Por Mariella Nigro*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Yaugurú /
(der.) archivo de la autora
Ser árbol. Y escribir tormentas.
Una lectura de La extensión de un deseo (2024),
de Carolina Zamudio**
Yo creo en la verdad de los poetas que ya son árboles.
Aquí, yo y estos textos. Corrijo, intercalo tormentas en las líneas.
Carolina Zamudio
Este nuevo libro de Carolina Zamudio explicita una escritura del yo que supera la mera autorreferencia y lo confesional para registrar una auténtica experiencia poética, al instrumentar su discurso con todos los insumos que provee la escritura literaria: desde la memoria a la autoficción, desde el flujo de conciencia y la ensoñación a la reflexión filosófica y la autopoética. “Todo, absolutamente todo, fue ya escrito. Queda, solo el cómo.”(XXIII)[*], admite la poeta. Y así, asumiendo la mixtura de géneros literarios (posiblemente voluntaria: “¿Cómo escribir erosionando los límites de ficción y realidad?”(VIII), sobre este conjunto de prosas poéticas planea su pensamiento con un cariz argumentativo y una técnica narrativa de monólogo interior (por momentos, de flujo de conciencia, al que alude en el texto V). De esa forma, aun expresando libremente los pensamientos más íntimos, el discurso es ordenado y elaborado por la retórica poética puesta al servicio del relato.
En estos veintinueve textos, hay epigramas, breves tramas narrativas de sueños, plácidos o de velada violencia, imágenes de un íncipit surrealista, peripecias ficcionales que se relatan “no sé si dormida o despierta”(I), reflexiones e interpelaciones, evocación de la figura y la palabra de otros poetas. En este sentido, una nota al final del libro da cuenta de las intertextualidades que hacen al tejido de esta escritura: el espectro de Pizarnik(V), el rezo de Blandiana(III), el sueño con Wislava (XVI), la otredad en Bellessi (XXVIII), la desazón de Virginia Woolf “siempre al borde de ponerse el abrigo que después llenaría de piedras”(II), el amparo de la poeta colombiana María Mercedes Carranza (IX) o el tópico de la muerte del padre entrevisto en un cuento de Borges (“Emma Zunz”, de El Aleph)(II). Además, tienta una poética ya desde el título del libro, La extensión de un deseo, que replica el título del último texto donde afirma “Un poema es un hijo que nace huérfano y busca siempre incierto una casa. El lector. (…). Y rectifica: “No, el poema no es un hijo, es solo un puente, la extensión de un deseo”(XXIX).

Con todo ello, Carolina Zamudio despliega su emocionalidad y su potencia del decir como bajo el poder de un mantra, al tiempo que efectúa una labor de observación y análisis tanto de su actividad onírica como de su actividad reflexiva. Razón y numen. Una “suma de la intuición más la conciencia” que ya observaba el prologuista Luis Fernando Macías en obra anterior, La oscuridad de lo que brilla (originalmente editado en EE.UU. en 2015 y reeditado por Editorial Convergencia, La Paz, Bolivia, 2023).
Pero en La extensión de un deseo parece haber una inflexión en la escritura de esta poeta. Ya en La timidez de los árboles (Hilo de Plata Editores, Medellín, Colombia, 2018, reeditado por Yaugurú, Montevideo, Uruguay, 2022), había elegido la prosa poética; pero allí la prosa tendría más la medida de la narrativa que la soltura del monólogo interior, esto es, apela “a precisos recursos narrativos”, como “novela breve” o “microcuentos” ―apunta Rafael Courtoisie en el epílogo―, más que a la fluidez de imágenes. En este nuevo libro, utiliza la prosa como modalidad del estro que impulsa el discurso poético con una desenvoltura y libertad que la escansión del verso no facilitaría. Así, la poeta va y viene, entre lo testimonial, lo argumentativo y lo imaginario, con la preeminencia de un pacto ambiguo de lectura, ya que plantea un déjà vu de su mundo, pero en continua construcción. De esa forma, ve y registra el otro lado de las cosas: una silla no es la belleza de su género, sino la memoria de lo que llegó a sostener; una cama no puede aguantar “el peso de la noche”(VI); el cuerpo es árbol, “las venas son ramas”(XIV). Y mira desde diferentes lugares la realidad que la determina: usa mayormente la primera persona, pero también la segunda (sin la flexión verbal del voseo)(VI) y la tercera, como forma de distanciarse de la peripecia que enuncia(VIII).
