“Madre” y otros poemas, por Malachi Edwin Vethamani

 

Por Malachi Edwin Vethamani*

Traducción del inglés al español por Verónica Rafaelli

Curaduría de la muestra por Víctor Rodríguez Núñez

Crédito de la foto el autor

 

 

“Madre” y otros poemas,

por Malachi Edwin Vethamani

 

 

 

Madre

Bella mariposa

 

Tendido en el lecho de mi madre

la miro

comenzar su ritual matutino de domingo.

Abre su armario

y ante ella se extienden

estantes de saris prolijamente acomodados.

Un espléndido despliegue de rojo, azul y verde

que clama por ser vestido.

Nunca sé cómo escoge.

Yo elijo mi azul favorito.

Ella sonríe y no presta atención.

Recién bañada,

con modestia singular

se apura a entrar en su cuarto.

Ahora, con precisión inmaculada

envuelve su cuerpo

con yardas de tela.

En minutos emerge,

una bella mariposa.

Ya no entro al cuarto de mi madre.

Ella ya no usa saris.

Está vestida con túnica de algodón.

 

Los saris de mi madre reposan en silencio

en los estantes de su armario.

¿Claman todavía por ser vestidos?

 

Yo sé que la próxima vez que la vea en un sari

no será aquella alta dama encantadora.

Estará tendida, pequeña y encogida,

en su lecho final.

 

 

 

Momentos maternales

 

A los veinte, mi madre me alimentaba

con puñados de arroz al curry picante.

Trataba de esconderme en ellos los vegetales.

Yo comía obediente esos bocados.

 

Almuerzos de mediodía. Apurarse al trabajo.

Nadie más en casa.

Excepto Paati en alguna habitación.

Amma reía y bromeaba.

Mi deleite era total en esos momentos.

 

La observo ahora.

La muchacha indonesia la alimenta a cucharadas.

Le esconde en ellas sus vegetales.

 

Pero Amma no tiene prisa.

No va a ninguna parte.

Está sentada y contempla,

abre la boca cuando la cuchara

con cuidado separa los labios.

 

Una extraña alimenta a la madre que una vez me alimentó.

No logro reunir fuerzas para sostener la cuchara

para poner comida en la boca de mi madre.

 

Como disculpándome, le toco el brazo,

pero pronto me echo atrás.

Ella es piel y huesos.

Allí en alguna parte está la madre

que alguna vez me alimentó

no solo cuando niño

sino siendo hombre mayor.

 

 

Muñeca madre

 

Es otra visita de domingo

a la casa de Amma.

 

Empolvada y vestida.

(Mi hermana mima mucho a Amma).

Allí está, sentada en su sillón.

 

Sus ojos ven.

No me ven a mí.

La suya es una mirada perdida, distante.

 

Cada domingo

veo a mi madre recién bañada y vestida,

esperando que mi hermano la lleve a la iglesia.

 

Amma bosteza.

Está cansada de estar sentada.

¿Está cansada de jugar a ser la muñeca madre de mi hermana?

Mi hermana no parece cansarse.

 

Aparto la vista.

 

 

 

Pérdida

 

Mirando el estado de este triste edificio

digo para mí:

Es como un kudisai.

 

Kudisai kudisai kudisai

 

La palabra resuena en mis oídos.

 

La última vez que la oí

fue, es probable, en labios de mi madre.

Estos días no oímos nada.

 

Una vez vivimos en lo que algunos habrían llamado un kudisai.

Mis más queridos recuerdos de infancia están allí, en ese kudisai.

Mis más feroces pesadillas están allí también, en ese kudisai.

 

Kudisai kudisai kudisai

 

No he oído esa palabra en años,

aun así, retorna hoy.

¿Por qué retornó a mí hoy?

¿Algún presentimiento de oír a mi madre hablar otra vez?

¿Una respuesta a las plegarias de mi hermano?

 

Kudisai kudisai kudisai

 

Pienso para mí:

Perdido está el kudisai que una vez llamamos hogar,

perdida está mi madre que con amor llamamos Amma.

 

 

 

Malvados pensamientos

 

Comienzo una conversación con mi madre

o al menos lo intento.

No siempre es fácil.

 

Hoy me va mejor.

Le hablo de mis hijos.

Ella responde con los sonidos adecuados.

Estoy feliz.

Parece que hemos hablado.

 

Entonces pregunta:

¿Qué está haciendo Vincent?

