Sobre «Morfología de la herida» (2025), de Isabel Logroño

 

Por Kontxi Álvarez

Crédito de la foto (izq.) www.poemas.uned.es /

(der.) Ed. Loto Azul

 

 

Somos cuando somos crac.

Sobre Morfología de la herida (2025),

de Isabel Logroño

 

“Escribir es siempre reabrir la herida”, nos dice la poeta Chantal Maillard y ante esta reflexión Isabel Logroño responde: “Qué cierto. De ahí la necesidad imperiosa de sutura. ¿Sigue la herida abierta aún masticada, escrita, hecha papel, compartida y gritada a los cuatro vientos? A lo mejor esa es su esencia. Su morfología. Ser y seguir siendo herida”. 

Ser y seguir siendo poesía. El cantar la herida no se convierte en un penar estéril expresado en el desahogo del ego. El tempo de la poesía de Isabel Logroño nos atrapa. La poeta nos desvela desde el principio los ejes sobre los que pivota el poemario “no sería amor si pudiera contenerlo” “hay una fisura/ en mi cuerpo deseante/ un estrépito ilusorio genésico horizonte/solo de apetito vivo”.    

Si la palabra herida e hiriente se comprende, prende en nosotros una luz. Y esa palabra iluminada sólo puede ser poética. La poeta navarra se expresa así: cada una buscamos esa habitación propia que nos facilite cohabitar con la palabra. El poemario de la poeta navarra se sostiene en la actitud tenaz y fiel de una poesía lúcida: “sabe solo que algo la empuja/ sabe que debe rendir hasta extenuarse”.

Isabel Logroño escribe acompañael poder paciente de la poesía. Y se pregunta, nos pregunta: “¿Es la poesía la cicatriz visible de lo invisible? ¿Cómo respira el poema en la herida?” Los poemas encuentran su rastro poético: escritura- sutura ―ruptura― supura el verso. Respiración ―expiración― inspiración de la poeta zahorí, rastreadora e instigadora a través de la palabra poética: “la identidad/ acaba fermentando/ en lo que callamos dentro/ un rugido silenciado/ ¿somos?”

 

La poeta Isabel Logroño

 

La poesía en el poema detiene el tiempo. La metáfora detiene a la memoria y la herida permanece en la carne destinada a la cicatriz. La escritura–sutura de Isabel Logroño se expresa como un acto creador, como un oficio artesano no destinado a resolver el misterio de entender, sino de tender el verso como una mano suspendida en el aire dispuesta a tocar-nos.

El poema en defensa o indefenso se acerca al umbral, se desliza, se adapta al pasadizo de la poesía. El trayecto de la duda, el itinerario insistente y la pregunta temida. ¿Qué trazo, forma o imagen tiene una cicatriz poética?: “Pero la palabra nunca viene sola/ la palabra tiende a derramarse encima/ es ella y su humedad”.

Los poemas rebosan del poemario y se detienen en la morfología de la palabra: lo que se dice, lo que se calla, lo que se entiende o no. El lenguaje de Isabel Logroño está compuesto por morfemas, unidades pequeñas que se asemejan a los puntos de sutura. Los versos son puntadas y la pinza poética un utensilio que pellizca, que extrae la palabra y la aparta del cuerpo de las combinaciones léxicas de la cotidianidad.

 La herida de la poeta mana como una cascada de sangre caliente. La escritura–sutura evoluciona hacia una cicatriz cromática de ineludible visión. Una mirada panorámica que desemboca en el Querer Vivir con mayúsculas bordado a lo largo de todo el poemario. Un zurcido de morfemas que remiendan una palabra poética elegida tras una costura laboriosa, la artesanía de un pulido lento y consciente. La poeta con su aguja vuelve hacia atrás después de cada morfema poético, para meter la hebra en el mismo sitio por donde pasó antes. El pespunte continuado, la destreza limpia y serena que logra una cicatriz de puntadas unidas: “todo/ ha de cortarse/ deshilvanarse/ para seguir viviendo”.

 

La poeta Isabel Logroño

 

Isabel Logroño lame la herida, el oxido de la palabra en cada verso, purga el pus que se filtra a través del poema. Y en la página en blanco, a modo de venda, se posan las ascuas de la memoria de un dolor ardiente y conocido por el lector por semejanza con el suyo propio.

