Por Carolina Zamudio*
Crédito de la foto (izq.) www.cce.org.uy /
(der.) Ed. Yaugurú
3 poemas de La extensión de un deseo (2024),
de Carolina Zamudio
El mundo es solo uno
Quedarse a vivir en un instante. Eso busca el poema. «Es tan bello este lugar, que dan ganas de quedarse a morir aquí», se oyó un día decir. Todo fue dicho: el mar, el viento y el cielo. Pero, estos sentidos son propios. Una barda anuncia la anchura de un mundo. El mundo nunca es inhóspito, es solo uno. Y sucede dentro. Escribo el cielo cuando sueño nubes. Inauguro el viento al respirar. El mar vive dentro de mis ojos. La poesía es un don prestado y todo lo que no sea propio se cuida más que a nada o a nadie. Presiento cataclismos en la mudez. De tanto decir —siento— nos quedaremos mudos. O no llegaremos realmente a decir nada. Pero, está la maravilla en la mirada debajo de la piel. No llegaremos a remontar una época hasta ser recuerdo, solo una cita. Esta sal del tiempo. Esta calidez de la quietud. «El ojo piensa, el pensamiento ve, la mirada toca», escribió Octavio, quizá entre sus propios estruendos. Esta manía de escribir la paz por cataclismos. Eludir mentiras. Porque pasamos mucho tiempo intentando ser nosotros mismos, fuera y dentro del poema. Desde el afuera, la voz propia que es —solo y si— existe a expensas nuestras. ¿Y por qué decir lo que el ojo toca al pensar mirando? Perseguir el don prestado que, aunque se tenga, se pierde una vez se siente propio. La dicha es la libertad detrás de cada historia. De cada una que este yo escribe como personaje de sí mismo.

La poesía no podrá salvarnos
La poesía no podrá salvarnos de nada, del movimiento del bosque que, frenético, se agita en los días de tormenta; de la rigidez de los cuerpos que, faltos de amor, se vuelven austeros. Menos, del brillo hondo de una noche, ni del desparpajo del sol que nos perdurará cada uno de sus días, de que muera la camelia o quede la semilla del libro atrapado y secándose en los dedos. Ni del agua que forma huecos mucho más allá de toda noción de espíritu, del aire que se apropia de las formas conocidas para ir creando nuevos roces, de la mañana que es muestra de fe o condena, de los niños que sobreviven en algunos amantes viejos, de los adultos que se leen en la mirada del niño, de las fronteras, del desconcierto. «Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez», nos compartió Porchia. La poesía jamás podrá salvarnos de las alegrías que duran lo que un párpado en demostrar que existe el ojo, del ruido que siempre enajena, del silencio que es —todo a la vez— culto, pena y goce, del canto que es la mejor forma de respirar, de la palabra que nada dice y tampoco crea. Mi padre me legó eternidad con su partida, pero tampoco él podrá salvarnos. La poesía no podrá salvarnos de ella misma, de esa mínima prueba de estar por un segundo cierto, queriendo cantar desde algún lugar, como si desde la cima de un árbol fuera.
Decir noche y que entre lo creado
Perseguir el noble silencio es solo otra argucia para encontrar la poesía: como expandir y contraerse, tomar aire para volver a soltarlo, andar y detenerse en el camino de todo pensamiento, sabios incautos que —sin saber que buscan algo— una vez entre tantas lo encuentran. Sucede pocas veces, debería saberse o desconocerlo para, inconsciente mediante, alcanzarlo, seguir intentándolo. Nombrar la noche por sentirse un poco ciegos. Apelar al sueño, volver a hacerlo. El poeta que, vivo, se fue como el padre, camino de ida. Lo recuperé durmiendo y hablaban distendidos —tanto en común— con el primer amor. Ese que siempre sigue yéndose. Pero al salir de la cama, sorpresa, la catarata se escribió de un tirón, desde algún lugar profundo nuestro: Fue allí. Como de ascetas el cuarto, unos metros cuadrados, dos objetos y un solo cuerpo. Por ahí anduvo el tiempo detenido y en silencio. El amor fue de octosílabos, todo a dar, ver es cosa de agudos y detenerlo, desafío de poetas. Ya verás. Así, con las coincidencias. Ya sabrás, oleremos a flores y la figura que se forme será siempre un ángulo por donde vaya el placer, siempre efímero. Ya vendrán. Frutos nuevos crecerán en una cara de niño a quien la sonrisa, por momentos fugaces, le es esquiva. Decir noche y que entre todo lo creado. Siguen apuntalando lecturas los amores, los poetas. Decir amor y que el espejo devuelva, cierto, el universo. Amar es la música que buscamos, así que, por favor, silencio.
*(Corrientes-Argentina). Poeta. Residió por largas estancias en diferentes países como Emiratos Árabes Unidos, Suiza, Colombia (donde vivió, trabajó y escribió) y Uruguay (donde permanece radicada desde hace varios años).


