Celebrando sus 75 años: 5 poemas de Rodolfo Hinostroza

 

 

A modo de homenaje por su estupendo legado literario en poesía, pero además en cuento, dramaturgia, novela, ensayo, crónica, astrología y gastronomía, Vallejo & Co. presenta 5 poemas de Rofolfo Hinostroza, quien hoy cumple 75 años.

 

 

Por Rodolfo Hinostroza

Selección de Mario Pera

Crédito de la foto Jaime Cabrera/ Peru21

 

 

Celebrando sus 75 años:

5 poemas de Rodolfo Hinostroza

 

 

Del infante difunto

 

La llamada de mi padre, alta como un penacho de plumas
y al tacto como la pringamosa de aquellos baños…

¿Recuerdas?
Las aguas ferrosas que calentaban tu cuerpo tenían

colores,
de serpiente plana, y la tierra se había descosido en sus
espacios,

y llevábamos nuestra infancia como un estandarte
sin sombras, entre paraísos de yeso, y ángeles larvados
y la tía apócrifa.

De ella digo, ¿qué digo?, que en sus ojos ardían

mis espadas de estaño y que se había fugado
cuando las hogueras carcomían la noche de San Juan.
Se me había advertido, se me había repetido:  «Octavio,

Octavio,
una gran ola salió del río cuando tú nacías. Nos salvamos
porque las campanas sonaron a muerto

y la familia había cavilado toda esa madrugada.

Trepamos a los cerros
y durante todo un día vimos morir al pueblo.

El Huascarán
nos miraba y entonces fue que sentimos esa blancura
imperdonable».
(Nosotros tres habíamos enterrado ceremoniosamente,
en un rincón del patio, bajo la gotera,

al canario muerto entre las trenzas de mi hermana.

Las campanas del ángelus nos doblaban las rodillas
y de la muerte sabíamos que era una bella palabra.

Sí,

porque mirábamos a los púlpitos de arcilla achacosa
en donde dormitaban ángeles bonachones, y nosotros sabíamos
llevar el domingo en los hombros, como una prenda nueva.)
No volverás a aquello, ni hallarás ese patio cuadrado
con una fecha dibujada en piedras negras. Los países se encogen
como esa tía abuela que olía a alcanfor,
y los hierros de las capitales inundan esos claros espacios
donde tu corazón anclaba, como un canto rodado.

 

No sentirás
los pasos de tu padre midiendo las estancias

donde los retratos negreaban, como párpados muertos.

No volverás
¿Recuerdas ahora?
¿Ahora recuerdas?:

«Júrame que no dirás a nadie

que esa lechecita que tienen los mayores

entra al estómago, y después dicen que nace el hijo.

Como a la Asunción, ¿te acuerdas de su barriga?

No lo digas a nadie».

 

Y nosotros espiábamos, porque en el pórtico de esa casa
que olía a jazmines, las hermanas Cárdenas besaban,
y se hacían besar por los soldados.
Entonces los sudores repentinos desleían las sábanas de lino,
y yo había creído en los cuentos de la india desdentada
que vendía yerbas contra el mal de ojos, y cuando vi
esa mano huesuda en el terrado, bajo ese cielo rojo,
ella rió y lloró, cubriéndome de besos.
¡Oh, los sueños, los sueños que tomaban la forma de cestos de mimbre
donde un Niño Dios nadaba entre dos aguas!

Yo no conocía el mar

y todo era sólido al tacto, como aquella familia
que se había procreado entre cerros y estrellas

en tiempos tan lejanos como la lengua que hablaban los sirvientes.

Pedro Granados me cargaba conmovido:

Sus más jóvenes hijos eran muertos en un aluvión de piedra y lodo

y yo había oído que en ciertos días perdía la memoria.

