El presente texto que hoy Vallejo & Co. y su autor difunden, es el prólogo a Noches de adrenalina de Carmen Ollé, reeditado por el Fondo Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, este 2025. A la par, sirva esta publicación como un merecido homenaje para la poeta al haber obtenido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso – 2025, premio que otorga la Universidad de Talca (Chile).
Por Víctor Ruiz Velazco*
Crédito de la foto (izq.) www.revistasantiago.cl /
(der.) Fondo Ed. de la Univ. de Santiago de Chile
Las pequeñas grandes militancias de Carmen Ollé**
Perú, 1981. Hacía un año que Sendero Luminoso había dado inicio a su lucha armada, el mismo día que se habían celebrado las elecciones presidenciales tras doce años de dictadura militar: 17 de mayo de 1980. La democracia iba a hacer un puente entre el primer gobierno de Belaunde y esta oportunidad que el pueblo le daba para terminar su «obra»; el pueblo, esa entelequia que a veces adopta la voz de dios y que, en el caso peruano, suele apoyar a los vencidos por un asunto de identificación atávica. A Belaunde lo recordarían por no robar y pasar el resto de su vida en un «modesto departamento de San Isidro», el barrio tradicional más rico de la capital. Yo prefiero recordarlo permitiendo que asesinaran a aborígenes amazónicos con napalm, dejando que la corrupción se instalase en su gobierno y entregándole a su sucesor, Alan García, una inflación galopante que este último intentó frenar dejando de pagar la deuda externa y provocando, debido a la acción de los «poderes fácticos», un descalabro económico y social que llevaron al país al colapso.
Pero quizás esto sea demasiado contexto para explicar que, dos años antes de que los peruanos le retornasen a Belaunde el gobierno que Velasco le arrebató a través de un golpe militar que promovió la Reforma Agraria, Carmen Ollé había viajado a Europa. Lo había hecho junto con el también poeta Enrique Verástegui, con quien tenía una hija. La familia vivió tres años y medio ahí. El poemario de Ollé apareció en plena democracia, en ese país del tercer mundo que empezaba a vivir sus años más cruentos. La guerra entre Sendero Luminoso y el Estado peruano dejaría en medio del fuego cruzado a sus poblaciones más vulnerables y produciría en el Perú —aunque eso no se sabía aún— una fuerte migración en los siguientes años. Venezuela, Argentina o Chile eran algunos de los destinos más recurrentes. Ollé estuvo a la vanguardia de esa diáspora. Noches de adrenalina, de muchas formas, daría cuenta de ese movimiento, de esa fuga anticipada, premonitoria, y dejaría constancia de la mirada de una «sudaca» en Europa del mismo modo que un sinnúmero de poemarios de poetas peruanos que habían dado cuenta antes del desplazamiento de un provinciano a la capital.

Al margen del contexto, hay una historia que se desarrolla en Noches de adrenalina. Como todas, tiene protagonistas y personajes secundarios. Las protagonistas del libro de Ollé son Margarita, Elsa y Sira, mujeres disidentes, rebeldes y subversivas que leían a Marx y que fueron desaparecidas. La voz poética las busca mientras compagina su pasado, también universitario y militante, en un mundo que le resulta inaprehensible a pesar de que se presenta como la máxima expresión de la cultura de Occidente:
Vi París después de un viaje largamente sentada
en la butaca del ferrocarril con la pequeña en brazos
y la torre Eiffel partida por la niebla
en una ciudad extranjera
donde el yo se improvisa como
el único personaje en medio del estado policial.
El contrapunto entre la mujer que fue y la mujer que está siendo, con su presente como ama de casa o mujer jubilada con solo treinta años, provoca una pregunta que no deja de ramificarse. ¿Jubilada de qué? ¿De la juventud? ¿Del deseo? ¿De la propia vida? Tener treinta años lo cambia todo, nos dice Ollé al negarlo tan firmemente. Hacerse cargo de la maternidad lo cambia todo; el cuerpo que crece dentro del cuerpo que incuba lo devora todo, toma las proteínas, las fuerzas, altera los estados de ánimo, se hace del calcio y el cuerpo pierde piezas dentales (bella y terrible imagen sobre la que la poeta vuelve como un leit motiv: se ha perdido la sonrisa, la alegría), ya no se pertenece, ya no se reconoce casi. Y esto es algo más que un asunto meramente cosmético; después de todo, «el cuerpo es solo la parte visible del alma», nos dice William Blake.
¿Dónde encontrar un cuerpo que ya no es en un mundo donde es imposible estar? La conciencia desatada intenta entonces reconstruir la identidad, afianzarse en su mismidad, en cierta militancia de seguir siendo algo más que un engranaje de la fuerza productiva; ese engranaje encargado de velar de las nuevas fuerzas que habrán de regenerar, a fin de cuentas, la maquinaria infinita de un sistema capitalista.
