Por Roger Santiváñez
Crédito de la foto Revista Oiga
Enrique Lihn: Una historia personal
[Testimonio]
La primera vez que supe de Enrique Lihn fue a través de una foto en la revista Caretas de Lima. Corría el verano de 1972 y el gobierno nacionalista de Velasco Alvarado —al compás de sus reformas estructurales (fue una especie de Allende peruano)— había organizado el Festival de la canción de Aguadulce con la participación de los grandes de la canción-protesta: Soledad Bravo, Alfredo Zitarrosa, Dante Viglietti, Geraldo Vandré y otros. Mercedes Sosa y Víctor Jara irían el año siguiente. Pues bien, el poeta peruano César Calvo invitó a su amigo Enrique Lihn a integrar el Jurado de la competición que también entrañaba dicho Festival. Así fue como pude ver —en mi lejana Piura y estando en quinto de secundaria— una foto de Enrique, y saber que existía. Esta visita a Lima es la que le permitió escribir su libro Estación de los Desamparados que es una hermosa crónica de amor desesperado por la separación de los amantes y —al mismo tiempo— un formidable testimonio poético de su relación de simpatía y rechazo —simultáneos— ante el controvertido proceso de lo que se llamaba en ese momento la Revolución Peruana. Recuerdo que muchos años después —exactamente en 1986—, durante la SICLA [Semana de integración cultural latinoamericana] en que conocí personalmente a Lihn, mientras cruzaba con él la Plaza Mayor de Lima, vimos juntos el edificio de la antigua parada del tren que venía de los Andes que ostentaba en su frontis: ESTACION DESAMPARADOS. Y Enrique me dice: ¿No te parece un lindo título para un libro de poesía? Efectivamente, así lo había hecho él con ese libro suyo que apareció originalmente en la Editorial Premiá de México en 1981.
Aquella tarde de abril de 1986 cuando el cuentista peruano Guillermo Niño de Guzmán —editor de la sección cultural de la revista Oiga— me instó a ir al hotel Crillón de La Colmena en el centro de Lima para entrevistar a Enrique Lihn; mi corazón batió palmas pleno de alegría y emoción. El gran poeta chileno era uno de mis más preclaros ídolos. Yo había empezado leyendo unos poemas suyos aparecidos en la revista Hipócrita Lector (de la época de su visita a Lima durante el reformismo velasquista) y luego habiendo encontrado en la librería El Sótano de la Plaza San Martín su libro Escrito en Cuba (la edición mexicana de ERA) se convirtió —por un buen tiempo— en mi acompañante de cabecera. En 1976 —cuando era estudiante de literatura en la Universidad de San Marcos— mi maestro Antonio Cornejo Polar, un buen día se me acerca después de clase y me entrega París, situación irregular encargándome hacer una reseña para el siguiente número de la Revista de crítica literaria latinoamericana que él había fundado el año anterior. Así es como pude disfrutar de estos materiales ya que no de Poesía de paso (premio Casa de las Américas 1966) debido que —en esa época— estaba prohibida la circulación de libros procedentes de Cuba y los llamados países socialistas de Europa del Este (prohibición que —por cierto— fue abolida por el gobierno de Velasco).
A comienzos de los 80’s no sé cómo había llegado a Lima A partir de Manhattan. Apenas lo vi en uno de mis buceos en la legendaria librería de Juan Mejía Baca en la calle Huérfanos de Lima me lo llevé a mi casa. Hasta hoy —de tarde en tarde— vuelvo a los poemas del Subway de Nueva York que me impactaron en este libro de Lihn. Igual que a Pascuas en Nueva York —quizá la más extraordinaria joya de la poesía conversacional hispanoamericana— que obra en Pena de extrañamiento libro que me trajo a Lima mi amigo el poeta Manuel Liendo en uno de sus viajes a Santiago de Chile. Así llegamos a esa bien temperada tarde otoñal de Lima en 1986 cuando —junto a mi compañera la poeta y fotógrafa de Oiga a la sazón— Dalmacia Ruíz Rosas nos fuimos —muy contentos— al encuentro de Enrique Lihn, hospedado en el hotel Crillón del centro de la ciudad como queda dicho.