 

Oh, y la hermosa caligrafía de tu madre, y sus manos que dibujaban

catedrales de barro cocido, y los prohibidos baúles de cuero,

donde los libros se agitaban como peces asustados.
De qué se llora, di de qué se llora

cuando se tiene padres sólidos, y la saliva invade la boca,
y se ha recibido una vieja cuchara de plata,
y se pasea, a la luz de la luna, por un bosque de cedros
conteniendo las ganas de orinar. De qué se llora entonces
cuando en las tardes de yodo hemos prendido velas
a los Santos Patronos, cuando nada ha caído, salvo, tal vez,
el nido de ese pájaro en un charco. De qué se llora
cuando los días se cierran como un aro y El Mundo
es una palabra que salta y produce escozor en nuestras lenguas?
Recuerdas, exiliado por tu brutal sonambulismo, recuerdas
las alcantarillas de tu ciudad que nutrieron al río de oro,
¿Recuerdas el abrevadero, junto a la alameda de los muertos
marcada con enormes piedras blancas como el llanto de un dios,
donde se encontraban los talismanes y los palos torcidos
que inundaban de majestad tu frente?
(Seres, nombres de seres.

Deslumbramiento de monos habladores bajo el cielo feriado,
tambores de piel de chivo alejando cosas y cosas de bronce
hacia las capitales escarlata, mientras mi madre,

partícipe de mi sueño, aguardaba por unas bellas frutas que yo había visto
en el mercado, al fondo, junto a las ollas pintadas.)
De este destino diré hoy que lo vi crecer
como el arco de yeso de la casa, cuando mi sombra huía
como una llama muerta. Y del llanto que pendió
de los dedos monótonos, digo que puede ser ternísimo
cuando se tiene una espada de lata
y las estrellas llegan a abrevar sus distancias
en la mirada parda.
Porque yo recuerdo

que tuve todo eso, y que vi reposar a un burro blanco
en el sol de Enero y que oí comentar a los mayores
las noticias de cierta lejana guerra. Y el movimiento del caballo
y ese rey perezoso me retuvieron horas y horas
en el perfume de la media mañana
esperando la brillante jugada de mi padre.

 

Nudo borromeo

Un hombre vaga durante numerosos años fuera de
su patria, estrechamente vigilado por Poseidón, y solo.
                                                                          Aristóteles
 

