Una habitación propia para 7 poetas cubanas

 

Nota y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas

Crédito de la foto Ed. Milena Caserola

 

 

Una habitación propia

para 7 poetas cubanas

 

Siete poetas cubanas de cuerpo entero, nacidas entre los años 50 y 90 del siglo XX, caben en una habitación propia. No todas viven en Cuba, aunque siempre regresen a la más grande de las Antillas, desde sus hogares adoptivos en Miami, Buenos Aires y Chile. Su compiladora, y la anfitriona de la habitación propia, es también parte de la muestra de poetas reunidas y está radicada en Buenos Aires.

Nara Mansur, ha realizado un arduo y hermoso trabajo como antologadora y autora de la nota preliminar, además, del plus secreto de esta antología de siete cubanas, que nos presenta textos inéditos o que son parte de libros en proceso…lo que da cuenta del estado fervoroso de escritura y creación en el que se encuentran las convocadas.

La idea del nomadismo es lo que las une y mantiene dentro de la habitación propia a lo Virginia Woolf, rodeadas de luces y de sombras al cruzar el patio interior que la antologadora ha creado, para que los lectores las leamos y veamos de cuerpo entero, influidas por José Lezama Lima y Fina García Marruz.

Soleida Ríos, Reina María Rodríguez, Damaris Calderón, Nara Mansur, Jamila Medina Ríos, Legna Rodríguez Iglesias y Martha Luisa Hernández Cadenas son las autoras aglutinadas.

 

 

Debo anotar que he leído gran parte de la poesía de cada una de las siete, pero me enorgullezco de conocer a fondo la poesía de Reina María Rodríguez y de Damaris Calderón, que son, además, autoras del catálogo digital literario Alfabeto del Mundo, proyecto editorial para el incentivo y difusión de la literatura universal, que llevamos adelante las editoriales independientes Ediciones de la Línea Imaginaria y Centro Editorial La Castalia, desde Quito y Mérida, respectivamente; así que queda abierta la invitación a descargar de modo gratuito los libros de Reina y Damaris.

Publicada en 2023 y aparecida recién en este 2024, con la editorial argentina Milena Caserola, Siete poetas cubanas contemporáneas nos permite vislumbrar la gran tradición de la poesía cubana y su lugar en la literatura del continente americano; también nos muestra lo que está sucediendo en los procesos creativos de las poetas de la diáspora y de las poetas que viven en Cuba.

De este puñado de poetas antologadas, únicamente Soleida Ríos y Martha Luisa Hernández Cadenas, siguen viviendo en sus casas de la Habana. Pero ojo, gran parte de la obra poética de las 7 poetas ha sido publicada y premiada por editoriales de la Isla, y varias regresan con cierta frecuencia a Cuba, ahondando la mirada crítica.

El fino hilo de plata de la libertad en la creación poética es lo que las abrazada, arrastra y ata. Celebro esta antología que recomiendo muchísimo leer.

Aquí un adelanto de este universo cubano y universal…

 

La poeta Reina María Rodríguez.
Crédito de la foto: P. Portal

 

Reina María Rodríguez

(La Habana, 1952). Poeta, narradora y ensayista. Reside en Miami (EE.UU.). Dirigió la editorial Torre de Letras por quince años. Obtuvo el Premio Casa de las Américas, el Premio Iberoamericano Pablo Neruda (Chile, 2014); el Premio Chevalier de L’Ordre des Arts et des Lettres (Francia); y el Premio Nacional de Literatura (Cuba, 2013). Ha publicado en poesía Poemas de Navidad (2018); Luciérnagas (2017); Bosque negro, Unión (20139; Catch and reléase (2006); El libro de las clientas (2005); La foto del invernadero (1998); En la arena de Padua, Unión (1992); Para un cordero blanco (1984), entre otros; en narrativa La caja de Bagdad (2017); Otras mitologías (2012); Variedades de Galiano (2008), Tres maneras de tocar un elefante (2006); Otras cartas a Milena (2003); y en ensayo Tan solo esto (2016). Ha sido reconocida con

 

La ola

 

(de Achicar)

 

Desearíamos poder conocer la ola/ responsable del

naufragio, pero resulta que nosotros somos esa misma ola.

Inger Christensen

 

¿Viste el mar?

¿Alguna vez viste el mar?

¿Ese mar que no tiene fondo,

no tiene peces

–bocas que auxiliar tampoco–,

en la patana que te llevaba a Regla

ida y vuelta para bautizarte

por un centavo echado en la bahía?