Sin cuerpo, la conciencia toma citas, frases, versos que incorpora al devenir discursivo apelando a la simultaneidad. Hace un sampleo para convertirse en canto y dar cuenta de la experiencia, que es intransferible:
En un café del metro Odeón: una amante de Neruda
se divorcia y va en busca de una vida auténtica.

La elección de esa decapitación simbólica del amo (Neruda) es un acto fundante. Un deseo histérico, en el sentido lacaniano, de dejar de tener «amo».
Y el amo es el «poeta» por excelencia, pues comporta un modo de hacer poesía, una estética, y esta es una forma de mirar y mostrar al mundo. Toda defenestración estética es haber impuesto una mirada del mundo sobre otra o intentarlo. El amo es el poeta, el hombre, la institución, la alta cultura, Occidente todo. Absorbiendo la cultura, la alta cultura, para buscar en sus más altas manifestaciones (los poetas, filósofos e intelectuales) las fisuras de todo un sistema. En ese sentido, Ollé, o la voz poética, no busca separar la paja del trigo, pues todo es paja para su mirada (que jamás deshojaría margaritas) y la poeta prende el fuego con el que habrá de incendiar el mundo entero. Su valor está en que no busca crear uno nuevo. Hay una denuncia.
Hay un grito, y el grito existe porque existe la esperanza de que alguien habrá de escuchar y venir a salvarnos. ¿Se contradice Ollé por eso? En absoluto. Su grito es una manifestación orgánica, no mediada por la ideología ni el discurso. Es una expresión del hartazgo que intenta encauzar en un soliloquio rítmico y no por eso menos terrible. No, Ollé no quiere que el Occidente levantado en torno a un falo se destruya dejando tras de sí un sonido apagado, así como lo profetizaba Eliot desde el tedio. El desmoronamiento de Occidente que busca Ollé (usando para sí el epíteto con el cual es nombrada por el Otro: subdesarrollada) es explosivo, vibrante, estruendoso como el propio acabamiento del cuerpo desde donde lo enuncia. Si Foucault es representado disparando a un edificio de cristal que hace las veces de Occidente, Ollé grita frente a ese mismo edificio de cristal y sus notas son tan altas que producen el mismo efecto de misiles.
Y es que es preciso un corte, una escisión definitiva, un acto rebelde que desbarate todo un sistema, todas las pequeñas microviolencias, la violencia sistémica que la voz poética denuncia:
Del botín que es la cultura me pregunto por el destino
¿Por qué Genet y no Sarrazine?
o Cohn Bendit
Dutschke
Ulrike
y no las pequeñas militantes que iluminaban mis aburridas
clases en la U.
A los quince años
se está de pie ante una cruz un arquetipo
del dolor.
A los treinta años
(la) vagina se llena de hongos como consecuencia del
primer parto.
A los cuarenta es
la década de la
suspensión del flujo y la leyenda.
Se espera tener
80 años para hablar de sí mismo
hablar de sí mismo es un cuchicheo intermitente
e inútil.
Ollé recrea las «edades del hombre» expresadas en la adivinanza de la esfinge hecha a Edipo. Ollé la actualiza y da cuenta de las «edades de la mujer». Una mujer imposibilitada de ser. Y, sin embargo, entre el estruendo de la destrucción absoluta y el silencio de un domingo familiar, existe la necesidad de afianzarse en la vida a través de simulacros que cumplen la función de actualizar el deseo (que es un deseo histérico, como ya se dijo; es decir, la búsqueda de la apropiación del deseo del otro):
Debí volver a casa antes de anochecer pero
me detuve en un hotel para hacer el amor
¿Cómo hay que disimular una cicatriz de cesárea?
O la herida de una ecuación de belleza.
¿Dónde radica la belleza en la consumación de unos frescos
senos o en la felación?
Disponerse en el viaje a ser asaeteada por el viento
como por la pasión,
todo el que goza es verdadero y sus consecuentes
silogismos
viaje sin culminación en el que me abandono a la pasión
del otro y en un juego de espejos transfiero el deseo
al cuerpo que nos toca babeo porque babea
la penetración se desliza como en una noche
Lunar
como una necesidad higiénica
para abrir los ojos de nuevo bondadosos.

