El velo del tiempo. 9+1 poemas de Antônio Moura

 

Por Antônio Moura*

Traducción del portugués al español por Joan Navarro

Curador de la muestra Fabrício Marques

Crédito de la foto Francine Monteiro

 

 

El velo del tiempo.

9+1 poemas de Antônio Moura

 

 

Las ventanas

 

En el alféizar de su ventana en el segundo piso

frente al segundo piso de mi ventana,

casi todas las noches él está allí, negro y blanco,

el gato, en parte blanco como el día que a la noche antecede,

en parte negro como la oscuridad del cielo que anochece

Entre él y yo pasa la calle bajo otras formas pasajeras,

la lluvia, el viento, la luna, los pasos, las personas, el polvo

y el silencioso río del tiempo que corre simultáneamente

hacia dos mares – el misterio y la memoria,

esta agua ahora limpia ahora turbia, este espejo ahora claro ahora negruzco,

donde lentamente se hunden los rostros, los gestos pasados,

los sueños perdidos, los colores, los dolores, las horas

Entre él y yo pasa la calle, una minúscula parte

de la vida, este enigma que no se descifra de ninguna forma

y que, desde nuestras ventanas, en el segundo piso, contemplamos,

ambos, de alguna manera ignorante y curiosa

Pero, desde su ventana frente a la mía, ante

mi y el pasaje de todo y de nada,

hay en él algo que lo hace enteramente más fuerte

– sus ojos no saben de su propia muerte

 

 

 

Escucha el mundo   

 

Calla, escucha el mundo, hay siempre

una voz en todo – un croar,

 

un siseo, un grajear, un zumbido,

un gorjeo, un rebuznar, un rumor

 

de agua, un silbido, un viento, un

su                

su             

rrar,

un balido, un trino, un ladrido,

un bisbiseo, un gruñido, un graznar,

 

un susurro, un rugido, un ronro

near, un rugido, un batir de ala,

 

un chasquido en la biga de la casa, un resonar,

un latido en la sien, un temporal,

 

un trueno, un chirriar de puerta, un

inaudible desabotonar, un cricrí,

 

una sílaba cicicicicicici cigarra,

una campana, un reloj, un badajazo,

 

un último suspiro, un nuevo ser

respirando, un gemido amante,

 

el sonido de una lágrima que cae en olvido,

una vida entera murmurando – y en el fondo

 

de todas las voces inanimadas y animales

la voz del espíritu que todo lo anima.

 

Escucha – hay siempre una voz en todo.

Quédate – un instante – mudo

 

 

Después de atravesar el mar del sueño

 

Después de atravesar el mar del sueño,

proa cortando la noche, vela contra

 

las olas de la eternidad, frase oscura

escrita entre dos paréntesis solares.

 

Después de cruzar la cordillera de sueños,

donde las sombras arden y se proyectan,

 

brillando, trémulas, en el fondo de la caverna,

– hoguera, antorcha, estrella, cráneo-bombilla –

 

lanzando teas de luz sobre las paredes

húmedas, verdes, musgosas, taciturnas.

 

Después de bailar y beber y fumar

y acostarse con las Valquirias – inebriado –

 

en el suelo del claro encendido y envuelto

con un círculo de niebla, tiniebla y selva

 

abriéndose en veredas de flores rojas

y negras lianas volviéndose víboras – serpientes

 

súbitamente devoradas por hormigas,

famélicas, hasta los huesos, la medula, la espina.

 

Después de andar por el Valle de la Sombra de la Muerte,

encontrar Alicia en el País de las Pesadillas

 

y huir de la furia de la Reina ensangrentada

entre las espadas y el oro de la baraja.

