Por Ana Arzoumanian*
Crédito de la foto (izq.) ©Silvina Báez /
(der.) Mora Barnacle eds.
Sobre Vivir.
Alrededor de Nada de lirismo (2023),
de Ana Arzoumanian
En el año 2014 el oficial de aduana del aeropuerto de Estambul me detiene, me comunica en inglés que no puedo tomar el avión, que debo leer el cartel con atención, que los armenios (ciudadanos del país vecino a Turquía) necesitan visado. Yo le vuelvo a mostrar el pasaporte y le contesto que no soy armenia, que soy argentina. Mira el documento, eleva sus ojos a mi rostro y me deja pasar.
Subimos al avión. El vuelo dura sólo dos horas. Es de madrugada. Una vez iniciado el viaje, la azafata reparte mantas a los pasajeros. A los que son armenios les pide previamente el pasaporte que retiene; los devuelve una vez realizado el aterrizaje.
Las fronteras entre Armenia y Turquía estaban cerradas desde el año 1993. Sin embargo, se podían realizar ciertos vuelos que, con la guerra entre Armenia y Azerbaiyán del año 2020, fueron suspendidos y reanudados en febrero del año 2022.
Una vez en Ereván, repasando el malentendido recordé una historia que contaban en mi casa. A mediados de los años setenta, mi padre, que tenía un pequeño taller de zapatos decide modernizar los modos de producción. Ingresa unas máquinas que terminan realizando el trabajo de una parte del personal. El sindicato, anoticiado de la reorganización de las estructuras internas de trabajo, amenazan a mi padre con quemar la fábrica si no reincorpora a los obreros. Entonces se acerca el secretario del sindicato gritando: “te vamos a quemar la fábrica, armenio”. Y mi padre contesta: “no soy armenio, soy argentino”.
Sobrevivir a la identidad.
En esos años setenta yo era una niña que hablaba castellano en el colegio, porque en la casa y en el barrio, era el armenio la lengua dominante. ¿Desde dónde se nombra la sobre vida que se hereda? O mejor, dónde es la ubicación de esa preposición que se utiliza como sinónimo de “encima de”. Sobre supone que las cosas se tocan al estar en contacto. Sin embargo, no sólo denota lugar, sino aproximación en una cantidad o número, una gradación numérica o una prenda de algo; o precedida y seguida de un sustantivo denota la reiteración o acumulación. ¿Sobre- vida es vida acumulada, o es ese depósito que garantizaría algo de la vida o, finalmente, un lugar superpuesto en otro lugar?
En cualquier caso, sobrevivir, que es un verbo, necesita un adverbio que indique cómo. Fuertemente, alegremente, combativamente, enteramente… Hay un adverbio que no cabe en la conjunción del sintagma. No se sobrevive ingenuamente. Si Adorno se preguntaba “¿Cómo escribir después de Auschwitz?”, la poeta polaca Wislawa Szymborska va mucho más allá y se pregunta: “¿Cómo vivir?”
¿Cómo sobrevivir?
En ese año 2014, una vez en Ereván, hice algunas visitas a lugares emblemáticos. Entre ellos, a la catedral Echmiadzin. Esta iglesia es el edificio cristiano más antiguo de Armenia, edificado sobre un remoto templo zoroastriano. Su primera construcción data del año 303. La catedral fue construida por San Gregorio el Iluminador, está situada a cuarenta km. de Ereván y es el primer templo cristiano de la humanidad. La iglesia fue dañada por la invasión persa y debió ser reconstruida aproximadamente en el año 480 por el príncipe Vasak Mamikoyan, representante de la dinastía noble armenia, dándole un plano de forma de cruz. Desde el año 2000 el complejo religioso y el yacimiento arqueológico de Zvartnots son considerados Patrimonio de la Humanidad.
¿Cómo es un pueblo que en su mayor templo religioso esculpe la imagen del enemigo para seducirlo?
El guía nos lleva a apreciar todo el complejo, en uno de sus lados indica hacia arriba, en el arco que sostiene la cúpula norte: una imagen. Cuenta que el pueblo temiendo la destrucción de la iglesia durante la ocupación persa esculpe el rostro del Sha Abbas de tal modo que, cuando los soldados lleguen vean la estampa de su jefe y perplejos, no arrasen el templo. Y así fue, continuaba el guía. Fascinados con el tallado de ese rostro, respetando aquello que representaba, no tiran abajo la catedral.
Ingenierías de la seducción.
