Por Roger Santiváñez
Crédito de la foto www.leepoesia.pe
Movimiento Hora Zero:
Una introducción
Esta historia comienza a mediados del año 1968 en Lima, Perú, sur de América. Un día cualquiera dos jóvenes estudiantes del programa de Educación ―especialidad Literatura― de la Universidad Nacional Federico Villareal, observan juntos ―aunque no se conocen― una vitrina de notas en uno de los pasillos del local universitario, sito en la concurrida avenida La Colmena del centro de la ciudad. Uno de ellos está un tanto molesto por la nota obtenida en un examen: su nombre es Juan Ramírez Ruiz, nacido en Chiclayo, 1946, en un extremo de la costa norte del Perú, procedente de una familia de chamanes ―brujos/curanderos― del campo, trasladados a la ciudad. El otro joven ―también indispuesto por la nota conseguida― es Jorge Pimentel, típico exponente de la clase media limeña del barrio de Jesús María, nacido en 1944. Ambos han exteriorizado su disconformidad frente a las notas y entonces principian a hablar, iniciando así una larga conversación que los llevará ―a lo largo de todo ese año y el siguiente― a la fundación y lanzamiento del Movimiento Hora Zero, en enero de 1970.
Sin embargo, cada uno de estos dos jóvenes ya ha tenido una experiencia poética previa. Por su lado, Pimentel ha formado parte del grupo Gleba, colectivo organizado en octubre de 1964 en la Universidad Villareal y en cuya revista, aparecida un año después ―octubre de 1965― publica su primer poema. En julio de 1967, igualmente sale un conjunto de textos suyos en la importante revista Haraui que dirigía el legendario maestro Francisco Carrillo. Ramírez Ruíz crea, junto a Mario Luna y Julio Polar (quienes serán de la partida en 1970, miembros del núcleo inicial de HZ) el círculo literario Antara. Con el título de Versos Sangrantes ―y todavía un epígrafe del poeta guerrillero asesinado en 1963― este grupo lanza una plaquette en 1968.
Podría decirse que HZ proviene, de algún modo, de estas experiencias previas de sus fundadores. Si bien es cierto que Pimentel en un momento rompe con Gleba acusándolos de nerudianos y retóricos, y que por su nueva amistad con Ramírez Ruiz va a acercarse a los muchachos de Antara; hay un hecho mucho más importante, ya que se refiere al campo del lenguaje y su nuevo tratamiento poético: se trata de la obra y la actitud de Manuel Morales, nacido en Iquitos, selva amazónica del Perú en 1943, exintegrante de Gleba quien va a traer los textos que reúne en su libro Poemas de entrecasa (1969) un radical y callejero tono conversacional que recoge la jerguera oralidad de extracción popular, con notable ritmo y frescura ofreciendo una nueva sensibilidad en el concierto de la poesía peruana y latinoamericana de su tiempo. Este tono sería como una luz al fondo del túnel en la búsqueda de la nueva expresión que obsedía a aquellos jóvenes poetas de entonces.
Entremos ahora al contexto histórico que rodeaba estos fenómenos literarios. Lo primero a tomar en cuenta, es la existencia de la Universidad Nacional Federico Villareal. El partido aprista peruano, filial de la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) fundada en México por Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924, habiendo pasado de su época auroral izquierdista en los 1930s a una posición conservadora y aliada de la oligarquía peruana circa 1960, había perdido su preponderante influencia en la antigua Universidad Nacional Mayor de San Marcos ―tanto docente como estudiantil― por acción de la izquierda revolucionaria y el comunismo; de modo que en una jugada política orquestada desde el Congreso, el Apra consigue ―en 1963― transformar una filial de la Universidad Nacional del Centro que funcionaba en Lima, en la nueva Universidad Nacional Federico Villareal de impronta marcadamente aprista en todos sus ámbitos. Para el tema que nos compete, un nuevo contingente de jóvenes de extracción provinciana y popular postularán a la Villareal, como una viable alternativa frente a la tradicional Universidad de San Marcos y a la particular Universidad Católica, predio de los niños bien de la burguesía en aquella época.