 

Después de ir, navegar por una noche,

pasajero sin cuerpo en la barca de Caronte,

 

escuchando, en la penumbra, la rosa de los vientos

y el estrépito seco de los remos en las aguas de la Estigia,

 

hasta alcanzar la otra orilla – cama,

atracando en el puerto cegador de la mañana,

 

en que estos ojos (conchas) se abren,

para bañarse en las aguas de cristal del espejo

 

este extraño rostro que no sé de quién es

– navío fantasma yendo al encuentro de la roca

 

 

 

Pabellones

 

Detrás de barras de hierro, negras contra la nieve

o contra el sol naciente cuadrado de tedio,

detrás de las rejas forjadas para contener el berrido

no domesticado de los hijos de toda especie

 

de miseria, revuelta, abandono, furia, pena

de muerte en vida azotada por la carcajada

de los que pasean por las aceras a la sombra

de las murallas levantadas por las manos del desprecio,

 

detrás de los muros, detrás de los tortazos, de los errores

del lado de fuera, de los bramidos del lado de dentro,

reina, solo, en el centro, el cetro del miedo – rey

de la pobreza, del dolor, de la rabia, del encogimiento

 

del cuerpo y del espíritu, ambos prisioneros de

un mismo encarcelamiento – pues el alma

del hombre que mantiene a otros hombres detenidos

es la celda del Hombre que se mantiene preso por dentro

 

 

Joaquim Nabuco

 

País

transformado en bodega, su carga

– color, sangre, dolor, persecución

 

Navío 

fantasma hace siglos a la deriva

 

Negrero

el aullido del mar que alrededor vibra

 

 

 

Tanto como

 

Un tanto de mentira, un como de verdad, así

se va levantando el mito, telaraña entretejida con los hilos

 

de la vida y de la irrealidad, boca a boca, oído a oído

y algunas manchas del escrito, así se va haciendo

 

del finito, infinito – una palabra y un camino que

sin salvarse del tiempo consigue escapar del olvido, vida

 

y arte entrelazados en grandes travesías de océanos,

pequeñas barcas por los espacios navegables de las selvas, algunas

 

visiones extraordinarias, muy banal y cotidiano, y

en medio de la vegetación enmarañada, en el centro del claro

 

bulle la caldera de la hechicera, el aroma del amor, sus

especias mezcladas con el olor agrio del dolor – grasa fría

 

y fundidos en el aire el olor de las flores y el olor de las heces,

nubes saliendo de los ojos de los demonios y de los dioses

 

para llover y forjar el humano jardín que florece y

se pudre, florece, se pudre, florece, se pudre,

 

bosque ardiendo en un tiempo tenebroso en que los aullidos de los

famélicos y refugiados resuenan por los cuartos de las casas

 

y en contrapunto reverberan sobre el silencio que cubre

los cuerpos muertos de nuestros semejantes indios, negros, pobres,

 

almas vagando por los cómodos cuartos de nuestras casas, ecos

incómodos por los cómodos cuartos de nuestras casas.

 

La página se oscurece, el estruendo de un meteoro resuena en la sala y

entre los astros y el desastre se levanta el rumor del mito,

 

la dulce mentira, la sal de la verdad, la vida, el arte – el grito

 

El poeta Antônio Moura

 

África

 

Escribir nada, escribir negro, negro sobre negro, nada sobre nada, escribir No escribir en el aire blanco el nombre de lo indecible como el humo azul del hachís, escribir en la culata de los fusiles, en el cañón de las armas, hasta entrar por el cañón, entrar en el canon y salir por la puerta de los fondos de la historia, escribir con una de las manos mientras la otra dice adiós, escribir con la boca cerrada sacando la lengua, escribir sin las manos, escribir con la planta de los pies en las dunas humeantes de las Arabias, escribir en el dialecto sangriento de las tribus en guerra, arabescos contra algarabías, escribir con las piernas, con un pie en la espalda, sólo con una pierna, una pierna sólo – saci galo[1] – escribir con el muñón de la pierna gangrenada, escribir gangrena, escribir con la parte de la pierna amputada, escribir las noches y los silencios sobre todo lo que ya fue escrito, manuscritos, palimpsestos, sobre los grifos, sobre los gritos de la canalla, escribir sin sonido, sin hacer barullo, sin un ruido siquiera, escribir a caballo, escribir a camello atravesando las siete voces del desierto, escribir en la lengua de los animales salvajes que rondan la tienda durante la noche entera, escribir en el lodo del alma, chamán deletreando las sílabas de los tambores de la selva, escribir con el polvo de la noche sobre el vacío de los días, pasar la página, pasar las páginas de arena de las noches y de los días, hacerse comerciante, traficante, trafagar en el tiempo de los asesinos – más allá de los días y de las estaciones, personas y países, la bandera en carne viva sobre la seda de los océanos y de las flores árticas; (ellas no existen), hasta llegar, por mar, cojeando – metedura de pata – cojo de muletas sobre las aguas, en un cuartucho de hospital en Marsella – y de allí, de nuevo partir, en un navío de velas manuscritas y tachadas hacia el abismo de la voz borrada por la boca de la eternidad que se abre abisal, Abisinia.

