DE JORGE RIECHMANN, SELECCIÓN DE TEXTOS DE GONZALO RAMÍREZ
CAER CON ARTE Y ESMERO
No voy a perder la cabeza tanto como para no estudiar las leyes de la caída de los cuerpos mientras caigo, decía el dadaísta alemán Hugo Ball. Ahí está: no se trata de ascender sino de aprender a caer, caer con arte y esmero. En suma, fracasar mejor.
EL SER HUMANO ES UNA BESTIA TRÁGICA
Por más vueltas que uno dé, acaba desembocando en esa constatación. Hay que aceptar nuestra condición –pero de verdad– y tomarla como punto de partida.
La comedia, dijo el no precisamente falto de ingenio Woody Allen, es tragedia más tiempo. Pero la vida humana es breve, y por eso el tiempo escasea: la tragedia tiende a prevalecer sobre la comedia. Y cuando la historia se acelera –como ha ocurrido sobre todo en el último medio milenio, y no digamos en el último medio siglo–, entonces la tragedia tiende a acumularse y la comedia casi desaparece.
(Admonición del viejo Séneca: «Nos quejamos mucho de la brevedad del tiempo y, no obstante, tenemos mucho más del que sabemos aprovechar. Pasamos nuestras vidas o bien sin hacer nada, o bien sin hacer nada con un objetivo claro, o sin hacer nada de lo que deberíamos hacer. Siempre nos quejamos de que nuestra vida es corta, y sin embargo actuamos como si no tuviera fin.»)
Entre el budismo y la sabiduría flamenca, aquella frase de la anciana andaluza que suele repetir mi amigo granadino Rafael: qué lástima de todo el mundo.
TRES NEXOS
Necesitamos la conexión con el extranjero. Necesitamos la conexión con los muertos. Y necesitamos la conexión con las estrellas. Ninguno de esos tres nexos debería fallar.
LA MISERIA DEL MUNDO
Así se titulaba aquel libro coordinado por Pierre Bourdieu hace ya algunos años. Esa miseria del mundo es abrumadora: ¿qué ser humano –signado por la finitud, como lo estamos cada uno de nosotros y nosotras– podría hacerse cargo de tal cúmulo interminable de horrores, desposesiones, dolores, injusticias y masacres? Ya lo que sucede en nuestro presente debería anonadarnos, pero tendríamos además que asumir de alguna forma el pasado –esa «catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina», como decía Walter Benjamin en la novena de sus «Tesis sobre filosofía de la historia»–, reparar en los indicios que hoy delatan cómo en los desarrollos del presente están gestándose los desastres del futuro, y no olvidar que no sólo cuenta el sufrimiento de los seres humanos: también el de los demás seres vivos… Abrumador, sin duda. No hay ser humano que pueda echarse sobre los hombros esa carga.
Pero no es semejante tarea sobrehumana lo que se nos exige. Aquí como en otros ámbitos importa advertir cómo el macrocosmos se refracta en el microcosmos. La incalculable e inasimilable acumulación de violencias se me da, en cada caso, como unas pocas violencias concretas que me tocan de cerca; la injusticia universal se particulariza en una injusticia próxima frente a la que sí puedo reaccionar; la «exigencia infinita» se resuelve en demandas singulares.
El anonimato de las montañas de cadáveres se transforma en unas pocas miradas interrogantes. Lo que se me exige es estar ahí.
RENATOCARREANDO
«Subjetividad arlequinesca» es una dura pero acertada expresión de René Char que me viene a la memoria estos días. Por una parte, somos animales ultrasociales y no podemos vivir sin los otros, ni subsistir sin una cooperación constante con ellos; por otra parte, cuánto, cuantísimo nos cuesta hacer cosas juntos –quiero decir, hacer cosas significativas para transformar la realidad– a estos seres tortuosos, dependientes y desvalidos que somos los humanos…
Char consigna en la anotación 233 de Hojas de Hipnos –ese libro mayor que me honra haber traducido al castellano–: «Considera, sin que ello te afecte, que lo que el mal pincha con más gusto son aquellos blancos desprevenidos a los que ha podido acercarse a su sabor. Lo que has aprendido de los hombres –sus incoherentes mudanzas, sus humores incurables, su afán de estrépito, su subjetividad arlequinesca– debe incitarte, una vez consumada la acción, a no demorarte demasiado en los parajes de vuestros tratos.»
Tenías tanta razón, maestro. Eso sí, cada cual debería comenzar por su propia subjetividad de Polichinela, y yo mismo por la mía.
EL ARTE DE LA ESCUCHA
El viejo Bakunin al viejo Ogarev (lo recoge E.H. Carr en ese formidable libro que es Los exilados románticos): «Ya hemos enseñado bastante, hermano. En la vejez hay que volver a aprender. Causa más gozo.»
Desaprender y volver a aprender. El arte de la escucha.
PENSAR FUERA DEL OPTIMISMO Y DEL PESIMISMO
El optimismo tiende a convertirse en la idiotez, la voluntad de embrutecimiento; pero para los intelectuales el pesimismo es la facilidad de la pendiente, el dejarse ir de quien anda cojo de autoexigencia. Hay que salir fuera de la trampa que, juntas, forman ese par de categorías.