Sobre «El veneno del manto» (2025), de Enzo Amarillo

 

Por Ana Arzoumanian*

Crédito de la foto (izq.) el autor /

(der.) El Desenfreno Eds.

 

 

Sobre El veneno del manto (2025),

de Enzo Amarillo

 

 

Un poema es el detalle de una voz, pero cuando esa voz horada, también habla de un tiempo. El poema de Enzo Amarillo se puede leer como alegoría del trayecto de un cuerpo en el desamparo de este siglo.

Un padre ebrio. Un padre desnudo. Un hijo. Un hijo ve a un padre desnudo, su padre. Dicen que ver, en términos bíblicos, es penetrar. Un hijo accede al cuerpo desnudo del padre ebrio. Sale de la tienda con el fin de avisar a sus hermanos de la condición del padre. Llegan los hermanos, Sem y Jafet, entran al entoldado espacio del padre, pero lo hacen de espaldas. Los hermanos cubren con un manto al padre. Lo cubren sin verlo, lo hacen de espaldas.

Cuando el padre despierta, azorado por la acción de su hijo menor, Cam, maldice a su progenie. Que sea esclavo de los esclavos de sus otros hijos. Toda la tierra fue poblada por los descendientes de estos tres hermanos, los hijos de Noé. Unos malditos, otros bendecidos.

Ver podría aludir a un acto sexual inapropiado, ya que en Levítico “cubrir y ver la desnudez” se emplean para describir la relación sexual. Otros sostienen que ver la desnudez significaría acostarse con la esposa del padre. En todo caso, tendríamos que pensar en Oriente.

El problema no consistía en ver, sino en contar. En deshonrar al padre.

Génesis 9:18 aparece inmediatamente después de que Dios cumpliera su promesa de no volver a destruir toda la vida con un diluvio.

Relato fundacional, relato de la fraternidad y de construcción de un pueblo. El Occidente Moderno retoma esta escena, edifica sus estándares políticos sobre unos hermanos a condición de matar al padre. Claramente Sade describe el crimen como origen revelando en el centro del pensamiento occidental la oscuridad que lo funda. El ultraje de lo inconcebible.

Ahora retuece la noche. Se apodera de su néctar. Expande su lujuria por el antro. En el viaje de un día de Enzo Amarillo.

 

El poeta Enzo Amarillo

 

No es el trayecto del Stephen Dedalus joyceano, esa narración de una jornada entera en la Dublín eduardiana buscando el significado de una vida. Ni el recorrido personal del héroe quien, luego de atravesar diversas vicisitudes, consolida su subjetividad en el regreso. Ni las estaciones de una pasión en ese camino, también de un día, de la vía dolorosa. El acto de piedad, el camino de la oración de las catorce imágenes de la pasión que culminan en muerte y que determina el cambio de nombre o mejor, el advenimiento de otro nombre por ser ungido.

El derrotero en El veneno del manto se refiere a un acontecimiento abortado. Una larga noche atravesada por espasmos de aquel cataclismo que es el cuerpo. En torbellinos, una aglomeración dislocada, ese ovillo de miembros que se acoplan a cuyo espectáculo el yo poético tiene la impresión de estar asistiendo.

“…Y ella escapa…Llena de nudos… Dice que el derroche la vuelve fuerte… Que no importa si de este viaje no regresa”.

Ni una sola forma está intacta, ni un solo cuerpo deja de parecernos como salido de una reciente matanza, escribe Artaud en su Viaje al país de los tarahumara. El poeta francés compone “El rito del peyote” en Rodez, como un esfuerzo, dice, de volver a sí mismo después de siete años de alejamiento.

Contar. “Se trata de un envenenado de fecha reciente, secuestrado y traumatizado, que cuenta”, agrega Antonin. “Lo que equivale a decir que el texto no puede no ser balbuceante.” Asegura que el relato se escribió en el estado mental del convertido.

Contar. Como lo hizo Cam cuando vio a su padre desnudo.

“Nada devuelve. Una novela donde recuperar la fe. Prefiere su plan sola. Aliarse con el sonido”. Enzo Amarillo detalla en una sintaxis rota el circuito del desecho, el itinerario de la abyección. “Es como el esqueleto de delante que vuelve del rito sombrío, la noche que anda sobre la noche” relata Artaud que le dijeron los tarahumara. Y aquí se ubica la diferencia radical entre el manto narcótico del poeta francés y el veneno de Amarillo.

En el país de lo tarahumara acontece una oscuridad hipnótica, barbitúrica; pero hay sacerdotes y danzas. Los sacerdotes se comportan como poceros, como trabajadores de las tinieblas. Toda la vida de los chamanes gira en torno al rito erótico del peyote, y la raíz de la planta es hermafrodita. En esas ceremonias reside todo el secreto náhuatl. Una melodía de remordimiento, de contrición religiosa, llamada secreta, de fuerzas oscuras. Un frenesí que dura toda la noche, desde el instante en que el sol se pone hasta la aurora. Y allí está el poseso, comprimido dentro de su propio cielo, huyendo, girando, entrechocándose y hundiéndose frenéticamente bajo un principio magnético y alquímico.

Pero Dios, dicen los ritos indígenas, desaparece automáticamente, cuando se lo toca demasiado.

Demasiado. “La dejó en un bosque repleto de animales en guerra…. Ahora vende. Su veneno a un par de sobrios. Narcótica. Lanza garabatos. Deja que el contrato falle. Sabe endulzar y herir con el mismo veneno”.