Llegamos como a eso de las cinco de la tarde y Lihn nos recibió en su habitación del Crillón. Luego de los saludos del caso empezamos la entrevista. Allí mismo Dalma le tomó varias fotos. Enrique luce contento y saludable con una blanca tenida sin cuello —tipo hindú— y su frondosa cabellera revuelta como siempre. No recuerdo exactamente los pormenores de la entrevista, pero —de hecho— sé que fue un viaje por su poesía, que a él lo dejó satisfecho, como me lo hizo saber una semana después cuando la nota salió publicada en Oiga; alcanzó a verla antes de abandonar Lima, ciudad que a Lihn lo fascinaba: “A mí —como buen chileno— me encanta Lima”, —me decía con una enorme sonrisa irónica mientras despachábamos cerveza tras cerveza en el bar Juanito principal antro de la bohemia literaria en el Barranco de aquel inolvidable 1986. Conseguimos una integración y una química tan grandes con Lihn en ese instante que —concluida la entrevista— abrió su maleta y me obsequió un ejemplar nuevecito de La pieza oscura (ediciones LAR) que había salido hacia poco en Santiago. Igualmente me pasó el # 1 de El espíritu del valle revista de Gonzalo Millán que traía poemas suyos escritos en la India. Y también Cartas para reinas de otras primaveras edición flamante de Jorge Teillier.
Inmediatamente nos entregamos a la gran noche limeña, vagando los tres: Enrique, Dalmacia y yo. Tal como él lo escribió en un hermoso poema que se publicó un año después en la página cultural de El Comercio, cuando el poeta regresó al Perú para otro encuentro de la SICLA, esta vez con una de las sedes en Trujillo, ciudad en la costa norte del Perú, donde Vallejo pasó buena parte de su juventud cuando bajó de sus andinos lares de Santiago de Chuco. Eso ya fue en 1987 y no pude ver a Enrique ya que me encontraba internado en un psiquiátrico en mi ciudad natal Piura, a donde mi familia me llevó tras un terrible cuadro psicótico que hice en Lima en circunstancias que no es el caso recordar aquí. Pero —estando ya fuera del hospital— en la casa paterna de Piura, pude ver —con grande alborozo— el poema de Enrique en que nos menciona —a Dalmacia y a mí— caminando por las calles del centro de Lima. El texto apareció en El Comercio de Lima en 1987 y allí quedó, ya que —hasta donde he podido averiguar— no figura en ninguna de las colecciones posteriores de nuestro amado y admirado Enrique.
Volvamos a Lihn en Lima en 1986. Tras vagar un rato por el centro decidimos entrar al Teatro Municipal donde se realizaba una función de la SICLA. Vimos a una banda uruguaya de candombe, al legendario grupo chileno Inti Illimani y al cantautor argentino Víctor Heredia. Después nos metimos en el Datsun Stanza que yo manejaba en esos tiempos y enrumbamos a Barranco. De frente al Juanito, y allí avanzamos junto con la noche hasta los primeros atisbos de la madrugada en que —no sé cómo— alcancé a dejar a Enrique en su hotel y me fui a dormir. Pero yo también trabajaba en otro medio en aquel momento. Se trataba de El Nuevo Diario cuyo suplemento cultural de los domingos denominado Asalto al Cielo editábamos Dalmacia Ruíz Rosas, José Antonio Mazzotti y quien redacta estas nostalgias. Sucedió que nuestro amigo Manuel Liendo le hizo una entrevista a Lihn que publicamos en el suplemento. Y Manuel asimismo organizó un almuerzo para Enrique en el departamento de un hermano suyo —casado con dama chilena— en Barranco cuya terraza daba al mar en una vista extraordinaria. De modo que recogí al poeta y nos fuimos hasta Barranco donde nos esperaba —aparte de los nombrados— el crítico literario Jorge Cornejo Polar, gran amigo personal de Enrique. Esa fiesta fue alucinante. La terminamos otra vez en el Juanito —como se dice— hasta altas horas de la madrugada.
A los pocos días Enrique Lihn abandonó Lima, pero nos dejó con esa maravillosa sensación que sólo los grandes poetas son capaces de transmitir. Quedó entronizado como nuestro ídolo, para aquella parte de la generación del 80 que pudo convivir y compartir con él las horas más hermosas de aquella juventud que ya se fue; así fue como veinte años después —ya en Estados Unidos de América— decidí hacer mi tesis doctoral sobre su obra poética. Y con el poeta y doctor —querido profesor mío que ya no está en este mundo— Hernán Galilea nos dimos a la dulce tarea de leer juntos, toda, toditita la poesía de Enrique Lihn, verso por verso, libro por libro, lo cual nos tomó un año completo. Pero constituye el homenaje que a mi amado poeta amigo yo quise entregar. Y me hubiera gustado hacerlo cuando Lihn estaba en vida. Pero ya no pudo ser así. Lo increíble es que Enrique estaba preparando todo hacia mediados de 1987 para irse a vivir a Lima: había encontrado un nuevo y gran amor en la capital del Perú. Más eso ya no fue posible por el súbito descubrimiento de la enfermedad que lo aquejaba. Y que se lo llevó de entre nosotros en julio de 1988. Yo —la verdad— hasta el día de hoy no me recupero de esa fatídica noticia. Por esa razón he escrito estas líneas, porque para mí el grande poeta Enrique Lihn está VIVO.
[Orillas del río Cooper, New Jersey South, marzo de 2019]