El círculo de papel negro. 13 poemas de Francesca Angiolillo

 

Por Francesca Angiolillo*

Traducción por la autora

Curador de la muestra Fabrício Marques

Crédito de la foto Aarón Fernández

 

 

El círculo de papel negro.

13 poemas de Francesca Angiolillo

 

 

Antropológica

 

cada mancha del

jaguar adivina la

mano que siguiendo lengua

extranjera hoy muerta

la ha tallado

 

la serpiente era un ser

poderoso

que harmonizaba

los principios

contrarios

del universo

 

u baah k’uhul ajaw

ésta es la imagen del

sagrado soberano

 

el sagrado soberano usaba

adornos teñidos con el

pigmento extraído de

Spondylus princeps

una concha rojiza

del Pacífico

 

en el cartel pegado afuera

del museo

la serpiente

se traga a sí misma

infinito amor tiempo

infinito como el perro

que corre detrás

de su propia cola

 

 

 

Balada

 

Era otoño cuando él nació

cuando él nació era otoño

y su padre había muerto

cuando él nació

murió su madre

cuando él nació

su madre y su padre estaban muertos

cuando él nació estaba huérfano

era día de muertos cuando nació

y fue llamado Ferdinando

era noviembre entonces

cuando él nació

no un noviembre cualquiera

era noviembre de un año

y dieciocho años más tarde había guerra

Ferdinando fue a la guerra

Ferdinando fue herido

A Ferdinando lo llevó en hombros un colega hasta la trinchera

el colega regresó

el colega recuperó

otro herido

y con ése en brazos pisó una mina

era día de San Fernando

y él nació

era dos de diciembre cuando su hijo nació

era un mes después del día de muertos

cuando su hijo nació

era un día de otoño, era un día de vivos

afuera nevaba cuando su hijo nació

Ferdinando bromeaba

nací un mes antes que mi hijo

nací el día de muertos

nací el día del santo

era día de muertos

era un día de otoño

era noviembre de un año

era San Fernando

era un día de otoño

era dos de diciembre

era un día de otoño

era seis de enero

cuando Antonio murió

cuando Antonio murió

su padre había muerto

cuando Antonio murió

era día de reyes

era día de reyes

 

 

 

En el campo

 

Rojo es el color de las cosas hechas

por el hombre:

el camión

la cubeta

la carretilla

de mano

rojo es el color que

corta

el campo.

 

Cierta vez tomamos el coche

y fuimos a ver

el campo

de manzanas.

 

El coche era gris

el campo era plano,

 

de cuando en cuando había

una construcción en medio

de la nada toda igual

a sí misma

 

El bebé dormía

no vimos nada

rojo

aunque

las manzanas

estaban allí

en algún lugar.

 

De cuando en cuando había

un tractor

amarillo.

 

 

En la avenida

 

Qué triste es la vida en la ciudad

la madre empuja la carriola en la galería

el niño somnoliento la cara sucia

de helado qué buena es

la vida en la ciudad cuando

se sale a la avenida

y un hombre baila

sacudiendo el cuerpo por entero al son

de la banda que acelera

todos los hits

que alegría

es salir a la avenida y saber

que allí ya no te encuentro

a tí ni un eco

emana de la esquina llena

de papeles y hojas y sillas arrinconadas

Ah qué bella es la vida cuando

a la gente se le olvida

a la gente ni se le ocurre

que pensando en la vida

así

distraída

puede que pase un coche y

bam.

 

 

 

Etiopía, Etiopía

 

Etiopía era la estación

de metro de mi casa

cuando me cambié de aquí –

no tardaste

en acordarte

de tu Etiopía.

La estación de metro tenía

una cabeza de león

como emblema

tu Etiopía tenía

un cachorro de chacal y

un emperador

teniendo en brazos a la cría del animal

una piedra en el anillo

en el dedo del emperador

sobre la cabeza del cachorro

– en ella brillaba el sol.

El fascismo que

deploraste desde lo alto

de tus ocho años

en la cola para la leche

porque leche no había

irguió ciudades

en Etiopía.

(El año en que naciste

el emperador fue elegido

hombre del año

por la Time Magazine;

después de ello

mucho después algo después de

nacida yo

otros niños padecieron hambre

sin derecho a cola

en el valle del río Omo.)

Jamás he sabido de las ciudades

que no erguiste

en las tierras de Afar

donde Lucy nuestra madre

hasta hoy está

pero sé de la piedra del anillo

en el dedo de

Haile

Selassie

como si estuviese yo allá

como si estuviese en tu lugar.