 

 

 

The invisible war

 

Los fragmentos de la guerra invisible entran por las rendijas de las ventanas, fantasmas de gas inflamable evaporados de grandes banquetes donde son servidos terrorismo de estado a la carta, cocidos geopolíticos con una pizca de fundamentalismo religioso y tajadas de cerdos totalitarios a la derecha y a la izquierda de la mesa.

Multitudes de refugiados cruzan el mapa de mi habitación, pasan por encima de mi cama llevando sus andrajos hasta que salen por la puerta del espejo donde esperan encontrar otro mundo. Los minúsculos fragmentos de esta guerra se pegan en la suela de mis zapatos donde quiera que vaya, donde quiera que ande, por la calle, bajo tierra, por los tejados, explotan en forma de metralla ultra-silenciosa a cada paso y mientras ando con mi parca velocidad de hombre la guerra invisible viaja a una velocidad que aturde por dentro de pequeños teléfonos, dejando millares de muertos y heridos entre los escombros de las pantallas de cristal líquido.

La guerra fantasma es un flâneur maligno del Valle de la Sombra de la Muerte, está por todas partes y en ninguna, a veces sin que nadie la perciba, pasa, con sus armas de alta tecnología, entre niños que juegan descalzos en una abandonada plaza de la periferia. A veces pasa, causando

estremecimientos, un viento frío, en los animales del bosque.

Por todas partes y en parte alguna, impalpable, Dios Omnipresente, vaga un virus fabricado en laboratorios transnacionales pagados por la moneda de hojalata dorada que llevo en mi bolsillo.

No se la puede ver ni oír, sólo sentirla cuando ya está muy cerca, entrando silenciosa y taimada en las pesadillas de los que duermen en las ciudades que duermen sin dormir con los ojos bien abiertos cuando cierran los ojos de miedo, cuando se tapan los oídos, para no escuchar, espantados, el batir de botas y el trotar de caballos adornados con cintas y penachos acercándose a sus cabeceras.

Mira, dentro de la cortina de humo y polvo que se levanta del cyber front erguido electrónico en medio de la sala, la momia de Tío Gilito resucita aún más tacaño, decretando el fin de la historia, el fin de las utopías, nadando cínico, en su gigantesca bañera de dinero.

En varios puntos estratégicos de la nueva guerra, tiranozuelos-fantoches esperan nuevas órdenes sentados en sus orinales decorados con coloridos logotipos

No se sabe dónde está ella – el enemigo soy yo, el enemigo eres tú – la guerra hecha de viento, que ahora hace que ande como un ciego que tantee el aire sin su bastón.

