Un recorrido por lo real: Tres poetas latinoamericanas actuales

 

Por Diego L. García*

Crédito de la foto (izq.) Facebook de C.A.F. /

(cen.) www.trafkintu.com.ar/valeria-mussio /

(der.) www.revistaelhumo.com

 

 

Un recorrido por lo real: Tres poetas latinoamericanas actuales

 

Pero a quién le importa ese dato si también hay

otra línea más pesada más realista

que a veces se pierde y otras veces

sin esperarlo como en los sueños retorna

pero cambiada.

Tamara Kamenszain, El libro de los divanes

 

 

¿Qué es lo real? Nos adentraremos en lo real contado, en un lo real dicho por las miradas de tres poetas latinoamericanas actuales a las que sin dudas debemos prestarles mucha atención: Cristal Alarcón Filinich (Arequipa, 1997), Valeria Mussio (Buenos Aires, 1996) y Mónica Hernández (Guadalajara, 1994). Usé un verbo que presupone un interior, aunque los tres poemas que abordaremos hablen de espacios para nada cerrados: una memoria en código morse, recorridos en el límite del sonido y el sentido, fiestas que se abandonan para volar a una estación espacial con T. S. Eliot y G. Stein. Será cada unx de ustedes quien complete el viaje.

Comencemos por uno de los textos:

 

 

Cristal Alarcón Filinich: Moho (Personaje Secundario, 2020)

 

Recorrido

 

Mi papá me traía cuando era pequeña,

te dije señalando una comunidad cristiana para gente con dinero.

Mi papá nunca tuvo dinero.

Salimos de la mano,

caminando por una calle recorrida más de tres mil trescientas

veces,

pero no de la mano.

Describir el mundo siendo una pésima guía de turismo.

Poner de cabeza mis recuerdos

y perdernos.

Acá sostenía mi cometa, para hacerla volar en agosto,

te mentí,

nunca tuve una cometa, pero icé un par de telas en julio.

Hice lo que los demás hacían hasta que mi conciencia sugirió que

debíamos seguir haciéndolo.

Rutinas,

el itinerario nos persigue a todos.

¿No es así?

Salir por el pan a las siete con cinco a.m.,

volver con sol cincuenta de pan a las siete con diez,

creer que cinco minutos de pasos a diez grados cuenta como ejercicio

diario.

En mis venas circula el esfuerzo.

Te digo que bebo agua cinco veces al día

pero nunca he contado los litros que consumo,

beber agua sería salir a la calle y sacar la lengua cuando un

auto pase a gran velocidad para salpicar mi boca con cualquier

cosa.

Deshidratación.

Sostengo tu mano.

Está fría.

Hace diez grados que dejamos mis recuerdos sin dinero y mentiras

flotando.

Pasamos por una pizzería.

El dueño fue amigo de mi padre, tampoco tenía plata, pero ese sí

despegó a los United’s.

Vendió su pizzería para atrincherarse en una esquina en New York,

haciendo tacos.

Sostienes mi mano.

Todos los latinos son mexicanos, dices.

Todos los mexicanos comen tacos, corriges.

Es insensato creer en las palabras después del sonido,

en la historia después de mis pasos.

El turismo apesta en este país.

No hay más ruinas que mis recuerdos

y no son míos.

Estamos en la plaza,

la Guerra Fría se disipa entre tus dedos.

Esto es un atentado.

Pestañeo tres veces en código morse:

bésame,

se acaba el mundo.

Entonces ves mis ojos y te ríes,

seguro quiere estornudar, piensas.

Achú.

Otra bomba tumbó otra torre.[1]

 

[1] Luego de un extenso espacio en blanco cierra: “El mundo se acabó./ Te lo advertí.”

 

 

La voz de este poema cuenta, recorre un espacio que va de la segunda a la tercera persona, un/a acompañante y un padre lejano. Esa distancia es una distancia del lenguaje antes que real: “Es insensato creer en las palabras después del sonido,/ en la historia después de mis pasos”. El recorrido, el turismo, el caminar resultan formas de una escritura que se hace en movimiento. Que revela un proceso antes que un destino. Se dice y se miente, pero se avanza. No importa, parece marcar la poeta, la condición de verdad de su lenguaje sino el territorio develado (como los mapas que en ciertos videojuegos se van revelando a medida que se los explora). Lo dicho es ya un espacio conquistado en un plano alternativo, desviado, de la comunicación. El mundo se acaba como un sonido, no como un concepto. El naufragio por la ciudad resulta una manera de liberar el discurso, el tener que decir, la idea de una literatura como declaración funcional a la corrección política y estética.