En este orden de cosas, el país ―no hacía mucho― en 1963, había entrado en un proceso de esperanza con el arribo al poder de un joven arquitecto populista llamado Fernando Belaúnde y su nuevo partido, Acción Popular. Pero, en los hechos, dicho gobierno no significó ningún cambio para las masas trabajadoras del país, sino la continuidad absoluta del férreo dominio oligárquico, mediante el cual unas cincuenta familias ―los dueños del Perú, como los calificó Carlos Malpica― propietarias de las grandes haciendas/latifundios, cuya mayoría venía desde los tiempos de las encomiendas de los conquistadores españoles del Virreinato, constituían un poder oligárquico que durante siglos ―en la Colonia y tras la Independencia de 1821― mantenían bajo una estructura básicamente agraria, un estado de explotación económica, opresión social y discriminación racial. Es decir, en la oscura noche de la ignominia y la ignorancia, a la cultura nacional nativa y a las más amplias masas populares del Perú.
Por otro lado, el gobierno de Belaúnde provocó una tremenda crisis económica con la devaluación de la moneda en 1967 y generó un gran rechazo popular con un entreguista contrato para explotar el petróleo de la zona conocida como La Brea y Pariñas, que desencadena el escándalo de “la página 11”. Esta álgida situación desemboca en el Golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, comandado por el general nacionalista Juan Velasco Alvarado, cuya medida más radical fue la Reforma Agraria que expropio a los terratenientes y entregó la tierra a los campesinos que trabajaban en ella, formando cooperativas y sociedades agrarias de interés social. Este movimiento produjo una revolución total en la sociedad peruana, liberando a las masas campesinas de la secular opresión y convirtiéndolos en seres humanos con plenos derechos y auténtica ciudadanía. Y, por supuesto, el Ocaso del poder oligárquico, como lo llamó Henry Pease en su famoso libro.
Hay otro fenómeno sociológico y cultural muy importante para tomar en cuenta: la migración interna. Es decir, la masiva avalancha ―principalmente andina― que cayó a la ciudad de Lima, la cual pasó de ser la circunspecta urbe de la aristocrática oligarquía a transformarse en la inmensa y mega población de origen provinciano que invadió las antiguas casonas del centro, convirtiéndolas en apiñados guetos y conventillos e hizo crecer ―desordenadamente― el hábitat en los arenales de las afueras de Lima configurando docenas de barriadas en los conos norte y sur, luego eufemísticamente llamadas Pueblos Jóvenes.
Es el momento en que Antonio Cisneros, poeta emblemático de la generación anterior a Hora Zero, escribió: “Sobre las colinas de arena/ los Bárbaros del Sur y del Oriente han construido/ un campamento más grande que toda la ciudad, y tienen otros dioses./ (Concierta alguna alianza conveniente)” [ En Canto ceremonial contra un oso hormiguero, 1968].
En este sentido, son muy interesantes las declaraciones de Carlos Henderson ―también poeta de la generación del sesenta― quien con autocrítica lucidez afirma sobre su generación, entre las cosas que: “Todavía no hemos asimilado en forma total lo nuevo que nos ha traído la realidad histórica” que es: “la creación de barriadas alrededor de las principales ciudades”, e igualmente, “la creación de una amplia clase media”. Y cierra: “son realidades a las que hemos aún de afrontar” [en Los Nuevos Lima 1967]. Pues bien, el Movimiento Hora Zero afrontó y poetizó ―por vez primera en la historia― sobre estas acuciantes realidades. Por eso no es casual que el primer libro de Juan Ramírez Ruiz se titulara ―muy sintomáticamente― Un par de vueltas por la Realidad (Lima, 1971).
Es en este contexto que Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz se pasan todo el año de 1969 conversando, estudiando y analizando la totalidad de la poesía peruana, mientras caminaban por La Colmena ―ida y vuelta― desde la plaza 2 de mayo (cerca de la Universidad Villareal) hasta la plaza San Martín y el parque Universitario, durante toda la noche y refugiándose en cafetines marginales y triciclos de pan con moña (una especie de hamburguesa fabricada con cartón muy popular de uso nocturno en el centro de Lima) hasta que, por fin, dan en escribir juntos un manifiesto. Eso es Palabras Urgentes, aparecido como introducción a la publicación denominada Hora Zero. Materiales para una nueva época, que contiene poemas de ambos y de Mario Luna, Jorge Nájar, Julio Polar y José Carlos Rodríguez; lanzada en Lima los primeros días de 1970.