Y ahora remontas rué Vavin subiendo a Montparnasse
Hay un río que duerme otro que murmura
Aquí Clayton hablaba de Soutine
Los dorados temblores de Diana en el patio interior
El cuerpo multiplicado en millares de copias.
Y un presagio de tormenta en la escalera
Menos grave que en los años siguientes
Y ahora todo resbala hacia Lo Real
Había sido algo menos que una presencia
Definida con tenacidad
Al alba con las últimas luces de la fiesta
La materia de los dioses extraviada en un recuento
(precipitado
De tantos viajes tantos libros tantas mujeres
La sombra helada de un libro que te acecha
Mientras haces el amor en el bisel del espejo
Las claves sumergidas en un catálogo de signos
Te requiere por una vibración de encajes y deseos
Como el vaho sobre el cristal del automóvil
Londres un taxi palpitante a la puerta
Una confidencia cubierta por el timbre del teléfono
Forma insuficientemente percibida
A través de las celosías de la casa
Lo Gris duerme su rapacidad vela
Modo infinito en infinita parodia
Y ahora tratas de recordar un acto significativo
Que te hubiera matado
Para que hacia él converjan las líneas del poema
O el pavor de un sueño
Donde olvidas tus huellas en las cosas
Como si al crepúsculo tornaras la cabeza
Viendo unas rayas difusas en la perspectiva
Así cuando declina el viento de la noche
Hay tal vez una playa con casetas de vidrio
Y estudias el mecanismo de las olas
Sobre la barrera que planta tu memoria
Un dólar de plata por saberlo
El sentido de la experiencia debe encontrarse allí
Y yo debo entonces perseverar en el poema
El Otro que yo he sido el Otro que estoy siendo
Me debe ser designado en el poema
En una de sus líneas (tal vez, en ésta misma)
El insolente sol trepa al solsticio
Y se me hace saber que mi sombra se gasta
Y una imagen recurre (la de Marianne)
Como si el erotismo fuera capaz de definirme
Como si buscase definición
Deslizándome hacia el centro del poema
Donde hay silencio y quietas placas de hielo
Calles que no llevan nombre
Miedo de tocarlo y no tocarlo y atravesarlo sin  tocarlo
Como una sombra de palabras
Y hay líneas que se curvan sobre el horizonte
Otras sobre el crepúsculo
Y acodado a las estepas mayores
Buscas la conjunción de los sentidos
En una sola epifanía
La memoria como un espejo parabólico
Descoyuntado por infinitos puntos de fuga
Que recompone ahora una imagen de mujer
De actos presenciados en Mallorca
O en un pueblo belga que se llama Malone
Cuyo sentido (si alguno existe) resistiría a la
enumeración
De imágenes dispersas
De una noche en busca de rue Giordano Bruno
Al fondo del distrito XIV y bajo la nieve
O la de un lépero cagando sobre un puente en
Comayagüela
O de una noche caliente y desolada en Managua
Un Luna-Park en trozos
O caminando contra el viento a la entrada de Cerbère
Buscando un maldito camión
Y todavía
Atravesando un campo de lavanda en el Luberón
Con un vuelo de cuervos en el cielo cubierto
Fascinado por la estupidez
(Lo Real)
Y el amor que no sobrevive a Lo Real
Y poesía calla
Puedes trepar a un bus hacer le tour du monde
Hasta que tus desgracias se consuman
Y te llenes los ojos de países
Inexplicables como las mujeres
Sombras frutas remolinos
Conversaciones a orillas de un catre
Viajando hacia Entropía con un bolso de lona
Borracho (y agresivo) cada día
Dónde quedó el lugar de la emoción largamente
buscado
La voz (¿era una voz?) en los farallones de La Herradura
Sucio cobalto mar
Los versos aullados al viento
O la vigilia sobresaltada en un hotel de Ibiza
Y todo suspendido a esa enorme extrañeza
De estar aquí haciendo precisamente eso
Quizás en suma
La larga perplejidad
Que incita al mundo a ser lo que es
Nunca lejos ni cerca
Nunca Real
Y el viento que se caga en la noticia
Segando los sonidos
De pura insensatez has preferido una vida brillante
(¿Brillante?)
Peloteado entre psicoanalistas vagos guerrilleros
Artistas espléndidas mujeres pilares de bistró
Lectores de novelas policiales
Cambiando dos por una en el Marché d’Aligre
Dos Francis Rick contra un buen Ambler
Cuatro Carter Brown contra dos Stark
Una docena de Chase (siempre es lo mismo) contra
Lady in the Lake
O Red Harvest o La Reine des Pommes o Wincherly
Woman
La escena de las fresas la escena del pico de hielo
El torpe asesinato del marido
Y las manchas de sangre dulzona sobre el piso encerado
Un laberinto de enaguas y de manos
Cáchame cáchame
No tendremos mañana
Porque mañana no existe para nadie
Tú eres Tú porque yo no he querido
Y El Mundo (El Arcano XXI) te pertenece
No es sino un modo de pasar por El Diablo (VIII)
Errando entre las sillas al alba de la fiesta
Inmerso en una hecatombe de palabras
Un espejo te entrega lo idéntico y lo otro