Lamer la herida entre el gozo y el placer. Ambigua vivencia que no es mutilación sino la laceración de la respiración, latido de la herida que no se cierra en un flujo de escape y retención. Y el cuerpo se bloquea en la experiencia del temor a la infección, al dolor mortal y un miedo estable que da existencia al recuerdo infectado.

Avanza la corporalidad de la herida desvela el cuerpo poético. La búsqueda, la brusquedad, el desgarro, la piel. La garra que se agarra que intenta cerrarse en falso bordeando un poema que apresa la identidad, y así desbordarse, darse y bordarse en un amor propio: “no es fácil elegirse/ entre la primera persona del singular”.

El lenguaje contaminado de la herida susurra a la poeta para que lo filtre, y así la cicatriz no sea el tatuaje del dolor permanente en el cuerpo. Que la poesía no sea el aullido de un dolor crónico, sino una manera que encuentra el poema de hacerse presente para sanar.

La poesía vivaz que resiste, que insiste en respetar el duelo pausado de la herida, la senda de apertura de la carne poética también avanza y que finalmente se aposenta en un lecho de poemas serenos.

 

 

Las fisuras del poema han construido un cuerpo distinto que desecha la oración del dramatismo. El verso purifica, elimina la toxicidad nombrándola. El canto indigesto se aquieta en los labios y libera la tensión de la mandíbula. Se desborda la palabra al límite de la injusticia y la poesía reta, subleva, envalentona a la poeta.

El poema alimenta la herida o la herida famélica alimenta al poema, y en ambas líneas paralelas paren el cuerpo del recién nacido poema gestado en la placenta de Isabel Logroño. Poco a poco la cicatriz se hace visible y marca los guiones o puntos de hilo de las palabras sutura en mayúscula: Caída – Hiato – Álgido – Grito-De poemas.

El poemario morfología de la herida defiende la ruptura del canto poético que aprieta la víscera que se rasga e inunda la poesía de la entraña: “el nudo que aprieta hasta romper tenso el aire como una astilla que somos cuando somos/ crac”.

La náusea vacía, la ceniza de la palabra que vive adosada a la herida, la palabra clausurada que lucha por zafarse, por ser semilla y permanecer impoluta en la falsa creencia de que la pureza de un cuerpo en vuelo no es vuelco. La poeta define la sutura, el hilvanar, el ovillo del pensar poético-emotivo-poético y siempre ético. Suelta lo hilvanado en el poema para que no se mida en cuantías, en palabras medidas. ni aferrarse en el gozo de una herida reluciente.

El poemario no se detiene, el poema cruje. La poesía ósea, el poema llega al hueso. El cuerpo ficticio, en su frágil solidez se desmadeja, es madeja, deja. Somos hilos, suturas y fragmentos óseos. Reformarnos, ante una herida voraz que supura pus ¿o es la poesía el pus?: “hay quien lame sus clavos sin consuelo/ hasta desgastar la espina del óxido”.

 

La poeta Isabel Logroño

 

La poeta paciente e inconformista crea y cree en un hilo poético en tensión, en extensión para todos: “del instinto/ miles de dedos invisibles/ embebiendo el mar”. Existe otro inesperado desgarro, la herida se encuentra con la genealogía de mujer poeta. La llegada, la llaga, da. La tormenta, menta, habla. Caída primera, primera fisura, dolor. Reacción, quemazón, indigestión, pérdida, rugido, externo, interno, silencio, alojamiento en el cuerpo. Un grito clama lo que hay que desplazar y la raspadura escuece en el inicio tenue de la rasgadura, en principio tímida. La palabra se realoja y poetiza con hilos que suturan el alarido estéril. El pensar de la mujer poeta es un itinerario laberíntico y la búsqueda desesperada de una identidad donde erguirse: “mujer recuerda/ serás el jardín que florece/ de su pisada en la tierra”. El dolor re-forma un cuerpo a través de la quemazón, del rugido y del contacto con tacto de la poética. La alquimia sanadora y la chispa del fuego que prende la palabra pulida de impurezas de la cotidianeidad para ser un lenguaje de una y muchas, los versos de una y de otras. “Sucumbirá mi espina a tu caricia” o a la caricia perdida de Alfonsina Storni; “nacido de tu espina/ supura sal” o el oleaje de María Mercè Marçal; “embelesar los restos/ de tu naufragio”, aquel al que acudía Adrienne Rich. Las ancestras inconscientes que guían por el sendero común donde la palabra poética debe colarse, cortarse, serse y saberse.