En el manifiesto, la parte central, referida a la cuestión de la lírica en el Perú, precisa el calificativo de formas poéticas incipientes para la poesía de las generaciones anteriores a Hora Zero, debido a que aquella poesía no representaba ni expresaba esa nueva Lima y aquel país que fulgía ante sus ojos de jóvenes inquietos con exultante ebullición. Entonces, crearon el concepto de poesía integral para sentar las bases de su arte poética y propuesta estética. Se trataría ―en una sola frase― de escribir un poema con todos los ritmos de la ciudad, tal como lo concretiza en la sección 4 de su poemario inaugural y lo expone Juan Ramírez Ruiz, en el ensayo final denominado “POESIA INTEGRAL (Notas acerca de una hipótesis de trabajo) Primeros apuntes sobre la Estética del Movimiento Hora Zero”, de su libro Un par de vueltas por la Realidad en lo que constituye la prístina teorización del concepto por el Movimiento Hora Zero. Jorge Pimentel también precisa su planteamiento sobre la poesía integral en un acápite del texto introductorio de su libro Kenacort y Valium 10, de 1970.
Pasemos ahora al terreno estrictamente poético. Aparte de las dos obras mencionadas de Ramírez Ruiz y Jorge Pimentel, tenemos un libro que ―en su momento y hasta la actualidad― es considerado una joya emblemática, no sólo del Movimiento Hora Zero, sino de la generación del 70 en el Perú y en general de la poesía latinoamericana. Nos estamos refiriendo a En los extramuros del mundo de Enrique Verástegui. Publicado en 1971, dicha obra concitó la atención de tirios y troyanos debido a su alta calidad estética y a la notable expresividad del mundo representado, sostenidos por el contagiante ritmo de una construcción verbal nunca antes vista en la poesía de lengua castellana. Para muestra un botón:
Llevo un sol en mis bolsillos/ pero ya no tengo nada en mí/ no puedo soñar cantar pensar en cosas concretas/ no puedo soñar cantar escribir ese poema para ti mi gatita/ arañándome el hombro/ y mis vecinos me tienen controlado/ me ven llegar como una peste/ y hablan de mí/ entre comillas soy el ocioso el paria el que llega tarde en la noche/ y corro por estas calles de Lima/ buscando recordando a Vivian.
Estos son los versos iniciales del poema que abre el libro. Y toda la obra, que consta de 12 poemas en su parte primera, cerrando con un extenso poema integral para la segunda, es una especie de sinfonía radical orquestada con un novísimo y singular lirismo urbano cuyos ejes son el amor erótico y la psicosis de una gran ciudad en la periferia del Tercer Mundo, sobrevolando la “sensibilidad extraviada” ―como reza uno de sus versos― de aquellos desconcertados jóvenes deambulando en los límites de la desesperación en las postrimerías de siglo XX latinoamericano. Pero que ―al final― hallará una salida: “Y entonces tuvimos que andar buscando nuestra propia/ y amarga manera de entender estas cosas/ una lenta y amarga experiencia: hermosa como un ave silvestre”, resuenan los últimos versos de En los extramuros del mundo.
En esta tendencia que hemos llamado lirismo urbano, se encuentra también la obra de José Cerna, como podemos comprobarlo en el bello manojo de poemas seleccionados por el crítico JM Oviedo en su trascendental antología de la generación del 70: Estos 13 (Lima 1973). E, igual, en su poema integral titulado Ruda, cuya primera edición data de 1998 y de la que el sello mexicano Salto de Mata anuncia una reedición para este 2024. Es pertinente señalar que ―asimismo― existe una traducción al inglés realizada por Anne Lambright y publicada en 2018. Esta mencionada tendencia tuvo una gran acogida entre los poetas jóvenes y el público lector, circa 1972, en desmedro de otros importantes tonos horazerianos que tipificaríamos como una épica urbana representada en libros como Kenacort y Valium 10 de Jorge Pimentel y Un par de vueltas por la Realidad de Juan Ramírez Ruiz. Lista a la que podríamos agregar, aunque como un mixto entre ambas tendencias, el libro de Jorge Nájar Malas maneras lanzado en 1973. Lo que quisiera señalar es que aquel lirismo urbano, es el tono que prima en el tabloide de Hora Zero, publicado en Lima, marzo de 1973, importante documento porque cierra la primera etapa del Movimiento, la que va desde la fundación en enero de 1970, hasta comienzos de 1973.