Una puerta una noche
Si soy el que deseas y deseas a otro
Soy Otro
Y cuando te deseo no deseo ser otro
Librado a la madera de los sueños
No tendremos mañana
Como quien asume una pasión inconsecuente
Con la seguridad de ver borrarse los fantasmas
A la llegada del alba
Tú y Yo
Aturdidos huyendo por las alcantarillas
A La Paz (Baja California) o a Formentera
Cris el Sevillano en dos días dio la vuelta a la Isla
Jean-Marie se colgó en el fondo de un pozo
Frank cogió a martillazos a dos guardias civiles
Mi Reina Armada destruyendo los rangos de peones
Un triángulo de luz polvorienta en cada mano
Del 1 al 0 al 1
Y ahora Mi Reina es presa de la angustia
En un túnel como una tripa viva
Que se abre sobre una playa donde un hombre desnudo
(medita
El Amor y La Paz
California Dreamin’
Un sueño en jeans T-shirts
Playas tornasoladas soles anaranjados (Wesselmann)
La sombra de viejos automóviles traqueteando
Hacia un presente perpetuo
Une Ile entre le Ciel et l’Eau
O un lago azul e inmenso
El ágape que cura las heridas
Y el perezoso sol calentando mi cuerpo que no tiene
Orgullo ni deseo
Un paquete de vidas reventadas por presencia de Lo
Eterno
El Big-Bang repercute sus últimos ecos
Y la gente deriva hacia todos los suburbios del planeta
Vagando meditando gozando predicando
Rompiendo el delicado equilibrio entre Idea y Deseo
Un último sobresalto de Occidente
Antes del encadenamiento de las guerras
Las heladas estrellas se agrupan del lado de La Osa
Ella ha desaparecido
(Quién es Ella dónde está Ella)
No confundas tu soledad y la suya
Cuando tires las tres monedas por seis veces
SUNG
Esta línea muestra al sujeto vacilante frente a la disputa
Vuelve al estudio de los dictados celestes
Abate sus deseos agresivos
Reposa en la firmeza y corrección
Habrá buena fortuna
Abate tus deseos abátelos te digo
Así podrás acceder a la contemplación
Y el mundo rodará sin ti
Por una vez
Y verás gotear las estaciones
En un cielo Ile-de-France
Tendido en un camastro fascinado
Por una constelación de manchas de humedad
Las nubes dibujan carneros castillos
Una majada de fantasmas desciende el Huascarán
Trisca en torno de un ojo de agua
Pisoteando el diván del analista
Repita eso
(¿Eso?)
La memoria se posa sobre un campo de trigo
Y los caballos trotan en torno de la era
Encerrados en un domo dorado
Tu padre bebe chicha de jora
Y tú aloja fresca
Y más tarde la luna rondará sobre la Casa-Hacienda
Polvo de leche luz
Tus sábanas se prolongan en nevados
Repita eso
El poema graffiti sobre un largo monólogo
El tema del baúl el tema del poeta atormentado
Por la Sombra del Padre
Un calembour dudoso colgando de la manga
(Nunca tocará fondo porque es forma)
La hora de las visiones ha pasado
Quién sabe lo que sabe quien no sabe
Hay una teoría de círculos concéntricos
Puesta para evitar un encuentro frontal
Que ya tuvo lugar
Que apareció como un azahar en el verano
Calmando mis sentidos crispados en la espera
En el sous-bois las armas
Esparciendo un sonido metálico en el aire transparente
Lustros
Y a la mañana siguiente un trapecio de niebla
Sube al Medio del Cielo
El halcón malherido voltijea sobre el techo del mundo
Suspendido del verbo
Que se balancea como un fruto
Demorando en caer
Y te consumes fuera de la palabra
Que tal vez se alimenta a sí misma
En inflorescencia perpetua
Y así entorpeces la demostración
Empantanado en una noche sin fin
O detenido en un mediodía perfecto
Un bocado de viento en las colinas
Una ventana abierta en la plaza del pueblo
Que designa un imposible deseo
Y el tiempo el viento amargo
Huye entre tu camisa
Como un recuerdo agudo y olvidado
Así un día en el embarcadero de Santiago o Atitlán
O cierta vez en Uxmal
Indescifrable tu memoria ruinas
Fuera de tema borracho como un Lord
Contiguo a una galaxia burlona y superior
Más ebria que la noche bamboleante
Ceñida a tu cintura hincándote las uñas
Mientras circulan retazos de ciudades
Ramalazos de luces en el puerto
El esplendor vacante de tu cuerpo
Animal expulsado de la música
Más acá del Edén donde no hay luz ni noche
Sino incredulidad de cada gesto
Como quien sobrevive sin saberlo
Y hay un valle que cierra el horizonte
Un río que la brisa acerca
Y una mujer desnuda en la terraza
Tomando sol
Nada es real salvó Lo Real
Desdeñoso irascible parpadeante y sumiso
Eternamente anclado
Plantado frente al río que murmura
Que tu vida se despliega y se agota
En la incesante perfección de su diferencia
A causa de Entropía
Obedecida y pronto contradicha
Por una dimensión confusa y vegetal
Y el azar te convoca para jugar un rol de figurante
En el chalet de abajo
Y en un delirio de provisiones y de ropa limpia
Olorosa a lavanda
Viajaren tus, palabras
Y tus palabras viajan.

