Por Dolores Etchecopar*
Crédito de la foto (izq.) Hilos Ed. /
(der.) www.instagram.com
Sobre Hoy no hay tiempo para la eternidad (2024),
de María Mascheroni**
Hoy no hay tiempo para la eternidad un título que nos pide detenernos y escuchar a través de la barahúnda del mundo, otra cosa, esa otra dimensión a la que la poesía prestará oídos. Este es un libro especial, por su tono, casi un susurro, una conversación con un uno mismo que de pronto no está donde solía estar. Vira, así se llamaba la madre de María, ha virado su forma de estar en la hija.
Qué ocurre con el vínculo madre/hija cuando la madre ha muerto?
O cómo muere de madre una hija?
Pero este libro no habla de un duelo sino de cómo tras la muerte de uno de los dos el vínculo adquiere otra condición, otro modo de existencia.
El libro está conformado por fragmentos, textos breves, escritos en una prosa poética que no se queda quieta en ninguna categoría, como si buscar una forma fuera parte de ellos, de la imposibilidad que conlleva aprehender el acontecimiento del que hablan. Digamos que le hacen mella, con una imperiosa delicadeza, a la superficie atribulada del silencio que deja tras sí la muerte de alguien amado. Nada entero, nada incólume puede posarse en la página en blanco. De una muerte así compartida apenas emergen puntas, círculos de algo que empieza a moverse con dificultad. Sentimos bajo estos textos una especie de revolución que impulsa la voz de María hacia arriba, hacia el tanteo de una luz rara.
Nos dice M.M. “hablo de un vínculo incorpóreo, sideral, extraterreno”. La madre era pintora y en sus cuadros ella levantaba vuelo una y otra vez hacia el cielo, con caballos o figuras humanas, ella se desorbitaba hacia lo etéreo.

Pensar lo impensable, lo que rebasa nuestros límites y aún así se manifiesta. “Querer conocer la materialidad de la luz” dice M.M.
Repito: estos textos, ―poemas― reverberaciones de algo que sigue estallando desde la muerte de la madre , conforman una escritura por momentos intempestiva, y por momentos enlentecida por lo que traba la lengua, lo imposible de decir, lo insoportable, y cada afirmación conlleva una pregunta apremiante “¿son humanos los muertos madre?”, desde el alma de la hija baja una sonda al fondo de la oscuridad y capta oscilaciones, nuevas preguntas relampaguean o susurran en la oscuridad, “rendijas en la noche” (…), la noche “que da y quita con la misma destreza” dice M.M. La lengua se traba, pero al mostrar que no alcanza, adquiere vida propia. Cito: “hoy pienso en lo escaso, en la materialidad disminuida del lenguaje. El vocabulario no es accesible”.
Las glicinas, un rosal amarillo, una caminata por el campo o por la orilla del mar, una medallita con el Sagrado Corazón, un determinado árbol, el piar de un pájaro, una pluma que cae son indicios, instancias de una presencia en la ausencia, cosas compartidas que siguen agitando la atmósfera de la hija, y forman ahora un alfabeto nuevo y secreto, evanescente pero inconfundible, con él ha de inaugurarse una conversación entre la hija y la madre. Una conversación que se prolonga más allá de los límites de lo “real” o lo que tomamos como tal. O acaso todo es pérdida llana y abismante, congoja, desconsuelo sin fin por lo que la muerte nos arrebata? “Y si no hay nada allá afuera?” pregunta M.M.
La separación, o como dice M.M. con belleza: “en ese tajo comulgan mi inquietud y tu muerte”, hay un cruce, una comunión. Acaso no estamos también nosotros, los vivos, en las dos zonas? Porque también nosotros, los vivos, vamos muriendo, somos niños y jóvenes muertos que nos siguen y alteran nuestros pasos, que aún intercambian asuntos y suceden con nosotros. Una madre muerta tiene otra vida. En los sueños de la hija ella hace cosas que no hubiera hecho en su vida terrenal,… como perseguir un pomelo rosado!!!