En el Manifiesto titulado Una Respuesta que presenta lo que llaman Revista de arte y literatura editada por el Movimiento Hora Zero, se afirma que proponen una “Cultura – Paralela – Opuesta” a la del sistema burgués imperante y que asumen “una total responsabilidad frente a la creación y a los sucesos de este país”. Entonces, aparecen poemas de ―aparte de Ramírez Ruiz y Jorge Nájar, miembros del core inicial de 1970― de lo que llamo la segunda generación horazeriana de la primera etapa de la historia del Movimiento; es decir, la conformada por jóvenes poetas nacidos ―la mayoría― en 1950 y después: Alberto Colán, Elías Durand, Yulino Dávila, César Gamarra, Eloy Jáuregui e Isaac Rupay. A ellos se suman Rubén Urbizagástegui y Ricardo Oré, nacidos en los 1940s. No están Enrique Verástegui ni José Cerna, quienes habían renunciado en el interregno. Tampoco Jorge Pimentel, que se encontraba en España.
El lirismo urbano brilla en los textos de estos muchachos de aquella época, como por ejemplo en estos versos de Elías Durand:
Así como un aviso a tiempo y la decisión de marcharse a un/ lugar seguro, te encontró el invierno de 1970 en Lima-Perú/ Llevabas en tu cuerpo caminos que ascendían abruptamente./ Porque veías lo que los demás no veían/ y sentías lo que los otros no sentían.
O en estos otros de Isaac Rupay: “En cualquier lugar de mi ciudad/ miles de objetos – transeúntes/ contentos/ desesperados/ crueles y felices/ en tiempos de confusión”. Y Eloy Jáuregui que nos habla de un niño atropellado en una de las avenidas de Comas, periférico Cono Norte de Lima: “y su cuerpecito papel cometa quedó triturado bajo las pesadas ruedas de un camión – tanque de la Petro – Perú”, en su poema titulado “Y en las faldas de estos cerros cantarán los cachamulas” donde se refiere a los cerros habitados por gente de extracción popular que rodean la gran ciudad.
Cerremos esta breve “Introducción a Hora Zero”, con la segunda fase de la historia del Movimiento. El 30 de agosto (día de Santa Rosa de Lima) de 1975, un general fascistoide admirador de Videla y Pinochet, apellidado Morales Bermúdez, dio un Golpe de Estado que derrocó a Velasco y procedió al desmontaje de todas las reformas estructurales de la llamada Revolución Peruana. Esto significó la expulsión de sus trabajos para varios miembros de Hora Zero, que habían accedido a participar en los aparatos culturales y/o periodísticos del proceso de cambios velasquista. Entonces se produce una profunda crisis política en el país, que radicalizó el campo de las artes y la poesía bajo la influencia del marxismo. En estas circunstancias, Jorge Pimentel, con el apoyo de los recién incorporados Tulio Mora y Miguel Burga deciden la reagrupación y lanzamiento del Movimiento Hora Zero, en 1977. Juan Ramírez Ruiz ya no será de la partida y más bien critica esta actitud en el manifiesto Palabras Urgentes (2), propalado en 1980. Enrique Verástegui y Carmen Ollé, desde París, se pliegan a Hora Zero, así como Roberto Bolaño y Mario Santiago ―fundadores del Infrarrealismo― se adhieren al Movimiento desde México y firman el Manifiesto Contragolpe al viento que marca el inicio de la segunda etapa de Hora Zero.
Ahora, permítaseme una memoria personal. A fines de 1980, tras el fracaso del intento de formar un Frente Cultural de Izquierda Revolucionaria llamado La Unión Libre, quien escribe esta nota ―junto a la joven poeta Dalmacia Ruíz Rosas― fuimos invitados a integrarnos al Movimiento Hora Zero por Jorge Pimentel. Siendo miembros de una generación posterior, aceptamos la invitación y compartimos ese corto verano de la anarquía de 1981 con la collera de Hora Zero. Lo más saltante de aquel instante de lucidez (como dijo González Prada) fue la creación y realización del Recital Mayor, ocurrido en un bar-canchón del jirón Moquegua, en el centro de Lima, el 6 de febrero de 1981. Gran noche poética con asistencia masiva y popular. El Movimiento Hora Zero mantuvo un activismo organizado hasta abril de 1984, momento en que fallece el poeta Mario Luna, integrante del core inicial en 1970, y se le rinde homenaje con una lectura del Movimiento en el Auditorio Miraflores, cerca de los acantilados que bordean la Costa Verde de la capital del Perú. Siempre en poesía.
[Orillas del río Cooper, sur de New Jersey, mayo de 2024]