Se me va el alma a los pies.

No quiero repetir.

 

Le cuento de mis próximos viajes.

Termino. No dice nada.

No quiero saber si me ha oído.

 

A menudo temo que muera mientras estoy lejos en cualquier parte,

y me pregunto si volvería.

Está muerta y no lo sabrá de todos modos.

 

Malvados pensamientos

indignos de un hijo.

 

El poeta Malachi Edwin Vethamani

 

No alguien sino yo

 

Amma, ¿cómo estás?

¿Cómo estás, Amma?

Amma, soy yo.

Soy Eddie, Amma.

¿Quién soy, Amma?

Una respuesta: Yaaroh.

Di Eddie, Amma.

Una respuesta: Yaaroh.

 

Nuestro jueguito de saludar acaba pronto.

Los dos estamos de súbito cansados,

aunque yo acabo de llegar

y Amma está en otra parte.

 

Mi hermana dice,

al menos ella dijo algo.

 

Me pregunto qué es menos doloroso.

¿El silencio

o Yaaroh?

 

Nos hemos convertido en Yaaroh

uno para el otro.

 

 

 

Lengua manchada

 

Parece que me he olvidado

de las palabras cariñosas

que mi madre debe haber dicho una vez.

Ahora solo vuelven a mí sus palabras más duras,

en sueños de día y de noche.

Sus palabras fluían

con notable elocuencia

veteada de veneno hiriente.

Cuando mi madre podía hablar

su humor era hilarante;

su espontaneidad para los proverbios tamiles,

legendaria.

Cuando mi madre podía hablar

yo a veces deseaba que no hablara.

Sus palabras podían quemar y marcar,

cortarte profundo y sacarte la sangre.

Su silencio ahora

me hace pensar:

¿Se ha hecho realidad mi deseo?

¿O es este el precio de haber dicho

un poquito demasiado?

¿Ofendió a alguien con la lengua manchada?

 

 

 

Nuestras plegarias

 

Mi madre contempla.

No está claro qué ve.

 

Estamos reunidos a su alrededor

hijos

nietos

bisnietos.

 

Cada uno de nosotros ha

saludado

tocado

todos rogando por algún reconocimiento.

 

Su rostro parece relajarse.

¿La sombra de una sonrisa?

Vemos lo que queremos.

 

Pero su mirada está vacía.

Solo hay silencio.

 

Señor, gracias por Amma, reza mi hermano.

Gracias por conservarla entre nosotros.

 

Señor, aleja a Amma de todo su sufrimiento, rezo yo.

Aléjala de su dolor y del nuestro.

 

¿Está resistiendo por nosotros?

¿Es que no estamos listos para dejarla ir?

¿Se queda por el bien de nuestro egoísmo?

 

Si mi hermano conociera mis pensamientos

tal vez no me perdonaría.

 

 

Madre y yo

 

Dentro de tu vientre

crecí y crecí

salí con las piernas por delante.

Un presagio

este niño no será

igual a los demás.

En una foto

de mi primer año

en tus brazos reposo.

La cabeza cubierta de rizos

mejillas regordetas

grandes ojos brillantes.

 

Tus ojos y los míos

sonríen de lo más encantadores.

Probablemente uno de nuestros

más felices momentos juntos.

Ambos inconscientes de todo

lo que había por delante.

 

A tu propio modo

me conocías como solo

una madre puede conocer

y aun así me amabas.

 

 

 

Los caramelos de coco de Amma

 

Revolver juntos

coco rallado,

leche condensada y azúcar

en una olla de hierro

a fuego lento.

 

Movimiento constante.

Revolver lentamente

para que no se queme,

la mezcla se espesa

con burbujas como lava;

y se vuelca sobre una fuente lisa.

Prensar y cortar cuando se refresque.

 

Se extiende el aroma

por la cocina,

un dulzor muy familiar.

Sin pensar en calorías,

sin pensar en precios que pagar.

 

Recuerdos de Amma

de pie junto a la cocina encendida.

Luego hermana tras hermana.

¿Quién hará mis

caramelos de coco después?

 

 

 

Sin hogar

 

Tus palabras sobre el hogar,

comidas de madre:

ya todo eso está perdido para mí.

 

Perdí el hogar

antes de perderla.

Solo para volver como invitado

un extraño en una casa

que alguna vez fue hogar.