Beber agua cinco veces al día, aceptar la lógica del orden hegemónico (el que nos lleva a consumir hábitos de salud como una religión) contra el desvío que la autora inserta: “beber agua sería salir a la calle y sacar la lengua cuando un / auto pase a gran velocidad para salpicar mi boca con cualquier / cosa”. El agua del desecho capitalista, la apertura a recibir cualquier cosa, es un gesto que podemos interpretar como un arte poética. El movimiento (la aceleración, lo casi-incontrolable) de una historia apropiada no necesariamente debe saber a verdad ni a destino.

Crucemos ahora entre las ruinas de la plaza hacia el siguiente poema.

 

 

Valeria Mussio: No te olvides de mirarme cuando cierres la puerta (Matrerita, 2021)

 

cuando estoy triste escribo poemas de amor

para recordar que la vida es hermosa

 

deberías saber que hoy hiciste algo hermoso y ya

podés echarte a dormir

 

en el pasto, con tu perro o quién sea

 

pero no dudes de que por fin podemos estar

 

más tranquilos, si estabas corriendo enloquecido y

 

de pronto paraste porque una paloma tenía

 

algunas manchas blancas irregulares en la cara y

dijiste

“waw”

 

creo que podemos considerar esa como tu buena

 

acción del día. estoy tratando de convencernos

 

de algo nuevo: deberías leer esto con las voz de

tu abuela,

 

deberías saber que las voces son lo primero

 

que se olvida, que tu cerebro va a desarticular

los sonidos y de a poco

 

va a reemplazar las caras con pinturas abstractas,

 

que lento vas a dejar de recordar las cosas y por

eso

 

quizá te convenga hacer menos esfuerzo por

sostener lo que está

 

tendiendo a hacerse pedazos. ahora estamos de

nuevo

 

en esa fiesta, y sabés que mi boca se va a volver

abeja buscando

 

flores raras y con colores extraños para rozar

apenas,

 

y sabés que voy a darte vergüenza probablemente

bailando

 

de una forma muy poco sensual muy poco

 

prolija, y deberías conocerme porque es probable

 

que me vaya del lugar caminando sola y sin

 

avisarte de nada. entonces sabés que si lográs

 

soportarme un día más ya hiciste algo hermoso y

podemos

 

echarnos a dormir en el pasto, y yo voy a

intentarlo también

 

quizá enviándote esto en un avión de papel que

entre

 

de forma juguetona por tu ventana,

 

deberías abrir la ventana y mirar el sol

 

aunque las abejas estén empezando a desarrollar la

capacidad de elevarse

 

tanto que se meten en nuestro piso nueve, deberías

saber

 

que es bueno que las abejas vuelvan porque si no

 

el mundo se termina. y amamos el mundo ¿no es

cierto?

 

kev me dijo que su planeta favorito es la tierra,

 

y cómo podría ser la tierra cuando existen

 

júpiter y plutón, pero claro acá tenemos

 

campos de maíz películas de zombies y telescopios

para ver supernovas

 

y si bien todavía prefiero a júpiter y a plutón me

parece

 

que es un argumento bastante infalible pensar

 

que el planeta más hermoso es este

 

en el que podría encontrar tu cara y su cara y

 

todas las caras que me gustan

 

y reconocer siempre la ternura en una multitud

cualquiera.

 

 

Es un poema maravilloso de Valeria Mussio. Se trata de otro recorrido que se construye como deriva, y lo real que puede sintetizarse en un verso súper poderoso: “todas las caras que me gustan”. Lo real, el planeta tierra (conservo la minúscula), con sus fiestas, sus abejas, palomas raras y películas de zombies, es el territorio de las caras que gustan a la voz que lo recorre. Se elige por dónde transitar, aunque no se lo controle en un sentido mecanicista. Y a ese real le agregaría también ciertas porciones de lenguaje como poemas de amor, la vida es hermosa, wow, júpiter y plutón, supernovas y la escena cinematográfica de la fiesta-el baile-la huida entre otros elementos. Porque ese real, como también el de Cristal A. F., incluye vigas de lo dicho y lo observado, piezas tomadas del consumo que esta generación ha hecho de la cultura. El poema, como un hermoso acierto, reconoce que esos materiales son parte fundamental de lo mostrable, de lo que puede convocarse al pensar en lo real y también en lo poético. Así, el artefacto que se construye pone en cuestión la idea de una estetización tradicional, preciosista, maquillada para un desfile de moda (hay lectores/as que buscan todavía esos estereotipos para reconocer un arte inútil que lxs contente). Lo bien-hecho se derrumba como otro Muro de Berlín en lo agotado y agrietado de una época donde el poder no se disputa por solicitudes de reclamo.

