembro de um ano
era São Fernando
era um dia de outono
era dois de dezembro
era um dia de outono
era seis de janeiro
quando Antonio morreu
quando Antonio morreu
seu pai já havia morrido
quando Antonio morreu
era dia de reis
era dia de reis
No campo
O vermelho é a cor das coisas feitas
pelo homem:
o caminhão
o balde
o carrinho
de mão
o vermelho é a cor que cor
ta
o campo.
Uma vez pegamos o carro
e fomos ver
o campo
de maçãs.
O carro era cinza
o campo era plano,
de quando em quando havia
uma construção no meio
do nada todo igual
a ele mesmo.
O bebê dormia
nós não vimos nada
vermelho
mesmo se as maçãs
estavam lá
em algum lugar.
De quando em quando havia
um trator
amarelo.
Na avenida
Como é triste a vida na cidade
a mãe empurra o carrinho na galeria
a criança sonolenta com a cara suja
de sorvete como é boa
a vida na cidade quando
se sai na avenida
e um homem dança
sacudindo todo o corpo ao som
da banda que acelera
todos os hits
que alegria
é sair na avenida e saber
que nela não encontro
mais você nem um eco
emana da esquina cheia
de papéis e folhas e cadeiras acanhadas
Ah que bela é a vida quando
a gente se esquece
e nem lembra
de que pensando na vida
assim
distraída
pode vir um carro e
bam.
Etiopía, Etiópia
Etiopía era a estação
de metrô da minha casa
quando eu me mudei daqui –
você logo
se lembrou
da Etiópia.
A estação de metrô tinha
uma cabeça de leão
como emblema
a sua Etiópia tinha
um filhote de chacal e
um imperador
segurando o filhote de animal
uma pedra no anel
no dedo do imperador
sobre a cabeça do filhote
– nela brilhava o sol.
O fascismo que você
deplorou do alto
de seus oito anos
na fila do leite
porque leite não havia
ergueu cidades
na Etiópia.
(No ano em que você nasceu
o imperador foi eleito
homem do ano
da Time Magazine;
depois disso
bem depois um tanto depois de
nascida eu
outras crianças passaram fome
sem direito a fila
no vale do rio Omo.)
Nunca soube das cidades
que você não ergueu
nas terras de Afar
onde Lucy nossa mãe
até hoje está
mas sei da pedra do anel
no dedo de
Haile
Selassie
como se eu estivesse lá
como se eu fosse você.
Sua Etiópia hoje é
uma fotografia
– nela você aparece
cercado de gente
negra pintada –
guardada
numa caixa
de papelão.
A última boa ação
A última boa ação do ano
foi para o escaravelho.
Gordo, preto e luzidio, mas nada
o descrevia melhor do que desajeitado
— assim costumam ser.
Tenazmente desajeitado pois
recusava-se a entender a oferta
que ali se lhe fazia, a ponta
suave do dedo, a pinça natural
do galho que por sorte estava
à mão para reassentar no lugar certo
sua carapaça rebolando de revés
no meio da estrada — a morte
era certa, era questão de tempo, atropelado ou num pisão.
Foi preciso paciência.
Quantos de nós em determinado tempo não
nos agarramos ao não, a negar
a ajuda, a mão aberta,
a ponte improvisada.
As joias da coroa
Como quase toda menina eu queria
ser princesa eu já não era
loura como Cinderela
minha irmã sim e espevitada
chegara ao mundo resolvida
eu não sabia o que fazer
daquela massa castanha
nem lisa nem crespa sobre a cabeça
e acreditava que talvez a cobiçada coroa
de strass
de miss
operasse um pequeno milagre ao encimar
minhas incertezas infantis
então a cada carnaval a cada ida
às lojas de fantasias no centro da cidade
dava-se uma renovada decepção
a diminuta coroa ficava ali
na mesa envidraçada
com seu brilho de mentira
Um dia
numa celebração de aniversário talvez
meu pai nos fez umas coroas
eram de papel cartão preto
adornadas com purpurina no lugar
das pedras e com volutas douradas
feitas a caneta
A caneta era especial
importada só ele usava
e tudo na coroa traía o traço
que era dele totalmente
que era o mesmo
de seus quadros nas paredes
era a marca de sua mão
Eu não sabia quanto aquela coroa
que levei tristemente à minha
cabeça castanha
era real
tão mais real que o diadema prateado
com pequeninas pedras
esquecido na vitrina
No círculo de papel preto
se encerrava o futuro
não o lar imaculado mas a aranha
pequenina se escondendo
num canto do armário
as meias cobrindo os pés
na hora de dormir numa casa
não aquecida
em mais um inverno austral
ao lado de um homem
o herdeiro
mais legítimo
daquela ideia
de príncipe
que fora possível encontrar
e que me dera um descendente
louro de olhos azuis
repetindo no rosto
seus traços castanhos
O cartão escuro era o que fazia
as joias da coroa luzirem mais
Meditação universitária
As pessoas que se apaixonam
pela técnica
são felizes.
Eu tive uma colega, ela
vinha de longe
ela não tinha mãe
a lhe enfiar
sanduíches de atum
com muita maionese
na mochila.
Enquanto eu me debatia,
a cara quase
mergulhada na gaveta
da mesa do estúdio,
com interpretações
de quadros renascentistas,
de estátuas gregas,
com a semiótica
dos cartazes alemães
ou tentava dotar
de algum sentido oculto
uma curva no papel,
ela caminhava ereta
e sorridente pela rampa
abraçada à sua régua T.