 

Tu Etiopía hoy no es

más que una fotografía

– en ella te encuentras

cercado de gente

negra pintada –

guardada

en una caja

de cartón.

 

 

 

La última buena acción

 

La última buena acción del año

se dedicó al escarabajo.

Gordo, negro y luciente, pero nada

lo describía mejor que torpe

— así suelen ser.

Tenazmente torpe pues

rechazaba entender la oferta

que a él se le hacía, la punta

suave del dedo, la pinza natural

de la rama que por suerte estaba

a la mano para reponer en el buen lugar

su caparazón que se mecía de revés

en medio de la ruta — la muerte

era cierta, era cuestión de tiempo, atropellado o por una pisada.

Fue necesaria paciencia.

Cuántos entre nosotros en determinado tiempo

nos agarramos al no, al renegar

de la ayuda, de la mano abierta,

del puente improvisado.

 

La poeta Francesca Angiolillo.

 

Las joyas de la corona

 

Como casi toda niña yo quería

ser princesa yo ya no era

rubia cual Cenicienta

mi hermana sí y atrevida

llegara al mundo resoluta

yo no sabía qué hacer

de aquella masa castaña

ni lacia ni rizada sobre la cabeza

y creía que quizás la codiciada corona

de cristales

de miss

operase un pequeño milagro al encimar

mis incertezas infantiles

así en cada carnaval en cada viaje

a las tiendas de disfraces del centro de la ciudad

se daba una renovada decepción

la diminuta corona allá se quedaba

en la vitrina

con su brillo de mentira

 

Un día

en la celebración de un cumpleaños tal vez

mi padre nos hizo unas coronas

eran de cartón negro

adornadas con purpurina en lugar

de piedras y con volutas doradas

hechas a plumón

 

El plumón era especial

importado sólo él lo usaba

y todo en la corona revelaba el trazo

que era suyo totalmente

que era el mismo

de sus cuadros en las paredes

era la marca de su mano

 

Yo no sabía cuánto esa corona

que tristemente llevé a mi

cabeza castaña

era real

tan más real que la diadema plateada

con pequeñitas piedras

olvidada en la vidriera

 

En el círculo de papel negro

se encerraba el futuro

no el hogar inmaculado y sí la araña

pequeñita escondiéndose

en un rincón del armario

los calcetines cubriendo los pies

a la hora de dormir en una casa

sin calefacción

en otro invierno austral más

al lado de un hombre

el más legítimo

heredero

de aquella idea

de príncipe

que me fuera dado encontrar

y quien me diera un descendiente

rubio de ojos azules

repitiendo en el rostro

sus mismos rasgos castaños

 

El cartón oscuro era lo que hacía

que las joyas de la corona lucieran más

 

 

 

Meditación universitaria

 

Los que se enamoran

de la técnica

son felices.

 

Tuve yo una colega, ella

venía de lejos

no tenía madre

que le metiese

sándwiches de atún

colmados de mayonesa

en la mochila.

 

Mientras yo me debatía,

la cara casi

sumergida en el cajón

de la mesa del estudio,

con interpretaciones

de cuadros renacentistas,

de estatuas griegas,

con la semiótica

de los carteles alemanes

o intentaba dotar

de algún sentido oculto

una curva sobre el papel,

ella caminaba erecta

y sonriente por la rampa

abrazada a su regla T.

 

 

 

Naxos

 

Mejor hubiera sido amar

el labirinto el diseño infinito

el ingenio

que haberse dejado

devorar así

en el centro —

corazón intestinos y otras

vísceras

abiertas sin hilo indicando

salida madeja invisible

y sin uso

 

Mejor tal vez

el minotauro

dientes cuernos cascos y manos

de hombre

que el hombre

queriendo lanza y no

un hogar

 

el mar entonces

es la única

compañía él nunca

nunca calla

sus mil bocas olas

repitiendo

tú yo

en la playa estrecha

hasta a los dioses les da

pena

 

 

 

Paréntesis

 

(un beso robado en una

esquina y uno

en la barra

de un bar los besos

prolongándose en la esquina

— y fueron cien y mil y otros cien

y uno más que borrara

toda duda no hay duda

que resista a esa lluvia

las dudas

nunca se cristalizan

hay sólo certezas

en esa pausa nuestras falsas

certezas cristalinas

robándome a mí,

robándome en la esquina,

abriendo ésta página;

éste silencio

blanco

perturbado por negros

signos

de interrogación

¿Adónde el olor a ropa

limpia, humo y perfume?

