Una novela disidente sobre la violencia política en el Perú

 

Por César Ángeles Loayza*

Crédito de foto (izq.) Ed. Apogeo /

(der.) archivo de la autora 

 

 

Una novela disidente sobre

la violencia política en el Perú

 

 

Treinta años después, la guerra, al menos en su aspecto militar,

había concluido. Sin embargo, aún tras la caída de Alberto Fujimori,

se mantenía esta con más ferocidad, en el terreno de la memoria,

de los símbolos y representaciones, en el campo jurídico y el mediático

(del Epílogo en la novela Danza entre cenizas, de Fabiola Pinel, 2022: p. 257)

 

Danza entre cenizas (2022), de Fabiola Pinel (Lima, 1973), es su primera incursión en el campo de la literatura: activista y bailarina de profesión, ejerce la docencia de danza en Francia donde radica desde hace veinte años[1]. A decir verdad, es un insoslayable aporte a la vez que una suerte de disidencia en nuestra propia tradición narrativa contemporánea, así como en la recreación artística y literaria sobre el amplio y complejo periodo de la guerra interna (violencia política, conflicto armado interno, o como se decida denominar dicho periodo) ocurrida en el Perú entre los años ochenta y noventa[2]. Un cúmulo de sentimientos encontrados se entremezclan entre las acciones y personajes de esta novela, que viene dando que hablar sobre todo en algunos espacios virtuales.

El argumento central aborda los cambios acontecidos en el personaje principal, Clara Taype, entre fines de los 80 y principios de los 90, y que la van introduciendo cada vez más consciente y políticamente en su época a partir de lo ocurrido con Abel, su hermano mayor y estudiante de una universidad pública, quien es detenido acusado de pertenecer al PCP-Sendero Luminoso (una de las dos organizaciones alzadas en armas aquellos años). Las acciones se desenvuelven entre la pasión rebelde, la mística revolucionaria, la esperanza del cambio (sobre todo entre la juventud universitaria), hasta hacernos incursionar vívidamente en la guerra misma: sus avatares y quizás inevitables desembocaduras bélicas, entre lo que se denomina las ‘acciones terroristas’ (por parte del PCP-SL y el MRTA) y ‘la guerra sucia’ (desatada por las fuerzas represivas del Estado peruano). Así, se nos hace testigos de múltiples entrecruzamientos entre disímiles lealtades, traiciones y también alusiones a otros personajes significativos del periodo (como Ma. Elena Moyano, el estudiante Ernesto Castillo Páez, “un tal Beto Ruiz”: alter ego del comunicador y pederasta Beto Ortiz, y por supuesto Alan García y Fujimori con sus respectivas matanzas de los penales en plena guerra sucia), además de un inesperado recodo final con internado (o, más bien, reclusorio) de monjas incluido.

Sin entrar en muchos detalles, es clave señalar que esta obra tiene diversos valores que la destacan de otros intentos narrativos en el país en torno a la temática que nos ocupa. Un primer aporte es centrar dicho controversial asunto y experiencia de guerra en el ya referido personaje femenino, Clara, quien además es una adolescente; con lo que Pinel afronta dos retos adicionales bastante actuales: el género y la adolescencia de la mujer, como terrenos de violencias y consecuentes batallas en un marco social dominante aún excluyente, patriarcal y abusivo[3]. Al mismo tiempo, el lenguaje de la obra fluye como río de sucesos, sin densidades ni innecesarias complicaciones o alardes retóricos: un lenguaje sobre todo  juvenil, espontáneo-coloquial, inclusive manejando la jerga de aquella época del relato; y pienso que fue así planteado para también representar verbalmente el imaginario de la joven protagonista y su amiga, la aún más joven militante senderista Ñantika, sobre quienes recae el peso de los 11 capítulos (con títulos elocuentes) y sus 265 páginas.

 

La escritora Fabiola Pinel

 

Dicha opción y características lingüísticas, además, vuelven asequible el libro para un público más amplio, e inclusive permite vislumbrar la posibilidad de ser llevado a un guion cinematográfico o teatral, por ejemplo (algo no ajeno a las intenciones y deseos de la autora, según propias declaraciones periodísticas); a lo que contribuyen el ritmo ágil, los múltiples diálogos, la concatenación entre sus diversos planos, donde discurren las características y acciones diversas de sus personajes.