¡Vale tan poco y es tan azul!

El mar con su indiferencia

no me deja navegar –no me deja ser–,

con la pena clavada

contra el girasol

pisoteado por la gente;

con tu sonrisa a medias que fueron días

–que fueron olas–,

que ya no estallan de dolor.

Al volver de la lancha,

el carro alto donde me subí,

y el chofer me rasgó la mano sin querer

para que no cayera contra el pavimento.

Ese chofer que tironea

las pocas formas que tengo de ser

–y de sentir– que me quedan:

donde un “no ser”

que no quiere convertirse en yo,

es el único roce que tengo:

aquel contacto de piel pegajosa

contra el rallado de la mano;

su eterna juventud,

contaminándome de esa luz

que relampaguea en el cristal,

y enciende

solo por un momento en el retrovisor:

tu rostro

en aquel otro mar desde donde partí

(que no es el mismo,

y que tampoco es otro)

hacia donde no llego ya,

resbalándome.

 

 

La poeta Legna Rodríguez Iglesias.
Crédito de la foto: Nagonryi

Legna Rodríguez Iglesias

 

 

(Camagüey, 1984). Poeta y narradora. Reside en Miami (EE.UU.). Escribe la columna “Irrelevante” en la revista digital El Estornudo. Obtuvo el Premio Centrifugados de Poesía Joven (España, 2019); el Paz Prize de The National Poetry Series (2016); el Premio Casa de las Américas (Teatro, 2016); y el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (2011). Ha publicado en poesía como Título/Title (2020); Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo (2019); Miami Century Fox. 51 sonetos (2017); Transtucé (2017); Chicle (ahora es cuando) (2016) e Hilo+Hilo (2015); en narrativa Mi novia preferida fue un bulldog francés (2017) y Las analfabetas (2015), entre otros.

 

Una isla rodeada de Filología por todas partes

 

Ahora. Mismo. Hay. Un hombre leyendo Paradiso,

de Lezama, y Corrección, de Thomas Bernhard, a la vez.

Los lee quieto, sin que el hecho de leer constituya adaptación.

Tiene la garganta enferma, le dan escalofríos de noche.

Se fue de Cuba. Vive en Miami Beach.

Que no es Miami, pero ideológicamente sí.

Sus lecturas simultáneas forman parte de algún virus.

Miel para la garganta, duralginas y miel.

Al contrario de la duralgina le preocupa la novela

de Lezama: solo he conseguido llegar al tercer capítulo.

Le he dicho que abandone Paradiso, que continúe

con Thomas. Me responde que no abandonará.

Cada mensaje de texto mide unas pocas bimembres:

El lector-simulador sirviendo descafeinados.

Al rato me refiero a Cuba como: una isla

rodeada de filología por todas partes.

Según el lector enfermo ese podría ser

el título de mi próximo libro.

Hablamos. Por escrito. Durante

media hora sobre el lenguaje.

Él piensa que, a diferencia de Thomas

Bernhard, Lezama Lima es lenguaje.

Yo pienso que, a diferencia del lenguaje, Thomas

Bernhard es lenguaje. Lezama es filología.

 

 

La poeta Jamila Medina Ríos

 

Jamila Medina Ríos

(Holguín, 1981). Poeta, narradora y ensayista. Reside en EE.UU. Es magíster en Lingüística por la Universidad de La Habana (Cuba). En 2021 plantó su azimut en Providencia (EE.UU.), donde proyecta su doctorado. Codirige Candela Review, publicación afro trans queer feminista y descolonial [en construcción]. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén, el Premio David y el Premio Nacional de Ensayo Alejo Carpentier. Ha publicado en poesía País de la siguaraya (2017); Del corazón de la col y otras mentiras (2013); Anémona (2013); Primaveras cortadas (2011) y Huecos de araña (2009); en narrativa Ratas en la alta noche (2011); Escritos en servilletas de papel (2011); y en ensayo Diseminaciones de Calvert Casey (2012).

 

La picada

 

Fue un amor marinero

de esos que te despechan

plantada en la estación.

Había un remo caminero

capitaneando el abrazo

con que me izó pa bailar.

Fue lluvia y de madrugada

cuando bajé la cabeza

donde llevaba enterrada

la peineta de su voz.

Rezando cedí la pieza

y me llevó a la carrera:

de Caballito a Retiro,

de Flores hasta Barracas,

de Soldati a Mataderos,

de La Boca a Pueyrredón.

Hundiéndome en la arenita

me sentí al subir al barco.