En el Perú de finales de los años ochenta se empezó a hablar de la «poesía del cuerpo» que las mujeres de esa década escribían. El rótulo se repitió hasta desgastarse, hasta convertirse en fetiche y terminó sirviendo solo para dar cuenta de un único aspecto de estas exploraciones: lo sexual y genital. En tiempos prerreguetón era aún escandaloso que las mujeres hablaran de sexo y goce, de genitalidad; pues desde la apropiación de su propio cuerpo (expropiado por lo hegemónico patriarcal) se subvertía el statu quo de cierta representación de la mujer como desprovista de deseo, incluso de cualquier tipo de mácula (la Virgen María). La propuesta estaba plenamente enraizada en procesos del cuerpo político y social de las mujeres, pero la crítica la limitó a ser pensada desde la provocación y lascivia. De este modo, se redujo su alcance y condicionó la estética de su recepción. Ollé subvierte el lenguaje, lo usa, juega para apelar, en algunos poemas, a un pasado infantil y lúdico que resalta la forma en que la ideología opera:
CUApaNDOpo LApaS MApaDREpeS MUEpeSTRApaN LApaS
TOpoApaLLApaS
DEpe SApaNGREpe Apa SUpu PRIpiMOpo GEpeNIpiTApa
COpoN EpeL
OpoRGUpuLLOpo DEpe SEpeR MUpuJEpeREpeS DEpe
CApaRNEpe Ypi
HUEpeSOpo
TApaN IpiNTEpeGRApaS PApaRApa HApaCEpeR EpeL
ApaMOpoR
La poeta es consciente de su propio acto de escritura, todo Noches de adrenalina es un ensayo en verso, una interpelación versificada de una realidad proyectada en cada uno de los estamentos de la cultura patriarcal. Esa hiperconsciencia es devastadora y sorprendente por la juventud de su autora. Más de cuarenta años después de la publicación de este libro, que se leyó subterráneamente como solo la gran poesía encuentra la forma de prevalecer, Noches de adrenalina sigue siendo tan rotundo como desde el primer momento. Desde entonces, se instauró como un clásico de la poesía contemporánea latinoamericana que posibilitó la escritura de muchas mujeres poetas que revisitaron sus páginas para interpelarse acerca de sus propios procesos de escritura. Que este libro aparezca en Chile, un país hermano con una tradición tan fuerte en poesía como la peruana, es un acto de justicia y un motivo de alegría para todos quienes nos hemos sentido iluminados por su palabra.
3 poemas de Noches de Adrenalina (1981, reed. 2025),
de Carmen Ollé
HAY QUE HUIR de los techos
las horas fluyen bajo ellos.
Imposible es habitar una casa sin decorado.
Si se vive ¿es porque se tiene casa o se tienen ganas?
Si se ha de comer tomarás tu cubierto labrado del
aparador.
Si se ha de pensar atravesarás la ventana para poder
posarte en un panorama adecuado.
Si mascullas, debajo de las sábanas.
Una mosca cae en el vacío doméstico, no sería tan miserable
ni sucia sin un tinglado
y no hay moscas donde no hay vida silenciosa, no hay en el ser de
las moscas
ningún tipo de polvo abstracto.
Asimismo no hay obras puras en el arte pero no te abandones
a la luna
los momentos más plácidos suceden como golpes de dados
nunca rueda el más alto.
En una impresión sincera se resume un domingo feliz.
Una suerte de arquitectura es poseer un cuerpo completo
En su nombre se representa el mejor papel dramático:
ningún maquillador lograría tales efectos, tal epicidad
ante los tribunales.
Debí volver a casa antes de anochecer pero
me detuve en un hotel para hacer el amor.
Bella palabra hacer = poiesis
se hace un verso el amor y la caca por algo de juego
natural
este hacer no necesita patente.
Esto no le interesa a un experto en balística.
Hoy la acusada es una mujer de 40: la década de la
suspensión del flujo y la leyenda
pues ¿qué sentido tiene a los 80 adelantarse
a la bondad de dios?
En la antesala del odontólogo reviso un Interviú
“ACTRIZ DRAMÁTICA INTERPRETA SU MEJOR FILM
EN LA VIDA REAL”
Era aún bella y disparó contra su amante.
La enfermera me da los precios de los dientes
—Los dientes han subido —me avisa con firmeza.
—¿También los esqueléticos?
Ahora me costaría un ojo de la cara recomponer mi belleza.
Trataré de no reír lo más que pueda, ¿pero mi destino
depende de una porcelana, de un pobre metal, quizá de
la resina o del acrílico?
Después que me abre la boca y sus marfiles: ¡el portazo!
salpica la polilla.
Otra vez este polvo incontenible de las cosas.
Hay que huir de los techos,
el tiempo se acumula bajo ellos
pero no tanto como el dinero.
Tat
30 años irreversibles
2 o 3 décadas de recuerdos como islas de piedra
la edad en que si no avanzamos o nos movemos hacia una
meta nos devorarán las generaciones.
Entregadas al que-hacer, desesperadas o en busca del
amante ideal
decido partir sin metas
no hay Hacia
sino ¿Dónde?
Y ¿por qué debo aniquilar mi dulce experiencia espontánea
en razón del futuro incierto?