¿Hay tiempo para la eternidad? pregunta este libro y sugiere que sí, desafiando al título, cito: “queda poco tiempo, pero las mañanas se volvieron diáfanas y el tiempo se expandió”. El cuerpo de la hija está urdido por el de la madre, ellas comparten la pequeñez de las manos “soy tu hija por las manos pequeñas” nos dice en uno de los fragmentos de este libro. Las manos de la hija “quieren encaramarse a la oración”. Sólo ellas pueden hacerlo, no hay otras manos para esa oración. La madre sabía de vuelos y tenía cercanía con su Dios. Pero nosotros, las hijas y los hijos, qué tratos tenemos con la eternidad, qué nos depara ella, además de aterrar nuestro pensamiento? La muerte de la madre ilumina la finitud de todas las cosas vivas, esa muerte que la madre barría con sus escobas, sus consuelos y sus furias, para sacarla de la casa, ahora ha entrado en ella, se ha sentado a nuestro lado. Y la pregunta ahora es: ¿dónde están los muertos que amamos? Será en “los intervalos de la percepción” que corren peligro de cerrarse? como nos advierte M.M.? Hay muertos que se presentan más que otros. En este libro, la madre más que el padre. La madre ya está involucrada en la hija como un “órgano vital”, “casi cruel” dice M.M.
Tener disposición para lo sutil, para ese modo de existencia de los muertos. En ese límite Vira -así se llamaba la madre de María-; virar: dar un giro a lo conocido, percibir otra cosa, de otro modo. Vira dice la hija. Vira dice la madre a la hija, vira.
Recuerdo que mi madre antes de morir llamaba a su madre, con ese tono de los niños y de siempre que usamos para llamar a nuestras madres: mamá! mamá! Gritaba mi madre. No dejamos de llamar a nuestras madres, no importa lo cercanas o lejanas, lo amorosas o dañinas que hayan sido. Seguimos llamándolas, sólo ellas pueden calmar la falta de ese algo primordial. Aunque no puedan hacerlo, seguimos llamándolas, cito: “como si esa palabra agazapada no se hubiera separado y pudiera aún mecernos en cada noche atribulada del alma”.

“Madre no se ha retirado de la existencia” dice M.M. Sólo se requiere de una atención especial para percibir eso que nos incumbe y obra en nosotros desde un estado diferente al de los vivos. A veces ese otro plano se despliega en nuestras vidas con más consistencia que la que nos depara la extraña y violenta “realidad” cotidiana que atravesamos “desconcertados”, desposeída el alma de su música. “Prefiero una existencia difuminada” dice M.M. Una porosidad de las napas, se podría agregar, para que se trasvasen las señales de Aquí y de Allá.
“Escribo esto porque voy a morir” nos dice M.M. . Promesa y catástrofe son vertientes de lo mismo.
“No hay sinónimos” para la muerte ni para la vida. Las dos se desencadenan juntas hasta que “ya no madre ya no hija” así dice la enigmática, última línea de este libro estremecedor.
Hasta que “ya no madre ya no hija”
*(Buenos Aires-Argentina, 1956). Poeta. A fines de los años noventa formó parte de las creaciones y realizaciones del colectivo de acción poética El pez que habla, en el que se exploraron nuevas modalidades de la oralidad en la lectura de poesía. Obtuvo la faja de honor de la SADE y el Premio Konex (Poesía, 2024). Desde el año 2010 dirige Hilos Ed., sello de poesía, en las tapas de cuyos libros aparecen algunos de sus dibujos y pinturas. Ha publicado en poesía Su voz en la mía (1982), La tañedora (1984), El atavío (1985), Notas salvajes (1989), Canción del precipicio (1994), El comienzo (2010), El cielo una sola vez (2016), El deslumbramiento (2019) y una antología de su obra, Oscuro alfabeto (2012).
**(Buenos Aires-Argentina, 1958). Poeta, editora y psicoanalista. Coordina desde 1996 los talleres de investigación, pensamiento y acción poética Martes Intenso. Desde su fundación en el 2010, forma parte del Consejo editor de Hilos Ed, dedicada a la poesía, en la que también hace al arte de tapa. Coordinó, junto con Dolores Etchecopar, el espacio Santo Cielo dedicado a la poesía y aledaños. Ha publicado en poesía La inevitable curva (1997), Impaciencia de la sed (2001), La tierra sabe lo que hace cuando tiembla (2001), estrenado en 2001 en Teatro del Pueblo con dirección de Susana Torres Molina, Jardín (2004), El cansancio de los hijos (2011), Hoy no hay tiempo para la eternidad (2024) y otros. Escribió, entre otros, los ensayos Un catálogo de lesiones y Consenso inútil. Coordina los talleres de pensamiento, investigación y acción poética Martes intenso.


