JULIÁN HERBERT: UN GÜEY QUE HACE POEMAS

La editorial RUIDO BLANCO abre fuegos con la publicación de la antología poética de Julián Herbert, LAS AZULES BALADAS (vienen del sueño), realizada por Maurizio Medo. Con este título se inaugura también la Colección de poesía latinoamericana TRANSTIERROS.

Ofrecemos aquí, como primicia, el prólogo del libro LAS AZULES BALADAS (vienen del sueño), de Julián Herbert.

 

Por: Maurizio Medo

 Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, / como las leves
briznas al viento y al azar. / Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría. / La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, / como en abril el
campo, que tiembla de pasión: / bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
/ el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos… / —niñez en el
crepúsculo!, lagunas de zafir!— / que un verso, un trino, un monte, un
pájaro que cruza, / y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Canción de la vida profunda,  Barba Jacob

 

 

-Las azules baladas….- no me dejó concluir.

-¿Azules?

-Sí, azules. Sus tonos pueden variar del feel blue al blue funk pero, efectivamente, son azules. Lo que escribe Julián Herbert son blues, es pura melancolía.

-… ¿y por qué ese subtítulo: “vienen del sueño”?

-Porque lo de  Julián Herbert no se limita a la construcción de paraísos artificiales a través del zapping, el patchwork, la reescritura, la fragmentación–como eso “que quedó de- o la práctica del apropiaconismo  sino que todos estos “nudos” –me gusta pensar en Herbert como en un tejedor- lo que, en realidad buscan, es recuperar, después de construir, un paraíso que creía perdido. El güey que hace poemas (amanuense de un país que es solo un plato de lentejas) nació después que Julián Herbert pero se vale de la biografía de este último para salir en su búsqueda. Ese güey es un sabueso en la memoria de Herbert. Él observa a su otro ¿yo?, casi versionado en párvulo con singular ternura. Hay algo que Herbert no le ha confesado: la recuperación de ese paraíso será posible solo después de su construcción, aunque las palabras y las cosas a veces, la mayoría de veces, no se correspondan unas con otras. Ni siquiera el paraíso puede ser perfecto.

-¿Y cuál sería ese paraíso? – inquirió desconcertada.

-Tal vez no exista o sí, pero es un lugar sin dónde.

 

La apuesta de Herbert–el sujeto biográfico-, quien existe soñado por el güey – de los poemas- es cruzar información con su propio espejismo, no importa si real o no, en un continuo en donde resulta anecdótico quién sea quién.  Es a través de este proceso con el cual se diseñan superficies de lenguajes, a veces superpuestos, que se forjan con diferentes materias –desde sus propios fluidos hasta la de los espacios transcurridos, incluso en un trance extático, pasando por la partitura apócrifa del ruido. Herbert  –y el güey- se confunden en un camino en donde todo pareciera ser volátil e impermanente.  Uno que es una urdimbre en el cual el instante, ese presente, es un punto de encuentro con todos los que le precedieron, y que se manifiesta a través de la voz de un profano orfeón, el cual canta en pleno tráfico, de tránsito en Berlín, DF o Saltillo. ¿Qué canta? Algo faústico. ¿Quién, Herbert o el güey? No lo sé. Los dos, quizás. Pero eso que se samplea  forma de un orden biológico, aún a expensas del sujeto, de ambos sujetos.

Ella no me dejó concluir, ¿a quién, salvo al autor, y solo por legítima defensa, puede interesarle las alucinadas digresiones de un burdo prologuista? Me quedé pensando. En algo estaba equivocado. La escritura de Herbert si bien surge de la dicotomía (pasado-presente) se desarrolla desde el fin de la misma: el presente no ha dejado de ser lo que una vez fue. Y para lograrlo Herbert blinda su escritura ante los devaluados teoremas de Bajtin o Hirschfeld, para constituirse (como hablábamos alguna vez con Mario Bellatín) en su propia referencia, sin que haya nada exterior para poder “explicarla”. Julián Herbert tuvo la concha –diríamos en el Perú- de sacar el taller, con su íntima parafernalia, allá, en el medio de la plaza. Lo hizo adrede, para que se contamine. Así supo –y pudo- sacarle la vuelta a esta intromisión (a través de su maña tan particular para coser retales líricos, épicos y narrativos en un tejido original, de acuerdo con Hernán Bravo Varela, llegando inclusive a la no escritura) Por ello no hay que creer en los disfraces (travestidas o transducciones) de Julián Herbert, un ser de misceláneas, su única máscara es el deseo.