Una certera movida de la pieza del ajedrez y el pueblo se queda con la jugada. Sin embargo, una vez en Buenos Aires, comencé a investigar acerca de este hecho tan singular. Sucede que durante los siglos XVI y XVII Armenia sufrió las tensiones entre Persia y el Imperio Otomano. Recordemos que desde el año 1502 al 1827 Ereván, la capital de Armenia, fue el Canato de Ereván, gobernado por Persia. En 1604 bajo el mando del Sha Abbas, el Grande, 35.000 armenios fueron deportados a Persia. El rey, con el fin de disipar las esperanzas de la población de retornar a sus tierras trata de fortalecer la presencia religiosa en Nueva Julfa, cerca de la capital real de Isfahan. Entonces remueve algunas piedras del altar de Echmiadzin y la reliquia del brazo derecho de Gregorio el Iluminador hacia Nueva Julfa y las incorpora a la iglesia San Jorge al momento de ser construida, en el año 1611. Quince piedras de Echmiadzin todavía continúan estando en la iglesia San Jorge, en Irán.
El guía había contado otra historia.
Confrontar el relato escuchado en los patios de la catedral con las búsquedas realizadas ya en Buenos Aires no hicieron más que confirmar lo ilimitado de la pregunta: ¿cómo se sobrevive?
No el relato histórico. Sino el modo en que un acontecimiento es imaginado, reinstalado y vuelto a contar. Los académicos armenios aclaran que la leyenda que circula acerca del rostro del Sha sobre el frontispicio de la catedral es falsa. Afirman que esa figura corresponde al semblante del arquitecto del templo. Sin embargo, una narración como estética que da forma algo fantasmático no es ni falsa ni verdadera. La fábula, el mito, inscribe el modo en que la sociedad se representa a sí misma.
La catedral sobrevivió porque se cautivó al enemigo.
Una especie de Scherezade en la piedra. Un poco como ella, que contaba historias cada noche con el fin de no ser muerta por el rey. De todos modos, la población excede la parábola, la fábula tuvo la función de espejo donde los soldados se vieron identificados en la figura del rey.
Camuflarse es una función guerrera.
Mi abuela me contaba que para sobrevivir durante el genocidio se vestía de hombre. Sobrevivir en esa oración significa no ser violada. Algunos relatos cuentan acerca de niños que se hicieron los muertos para no ser muertos, o madres que comieron partes del cuerpo de sus hijos muertos.
La turquificación forzosa fue uno de los elementos inmediatamente posteriores al genocidio armenio. Para poder “vivir” en la República había que ser turco, es decir: hablar la lengua, nombrarse en la lengua. Así, algunas familias armenias siguieron viviendo en Turquía. Muchas de ellas cambiando su nombre. Turquificar el apellido significaba quitar la desinencia armenia del nombre, ese “ian”. En 1934 se promulgó en Turquía la ley de apellidos que obligaba a que todo el mundo tuviera un apellido familiar, heredado de padres e hijos; junto con el cambio del calendario, la adopción del sistema métrico y la reforma de la lengua. Polat. Oyilmaz. Gunes. Nagas. Karasu. Erol. Aslan. Kircos. Yadi. Kol. Calhicioglu. Yapur. Demir. Aydn. Un sinuoso borrado. Un modo de decir: soy uno de ustedes, no me maten. Un arabesco.
La cultura del arabesco, ese modo de mostrar ocultando, o de ocultar mostrando transversalmente, mostrando el borde. La hipérbole oblicua, sus extravíos. La sobrecarga de ornamentos, la densidad ondulante, la encrucijada de líneas. Un nombre que designa y que esconde. Que señala una filiación con el enemigo y se desvía; tuerce, bifurca.
¿Cómo sobrevivir?
Luego del Reino de Cilicia del año 1078, Armenia fue otomana, persa, rusa, soviética. La primera república se constituyó en el año 1918 y duró hasta 1920, la segunda fue soviética y la tercera es aquella que se constituyó en el año 1991 hasta nuestros días. Hoy, con fronteras bajo amenaza, con territorios perdidos, la pregunta es parte de una dietética. Digo, un régimen que busca su receta, su eficacia, su homeopatía. Que esa dosis de veneno, cure.
Los años setenta en la Argentina. Una familia de sobrevivientes del genocidio armenio que habitan en el conurbano bonaerense cuya hija asiste al colegio armenio (yo). Todas las mañanas antes de salir para el colegio, mi madre me alertaba no pasar delante de la cooperativa, “puede haber una bomba”, no levantar ningún paquete del suelo, “puede haber una bomba”. Luego de la amenaza de quemar el taller, las máquinas llegaron y uno de los objetos que fabricaron fue la V de la victoria. La V emblema de aquellos mismos sindicalistas que habían amenazado.