 

 

 

Yo y el Sordo[2]

 

A Francisco de Goya, El Sordo

 

No me puedes escuchar

Para hablar contigo

basta sólo palpar

las paredes de tu arte

y percibir que la maldad humana

descansa en cualquier tipo de barro,

que se levanta y da algunos pasos

entre la espera

y el desespero que lo hace añicos

 

Nosotros dos sabemos

que las heces de la miseria y el cristal de la estrella

residen en cada gota de tinta,

que el mar y el amor

sólo existen para quien no los atraviesa

y que el lugar en que parecemos reinar,

el lugar en que parecemos reinar

es un territorio por conquistar,

un suelo sobre el cual el trono y la corona

son dados en el mismo instante

en que la trompeta y la voz de un emisario nos manda

abandonarlo,

apenas saboreamos el olor marino

del Alba acostada desnuda en la arena de la playa

y vemos que lo aquí nos trajo,

la barca hace poco anclada allí –¿la ves?–

ya arde en llamas – quema

la pregunta del marinero si el desamparo del mar es la única forma

de volver

 

o, quien sabe, así,

pidiendo prestado un poco

de tus tintas.

el sueño de la razón

la pesadilla de Freud cien años antes,

cuando las lechuzas pían alrededor de tu cabeza,

que se inclina para dejar escapar

monstruos, los desastres, los caprichos[3]

los disparates,

las pinturas negras

en las paredes que no tienen oídos

 

 

La otra voz

 

Presente en todo y siempre oculto, serpiente

verde e inmóvil entre el follaje, imagen

 

que no se ve ni se oye pero se siente

rozar todas las formas que arman

 

nuestro breve arco trazado con tiza de nube

sobre la impalpable oscuridad del mundo

 

Enigma, de la superficie hasta el fondo, cuerpo

transparente atravesando el velo del tiempo,

 

reuniendo, en su única voz todas las voces

del viento, cielo vacío, río sin boca ni nacimiento,

 

círculo invisible alrededor de su propio

misterio – eterno, terrenal, intocable, aéreo,

 

el silencio, Dios de la poesía, dice un día más

 

 

 

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(poemas en su idioma original, português)

 

 

O véu do tempo.

9+1 poemas de Antônio Moura

 

 

As janelas

 

No parapeito de sua janela no segundo andar

defronte ao segundo andar de minha janela,

quase todas as noites ele está lá, preto e branco,

o gato, parte branco como o dia que à noite antecede,

parte preto como o escuro do céu que anoitece

Entre mim e ele passa a rua sob outras formas passageiras,

a chuva, o vento, a lua, os passos, as pessoas, a poeira

e o silencioso rio do tempo que corre simultaneamente

para dois mares – o mistério e a memória,

esta água ora limpa ora turva, este espelho ora claro ora baço,

onde lentamente afundam-se os rostos, os gestos passados,

os sonhos perdidos, as cores, as dores, as horas

Entre mim e ele passa a rua, uma minúscula parte

da vida, este enigma que não se decifra de nenhuma forma

e que de nossas janelas, no segundo andar, contemplamos,

ambos, de alguma maneira ignorante e curiosa

Mas, de sua janela defronte à minha, diante

de mim e da passagem de tudo e de nada,

há nele algo que o faz inteiramente mais forte

– seus olhos não sabem de sua própria morte

 

Ouve o mundo

 

Cala, ouve o mundo, há sempre

uma voz em tudo – um coaxo,

 

um sibilo, um crocitar, um zumbido,

um gorjeio, um zurrar, um rumor

de água, um silvo, um vento, um

far

fa

lhar, 

 

um balido, um trino, um latido,

um cicio, um grunhido, um grasnado,

 

um sussurro, um rosnado, um ron

ronar, um rugido, um bater de asa,

 

um estalo na viga da casa, um ecoar,

um latejo na têmpora, um temporal,

 

um trovão, um ranger de porta, um

inaudível desabrochar, um cricrilo,

 

uma sílaba cicicicicicici cigarra,

um sino, um relógio, uma badalada,

 

um último suspiro, um novo ser

a respirar, um gemido amante,

 

o som de uma lágrima que cai no olvido,

uma vida inteira a murmurar – e no fundo

 

de todas as vozes inanimadas e animais 

a voz do espírito que a tudo anima.

 

Ouve – há sempre uma voz em tudo.