 

Cada visita era un retorno

a un lugar

con una distancia infranqueable;

aunque me siento en sitios familiares,

ahora desciende cierta extrañeza.

 

Ella cocina todo lo que amo

y lo conoce bien.

Soy yo quien lo come

por cortesía,

sin sentir el sabor del amor.

 

La culpa ha dejado cicatrices profundas.

Mi amor es demasiado débil

para permitir que crezca un amor nuevo,

o aceptar el perdón

que solo una madre puede dar.

 

Tú te quedaste y soportaste

las cargas de un hijo,

ahora cosechas los frutos

de ese trabajo de amor.

 

Yo hui para encontrarme

y me encontré.

Pero el precio es alto,

el costo del dolor.

 

 

 

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(poemas en su idioma original, inglés)

 

 

El poeta Malachi Edwin Vethamani

 

 

«Mother» and Other Poems,

by Malachi Edwin Vethamani

 

 

 

Mother

Beautiful Butterfly

 

Lying on my mother’s bed

I watch her 

begin her Sunday morning ritual.

She opens her cupboard

and before her lie

shelves of neatly arranged sarees.

A splendid array of red, blue and green

calling out to be worn.

I never know how she chooses

I pick my favourite blue.

She smiles and pays no heed.

Freshly bathed,

with quaint modesty 

she rushes into her bedroom.

Now with immaculate precision

she drapes her body

with yards of cloth.

Within minutes she emerges,

a beautiful butterfly.

I no longer go into my mother’s bedroom. 

She no longer wears sarees.

She’s dressed in cotton kaftans.

 

My mother’s sarees sit quietly 

on the shelves of her cupboard.

Are they still calling out to be worn?

 

I know the next time I see her in a saree

she will not be that tall lovely lady.

She will be lying small and shrivelled

in her final bed.

 

 

 

Maternal Moments

 

At twenty, my mother would feed me

handfuls of hot curried rice.

She’d try to sneak my veggies in them.

I’d oblige the mouthfuls.

 

Midday lunches. Hurrying to work.

No one else home.

Except for Paati somewhere in the house. 

Amma would laugh and tease.

I delighted completely in these moments.

 

I watch her now.

The Indonesian maid is spooning her meal.

She now is cheating mum with her veggies.

 

But Amma is in no hurry.

She is going nowhere.

She sits and stares,

opens her mouth as the spoon 

gently pries it open.

 

A stranger feeds the mother who once fed me.

I can’t bring myself to hold the spoon

to put food in my mother’s mouth.

 

As if to apologise, I touch her arm

but pull away quickly.

She is skin and bones.

Somewhere there is the mother

who once fed me

not just as a child

but a grown man.

Mother Doll

 

It is another Sunday visit 

to Amma’s house.

 

Powdered and dressed.

(My sister fusses over Amma)

There she sits on her chair.

 

Her eyes see.

It’s not me.

Hers is a distant, lost gaze.

 

Every Sunday

I see my mother freshly bathed and dressed,

awaiting my brother to take her to church.

 

Amma yawns.

She is tired of sitting up.

Is she tired playing my sister’s mother doll?

My sister does not seem to tire.

 

I look away.

 

 

 

Loss

 

As I stare at this sad state building

I say to myself:

It’s such a kudisai.

 

Kudisai kudisai kudisai

 

The word rings in my ears.

 

The last time I heard it

was probably on my mother’s lips.

These days we hear nothing.

 

We once lived in what some would have called a kudisai.

My fondest childhood memories are there at that kudisai.

My fiercest of nightmares are there at that kudisai, too.

 

Kudisai kudisai kudisai

 

I have not heard that word for years

yet it returns today.

Why did it return to me today?

Some foreboding of hearing my mother speak again?

An answer to my brother’s prayers?

 

Kudisai kudisai kudisai

 

I think to myself:

Lost is the kudisai we once called home,

Lost is my mother we lovingly call Amma.

 

 

 

Wicked Thoughts

 

I strike up a conversation with my mother

or at least I try.

It’s not always easy.

 

Today I fare better.

I tell her of my sons.

She makes the right responsive sounds.

I am happy.

We seem to have talked.

 

Then she asks:

What is Vincent doing?

My heart sinks.

I don’t want to repeat.

 

I tell her of my impending travels.

I finish. She says nothing.

I don’t want to know if she has heard me.

 

I often fear she may die while I’m away somewhere,

and wonder if I’d return.