Naxos
Melhor teria sido amar
o labirinto o desenho infinito
o engenho
a ter se deixado
devorar assim
no centro —
coração intestinos e outras
vísceras
abertas sem fio indicando
saída meada invisível
e sem uso
Melhor talvez
o minotauro
dentes chifres cascos e mãos
de homem
do que o homem
querendo lança não
um lar
o mar então
é a única
companhia ele nunca
nunca cala
suas mil bocas ondas
repetindo
eu você
na praia estreita
até os deuses sentem
dó
Parênteses
(um beijo roubado em uma
esquina e um
no balcão
de um bar os beijos
prolongando-se na esquina
–e foram cem e mil e outros cem
e um mais a apagar
toda dúvida não há dúvida
que resista a essa chuva
dúvidas nunca
nunca se cristalizam
há só certezas
nessa pausa nossas falsas
certezas cristalinas
roubando-me de mim,
roubando-me na esquina,
abrindo esta página;
este silêncio
branco
perturbado por negros
pontos
de interrogação
Aonde foi o odor de roupa
limpa, fumaça e perfume?
Aonde nossos nomes,
hieróglifos, inscrições
pichações? nessa esquina
eterna as letras
se reordenam as letras são
falas iniciais numa cama
molhada
neste mundo.
Como fechar a gaveta
deste parêntese?
Há só um
meio, e é assim:
)
Um parêntese que não se fecha
é uma ferida aberta
sempre, sempre
algo como
escrevo
em todo lume seu nome
algo como
sem você
minhas mãos estão vazias
(um perfil enviado desde longe:
um parêntese ainda por fechar.)
Problema existencial
Como esperar que você compreenda
o milagre da carne
abrindo espaço, fibra a fibra
a partir de meio centímetro de vida?
A vida,
meu filho,
é mesmo uma ferida.
(No flanco de um ciclo
ela se abre
para nos dar
e receber.)
Por que a caveira tem dente?
Mamãe, a caveira foi gente?
O olho da caveira, cadê?
A terra comeu.
A terra comeu.
A terra comeu.
Ronchamp
Um pedaço de parede
simplesmente, só
você
e eu
poderíamos ao vê-lo adivinhar
seu nome mineral.
Torto, meio branco,
meio cinza concreto pedaço
de ideia
de um homem
de apelido
vagamente animal
de pássaro pensativo
de pássaro que cisca buscando
quem
sabe
o quê
um brilho um lampejo o que não se vê um
pedaço de pedra
inventada;
outro dia estiveram lá outros
que não nós
diz que
quebraram um vitral daqueles que o
filme em cores registrou
num ato
de inimaginável
subversão nossa senhora
puniu
– a câmera sumir daquele jeito
sei lá
quando
estivemos nós
éramos nós
e a japonesinha sorridente
saída do nada para lugar algum
e lá ficou
para sempre sentada num monturo de grama
e tudo o que dali
saiu nossa senhora
não viu
– o disco rodando
na vitrola tocando
Something
seus passeios de bicicleta
minhas meias listradas
seus desenhos tão bons os meus tão ruins as
camisinhas numa lata de biscoitos
dinamarqueses era
um luxo o bolo da Maria era
o único final doce
daquelas tardes tão iguais
ter dezoito ou vinte anos e ler poemas
de Neruda e achar
normal o amor
não durar mais
que umas estações
de trem
num mapa.
Uma carta não enviada de Teerã
Tendo que me haver
com a dor
pergunto-me se existiria
a dor
em Teerã
existiria
em Teerã
a dor da sua perda
a dor dos dias azuis
que se foram
– tão azuis sobre
a rua vazia
tão vazia
a não ser por
você e eu
você a quem
dirijo estas palavras
viverá para sempre
quem a gente ama
não cessa nunca
de viver aqui
ou em Teerã
existiria em Teerã
a melodia confusa
do idioma farsi
a falar de ogivas
de reatores
de urânio
de água pesada
de minas escondidas
de explosões
nas montanhas
há montanhas em Teerã
e picos nevados
há inverno em Teerã
e há carros
muitos carros
que pronunciam sua pressa
sobre viadutos
ao redor de monumentos
através de túneis enormes
em Teerã
igualmente poderia falar
de um doce de
mel de
rosas
de gazelas
tudo seria indistinto
em Teerã
o vendedor diria
laranjas
e não saberíamos como se diz
laranjas
diria nozes melões tangerinas
diria cerejas pêssegos uvas
diria romãs de Teerã
e nada disso saberíamos dizer
ouviríamos nomes
terminados em
i
e em nenhum deles caberia
a redondilha menor
do seu nome
as ascendentes e descendentes
do seu nome
não marcariam página alguma
em Teerã
quiçá
não existisse
a marca que é
a falta do meu pai
em Teerã
imersa estaria eu
no balbucio
murmurejante
no acalanto
do sem sentido
em Teerã
até que me viesse pescar
um nítido
um claro
mérci
recordando o gesto
importado
de outra civilização tomado
de empréstimo
pela diplomacia persa
aquela que
fere
com um elogio
tão discretamente como quem
toma devagar seu café
num café da manhã
em Teerã
*(Rio de Janeiro-Brasil, 1972). Poeta. Ganó el Premio Alphonsus de Guimarães (2018). Ha publicado en poesía Etiopia (2017) y Rua Lisboa.