Del manto sólo queda lo ponzoñoso, lo virulento, el daño. Ninguna liturgia, el sujeto del poema, él o ella, entra solo: sin danzas, sin pastores, sin padres (“Escucha desde adentro lo que el mundo no piensa darle”). Y como no hay padre, ese manto que pudo haber construido fraternidad, quiero decir, un hogar común, tanto bendecido como maldito, tanto desde la mirada del pueblo mítico como del pueblo constituido según la ley. Digo, sin padre, sin pastor ni danza, el manto no tiene a quién cubrir.

“Le dicen prostituta. Le dicen sobredosis. Le dicen extranjera asaltada. Ella está ahí. Fiel a su derrumbe. A su cruz”.

 

 

La autoridad del pueblo nació en una nación que se sacudió el yugo monárquico sosteniéndose en el crimen. El vínculo oculto que une razón y delito está en el centro del texto sadiano. Y hay un eco de esa concepción en el poema. El aislamiento en los versos de Amarillo exhibe a un ser sin prójimo. Así, me aventuro a una lectura política del libro. Esa desritualización, sea por la vía de lo sagrado o por el ámbito de lo legal, coloca al sujeto en una escena de sideración y estremecimiento.

“Algunos piden. Que enjuague su crimen. Que oculte la mancha… Dice que es una prófuga. Que hace casa donde lo nunca sucede”.

Cuenta la leyenda que San Martín de Tours al ver a un mendigo transido de frío, corta su abrigo (¿su manto?) y lo viste. Pero quizás, más allá del vestido, argumenta Lacan, aquella persona mendigaba otra cosa: que San Martín lo matara o lo cogiera. Martín de Tours auxilia. Acercarse a una crueldad. El punto de fuga no hacia una experiencia trágica, sino hacia la risa.

“Solo una luz blanca insoportable… Está atada. Le inquieta. Esta mordaza sobre su furia… Se resigna. Ríe poseída. Planea entre dientes su próxima fuga”.

El significado estético de la risa, el preciso instante en que el sujeto liberado de la preocupación por su conservación empieza a tratarse a sí mismo como un espectáculo. La risa, incompatible con la emoción, es una anestesia momentánea del corazón. Y es en ese gesto antisentimental donde ella sostiene eso que Amarillo escribe en los primeros versos “Ella es criada en la picardía. Voyeur de su propio show. Convence a cada espectador sin desnudarle su enigma”.

Manto era el nombre de la hija de Tiresias. Derramó tantas lágrimas por estar alejada de su tierra, que su llanto formó una fuente cuyas aguas daban a quien las tomara el don de la profecía pero, al mismo tiempo, le acortaban la vida.

“Un día el manto cayó y todo se alumbró en su propia sombra… Escuchar cómo los huesos anuncian su cansancio, dejan al sol nuestra verdad cuando termina la andanza2.

 

 

3 poemas de El veneno del manto (2025),

de Enzo Amarillo

 

 

2.

Suena lo preferido. El punto justo donde el sábado exprime su jugo. Alguien detiene. La mirada sobre su escote. Ella sabe que el hambriento rueda siempre cuesta abajo. No mira ni asiente. No obsequia un gesto. Sigue esperando. La noche hace su trabajo cuando creemos olvidarla. Revela su acecho y embruja. Nos obliga a morder. A beber de su deseo vuelto licor.

 

El poeta Enzo Amarillo

 

5.

Baila como alquitrán. Suave pero espeso. Anuncia. Su presencia siempre a punto de hervir. ¿Qué dejará entrever su salvajismo? ¿Su rouge apenas corrido? ¿Sus ojeras al descubierto y arqueadas como derrotas?

 

 

 

18.

Rompe el himen de la noche. El secreto que guarda. Se enchastra. Derrama su inocencia por la lengua de una hiena. Por qué temer. Es divina esta peste. Este basural codiciado. Algunos Piden. Que enjuague su crimen. Que oculte la mancha. Ella los aparta. Es un estorbo en su disparo. ¿Quietud o travesura? Ella apuesta a perder. Las coordenadas. El último hilo. A presenciar la renuncia del santo.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires – Argentina, 1962). Poeta, narradora, ensayista, crítica literaria y teatral, traductora y abogada. Magíster en Psicoanálisis por la Escuela de Orientación Lacaniana de Buenos Aires. Se ha desempeñado como asesora en el Ministerio de Justicia de Argentina y docente de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Buenos Aires de la Universidad del Salvador. Actualmente, es catedrática del posgrado internacional de Escrituras Creativas en la facultad latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ha publicado en poesía: Labios (1993), Debajo de la piedra (1998), El aAhogadero (2002), Cuando todo acaba todo acabará (2008) y Káukasos (2011); en narrativa La mujer de ellos (2001), La granada (2003), Mía (2004), Juana I (2006), Mar Negro (2012) y La Jesenká (2019); en traducción: Sade y la escritura de la orgía. Poder y parodia en historia de Juliette de Lucienne Frappier-Mazur (2006), Lo largo y lo corto del verso holocausto de Susan Gubar (2007), cotraducción junto a Alice Ter Ghevondian Un idioma también es un incendio. 20 poetas de Armenia (2013) y El alambre no se percibía entre la hierba. Relatos sobre la guerra de Karabagh (2015, de los escritores armenios Levón Khecohyan y Hovhannés Yeranyan, traducción conjunta con Alice Ter Ghevondian); y en ensayo: La Universidad Posmoderna (1994), El depósito humano. Una geografía de la desaparición (2010) y Hacer violencia. El régimen insurrecto en el arte. Sobre arte y genocidio (2014).

 

 

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