¿Adónde nuestros nombres,

jeroglifos, inscripciones

grafitos? en esa esquina

eterna las letras

se reordenan las letras son

réplicas iniciales en una cama

mojada

en éste mundo.

¿Cómo cerrar el cajón

de este paréntesis?

Hay sólo un

modo, y es así:

)

 

Un paréntesis que no se cierra

es una herida abierta

siempre, siempre

algo como

escribo

en cada lumbre tu nombre

algo como

sin ti

quedaron vacías mis manos

(un perfil enviado desde lejos:

un paréntesis todavía por cerrar.)

 

 

Problema existencial

 

¿Cómo esperar que entiendas

el milagro de la carne

abriéndose espacio, fibra a fibra

desde medio centímetro de vida?

 

La vida,

hijo mío,

es sin duda una herida.

 

(En el flanco de un ciclo

se abre

para darnos

y recibirnos.)

 

¿Por qué la calavera tiene dientes?

Mamá, ¿la calavera fue gente?

Al ojo de la calavera ¿qué le pasó?

 

La tierra lo comió.

La tierra lo comió.

La tierra lo comió.

 

 

 

Ronchamp

 

Un pedazo de pared

simplemente, sólo

tu

y yo

podríamos al verlo adivinar

su nombre mineral.

Chueco, medio blanco,

medio gris concreto pedazo

de idea

de un hombre

de apodo

vagamente animal

de pájaro pensativo

de pájaro que picotea buscando

quién

sabe

qué

un brillo un destello lo que no se ve un

pedazo de piedra

inventada;

el otro día estuvieron allá unos

que no nosotros

dicen que

han roto un vitral de aquellos que la

película a color registró

en un acto

de inimaginable

subversión la virgencita

nos punió

– que desapareciera así la cámara

quién sabe

cuando

estuvimos nosotros

éramos nosotros

y la japonesita sonriente

salida de la nada a lugar alguno

y allá quedose

por todo siempre sentada sobre un montecito de relva

y todo lo que de allá

salió la virgencita

no vio

– el disco girando

en la tornamesa tocando

Something

tus paseos en bici

mis calcetines rayados

tus dibujos tan buenos los míos tan

malos los

condones en una lata de galletas

danesas era

un lujo el panqué que hacía María era

el único final dulce

para aquellas tardes tan iguales

tener dieciocho o veinte años y leer poemas

de Neruda y encontrar

normal que el amor

no durara más

que unas cuantas estaciones

de tren

en un mapa.

 

 

 

Una carta no enviada de Teherán

 

Teniendo que lidiar

con el dolor

me pregunto si existiría

el dolor

en Teherán

existiría

en Teherán

el dolor de tu pérdida

el dolor de los días azules

ya idos

– tan azules sobre

la calle vacía

tan vacía

de no ser por

tú y yo

tú a quien

le dirijo éstas palabras

vivirás por siempre

quienes amamos

no cesan nunca

de vivir aquí

o en Teherán

existiría en Teherán

la melodía confusa

del idioma farsi

a hablar de ojivas

de reactores

de uranio

de agua pesada

de minas escondidas

de explosiones

en las montañas

hay montañas en Teherán

y cumbres nevadas

hay invierno en Teherán

y hay coches

muchos coches

que pronuncian su prisa

sobre viaductos

alrededor de monumentos

a través de túneles enormes

en Teherán

igualmente podría hablar

de un dulce de

miel de

rosas

de gacelas

todo sería indistinto

en Teherán

el vendedor diría

naranjas

y no sabríamos cómo decir

naranjas

diría nueces melones mandarinas

diría cerezas duraznos uvas

diría granadas de Teherán

y nada de ello sabríamos decir

escucharíamos nombres

terminados en

i

y en ninguno de ellos cabría

la redondilla menor

de tu nombre

las ascendientes y descendientes

de tu nombre

no marcarían página alguna

en Teherán

quizás

no existiera

la marca que es

la falta de mi padre

en Teherán

inmersa estaría yo

en el balbuceo

murmurante

en el arrullo

de lo sin sentido

en Teherán

hasta que me viniera pescar

un nítido

un claro

mérci

a recordar el gesto

importado

de otra civilización tomado

en préstamo

por la diplomacia persa

aquella que

hiere

con un cumplido

tan discretamente como quien

toma despacio su café

en un café por la mañana

en Teherán

 