Era curva peligrosa…,

mas no me dijo: “Quedate”

ni yo le dije: “Venite”.

Y partí en Puerto Madero

como se cae a un barranco,

como se arranca una flor.

Cuando volví de Tres Cruces,

ya era noche para el baile.

Ay, mi peineta calada.

Ay… del remo que no entra al agua.

La boca que no besa, no se sacia.

La boca que no besa, no se sacia.

Cuando volví a Buenos Aires

habían cerrado el mesón.

Ay, a boca que no bebió,

¿cómo acallarla?

Ay, la boca hambrienta y abierta,

la boca toda sedienta…,

a la boca-ojos de muerto

¿cómo haces para cerrarla?

Ay, mi boca, pero qué sed tiene mi boca…

Ay, mi boca…, ¡pero ¡qué sed!

La boca que no besa no se sacia,

no se sacia…

¡No!

 

 

La poeta Damaris Calderón

 

Damaris Calderón

(La Habana, 1967). Poeta. Reside en Chile. Obtuvo el Premio de Poesía de la Revista Libros de El Mercurio (Chile, 1999), el Premio Altazor a las Artes (Poesía), el Premio de la Crítica Literaria (Cuba, 2018) y el Premio a la trayectoria Pablo Neruda (Chile, 2019). También obtuvo la Beca Simon Guggenheim (2011). Ha publicado ¿Ha publicado más de veinte libros de poesía, entre ellos, Y qué? (2020); El tiempo del manzano (2018); Las pulsaciones de la derrota (2013); Los amores del mal (2006); Sílabas. Ecce Homo (2000); Duro de roer (1999) y Guijarros (1997).

 

El momento más grave

 

La Habana es la ciudad del hambre,

la ciudad de los apetitos.

Voy a nacer en La Habana.

Voy a nadar cinco generaciones,

para llegar al vientre de mi madre, que sabe a sal.

La Habana es sol, es salobre, es salmuera.

Voy a llegar al Prado, para inmortalizarme con mi hermana,

en esa foto sepia, de cámara de cajón.

Voy a perder los pies caminando las calles de La Habana.

Me voy a arrastrar como el mutilado del parque de los héroes,

sin ninguna heroicidad.

Voy a ser joven y lustrosa como una moneda.

La Habana es la ciudad del churre,

del ron, de las columnas.

En La Habana me sacan los ojos y me los vuelvo a poner.

En La Habana me crucifico con vítores,

vuelvo a cargar los cubos de agua,

a bañarme en una palangana con sangre del cuarto de los

[gallos.

Cuando esté en París, voy a soñar con La Habana.

Cuando me muera,

voy a soñar con La Habana.

Cuando sea inmortal

y me agiten como un trapo tendido al sol.

 

 

La poeta Martha Luisa Hernández Cadenas

 

Martha Luisa Hernández Cadenas

(Guantánamo, 1991). Teatróloga, poeta y performer. Reside en La Habana (Cuba). Fundadora de la editorial independiente Ediciones sinsentido. Escribe la columna literaria “Pucheros”, en Hypermedia Magazine. Obtuvo el Premio Novela de Gaveta Franz Kafka, Premio Bienal de Poesía de La Habana (Cuba), el Premio David y el Premio de Ensayo La Selva Oscura y el Premio de Teatrología Rine Leal. Ha publicado en poesía Los Vegueros (2019) y Días de hormigas (2018); y en novela La puta y el hurón (2020).

 

La cuchilla rusa

 

Arístides

Mi abuelo decía:

Me cago en Sebastopol y Bauta.

Encendía su tabaco con el fuego azuloso

que salía de la hornilla de gas,

y mirándome a los ojos,

se preguntaba:

¿Alguien se ha comido mis huesos?

Afilaba la cuchilla rusa,

la que mi papá trajo consigo de la URSS.

Mi abuelo estaba orgulloso del hijo,

del filo de la cuchilla,

del año 1989:

Año 31 de la Revolución.

Mi abuelo tomaba el cenicero,

creía que se quedaba solo,

sentía que me disolvía.

Mi cuerpo se esfumaba en la cocina

como la llamarada de un futuro

que ha ido malgastándose.

Mi abuelo suponía

que yo no le escuchaba decir:

Extraño con todo mi cuerpo a Manuela.

El tabaco se quedaba encendido,

como cuerpo decapitado

en el cenicero y su oxidación.

La cuchilla cantaba con él

mi presencia se atenuaba

y veía en sus ojos

la ternura de mi abuela.

Me cago en Sebastopol y Bauta.