En este sentido, hay una suerte de orquestación narrativa que, mimetizándose no pocas veces con el lenguaje testimonial, recrea la vida de dos adolescentes en disímiles espacios como la familia, la universidad nacional (San Marcos), los barrios populares limensis, la escena subte de los 80, la carcelería y el ámbito de los detenidos por su accionar político (o político-militar) contra el Estado y su correlativo ordenamiento social. De este modo, al mismo tiempo que en la novela de Fabiola Pinel se entretejen los planos personales-sociales-políticos (como acontece en la propia realidad), va cobrando forma un sostenido ritmo de aventura, individual y colectiva, entre bombardas, apagones, acciones represivas, la clandestinidad, detenciones, torturas y asesinatos; todo lo cual mueve a evocar otras obras de la tradición literaria local y universal, donde el ritmo de la guerra marca el desenvolvimiento y las voces de sus personajes. La propia autora es consciente de lo dicho, explicándolo del siguiente modo:

En general, al ser una novela sobre guerrilla urbana, el tiempo es acelerado. Todo pasa muy rápido casi como un torbellino ‘o una ráfaga de metralla’ como grafica Iván Blas [autor del Prólogo]. Tiempos en donde la vida y la muerte están muy juntas la una del otro. Y eso lo saben y lo sienten los que participan en ella, lo que llaman en la novela «llevar la vida en la punta de los dedos» o el «vivir intensamente» (Pinel 2023).

 

A la vez, es importante resaltar ―más aún en estos nublados tiempos de fácil terrukeo y acusaciones arbitrarias contra los movimientos y las masivas protestas sociales en curso― que, aunque se abordan circunstancias debatibles entre sus páginas, se transparenta y mantiene una voluntad narrativa de objetividad en relación con aquellos años beligerantes de los 80-90: sin mitificaciones, y también sin las usuales (mediáticas) caricaturizaciones sobre dicho periodo y sus protagonistas. Es decir, la narración, aunque políticamente situada, permite que las acciones en la novela hablen por sí solas para que cada quien, durante la lectura atenta, extraiga sus propias conclusiones[4].

Otro aporte es que la trama ubica su foco principal desde la perspectiva de los propios sujetos implicados en la guerra senderista, a manera de un mural que de este modo viabiliza otros ángulos no reelaborados literariamente sobre dicho periodo, coadyuvando a crear aquel mencionado efecto narrativo-testimonial que no es usual en esta veta literaria sobre la violencia política[5]. Lo que nos conecta con el sentido principal de esta propuesta novelesca: no deslizarse hacia la fácil condena ni acusaciones esquemáticas y monocordes.

 

 

Por el contrario, al expresar narrativamente otros lados más bien humanos, las propias contradicciones mundanas de los disimiles personajes que dan vida al argumento, esta novela de Pinel es como una suerte de disidencia y una rara avis en la referida línea de recrear aquel periodo de guerra; lo que permite emparentarla con otras obras afines como, por ejemplo, la bella y conmovedora Retablo, de Julián Pérez.

Asimismo, desde el título, también evoca la más reciente novela del destacado escritor Juan Morillo (ex miembro del emblemático grupo Narración, y uno de sus últimos autores que quedan entre nosotros, junto con Roberto Reyes), Cenizas en el cielo, donde también se aborda aquella conflagración interna, aunque vinculándola con otros espacios como, por ejemplo, la China post Mao en los años 70 y, particularmente, los sucesos de Tiananmen en 1989.

Es así que, de modo semejante a otras obras que en arte o literatura han abordado con dicha actitud de objetividad básica hechos bélicos, dentro y fuera del Perú, la memoria se constituye como un valor adicional; más aún en tiempos estos cuando el poder del capitalismo & sus aliados de todo pelaje refuerzan la amnesia política y vivencial en las generaciones más jóvenes, inyectándoles fútbol dolarizado a mansalva, televisión basura por doquier, y prensa chicha, banal y venal, entre otras artimañas mediáticas que, cuándo no, repercuten y resuenan en la formación educativa en todos sus niveles[6].

 

La escritora Fabiola Pinel

 

Algo más que conviene no pasar por alto, en la propuesta escritural de Pinel, es que al abordar la militancia senderista centrándose en la historia de adolescentes escolares, como Clara y Ñantika, entre otros personajes, recrea su común proceso de politización que no parte de lecturas sesudas ni siquiera de iniciales convicciones férreas, sino de su propia cotidianeidad personal y colectiva en entornos marginales y excluidos del poder. Julio Roldan lo ha remarcado así:

A la distancia de 2 décadas, Clara cavila y comprende que [ella y Ñantika] son hijas de su tiempo. A la vez, reafirma que ambas asumieron, conscientemente, el compromiso histórico de transformar radicalmente la sociedad peruana. […] Muchas páginas después, en alguna forma dando respuesta a la pregunta formulada en el párrafo citado y reiterando el compromiso asumido con el pueblo que les brindó todo, afirma: ‘Cuando has conocido la generosidad de la gente pobre, que te da un vaso de agua o comparte lo poco de comida que puede darte, no puedes traicionarlos.’ (Pinel, 2022: 243) Ñantika y Clara, como miles de mujeres y hombres, en los tiempos de la guerra interna en el Perú, libremente se integraron a las filas de los compañeros para materializar el anhelo de hacer la revolución en el país. Lo hicieron por un profundo sentimiento hacia ‘esas masas menesterosas’ a quienes ‘no puedes traicionar’. Compromiso humano que fue acompañado por un alto sentido de convicción ideológico-política (Roldán 2023: p. 275).