 

 

———————————————————————————————————————-

(poemas en su idioma original, portugués)

 

 

No círculo de papel preto

13 poemas do Francesca Angiolillo

 

 

Antropológica

 

cada mancha do

jaguar adivinha a

mão que seguindo língua

estrangeira hoje morta

a talhou

 

a serpente era um ser

poderoso

que harmonizava

os princípios

contrários

do universo

 

u baah k’uhul ajaw

esta é a imagem do

sagrado soberano

 

o sagrado soberano usava

adornos tingidos com o

pigmento extraído de

Spondylus princeps

uma concha avermelhada

do Pacífico

 

no lambe-lambe fora

do museu

a serpente

se engole

infinito amor tempo

infinito como o cão

que corre atrás

do próprio rabo

 

 

 

Balada

 

Era outono quando ele nasceu

quando ele nasceu era outono

e seu pai já havia morrido

quando ele nasceu

sua mãe morreu

quando ele nasceu

sua mãe e seu pai estavam mortos

quando ele nasceu estava órfão

era dia de mortos quando ele nasceu

e ele foi chamado Ferdinando

era novembro então

quando ele nasceu

não um novembro qualquer

era novembro de um ano

e dezoito anos depois havia guerra

Ferdinando foi à guerra

Ferdinando foi ferido

Ferdinando foi levado no colo por um colega até a trincheira

o colega voltou

o colega buscou

outro ferido

e com ele no colo pisou numa mina

era dia de São Fernando

e ele nasceu

era dois de dezembro quando seu filho nasceu

era um mês depois do dia de mortos

quando seu filho nasceu

era um dia de outono, era um dia de vivos

lá fora nevava quando seu filho nasceu

Ferdinando brincava

nasci um mês antes de meu filho

nasci no dia de mortos

nasci no dia do santo

era dia de mortos

era um dia de outono

era novembro de um ano

era São Fernando

era um dia de outono

era dois de dezembro

era um dia de outono

era seis de janeiro

quando Antonio morreu

quando Antonio morreu

seu pai já havia morrido

quando Antonio morreu

era dia de reis

era dia de reis

 

 

 

No campo

 

O vermelho é a cor das coisas feitas

pelo homem:

o caminhão

o balde

o carrinho

de mão

o vermelho é a cor que cor

ta

o campo.

 

Uma vez pegamos o carro

e fomos ver

o campo

de maçãs.

 

O carro era cinza

o campo era plano,

 

de quando em quando havia

uma construção no meio

do nada todo igual

a ele mesmo.

 

O bebê dormia

nós não vimos nada

vermelho

mesmo se as maçãs

estavam lá

em algum lugar.

 

De quando em quando havia

um trator

amarelo.

 

 

 

Na avenida

 

Como é triste a vida na cidade

a mãe empurra o carrinho na galeria

a criança sonolenta com a cara suja

de sorvete como é boa

a vida na cidade quando

se sai na avenida

e um homem dança

sacudindo todo o corpo ao som

da banda que acelera

todos os hits

que alegria

é sair na avenida e saber

que nela não encontro

mais você nem um eco

emana da esquina cheia

de papéis e folhas e cadeiras acanhadas

Ah que bela é a vida quando

a gente se esquece

e nem lembra

de que pensando na vida

assim

distraída

pode vir um carro e

bam.

 

 

 

Etiopía, Etiópia

 

Etiopía era a estação

de metrô da minha casa

quando eu me mudei daqui –

você logo

se lembrou

da Etiópia.

A estação de metrô tinha

uma cabeça de leão

como emblema

a sua Etiópia tinha

um filhote de chacal e

um imperador

segurando o filhote de animal

uma pedra no anel

no dedo do imperador

sobre a cabeça do filhote

– nela brilhava o sol.

O fascismo que você

deplorou do alto

de seus oito anos

na fila do leite

porque leite não havia

ergueu cidades

na Etiópia.

(No ano em que você nasceu

o imperador foi eleito

homem do ano

da Time Magazine;

depois disso

bem depois um tanto depois de

nascida eu

outras crianças passaram fome

sem direito a fila

no vale do rio Omo.)

Nunca soube das cidades

que você não ergueu

nas terras de Afar

onde Lucy nossa mãe

até hoje está

mas sei da pedra do anel

no dedo de

Haile

Selassie

como se eu estivesse lá

como se eu fosse você.