Fica – um instante – mudo

 

 

 

Depois de atravessar o mar do sono

 

Depois de atravessar o mar do sono,

proa cortando a noite, vela contra

 

as vagas da eternidade, frase escura

escrita entre dois parênteses solares.

 

Depois de cruzar a cordilheira de sonhos,

onde as sombras ardem e se projetam,

 

brilhando, trêmulas, no fundo da caverna,

– fogueira, archote, estrela, crânio-lâmpada –

 

lançando fachos de luz sobre as paredes

úmidas, verdes, musgosas, soturnas.

 

Depois de dançar e beber e fumar

e deitar com as Walkírias – inebriado –

 

no chão da clareira acesa e envolta

num círculo de névoa, treva e floresta

 

abrindo-se em veredas de flores vermelhas

e negros cipós virando víboras – serpentes

 

subitamente devoradas por formigas,

famintas, até os ossos, a medula, a espinha.

 

Depois de andar pelo Vale da Sombra da Morte,

encontrar Alice no Pais dos Pesadelos

 

e fugir à fúria da Rainha ensanguentada

entre as espadas e o ouro do baralho.

 

Depois de ir, navegar por uma noite,

passageiro sem corpo no barco de Caronte,

 

ouvindo, na penumbra, a rosa dos ventos

e o baque seco dos remos nas águas do Estige,

 

até alcançar a outra margem – cama,

atracando no porto ofuscante da manhã,

 

em que estes olhos (conchas) se abrem,

para banhar nas águas de cristal do espelho

 

este estranho rosto que não sei de quem é

– navio fantasma indo de encontro ao rochedo

 

 

Pavilhões

 

Atrás de barras de ferro, negras contra a neve

ou contra o sol a nascer quadrado de tédio,

atrás das grades forjadas para conter o berro

não domesticado dos filhos de toda espécie

 

de miséria, revolta, abandono, fúria, pena

de morte em vida açoitada pela gargalhada

dos que passeiam nas calçadas à sombra

das muralhas erguidas pelas mãos do desprezo,

 

atrás dos muros, atrás dos murros, dos erros

do lado de fora, dos urros do lado de dentro,

reina, só, no centro, o cetro do medo – rei

da pobreza, da dor, da raiva, do encolhimento

 

do corpo e do espírito, ambos prisioneiros de

um mesmo encarceramento – pois a alma

do homem que mantém outros homens detentos

é a cela do Homem que se mantém preso por dentro

 

 

 

Joaquim Nabuco

 

País

transformado em porão, sua carga

– cor, sangue, dor, perseguição

 

Navio

fantasma há séculos à deriva

 

Negreiro

o uivo do mar que em volta vibra

 

 

 

Tanto quanto

 

Um tanto de mentira, um quanto de verdade, assim

vai se erguendo o mito, teia entretecida com os fios

 

da vida e da irrealidade, boca a boca, ouvido a ouvido

e algumas manchas de escrito, assim vai-se fazendo

 

do finito, infinito – uma palavra e um caminho que

sem se salvar do tempo consegue escapar do olvido, vida

 

e arte entrelaçadas em grandes travessias de oceanos,

pequenos barcos por furos dentro das matas, algumas

 

visões extraordinárias, muito de banal e cotidiano, e

no meio da vegetação emaranhada, no centro da clareira

 

borbulha o caldeirão da feiticeira, o aroma do amor, suas

especiarias misturadas ao odor azedo da dor – gordura fria

 

e fundidos no ar o olor das flores e o odor das fezes,

nuvens saindo dos olhos dos demônios e dos deuses

 

para chover e forjar o humano jardim que floresce

e apodrece, floresce, apodrece, floresce, apodrece,

 

floresta queimando num tempo tenebroso em que os uivos

dos famintos e refugiados ecoam pelos cômodos das casas

 

e em contraponto reverberam sobre o silencio que cobre

os corpos mortos dos nossos vizinhos índios, pretos, pobres,

 

almas vagando pelos cômodos cômodos de nossas casas,

ecos incômodos pelos cômodos cômodos de nossas casas.