Sept. ’80.

 

 

 

 

Imitación de Propercio
(fragmento) 
 

I

Oh César, oh demiurgo,
tú que vives inmerso en el Poder, deja
que yo viva inmerso en la palabra.
¿Cantaré tu poder? ¿Haré mi SMO?
¿Proyectaré slides sobre la nuca de mis contemrporáneos?
Pero viene tu adjunto
sosteniendo que debo incorporarme al movimiento
si no, seré abolido por el movimiento.
No pasare a la Historia, a tu
Historia, oh César. 80 batallones
quemarán mis poemas, alegando que eran inútiles y
brutos.
No hay arreglo con la Historia Oficial.
Pero mis poemas serán leídos por infinitos grupos de
clochards
sous le Petit Pont
y me conducirán a los muslos de Azucena
pues su temporalidad será excesiva
cosa comunicante.
Sous le Petit Pont
hablando del Tiempo sin implicaciones políticas
corre el Sena, río de cerezas, río limpio,
y hacia las seis de la tarde las cosas se naturalizan
y no conseguirás oh César
que yo me sienta particularmente culpable
por los millones de gentes hambrientas.

II

Los imbéciles han renunciado al Poder: yo
me confieso imbécil.
Ese juego pragmático y salvaje
por el que bramo y huyo, cosa en la cual
he quemado la mitad de mi juventud
por aceptar Tu Realidad,
oh, César,
por decir mi bocado shakesperiano. Y así
es miserable el tiempo que se pasa sobre la tierra
suponiendo que no hay un infinito
y además
el mundo de que me sentía mediador
no existió jamás, y
no lo verán mis días.
Un puto inútil
según los expedientes de tu estado, Señor de Gran Poder,
un joven lúdico
nonsense.

Cantaré a la risa
y al ridículo: ésas son cosas ciertamente inmortales,
no tu poder, no tu barbarie, oh César.
Yo huyo, según tu entendimiento
arrojando latas de cerveza a América
vagando sous le Petit Pont
donde cantan los jóvenes melenudos
las más bellas romanzas de la época.

III

Oh César, van llegando tus panfletos:
“Si no te ocupas de política
la política se ocupará de ti”
puro chantaje.
¿Qué puede un centurión contra mis sonrisa?
¿Amenazado de muerte?
Y morirán mis reinos interiores, mis poemas, mi nombre
¿será excluido de las conversaciones?
Corriente.
Creerás que has ganado,
Oh César.
Eugenio Marchbanks sale, pero ellos nunca sabrán
cuál era su secreto.

 

 

 

Los huesos de mi padre

 

Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?

Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,

sus falangetas, su astrágalo,

su vómer, sus clavículas?

No se habrán confundido

en la Fosa Común

con los de un vagabundo

de esos que abundan en las calles de Lima,

y mueren sin un grito?  Cómo voy a confiar

en que sean éstos los huesos de mi querido padre,

don Octavio, Tachito,

si en la Fosa Común donde lo echaron

puede ocurrirle cualquier cosa

a los huesos de uno?

Su hermano, tío Reynaldo había jurado

encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie

durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,

que se había perdido en la ciudad,

como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos.

Todos los días salía, después del desayuno,

a buscar al hermano mayor,

a aquel poeta provinciano,

talentoso, desgraciado y perdido

por los barrios de Lima. Llevaba

una vieja foto de mi padre, amarillenta,

donde aparecía con su pelo ya blanco,

sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas

labradas por años de inútiles batallas

contra lo que él llamaba su destino adverso

cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,

dispuesto a enrostrarle a un Dios

en el que no creía,

sus continuos fracasos.

La boca grande, elocuente.

La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo,

a rayitas. Esa imagen debió corresponder

a una época feliz, tal vez la de Huaraz,

cuando estábamos todos juntos, mi hermana

mi madre y yo, mucho antes

del divorcio.