“Los suboficiales dicen que después de matar al enemigo ellos le comen el corazón, mi corazón argentino late todavía, los pedazos rotos de mi corazón serán masticados por los ghurkas, tragados hasta el estómago británico de los ghurkas, la sangre de mi corazón celeste y blanco se mezclará con la de ellos, y así nuestros pasados con su carga de dolor y de secreto convergerán en cada pulsación, en cada latido” escribe Mario Sampaolesi, en su libro Malvinas.
Al final, Sherezade le da tres hijos al rey y lo recobra de su ira. ¿Habrá acaso durante la latencia de la sobrevivida un consumo de sí por parte del enemigo? ¿O mejor, una ofrenda de sí (que es la vida misma) con el fin de confundir al enemigo? ¿Esa vida hipotecada como garantía de una identidad tendrá un término a ser vencido? ¿Cuándo caduca la sobrevida y se convierte en vida?
La editorial Barnacle ha editado Nada de lirismo. El libro se construye alrededor de una voz de una joven cuya vida transcurre en el conurbano bonaerense a fines de los años setenta. Mientras suceden los idearios violentos de las revoluciones latinoamericanas ella se entrena en el odio del programa de la revolución armenia. Su adiestramiento gira alrededor de un cancionero revolucionario que el libro transcribe y que, en su traducción, se articula con los movimientos para la liberación americanos. En el escenario del texto se encuentra un peronismo en fricción de un conurbano tensionado entre la existencia interna del gueto (armenio) y el mundo del trabajo.
La violencia política es asumida como una violencia sexual. En definitiva, se trata del cuerpo. Cuerpo exorbitante, fuera de su territorio, fuera de su lengua, no soberano.
El título del libro hace referencia a la frase escrita por Eva Perón en su “La razón de mi vida”.
Mi abuelo sobrevivió. Sabía leer y escribir en turco, y fue soldado del ejército del Imperio Otomano. Cuando volvió a su aldea no encontró a nadie de su familia.
¿Cómo se sobrevive, por ejemplo, en una sociedad como la Argentina, que crea la noción de enemigo interno? ¿Hablando qué lengua, constatando la fidelidad a qué escritura, usando el uniforme de qué ejército?
El escritor italiano Erri de Luca dice que la palabra es poesía cuando está a la altura de la desgracia. ¿Acaso la vida comienza cuando la voz puede ampararse fuera de los ruidos del odio?
El pez piedra es un animal muy venenoso que resulta muy difícil de detectar a simple vista porque parece una piedra más en el fondo del océano. Y toma esta forma para protegerse de los depredadores marinos. ¿Podremos dejar nuestros hábitos de huida y soterramiento, de encubrimientos? ¿Nosotros, como argentinos, podremos nombrarnos, cada uno en su espacio: personas? Esa máscara detrás de la cual no hay nada, pero que funciona para hacer la verdadera obra. La obra donde estamos, porque qué sería la sobrevivida sino este enmascaramiento de la máscara.
*(Buenos Aires – Argentina, 1962). Poeta, narradora, ensayista, crítica literaria y teatral, traductora y abogada. Magíster en Psicoanálisis por la Escuela de Orientación Lacaniana de Buenos Aires. Se ha desempeñado como asesora en el Ministerio de Justicia de Argentina y docente de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Buenos Aires de la Universidad del Salvador. Actualmente, es catedrática del posgrado internacional de Escrituras Creativas en la facultad latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ha publicado en poesía: Labios (1993), Debajo de la piedra (1998), El aAhogadero (2002), Cuando todo acaba todo acabará (2008) y Káukasos (2011); en narrativa La mujer de ellos (2001), La granada (2003), Mía (2004), Juana I (2006), Mar Negro (2012) y La Jesenká (2019); en traducción: Sade y la escritura de la orgía. Poder y parodia en historia de Juliette de Lucienne Frappier-Mazur (2006), Lo largo y lo corto del verso holocausto de Susan Gubar (2007), cotraducción junto a Alice Ter Ghevondian Un idioma también es un incendio. 20 poetas de Armenia (2013) y El alambre no se percibía entre la hierba. Relatos sobre la guerra de Karabagh (2015, de los escritores armenios Levón Khecohyan y Hovhannés Yeranyan, traducción conjunta con Alice Ter Ghevondian); y en ensayo: La Universidad Posmoderna (1994), El depósito humano. Una geografía de la desaparición (2010) y Hacer violencia. El régimen insurrecto en el arte. Sobre arte y genocidio (2014).