 

A página escurece, o estrondo de um meteoro soa na sala

e entre os astros e o desastre ergue-se o rumor do mito,

 

a doce mentira, o sal da verdade, a vida, a arte – o grito

 

El poeta Antônio Moura

 

África

 

Escrever nada, escrever negro, negro sobre negro, nada sobre nada, escrever Não escrever no ar branco o nome do indizível com a fumaça azul do haxixe, escrever na coronha dos fuzis, no cano das armas, até entrar pelo cano, entrar para o cânone e sair pela porta dos fundos da história, escrever com uma das mãos enquanto a outra dá adeus, escrever com a boca fechada pondo a língua pra fora, escrever sem as mãos, escrever com a sola dos pés nas dunas fumegantes das Arábias, escrever no dialeto sangrento das tribos em guerra, arabescos contra algaravias, escrever com as pernas, com um pé nas costas, só com uma perna, uma perna só – saci gaulês – escrever com o toco da perna gangrenada, escrever gangrena, escrever com a parte da perna amputada, escrever as noites e os silêncios sobre tudo o que já foi escrito, manuscritos, palimpsestos, sobre os grifos, sobre os gritos da canalha, escrever sem som, sem fazer barulho, sem um ruído sequer, escrever a cavalo, escrever a camelo atravessando as sete vozes do deserto, escrever na língua dos animais selvagens que rondam a tenda durante a noite inteira, escrever na lama da alma, xamã soletrando as sílabas dos tambores da selva, escrever com a poeira da noite sobre o vazio dos dias, virar a página, virar as páginas de areia das noites e dos dias, virar comerciante, traficante, trafegar no tempo dos assassinos – para além dos dias e das estações, pessoas e países, a bandeira em carne viva sobre a seda dos oceanos e das flores árticas; (elas não existem), até chegar, por mar, mancando – mancada – manco de muletas sobre as águas, num quartinho de hospital em Marselha – e dali, de novo partir, num navio de velas manuscritas e rasuradas para o abismo da voz apagada pela boca da eternidade que se abre abissal, Abissínia.

 

 

 

The invisible war

 

Os fragmentos da guerra invisível entram pelas frestas das portas e janelas, fantasmas de gás inflamável evaporados de grandes banquetes onde são servidos terrorismo de estado à la carte, cozidos geopolíticos com uma pitada de fundamentalismo religioso e fatias de porcos totalitários à direita e à esquerda da mesa.

Multidões de refugiados cruzam o mapa de meu quarto, passam por cima de minha cama carregando seus trapos até saírem pela porta do espelho onde esperam encontrar um outro mundo. Os minúsculos fragmentos desta guerra grudam na sola de meus sapatos onde quer que eu vá, onde quer que eu ande, na rua, debaixo da terra, pelos telhados, explodem em forma de estilhaços ultra silenciosos a cada passo e enquanto ando em minha parca velocidade de homem a guerra invisível viaja numa velocidade estonteante por dentro de pequenos telefones, deixando milhares de mortos e feridos por entre os escombros das telas de cristal líquido.

A guerra fantasma é um flâneur maligno do Vale da Sombra da Morte, está em toda parte e em parte nenhuma, às vezes, sem que ninguém perceba, passa, com suas armas de alta tecnologia, por entre crianças que brincam descalças numa abandonada praça de periferia. Às vezes passa, causando arrepios, um vento frio, nos animais da floresta.

Por toda parte e em parte alguma, impalpável, Deus Onipresente, vaga um vírus fabricado em laboratórios transnacionais pagos pela moeda de lata dourada que carrego em meu bolso.

Não se pode vê-la nem ouvi-la, só senti-la quando já está muito perto, entrando silenciosa e sorrateira por dentro dos pesadelos dos que dormem nas cidades que dormem sem dormir de olhos bem abertos quando fecham os olhos de medo, quando tapam os ouvidos, para não escutar, apavorados, o bater de botas e o trotar de cavalos adornados de fitas e penachos aproximando-se de suas cabeceiras.