 

En su citado artículo, Dynnik Asencios también incide en este aspecto del siguiente modo:

Fabiola Pinel no solo marca una nueva forma de relatar una época […], sino que, además, a través de su exploración del conflicto armado interno, rompe con los estereotipos arraigados sobre los sujetos implicados en dicha época de violencia. […]  De esta manera, Danza entre cenizas nos brinda una oportunidad única de ampliar nuestra comprensión y apreciación de la complejidad humana en tiempos de crisis y conflagración social (p.242).

 

Hay mucho más que decir acerca del primer opus de Fabiola Pinel, como por ejemplo el amor y los romances juveniles (que suelen soslayarse al tratar este periodo de estallidos y humaredas) que surgen inevitables, o también el humor que se entremezcla con el drama o la tragedia entre sus diversas escenas ―algunas de suma crudeza, bastante vivenciales―; pero es preferible dejarlo aquí para que cada quien se acerque a leerla, sentirla, recrearla, y que extraiga sus propias conclusiones. Así se contribuirá, sin duda, a difundir un libro que -era de suponer en nuestro neovirreinato local- ha merecido casi nula atención de la crítica canónica (periodística y académica), con algunas pocas excepciones.

En el breve Prólogo, de Iván Blas Hervia, leemos algo significativo sobre esta obra y la realidad que aborda: “Danza entre cenizas es un cuaderno de guerra, el relato de un borde de la trinchera urbana senderista en Lima, que narra con verosimilitud una parte del mecanismo de la lucha armada (1980-2000). Y que también da cuenta de los métodos ilegales empleados por el Estado para enfrentar la insurrección, incluida la venganza y el estigma, después del fin de los acontecimientos […]. La elocuencia radiográfica del relato devela bien la textura social de un país incierto, desolado, a la deriva”.

 

La escritora Fabiola Pinel

 

A manera de conclusión, interroguemos al vuelo el título de esta novela: ¿qué simbolizan las cenizas?, ¿qué es danzar entre ellas? Acaso la antigua dialéctica entre la muerte y la vida en todas sus formas personales e históricas. Por otro lado, su desenlace final expresa cierta desesperanza o desencanto en relación con el continuo proyecto de transformación social; algo que, aunque sea previsible y entendible, luego de todo lo vivido y novelado, no compartimos; entre otras razones, porque las condiciones de injusticia, abusos desde el poder y sublevante impunidad perduran en pleno siglo XXI. Todo lo cual más bien incita a continuar esta senda memorioso-narrativa, donde el libro de Fabiola Pinel es sin duda un hito disidente y elocuente. Así podrán aportarse, sin duda, otras perspectivas complementarias sobre los sucesos referidos en relación a esta obra que bien vale leer y dialogar allí donde sea posible, enriquecedor y pertinente.

God save the Queen. Salvo el poder (de la palabra) todo es ilusión.

 

 

 

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[1] Cruzando libremente otras referencias, debo confesar que el título de esta novela me evocó el caso de la bailarina Maritza Garrido-Lecca, quien fue detenida en 1992 acusada de pertenecer a la dirigencia senderista luego de ser capturada en la casa que albergaba a Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre, máximos dirigentes de dicha organización. Dicha joven bailarina de danza moderna fue y es, sin duda, un referente mediático (en buena cuenta, por su privilegiada procedencia social) de aquel periodo de guerra interna. Sin embargo, la novela de Pinel presenta otra historia, y sus personajes son más bien del ámbito popular e inclusive marginal. Aun así, el caso de aquella bailarina fue el de un linchamiento mediático que no cesó ni siquiera durante el día de su liberación, en septiembre 2017, al haber cumplido su larga sentencia de 25 años: otro símbolo vivo y actual de cómo en el Perú republicano y católico se practica, impunemente, la muerte civil sobre quienes hayan osado antagonizar (de forma extrema o no) con el Estado.