Desde que Alejandro Tarrab me presentara Domador de caballos, un trabajo que me conmovió por lo que escondía –y que ahora se hace evidente, tanto así que estoy hablando sobre él, me pareció encontrar un texto levantado sobre arenas movedizas “a punto de caer sobre otro género”, acotaría un purista. Ese fue el origen de nuestra correspondencia, y también de nuestra amistad, hace casi diez años. Por ello LAS AZULES BALADAS (vienen del sueño) más que un “trabajo” –asumido como el alquiler del tiempo para lo espontáneo y libérrimo a cambio de algo- es solo un capítulo más en nuestros diálogos –es bueno que el lector sepa que nuestra relación es como la de esos compañeros de escritorio quienes, a veces, se interrumpen para lanzar un comentario al vuelo y luego vuelven a su negocio, el dejarse destruir por la locura, así funciona este bussines.  Y quizá esta cercanía es lo que pretende una lectura “justa”, parcial, apasionada, política, hecha desde un punto de vista exclusivo, como señalaba Baudelaire, pero que intenta abrir el máximo de horizontes en un paisaje que creíamos del todo conocido.

 

Dos poemas

 

Autorretrato a los 41*

      

Para José Eugenio Sánchez

 

No soy un poeta joven.

No soy un poeta joven.

Los chavos de los 80

me dan veinte y las malas.

No soy un poeta joven. Me rebasaron estudiantes

de la BUAP y de la Ibero.

#NoSoy132.

No soy un poeta joven pero lo fui alguna vez.

Lo fui cuando Pinochet gobernaba a los chilenos.

Lo fui cuando Raúl Zurita se quemó con la cuchara.

Ahora no escribo más versos.

Ahora no escribo más versos.

 

Y sí:

me siento confundido cuando Dani Umpi se disfraza de abejita.

Y sí:

me aterra que los ciber-neo-eruditos suban a mi TL bibliografías

completas

de medio millón de Grandes Escritores Latinoamericanos

nacidos entre 1940

y 1982.

Me voy quedando atrás de los becarios de la

FLM y el Programa de

Jóvenes Creadores. Soy un viejo

despotricando contra chicos que escanden su slam poetry

con nostalgia (prestada) por Amiri Baraka

y The Nuyorican Café.

 

No soy un poeta joven.

No soy un poeta joven.

 

Me doy cuenta cuando los fans de Círculo de Poesía me tachan de  

cocainómano  

y me prohíben usar la palabra semiótica en su página web.

No soy un poeta joven pero lo fui alguna vez.

 

Lo fui cuando José de Jesús Sampedro

llegó al taller de Miguel Donoso Pareja

con una camisa color rosa chillante

y unos inmensos Ray Ban (yo leía

armado de una ardiente paciencia

a  Apollinaire).

Lo fui cuando José Eugenio Sánchez publicó

El mar es un espejismo del cielo. Le dije: “con ese título  

más parece bolero de Los Panchos”.

Anduve por ahí. Fui el primero

en usar la palabra “sayayín” en un jaikú. Mi tutor del FONCA

me retiró el saludo.

Pero todos sabemos lo que vino después: yo nunca estuve

equivocado.

 

Compré Mansalva en el Correo del Libro

y fotocopié a Anthony Hecht en la biblioteca Pape

y encontré mucha basura lírica en las librerías

de viejo de Torreón. Leí Invisible de Pedro Pietri

en 1991

en la casa de Martha Margarita Tamez.

Leí a Kenneth Goldsmith antes que Heriberto Yépez.

Transcribí fragmentos de un manual de ingeniería

mecánica y los firmé como poemas en el año 2000.

Acudí a muchos encuentros de escritores nada más

para lanzarme, vestido, a las albercas (antes de que Luis

Jorge Boone jurara suplantarme –promesa que

incumplió).

 

Pero luego dejé de ser  muchacho y fui sus-

tituido por muchachos más guapos, con

mejores ideas, con más talento

que yo.

Por muchachos que me caen mucho mejor que yo.

 

Así que ya no soy un poeta joven.

 

Me dijeron que tienes la mejor colección de poesía latinoamericana que existe.