Con una labor de construcción y deconstrucción, Carolina Zamudio a veces escribe con ansiedad, en “ese correr agitado de las noches”(XXVI), otras, con morosidad, “Sigo paciente a tientas. Escudriño.”(XI), merodeando constantemente el yo, pero no para el aislamiento o la reclusión, sino para poder nombrar el mundo y comprobar si ese yo es finalmente la medida de todas las cosas.
El pensador francés Gaston Bachelard (el fenomenólogo de la imaginación desde cuya teoría me he aproximado en otras ocasiones a la obra de otros poetas) observa que las imágenes poéticas son “hipótesis oníricas” que muestran la realidad material y la realidad síquica del poeta, y a la vez, “las que preparan el conocimiento y las que preludian los ensueños”. (Como en las Meditaciones Metafísicas cartesianas, que plantean la cuestión del sueño y la vigilia como un problema de conocimiento). Conocimiento y ensueño (sueño y duermevela) son materiales de esta escritura proteica sobre experiencias del mundo exterior a la vez que de la más profunda interioridad (en una dialéctica de lo interno y lo externo, diría Bachelard) que propician un cuestionamiento ontológico, una preocupación por la cuestión del ser y del ser escritural: “Y un día dije yo soy, solamente para volver a desbaratarlo todo. Nunca sirve enfatizar en ese soy, basta ir siendo.”(III); “El yo narrador es un impostor. (…) Lo escribió un yo de esos que se llevan en las mañanas de domingo.”(XXII); “De cada [historia] que este yo escribe como personaje de sí mismo.”(X).
La especialidad de la escritura de mujeres (la consideración de la especificidad de una categoría que la define, la distingue de la episteme general, y la adiciona), un constructo femenino reiteradamente analizado desde el campo de investigación de los estudios culturales, tiene relación con los discursos sobre la maternidad y la corporalidad. En varios textos, la poeta desvela y pondera “los límites de un cuerpo”(XXV): “Para la poesía, es menester sentir a veces que sobra un cuerpo. (…) Un mundo debe crecer dentro.”(XXVIII), o la sustancia de la maternidad: “La maternidad es un largo diálogo en el que se intercalan preguntas, mudez.”(XXIX).

Así, en los múltiples escenarios, reales y oníricos, de este discurso poético (también de obra anterior, como El propio río, El Ángel Editor, Quito, Ecuador, 2022), la maternidad, la casa, el cuerpo, el bosque, la lluvia, el mar, las tormentas, la noche, son núcleos temáticos plenos de metonimias que se reiteran; todos espacios que contienen y amparan, y en los que, nuevamente con Bachelard y su Poética del espacio, requieren un “topoanálisis poético” de la “función de habitar”, de “la labor del espacio en nosotros” ―madre, cuerpo, casa, los primeros.
Ese topoanálisis podría también aplicarse a los espacios en los que habitó la poeta*: la territorialidad del cuerpo está también marcada por “la extranjería”(XVII) y su larga singladura, por topografías y cronologías: “Siempre se trata de viajes”(XXIV). “Viajar es intercalar vida y sueño”(XXIV). Y el sueño es otro espacio que ampara e identifica “sueño para ser”(XVI).
Una autoexploración del ser y sus personajes y del decir poético funda esta escritura del yo. Consciente de la realidad y de la mano que la registra, o levitando sobre esa realidad, la poeta escribe entre la vigilia y el sueño, la verdad y la versión, el exceso y la templanza. Y entre la penumbra y la luz, como un árbol.
________________________________
[*] En adelante, identifico los textos citados con el ordinal correspondiente, sin aludir a sus títulos.
*(Montevideo-Uruguay, 1957). Poeta y ensayista. Licenciada en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de la República (Uruguay). Obtuvo varios premios literarios nacionales y municipales, entre otros los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura (Uruguay), el Premio Bartolomé Hidalgo de Poesía (2011) y el Premio Morosoli (2013). Ha publicado en ensayo Dolor de espejos (Apuntes sobre el arte de Frida Kahlo) (1998); y en poesía Umbral del cuerpo (2002), El río vertical (2004), El tiempo circular (2011) y Después del nombre.
**(Corrientes-Argentina). Poeta. Residió por largas estancias en diferentes países como Emiratos Árabes Unidos, Suiza, Colombia (donde vivió, trabajó y escribió) y Uruguay (donde radica desde hace varios años).