Pasemos por esas rajaduras hacia una estación espacial en Tijuana.

 

 

Mónica Hernández: Hematoma (Ediciones Liliputienses, 2021)

 

Souvlaki Space Station

Bajo la falda es espuma

blur

 

del pavimento contra las

notas coaguladas en el cuello

rugosas como lugares comunes:

caminar las calles bajo el rubí nocturno

tirando filtros hasta el motel para

 

Door

 

Do or (1)

 

Streets that follow like a tedious argument

 

unas horas y tomamos ficheras como Pinche rosa

qué ígneo puede ser rascar las membranas.

Desbordantes lunares comunes

 

y las mujeres que se van y se vienen

sobre los conciertos con argumento de pez

Talking of Michelangelo (2),

 

como decir

nunca había escuchado

crujir

sábanas de plástico Rosa como un ramo

sintético y destello transparente

en rocío de

Tijuana y de saliva

 

esquirlas que guardan

los sabores

en cap su la dos retazos

sin par a brisas

 

cómo te digo que yo soy

quien se comió todos los condones

 

de dientes

de león detrás del

plástico empacador en el Oxxo.

Látex de ojos en uvas que truenan

la piel

 

esos son nuevos,

no se rompen y giran en su propio eje.

 

It is rose in hen (3).

 

Come one day.

 

Debajo de la carne te crece

un cartílago polifónico

igual que no sé la forma en que crecen las uñas,

pero germinan de la piel en volta.

 

 

Si suturamos nuestras dermis hicimos carreteras

transpirales que avanzan pluviales

kilométricos

sí fi ci garros antitéticos

de panza de luciérnaga en combustión

 

de dos incrusta dos en la tierra

 

Gold space gold space of toes (4)

 

y Ruido menta en cada luna

 

<estática> mi Souvlaki Space Station.

 

(1) White electrics are a button.

(2) Let us go, through certain half-deserted streets.

(3) Melancholy do lip sing.

(4) Push sea push sea push sea push sea push sea push sea push sea push sea.

 

 

Es el motel de los intertextos: un encuentro que va desde “Sacred Emily” de Gertrude Stein a una canción de Slowdive, desde “The Love Song of J. Alfred Prufrock” de Eliot a un sketch de The Jerky Boys. Las carreteras transpirales del erotismo juegan en medio de esos enlaces con el látex del lenguaje. Las texturas en este poema son el sentido. La voz de Rachel Goswell en la canción titulada igual que el poema pasa por detrás de una ciudad de guitarras con delay casi sin distinguirse (¿Qué es lo real en ese derrumbe?). Allí estamos, en una estación espacial fuera de las normas terrestres donde la poeta fluctúa en el ruido que desea. La estática final o las sábanas de plástico Rosa generan un loop como el de Stein que nos envuelve para quebrar los límites.

Lo real que me interesa leer en este poema no son los materiales, el plástico, la piel, las uñas, etc. Sino lo real contado, que en este texto de Mónica Hernández aparece fragmentado, intermitente y superpuesto. Hay otras voces incrustadas para contar eso. Hay también un recorrido mayor que exige transitar todo el libro para encuadrarlo cartográficamente. Y, fundamentalmente, no hay un forzamiento para que lo contado sea amable, para caer en un simulacro como si pudiéramos responderle al poema (y es que nunca, ni siquiera en las escrituras más lineales, la sensación de que alguien nos habla nos dará lugar a un asomo de respuesta). Hernández elige un camino de atmósferas donde lo dicho se despega del ritmo visual (el que procesamos con mayor frecuencia) un poco más que en los poemas citados anteriormente.

Las tres poetas sostienen proyectos exploratorios propios, donde los elementos de esos reinos se encadenan por fuera de cualquier ley exterior; una línea que retorna, como decía Kamenszain, cambiada. Y no es menor esto en la turbia historia de las literaturas. Que Cristal Alarcón Filinich, Valeria Mussio y Mónica Hernández estén produciendo hoy unas de las mejores poéticas contemporáneas nos permite corrernos un poco más de las tradiciones (esa pretensión de lo real absoluto). Y cada uno de esos desplazamientos (aun los más pequeños) nos ayudan a desenfocar de un orden ya saturado y aburrido.

 

 

 

 

 

*(Buenos Aires-Argentina, 1983). Poeta. En la actualidad, se desempeña como profesor en Letras y escribe crítica literaria. Ha publicado en poesía Esa trampa de ver (2016), Una voz hervida (2017), Una cuestión de diseño (2018), (Fotografías) (2018).