[2] En su artículo “Un retrato íntimo del conflicto armado interno”, Dynnik Asencios aporta el siguiente recuento: “En el presente siglo, numerosas novelas de ficción han abordado el tema del conflicto armado interno. […] Autores como Santiago Roncagliolo con Abril rojo (2006), Martín Roldan con Generación coche bomba (2007), José de Piérola con El camino de regreso (2007), Iván Thays con Un lugar llamado Oreja de Perro (2008), Carlos Enrique Freyre con Desde el valle de las esmeraldas (2009), Alina Gadea con Otra vida para Doris Kaplan, Miguel Arribasplata con La niña de nuestros ojos (2010), Claudia Salazar con La sangre de la aurora (2013), Harol Gastelu con Viaje al corazón de la  guerra (2013), Gálvez Olaechea con Con la palabra desarmada. Ensayos sobre el (pos)conflicto (2015), Oscar Gilvonio con De la ternura y la guerra, y Manuel Marcazzolo con Desde la Memoria (2022), entre otros” (p. 237). Una aproximación sobre esta temática, en relación con el teatro peruano, está en mi comentario sobre La cautiva, del dramaturgo Luis Alberto León y que se estrenó en Lima el 2014 bajo la dirección de Chela De Ferrari. 

[3] Al respecto, diferentes investigaciones señalan el papel central que tuvo la mujer en el PCP-SL, en los tres niveles de su organización: política, militar y el frente: algo inusual en otros movimientos y agrupaciones de izquierda, no solo en el Perú, sino en otras partes de América Latina y el mundo; así como también fue una marca de excepción suya la mayoritaria procedencia andina de su militancia, lo que permitió en muchos casos su comunicación directa en lenguas autóctonas como el quechua, por ejemplo. En relación con el específico asunto de la problemática de la mujer y vinculado con la trama de la novela de Fabiola Pinel, cito un fragmento del comentario de Silvia Postigo: “Clara y Ñantika se reconocieron mujeres a través de su militancia compartida. Ambas son dos voces protagónicas de la novela limeña, novela nacional, porque no se cuenta con una imagen viva/activa en primera persona del conflicto armado en la novela con voz de mujer. En el Perú lo que sí tenemos es el discurso testimonial de muchas mujeres, tenemos poesía, cuentos, pero hasta el momento la novela sobre el conflicto armado que se ha abordado desde la perspectiva de una mujer, se ha dado bajo una mirada de víctima, madre, hija, hermana que no participa directamente, pero que sufre los efectos del conflicto: sin duda, voces representativas. Muestra de ello tenemos los cuentos de Pilar Dughi, las novelas de Karina Pacheco y Laura Riesco”.

[4] La propia autora ha denunciado pública y directamente aquel fenómeno político-social del “terrukeo”, que no solo ha servido para simplificar la visión sobre el periodo histórico que abordamos, sino inclusive para criminalizar la justa protesta social en todas sus formas y no solo en el Perú actual. Recomiendo leer su informe “Danza entre cenizas. La cara oculta del conflicto armado en el Perú (1980-2000)”, donde además se explaya sobre la génesis y múltiples significados de su libro.

[5] En línea con lo afirmado, Julio Roldán, sociólogo y filósofo peruano radicado en Alemania, sostiene en su detallado y recomendable artículo “Hijas de su tiempo” que Danza entre cenizas corresponde al género de novela histórica: “En este tipo de novelas históricas, se encuentra información, muchas veces más valiosa que la que brindan los historiadores, que sirve para interpretar los hechos sociales, las acciones políticas, las expresiones culturales, al interior de la sociedad. […] Este tipo de novelas tienen 2 características. La realidad, primero, y el tiempo, después. En otras palabras, los datos fundamentales, con los cuales se encandila el encaje fantástico, existió. Estos hechos, normalmente, necesitan, si no un tiempo largo, un tiempo medio para ser recreados literariamente. La realidad y el tiempo brindan al escritor, en este caso a la escritora, las bases y la distancia requerida para encausar emociones y sustentar razones (Roldán, en Navegando entre la filosofía y la política. Alemania, 2023: pp. 263-264). A lo dicho, añado y promuevo la lectura de otras dos novelas que, con disímiles temáticas y poéticas, también ilustran en nuestra tradición literaria contemporánea lo que argumenta Roldán sobre la novela histórica: La violencia del tiempo, de Miguel Gutiérrez, y Los eunucos de la guerra, de Oswaldo Reynoso.

[6] Parafraseemos lo señalado con palabras extraídas de la propia novela que venimos comentando: “Las cenizas de la guerra, esparcidas en la sociedad peruana, impregnaban a todos los que de alguna manera se quemaron en la contienda. Del lado de los vencidos, ¡vae victis!; del lado de los vencedores, ellos tuvieron el tiempo y los recursos para maquillar sus manchas y fabricar una historia binaria donde ellos eran los buenos, los ‘héroes’; los otros eran los malos, el enemigo, el no humano, el terruco, el sin derechos.” (p. 257).

 

 

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