 

Sua Etiópia hoje é

uma fotografia

– nela você aparece

cercado de gente

negra pintada –

guardada

numa caixa

de papelão.

 

 

 

A última boa ação

 

A última boa ação do ano

foi para o escaravelho.

Gordo, preto e luzidio, mas nada

o descrevia melhor do que desajeitado

— assim costumam ser.

Tenazmente desajeitado pois

recusava-se a entender a oferta

que ali se lhe fazia, a ponta

suave do dedo, a pinça natural

do galho que por sorte estava

à mão para reassentar no lugar certo

sua carapaça rebolando de revés

no meio da estrada — a morte

era certa, era questão de tempo, atropelado ou num pisão.

Foi preciso paciência.

Quantos de nós em determinado tempo não

nos agarramos ao não, a negar

a ajuda, a mão aberta,

a ponte improvisada.

 

 

 

As joias da coroa

 

Como quase toda menina eu queria

ser princesa eu já não era

loura como Cinderela

minha irmã sim e espevitada

chegara ao mundo resolvida

eu não sabia o que fazer

daquela massa castanha

nem lisa nem crespa sobre a cabeça

e acreditava que talvez a cobiçada coroa

de strass

de miss

operasse um pequeno milagre ao encimar

minhas incertezas infantis

então a cada carnaval a cada ida

às lojas de fantasias no centro da cidade

dava-se uma renovada decepção

a diminuta coroa ficava ali

na mesa envidraçada

com seu brilho de mentira

 

Um dia

numa celebração de aniversário talvez

meu pai nos fez umas coroas

eram de papel cartão preto

adornadas com purpurina no lugar

das pedras e com volutas douradas

feitas a caneta

 

A caneta era especial

importada só ele usava

e tudo na coroa traía o traço

que era dele totalmente

que era o mesmo

de seus quadros nas paredes

era a marca de sua mão

 

Eu não sabia quanto aquela coroa

que levei tristemente à minha

cabeça castanha

era real

tão mais real que o diadema prateado

com pequeninas pedras

esquecido na vitrina

 

No círculo de papel preto

se encerrava o futuro

não o lar imaculado mas a aranha

pequenina se escondendo

num canto do armário

as meias cobrindo os pés

na hora de dormir numa casa

não aquecida

em mais um inverno austral

ao lado de um homem

o herdeiro

mais legítimo

daquela ideia

de príncipe

que fora possível encontrar

e que me dera um descendente

louro de olhos azuis

repetindo no rosto

seus traços castanhos

 

O cartão escuro era o que fazia

as joias da coroa luzirem mais

 

 

 

Meditação universitária

 

As pessoas que se apaixonam

pela técnica

são felizes.

 

Eu tive uma colega, ela

vinha de longe

ela não tinha mãe

a lhe enfiar

sanduíches de atum

com muita maionese

na mochila.

 

Enquanto eu me debatia,

a cara quase

mergulhada na gaveta

da mesa do estúdio,

com interpretações

de quadros renascentistas,

de estátuas gregas,

com a semiótica

dos cartazes alemães

ou tentava dotar

de algum sentido oculto

uma curva no papel,

ela caminhava ereta

e sorridente pela rampa

abraçada à sua régua T.

 

 

 

Naxos

 

Melhor teria sido amar

o labirinto o desenho infinito

o engenho

a ter se deixado

devorar assim

no centro —

coração intestinos e outras

vísceras

abertas sem fio indicando

saída meada invisível

e sem uso

 

Melhor talvez

o minotauro

dentes chifres cascos e mãos

de homem

do que o homem

querendo lança não

um lar

 

o mar então

é a única

companhia ele nunca

nunca cala

suas mil bocas ondas

repetindo

eu você

na praia estreita

até os deuses sentem

 

 

 

Parênteses

 

(um beijo roubado em uma

esquina e um

no balcão

de um bar os beijos

prolongando-se na esquina

–e foram cem e mil e outros cem

e um mais a apagar

toda dúvida não há dúvida

que resista a essa chuva

dúvidas nunca

nunca se cristalizam

há só certezas

nessa pausa nossas falsas

certezas cristalinas

roubando-me de mim,

roubando-me na esquina,

abrindo esta página;

este silêncio

branco

perturbado por negros

pontos

de interrogação

Aonde foi o odor de roupa

limpa, fumaça e perfume?