Reynaldo la mostraba

a la gente, los interrogaba venciendo

su enorme timidez: «¿Ha visto a este hombre?»

indesmayablemente a pie,

tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida,

raso, humilde, cumplido,

indagando en los parques, en los hospitales,

en las estaciones de autobús,

en los mercados,

pues quería encontrarlo,

esa era la misión que se había impuesto

antes que la muerte se lo lleve.

Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo

de un cáncer al estómago,

sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo,

y no fue sino mucho más tarde que mi hermana

al fin encontró a mi padre

en una Fosa Común del cementerio de Miraflores

donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar

porque nadie había reclamado su cadáver.

La muerte

que con callado pie todo lo iguala

lo había sorprendido en un asilo municipal

donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima

y había muerto, enloquecido y solo,

él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor

que había nacido en cuna de oro.

Siempre pensé que moriría rodeado

como Maese Manrique

de sus hijos, hermanos y criados

reconciliado con su terco destino

y cesaría la angustia

la loca angustia que desorbitaba sus ojos

porque no quería morir como un fracasado

y su muerte le cerraría para siempre

las puertas de La Gloria.

No reposó un instante en vida

acechando a la suerte en todos los caminos,

en todos los concursos,

esperando un cambio del destino

un premio, algo definitivo

que sacase su nombre del anonimato

y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,

si no con la publicación de sus poemas

que eran profundamente hermosos

y cada día más bellos

cuanto más desgraciada era su vida.

Se sentía en deuda

con nosotros sus hijos,

y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban

hasta hacerlo sangrar

como un patriarca loco que ha perdido

el paraíso inadvertidamente

por una mala mano en el tresillo

un mal consejo, o una debilidad de temple

inconfesable.

Entonces quería estar solo, huía

de la familia, se confundía

en Lima entre los vagabundos, le aterraba

y le atraía como un destino escrito

la mendicidad al final del camino. No aceptaba

el rol que todos querían para él:

el del abuelo sabio y respetado

que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió

seguir en la batalla hasta el final,

irse a la calle

esperando un milagro.

Sus despojos

fueron a dar a la Fosa Común,

hasta que el proceso

de putrefacción termine, en cosa de tres años

y sus huesos, mondos, nos fueron entregados

en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria.

Ahora reposan en el Cementerio el Ángel

en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos

a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno.

La muerte, piadosamente,

ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,

y sus nombres han vuelto a aproximarse

en el silencio de este Camposanto

como cuando se vieron por primera vez

y se amaron.

En ocasiones

mi hermana y yo llevamos flores,

a un sepulcro y el otro,

y todavía sufrimos por su amor desgraciado,

que sin embargo dio maravillosos frutos.

 

 

 

Con una camioneta llena de chicos soñolientos…

 

Con una camioneta llena de chicos soñolientos

Regresamos a Lima la tarde del Domingo

Cuando la luz declina y en retrovisor

Se desdibujan pueblos polvorientos

Encallados como paquebotes en el desierto humeante

Y de pronto avistamos el mar enrojecido

Mis hijos se despiertan balbucientes, nos tocan sus manitas temblorosas

Y la felicidad, salvajemente, nos roza con sus alas

 

Dó están ahora, amigo mío,

Los crepúsculos metafísicamente atormentados de París

Dó mi psicoanalista

Que hurgaba con un palito mis llagas purulentas

Hasta hacerlas sangrar rojos fantasmas

Dó las mujeres espléndidas y locas

Que apasionadamente disputaban

Mis despojos de poeta perdido entre dos siglos

Desamparado y cínico

 

Se han hundido en la bruma de los días

Las ocasiones desaprovechadas

Los viajes minuciosamente desolados

Los poemas que no fueron escritos

Las reconciliaciones perdidas para siempre

Las ambiciones que no fueron colmadas

Los hijos abortados sin un grito

 

El pasado me asalta sin un ruido

Desde el fondo del Misterio Inmenso e Insondable

Y sin melancolía se queda atrás tirado

Entre dos luces de la carretera

Que avanza sin detenerse

Así como crecen mis hijos implacablemente

Y mi vida se llena de sentido

Mientras regreso a Lima la tarde del Domingo

Con un puñado de niños soñolientos,

Quemados por el sol, sucios de arena,

Con huellas de divinidad en las narices…

 

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