She is dead and she won’t know anyway.

 

Wicked thoughts

unbecoming of a son.

 

 

 

Not Someone but Me

 

Amma, how are you?

How are you, Amma?

Amma, it’s me.

It’s Eddie, Amma.

Who am I, Amma?

A reply: Yaaroh

Say Eddie, Amma.

A reply:  Yaaroh

 

Our little greeting game is soon over.

We are both suddenly tired,

though I’ve just arrived

and Amma is elsewhere.

 

My sister says,

at least she said something.

 

I wonder which is less painful.

Silence

or Yaaroh?

 

We’ve both become Yaaroh 

to each other.

 

 

Spotted Tongue

 

I seem to have forgotten 

the loving words

my mother must have once spoken.

Now only her harshest words return to me –

both in day and night dreams.

Her words flowed out

with remarkable eloquence

laced with lacerating venom.

When my mother could speak

her humour was rib-tickling

her spontaneity for Tamil proverbs 

legendary.

When my mother could speak

I sometimes wished she wouldn’t.

Her words could sear and scar,

cut through you and make you bleed.

   Her silence now

   makes me wonder:

   Has my wish come true?

   Or is this the price of having said

   just a little too much?

   Did she offend someone with a spotted tongue?

 

 

 

Our Prayers

 

My mother looks on.

It is unclear what she sees.

 

We are gathered around her

children

grandchildren

great grandchildren.

 

Each of us has

greeted

touched

all pleaded for some recognition.

 

Her face seems to relax.

A hint of a smile?

We see what we want.

 

But her look is blank. 

There is only silence.

 

Dear Lord, thank you for Amma, my brother prays.

Thank you for keeping her in our midst.

 

Dear Lord, take Amma away from all her suffering, I pray.

Take her away from her pain and our pain.

 

Is she holding on because of us?

Are we not ready to let her go?

Does she stay for the sake of our selfishness?

 

If my brother knew my thoughts

he might not forgive me.

 

 

 

Mother and I

 

Inside your womb

I grew and grew

came out legs first.

A forewarning

this child won’t be

the same as the rest.

 

In a photo

on my first year

on your arm I sit.

A full head of curly locks

chubby cheeks

big, bright eyes.

 

Your eyes and mine

smile our loveliest.

Probably one of our

happiest moments together.

Both unaware of all

that lay ahead.

 

In your own way

you knew me as only

a mother can

and loved me still.

 

 

 

Amma’s Coconut Candy

 

The stirring together

of grated coconut,

condensed milk and sugar

in an iron pan

over a slow fire.

 

Constant movement.

A slow stir

lest the mix is singed,

the mixture thickens

with lava-like bubbling,

then poured over a flat tray.

Pressed and cut as it cools.

 

Aroma spreads

through the kitchen,

a sweetness all too familiar.

No thought of calories,

no worries of a price to pay.

 

Memories of Amma

standing over a hot stove.

Then sister after sister.

Who’ll make my

coconut candies next?

 

 

 

Homeless

 

Your talk of home 

mother-cooked meals –

all that’s lost to me now.

 

I lost home

before I lost her. 

Only to return as a guest 

a stranger to a house 

that was once home. 

 

Each visit was a return

to a place 

with an unbridgeable distance

though I sit in familiar places,

a strangeness now descends. 

 

She cooks all that I love

and she knows them well. 

It is I who eats it

with a politeness,

not tasting the love. 

 

Guilt has left deep scars.

My love is too weak

to allow a new love to grow, 

or accept the forgiveness 

only a mother can give. 

 

You stayed and borne 

the burdens of a son,

now you reap the fruits

from that labour of love. 

 

I fled to find myself 

and I did. 

But the price is high,

the wages is pain.

 

 

 

 

 

*(Kuala Lampur-Malasia, 1955). Poeta, narrador, editor, crítico y bibliógrafo. Se desempeñó por décadas como profesor de Literatura Inglesa Moderna en la Universidad de Nottingham (Malasia). Es editor fundador de la revista literaria Men Matters Online Journal. Ha publicado en poesía Complicated Lives (2016), Life Happens (2017); y en narrativa Coitus Interruptus and Other Stories (2018). Ha editado dos volúmenes de literatura malaya que cubren un período de sesenta años Malchin Testament: Malaysian Poems (2017) y Ronggeng-Ronggeng: Malaysian Short Stories (2020).

 

 

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