Sebastopol en los huesos,

Sebastopol en el fuego,

Sebastopol en la ausencia.

 

 

La poeta Soleida Ríos.
Crédito de la foto: Omar Sanz

 

Soleida Ríos

(Santiago de Cuba, 1950). Poeta. Reside en La Habana (Cuba). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén y el Premio Nacional de la Crítica Literaria. Obtuvo la Beca de creación de la Fundación Alejo Carpentier. Sus libros generalmente son transgenéricos. Ha publicado en Bocaciega. Galería estupefacta (2019); ¿Libro, puerta o garabato? (2018); A wanilé (2017); Estrías (2013); Aquí pongamos un silencio (2010); Secadero (2009); Escritos al revés (2009); Fuga, una antología personal (2004); El texto sucio (1999); Libro cero (1998) y El libro roto (1995).

 

Agujeros

 

La implosión fue en Isla de Pinos. Poco antes (y después) de la Guerra de las Malvinas. Yo me puse a leer a William Shakespeare, encima de una litera.

 

*

En Tropicana bailé con Desiderio Navarro (hombre casi caucásico, políglota, hiperactivo investigador de arte-cultura-pensamiento-siglo XX, ideólogo y difusor de saberes extraterritoriales…) una Rumba sin oxígeno. Él, con su camisa gris. Yo, con un pulóver tejido, bien escotado.

 

*

…entró una paloma que debía deambular libremente al menos por tres días. Las ventanas abiertas y las puertas semicerradas. Salía y volvía a entrar. Cuando quise alimentarla me dio tres aletazos. Era blanca. O quizás la paloma de la paz.

 

*

El Asteroide, nombre supuesto, paraíso (ilegal, 1986- 1997): tres ventanas, tres puertas, aire en las 4 direcciones. El que trepó solo a rascabuchear (Don Mínimo), a la vista, se disfrazó de Apagafuego. Otro (Ladronzuelo Menor), buscaba una pistola calibre 22.

La casa se hizo agua.

 

*

Ébola… Dengue… Cólera… Chicungundya… Había cerca una flor bermellón. Y cantamos: Carolina dengue Carolina dengue Carolina dengue… Sin amparo filial. Y sin desinfección: aydetiaydetiaydetiaydeti goce del dengue goce de la guerra goce del traspié goce de la cadena goce del obstáculo goce de la tiranía goce de la melancolía goce de la melomanía goce del goce

El viento derribando cabezas. El viejo Lázaro en la calle con su carretón cargando muertos.

 

 

24 de noviembre, 2014.

 

 

La poeta Nara Mansur.
Crédito de la foto: Ricardo Cases

 

Nara Mansur Cao

(La Habana, 1969). Poeta, dramaturga y crítica teatral. Reside en Buenos Aires (Argentina). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén, el Premio de la Crítica Literaria y el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (2013). Ha publicado en poesía Arpegio (2019); El trajecito rosa (2018); Régimen de afectos (2015) y Manualidades (2011); en dramaturgia Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro (2009); Chesterfield sofá capitoné (2016); en cuento ¿Por qué hablamos de amor siempre?; y en investigación Dos viejos pánicos y otros textos teatrales, selección y estudio crítico del teatro de Virgilio Piñera (2014), entre otros.

 

Fábula

 

(de Sagrada Emilia)

 

Ella dice

cuenco manto hídrico oleada cliché

“No estoy perdida, ¿me cerrás la puerta?”

me barre junto al polvo enamorado

me esconde junto a la pelambre de la silla:

Una madre vigila y se sumerge patas adentro.

Dice “No más” y también “No me gustan las cosas divertidas”

es coreana; dibuja los silencios con mi boca

crece hasta el cielo de mi antigua moral

está a punto de mecerme, de echarme sobre sus hombros

–que el horno caliente al horno, al fuego

sin su cabeza dentro, sin mi cabeza dentro– digo

y también, que estire los pies sin abandonarme.

Una madre espera siempre ser superada.

Sabía que tenía que decirte una palabra y su eco

es decir, palabra en dos, en tres, facetada

como diamante en bruto

este tipo de confesiones E m i l i a.

Una a veces dice lo que piensa y te matan

o te lavan toda con formol para que aséptica vuelvas

a la hija nuevamente

a sus brazos más lánguidos que los tuyos

a sus brazos en forma de pregunta, de escarnio

porque es un amor impúdico el de la niña propia

la que engendras y heredas a un mismo tiempo.

Una madre se vuelve ajena para sí misma.

[…]

 

 

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