Veja, de dentro da cortina de fumaça e poeira que se levanta do cyber front erguido eletrônico no meio da sala, a múmia de Tio Patinhas ressuscita ainda mais sovina, decretando o fim da história, o fim das utopias, nadando, cínico, em sua gigantesca banheira de dinheiro

Em vários pontos estratégicos da nova guerra, tiranetes- fantoches esperam por novas ordens sentados em seus urinóis decorados por coloridas logomarcas.

Não se sabe onde ela está – o inimigo sou eu, o inimigo é você – a guerra feita de vento, que agora me faz andar como um cego que tateia o ar sem sua bengala.

 

 

 

Yo y el Sordo

 

A Francisco de Goya, El Sordo

 

Não podes me escutar

Para falar contigo

basta apenas apalpar

as paredes de tua arte

e perceber que a maldade humana

descansa em qualquer tipo de barro,

que se ergue e dá alguns passos

entre a espera

e o desespero que o esboroa

 

Nós dois sabemos

que a borra da miséria e o cristal da estrela

residem em cada gota de tinta,

que o mar e o amor

só existem para quem não os atravessa

e que o lugar em que parecemos reinar,

o lugar em que parecemos reinar

é um território inconquistado,

um chão sobre o qual o trono e a coroa

são dados no mesmo instante

em que a trombeta e a voz de um arauto nos manda

abandoná-lo,

mal saboreamos o cheiro marinho

da Alba deitada nua na areia da praia

e vemos que o que aqui nos trouxe,

o barco há pouco ali ancorado – vês? –

já arde em chamas – queima

a pergunta do marujo se o desamparo do mar é a única forma

de voltar

 

ou, quem sabe, assim,

pedindo emprestado um pouco

de tuas tintas,

o sonho da razão,

o pesadelo de Freud cem anos antes,

quando as corujas piam em volta de tua cabeça,

que deita para deixar escapar

monstruos, los desastres, los caprichos,

los disparates,

las pinturas negras

nas paredes que não têm ouvidos

 

 

 

A outra voz

 

Presente em tudo e sempre oculto, serpente

verde e imóvel entre a folhagem, imagem

 

que não se vê nem ouve-se mas sente-se

perpassar todas as formas que armam

 

nosso breve arco riscado a giz de nuvem

sobre a impalpável escuridão do mundo

 

Enigma, da superfície ao fundo, vulto

transparente atravessando o véu do tempo,

 

reunindo, em sua única voz todas as vozes

do vento, céu vazio, rio sem foz e nascimento,

 

círculo invisível em volta de seu próprio

mistério – eterno, terreno, intocável, aéreo,

 

o silêncio, Deus da poesia, diz mais um dia

 

 

 

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[1] “Saci”: ser mítico del folclore brasileño que habita los bosques. Según la leyenda es negro y tiene solamente una pierna, con la que se mueve rápidamente.

[2] En español en el poema original.

[3] En español en el poema original.

 

 

 

 

 

*(Belém do Pará-Brasil, 1963). Poeta y traductor. Ha publicado en poesia seis poemarios en português, incluida una antologia; y tres en traducción en Gran Bretaña, España y Francia. Obtuvo el Premio de Traducción John Dryden, con el libro Rio Silencio, en traducción de Stefan Tobler. También publicado en revistas y antologías nacionales e internacionales, incluyendo Portugal, EE. UU., España, Alemania y Francia.

 

 

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*(Belém do Pará-Brasil, 1963). Poeta e tradutor, tem treze livros publicados, dez no Brasil (seis de poesia, incluindo uma antologia; quatro de tradução) e três no exterior, sendo estes na Grã-Bretanha (premiado na John Dryden Translation Competition, com o livro Rio Silencio, em tradução de Stefan Tobler), Espanha e México. Publicado também em diversas revistas e antologias nacionais e internacionais, incluindo Portugal, Estados Unidos, Espanha, Alemanha e França.