Anoche besaba a mi hombre le suplicaba una nueva pose
descontada la excitación me faltaba un poco de aire por
cierta contrariedad en la nariz para mantenerme de cúbito
dorsal
la pose es el esquema que traduce
la manera de constituirse en “los de arriba” o “los de abajo”
hombros-giba-senos colgantes-orificios dentales
¿soy yo esa viejita para dentro de 40 años?
Mi abuela se miraba a los 80 con resignación sin rabia
sin lamento, tuvo tiempo de reconocerse en el cambio
y no le correspondía ninguna rebeldía.
La sonrisa de la Monalisa indica el camino del envejecimiento
detenido por las cremas
los labios de la libertina y los de la distinguida tiñen
de púrpura los bordes de la sábana y también traducen
risa-volcán-gasto versus economía-sensualidad a dosis
con sus carcajadas o murmullos.
Escucho en el piso alto las risas de los vecinos
gemidos ruidos de catre risas congeladas por el aburrimiento
que caen al mar
las nadadoras desnudas y espléndidas se deslizan por la
orilla, entre los faros caminan tomadas de la mano
y vuelven al mar misteriosas y simples
admiro sus omoplatos anchos en la noche
y recuerdo mi timidez
en Lima la belleza es un corsé de acero.
IMAGINO LO QUE no existe para mí:
una taberna
y ser desnudada
que mi cuerpo gire entre el estallido
de la lujuria la convulsión de ser
ah, los que no tienen nada que perder
¡la suerte es de ellos!
estrujo mi escepticismo
si miro = soy
la voyeur abre su alma enlatada la desnudez de los otros
y me alejo del país donde la beatitud
es risible.
La dificultad para perderme en el acto de amor
consiste en no poder desfallecer sin algo
que próximo a ser verdadero rompería el lúgubre
placer cotidiano
para quien ve su propia iniciación
la pubertad es un jardín de subversiones humildes
o controladas pero destinadas al placer.
Un estremecimiento ronda en torno a mí
en la tarde soleada bajo la vigilancia de los parientes
he asumido el riesgo del amor
con los ojos repletos de lágrimas
la desdicha desplaza la sumisión
la verdad de la intimidad consistía entonces
en gozar con la imagen como con un objeto natural.
En el momento en que el aliento se sacrifica
al más grande detalle en el amor:
un cuerpo desnudo
siento como si me abandonara el sentido de la perfección
la belleza contendría un cúmulo de defectos propicios
al escándalo:
un culo demasiado alto para una talla pequeña
muslos infavorables a sus extremidades posteriores
un abrirse donde la franja bruna señalará
la mano como un destino mudo.
La suciedad llega a ser el capítulo de mi existencia
que resiste a la lucidez del adulto,
el momento en que al levantarme la falda
sobrevino el castigo el miedo a la soledad
resbalar en el sueño de lo imaginado
embriagado por sus propios olores.
En las estampas eróticas no puedo resistir al mundo
presente con su afán de belleza inmolada
a la rectitud de las líneas
la mirada parece simétricamente posarse en
una puesta de sol
infiel al movimiento que la empuja lejos
para perderse luego en el reposo
la modelo no exige del lector en ellas
sino impotencia eterna,
lo obsceno sigue siendo para mí una prolongación
de la incertidumbre
la ruptura conmigo o esa enajenación de la que todos
queremos evadirnos es no poder dejar de exigir al amante
ser la presa
cuando alguien nos posee queremos que a la vez
nos conciba
toda elección es una posesión apremiante que
no nos deja dormir
alcanzo el amanecer
retroviso Lima
como una elipsis en la ruta
no hay nadie que me ofrezca un emparedado
de realidad
que no lo unte el desdén.
*(Lima-Perú, 1982). Bachiller en Literatura. Llevó las maestrías de Estudios Culturales y Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), así como una maestría en LIJ por la Sede Sapientiae (Perú). Se desempeña como editor fundador de Lustra Editores y Santuario Editorial. En la actualidad, es editor literario en el Grupo Planeta-Perú. Como autor ha publicado poemarios, libros de relatos, una novela, crónicas y más recientemente un libro infantil. Sus textos han sido traducidos al catalán, francés, italiano, portugués e inglés entre otros. Trabaja en El sueño del príncipe encantado. Un retrato del artista peruano conocido como Jorge Eduardo Eielson que se publicará en marzo del 2026.
**(Lima-Perú, 1947). Poeta, narradora y crítica literaria. Fue Miembro del Movimiento poético Hora Zero. En la actualidad, se desempeña como conductora de talleres de escritura creativa en el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar. Obtuvo el Premio Casa de la Literatura Peruana (2015) y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (Chile, 2025). Ha publicado Noches de adrenalina (1981), Aproximación a la Generación del 50 (1983), Todo orgullo humea la noche (1988), ¿Por qué hacen tanto ruido? (1992), Las dos caras del deseo (1994), entre otros.