La silueta de la cicatriz silenciosa y silenciada se dibuja con un rojo trazo visible. Los puntos y las pieles internas se convierten en pliegues carnosos del libro sagrado de las leyes de la poesía de mujer poeta donde la experiencia de la herida y la experiencia de la poesía nacen y conviven vinculadas. La infección de la palabra que la poesía lame y escupe con una lengua áspera. La palabra nueva, tendenciosa, que tiende, que es ociosa por libre y porque osa irrumpir en el caudal de lo arterial de la “academencia”, y así bordar la cicatriz poética de mujer, como activista de la alianza.

Se traza a lo largo del poemario la alianza con la genealogía de mujer poeta: “el dolor suena/ como un hiato/ interno que/ desplaza los/ órganos para/ dar cabida al grito. La alquimia de devenir/ polvo. Crece mi vientre hacia adentro”. El poema anida en la entraña del cuerpo y la poeta dice “hacia fuera no elige ser” y acaba siéndolo en forma de poema “ofrendo al silencio/ un alarido estéril”.

El poema como avanzadilla encuentra el templo del alma de la poesía, el hogar de todas las palabras poéticas. La espiral concéntrica de experiencia vital y acto poético se fusionan en el poemario Morfología de la herida. La poesía encuentra el sosiego reflexivo y valiente y así digiere el canto indigesto a través de la palabra poética entre abre los labios clausurados por el dolor de la pérdida: “me he quemado la lengua/ de un mañana ansioso bruto/ impaciente/ la digestión de la nada”.  La palabra injusta libera la rasgadura interna, plegada se despliega. La entraña diafragmática se abre espléndida como un parapente, que para la pendiente del dolor, contenido en unos pulmones asfixiados que respiran pequeños morfemas de aire, versos, poemas.

Y en el silencio reflexivo se escucha un estruendo seco, lúcido, un crac, un sonido, el detonante de una melodía convincente que envuelve todo el poemario a modo de regalo: la poesía como ofrenda a toda la comunidad herida. La esencia del poemario y su circulación de versos entre pequeñas venas capilares finas, a punto de romperse en moratón, sangre que no se coagula y se mueve libre por ese cordón umbilical que es la columna que vertebra el poemario: “recoger cable umbilical/ supone ascender al pico de la herida/ la inmensidad de estar solo y erguido/ en el punto de partida”.

 

La poeta Isabel Logroño

 

El cuerpo del poema se duele, se grita, se convierte en el hiato de versos sucesivos que pueden provocar la náusea, pero la alquimia del canto la convierte en polvo, en poesía. La palabra adosada a la herida lucha por ser impoluta, tiende, se derrama. El poema, la palabra liberada en una poética que no se ciega, se descubre sosegada en el hogar del poema, en la poesía acorazonada, sin coraza: “acrecienta/ el poeta/ su herida en las palabras/ mientras dona/ al lector/ su dolor ajeno”.

Isabel Logroño sostiene la vela de Emily Dickinson que alumbra la habitación de Virginia Woolf. En la genealogía de la mujer poeta permanece una astilla, como un cuerpo extraño, incrustado y hace de la herida una llaga en apertura permanente. La poeta llagada escucha la llamada de la poesía. La llama del dolor prende una combustión que expulsa a través del poema los clavos sin ira, pero con la precisión de la palabra poética. La poeta zahorí o funambulista sobre el alambre espinoso que es la vida encuentra el manantial subterráneo del que beber o como dice Chantal Maillard: “escribo para que el agua envenenada pueda beberse” o en palabras de Isabel Logroño: “Es el alivio más profundo, el consuelo y a la vez, el éxtasis: “busco el ángulo/desde el que/ habitar/me”.

La mano escribiente de la poeta remueve el caldero, y el resultado es un brebaje destinado al logro de la pócima secreta de la alquimia del canto propio y genuino de Isabel Logroño.

 

 

 

 

 

*(Pamplona-España, 1988). Poeta. Licenciada en Filología hispánica y Comunicación audiovisual por la Universidad de Navarra (España) y doctora en Filología hispánica por la Universidad Pública de Navarra (España). Como crítica literaria destacan entre sus publicaciones Búsqueda de identidad. Poesía en castellano escrita por mujeres en Navarra 1975-2017 (2018) y la antología Poesía femenina actual de Navarra en castellano (2018). Ha publicado en poesía Las nadas inestables (2019), Estado de vigilia (2022). Ha sido incluida en la antología Liberoamericanas: 140 poetas contemporáneas (2018) y Morfología de la herida (2025).

 

 

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