Los textos perdidos de Gomringer. Galaxias

de Haroldo en la versión de Reynaldo. La poesía completa de Perlongher

publicada por Seix Barral. Me dijeron que tienes

la primera edición (venezolana) del Hospital Británico. Me dijeron que

tienes un contrato con UTEP para determinar quiénes son los

Verdaderos Grandes Poetas De México Posteriores A Los Ochenta –y entre ellos

decidiste incluir a tu papá.

Me dijeron que tienes una suscripción a todas las antologías pasadas

y futuras

firmadas por Julio Ortega

o Miguel Ángel Zapata.

Me dijeron que estás coleccionando Moleskines

de cuadro chiquito y ya no

escribes directamente a tu laptop porque quieres

pensar como Borges, regresar a lo básico: hacer un libro de sonetos.

Me dijeron que abandonaste la videopoesía

para fundar con tus amigos una editorial cartonera.

Me dijeron que vendiste tu colección de Eloísa Cartonera

para comprar una cámara de video.

 

Me dijeron que todos los poetas a los que tú conoces

son más relevantes que los poetas a los que yo conozco.

 

Debe ser verdad; ¿has visto mi librero?…

 

la división y otros muertos epístola a arias montano darkness moves minuta memoria de la

alta milpa un día marion bataille el jarro de flores el pozo en la memoria manual de viento y

esgrima un libro levemente odioso ensayos fortuitos a una mujer muy flaca con unas faldas

enormes el monumento traducido por elisa ramírez jorge cantú de la garza un (ejemplo)

salto de gato pinto la guerre au luxembourg valientes ellos con las armas nada sobre nada

nada del otro mundo 26 puntos a precisar el surco y la brasa traslaciones first figura ocho

siglos de poesía dos docenas de naturalezas muertas uma flor mother said ingeniero de

cuchillos del ojo al hueso flores para hitler acuña de figueroa devuélveme mis trapitos

tristia piedra y otras palabras paroles juan sánchez peláez la isla se mueve el azar es un

padrote cuaderno del bosque de pinos dieta de manzanas para el león que cerca su sonrisa

en cantos cartas de amor para la señorita frankenstein afuera hay un mundo de gatos don

quixote which was a dream ni lo que digo woolgathering the penguin book of contemporary

verse antología de la antología griega never ever aullido aullido de cisne carroña última

forma el jugador el juego wirrwarr la pesca de truchas en norteamérica evodio escalante

padre toca el tololoache elephants on acid cielo secundario the freeing of the voice the

invention of hunger la insurrección solitaria /

la insurrección solitaria /

la insurrección solitaria /

 

Me temo que no sabes lo que realmente quieres.

Estoy seguro de que no sabes lo que realmente quieres.

 

Me dan ganas de confiscar tu título académico

y regalarte una suscripción a la revista Buenhogar.

 

Me dan ganas de confiscar todos tus cuadernos

y regalarte una pedalera roja.

 


Marcel Duchamp. Resistencias eléctricas

 

“… ya un filamento

es resistencia: el flujo

se estanca al pasar de su

conductor idóneo

a cualquier material menos veloz.”

 

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Dios

era una fábrica de focos.

 

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La lucidez aislada por

herméticas esferas.

 

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En el principio fue

la reverberación.

Un zoom verbal.

Acercamiento

a las bestias del sonido.

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El sentido como efecto lateral de la belleza.

La belleza como efecto lateral.

 

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Cosa, cosa,

¿por qué me has abandonado?

 

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No sé como se llama

esta flor que en el vacío tiembla

sólida

como hebras de algodón.

 

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¿Cómo funciona?

Una bombilla vertical.

Una soga volátil.

Una emancipación de manchas.

¿Cómo funciona?

Solo el desgaste y las impurezas

la vuelven real.

¿Cómo funciona?

Buscas a tientas

la llave de su luz.

 

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El vidrio es siempre

este lado.

Un empaque de vacío

que los dedos empañan.

 

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¿Es indiferente?

¿Es perceptivo? ¿Es lineal?

(Llegué hasta aquí

queriendo des-

pedirme.)

 

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Fabricar un vidrio: inmovilizar

la identidad.

 

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De niño, leí hermosos poemas

bajo la incandescencia del alumbrado público.

 

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“Awake for ever in a sweet unrest”:

escribo para volver

al corazón

de un resplandor.


 

 

* Cf. LCD Soundsystem: “I´m losing my edge”