Aonde nossos nomes,

hieróglifos, inscrições

pichações? nessa esquina

eterna as letras

se reordenam as letras são

falas iniciais numa cama

molhada

neste mundo.

Como fechar a gaveta

deste parêntese?

Há só um

meio, e é assim:

)

 

Um parêntese que não se fecha

é uma ferida aberta

sempre, sempre

algo como

escrevo

em todo lume seu nome

algo como

sem você

minhas mãos estão vazias

(um perfil enviado desde longe:

um parêntese ainda por fechar.)

 

 

 

Problema existencial

 

Como esperar que você compreenda

o milagre da carne

abrindo espaço, fibra a fibra

a partir de meio centímetro de vida?

 

A vida,

meu filho,

é mesmo uma ferida.

 

(No flanco de um ciclo

ela se abre

para nos dar

e receber.)

 

Por que a caveira tem dente?

Mamãe, a caveira foi gente?

O olho da caveira, cadê?

 

A terra comeu.

A terra comeu.

A terra comeu.

 

 

 

Ronchamp

 

Um pedaço de parede

simplesmente, só

você

e eu

poderíamos ao vê-lo adivinhar

seu nome mineral.

Torto, meio branco,

meio cinza concreto pedaço

de ideia

de um homem

de apelido

vagamente animal

de pássaro pensativo

de pássaro que cisca buscando

quem

sabe

o quê

um brilho um lampejo o que não se vê um

pedaço de pedra

inventada;

outro dia estiveram lá outros

que não nós

diz que

quebraram um vitral daqueles que o

filme em cores registrou

num ato

de inimaginável

subversão nossa senhora

puniu

– a câmera sumir daquele jeito

sei lá

quando

estivemos nós

éramos nós

e a japonesinha sorridente

saída do nada para lugar algum

e lá ficou

para sempre sentada num monturo de grama

e tudo o que dali

saiu nossa senhora

não viu

– o disco rodando

na vitrola tocando

 

 

Something

seus passeios de bicicleta

minhas meias listradas

seus desenhos tão bons os meus tão ruins as

camisinhas numa lata de biscoitos

dinamarqueses era

um luxo o bolo da Maria era

o único final doce

daquelas tardes tão iguais

ter dezoito ou vinte anos e ler poemas

de Neruda e achar

normal o amor

não durar mais

que umas estações

de trem

num mapa.

 

 

 

Uma carta não enviada de Teerã

 

Tendo que me haver

com a dor

pergunto-me se existiria

a dor

em Teerã

existiria

em Teerã

a dor da sua perda

a dor dos dias azuis

que se foram

– tão azuis sobre

a rua vazia

tão vazia

a não ser por

você e eu

você a quem

dirijo estas palavras

viverá para sempre

quem a gente ama

não cessa nunca

de viver aqui

ou em Teerã

existiria em Teerã

a melodia confusa

do idioma farsi

a falar de ogivas

de reatores

de urânio

de água pesada

de minas escondidas

de explosões

nas montanhas

há montanhas em Teerã

e picos nevados

há inverno em Teerã

e há carros

muitos carros

que pronunciam sua pressa

sobre viadutos

ao redor de monumentos

através de túneis enormes

em Teerã

igualmente poderia falar

de um doce de

mel de

rosas

de gazelas

tudo seria indistinto

em Teerã

o vendedor diria

laranjas

e não saberíamos como se diz

laranjas

diria nozes melões tangerinas

diria cerejas pêssegos uvas

diria romãs de Teerã

e nada disso saberíamos dizer

ouviríamos nomes

terminados em

i

e em nenhum deles caberia

a redondilha menor

do seu nome

as ascendentes e descendentes

do seu nome

não marcariam página alguma

em Teerã

quiçá

não existisse

a marca que é

a falta do meu pai

em Teerã

imersa estaria eu

no balbucio

murmurejante

no acalanto

do sem sentido

em Teerã

até que me viesse pescar

um nítido

um claro

mérci

recordando o gesto

importado

de outra civilização tomado

de empréstimo

pela diplomacia persa

aquela que

fere

com um elogio

tão discretamente como quem

toma devagar seu café

num café da manhã

em Teerã

 

 

 

 

 

*(Rio de Janeiro-Brasil, 1972). Poeta. Ganó el Premio Alphonsus de Guimarães (2018). Ha publicado en poesía Etiopia (2017) y Rua Lisboa.

 

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