La presente reseña periodística la publicó el reconocido escritor uruguayo Mario Benedetti el día viernes 05 de junio de 1964, en un diario de la capital uruguaya, con motivo de la lectura de Lima la horrible se Sebastián Salazar Bondy. Tres años más tarde, en 1967, Benedetti incluyó en su libro de ensayo Letras del continente mestizo, el artículo que aquí reproducimos y en el que se despacha sobre el mito de la arcadia colonial y el ensayo de Salazar B.
Un limeño contra la arcadia
Por: Mario Benedetti
Crédito de la foto: http://delaurbe.udea.edu.co/
«Mi crítica renuncia a ser imparcial y agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente. Toda crítica obedece a preocupaciones de filósofo, de político o de moralista». Así anunciaba sus intenciones, hace 36 años, José Carlos Mariátegui en el último de sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, libro clave y también premonitorio de una consciente faena de clarificación social que hoy ha tomado un impulso latinoamericano. Y agregaba: «El espíritu del hombre es indivisible; y yo no me duelo de esa fatalidad; sino, por el contrario, la reconozco como una necesidad de plenitud y coherencia». En 1964, otro espíritu indivisible, otro peruano ansioso de verdad, revitaliza y re actualiza la preocupación crítica y esclarecedora de Mariátegui en un libro que es a la vez amargo y comprometido, apasionado y sagaz. Me refiero a Lima la horrible (Ediciones Era, México, 1964, 101 págs.), cuyo título proviene de La tortuga ecuestre, de César Moro, quien fechó uno de sus poemas con la siguiente provocación: «Lima la horrible, 24 de julio o agosto de 1949».
Sebastián Salazar Bondy nació en 1924, en esa misma Lima que hoy le escuece. Ha escrito cuentos, teatro, ensayo, crítica y poesía. En el parcial conocimiento que poseo de esas tentativas en cinco géneros (a los que habría que agregar sus excelentes notas periodísticas) prefiero su poesía más reciente. Aun en los mejores poemas de Salazar Bondy, hay una actitud de inconformismo frente a los líricos quintaesenciados, frente a la poesía pura y desarraigada, frente a lo inefable. Podría definírsela como un poetizar que mira hacia la prosa. Afortunadamente, en sus poemas Salazar Bondy sólo mira hacia la prosa, pero no permite que su verso caiga en la tentación de lo prosaico. Si bien, como tanto poeta contemporáneo alérgico a lo inefable, descarta a priori esa colección de palabras con prestigio poético que algunos vates exhiben en el hundido pecho junto a las medallas del ditirambo, si bien es cierto que desconfía ostensiblemente de los lugares comunes de la exquisitez, no se resiste en cambio a la emoción de los significados, a que la poesía (huida, o más bien rescatada, de los moldes heredados y caducos) se refugie en lo que quiere decir, en la comunicativa sensación que sirve de respaldo a las imágenes: «Porque, para ser justos, es necesario que envolvamos nuestra ropa, / demos fuego a nuestras bibliotecas, /arrojemos al mar las máquinas felices que resuenan todo el día, / y vayamos al corazón de esta tumba / para sacar de ahí un polvo de siglos que está olvidado todavía».
Pues bien, en su nuevo libro, Salazar Bondy envuelve su ropa, prende fuego a algunas bibliotecas y desciende al corazón del exangüe pasado para limpiarlo de su polvo secular. A partir de su expresión tan personal, a partir de su mirada tan peruana, este escritor participa sin embargo de una actitud que va uniendo (iba a escribir insensiblemente, pero más bien es todo lo contrario) sensiblemente a muchos escritores latinoamericanos. Como Carlos Fuentes en su México, como Roa Bastos frente a Paraguay, como Augusto Céspedes en su Bolivia, como Alejo Carpentier en su Cuba, como Ernesto Cardenal en su Nicaragua, como Gabriel García Márquez en su Colombia, como Julio Cortázar lejos (y tan cerca) de su Argentina, como los nuevos poetas de Chile, como su compatriota Mario Vargas Llosa, este peruano inconforme, decidido y veraz, emprende su propia búsqueda para poner al sol las raíces de esta América querida y vergonzante, poderosa e inválida, llena de carácter y posibilidades, y sin embargo clavada en su frustración y en su derrota.
La insatisfacción que, con excepción de algunos poemas, dejaba en el lector la obra anterior de Salazar Bondy, venía quizá de un mínimo desajuste entre el propósito y su instrumento. En Lima la horrible, en cambio, el ajuste es perfecto. El enfoque es vivo y original; el estilo es chispeante, terso y certero; el hombre que reside en la obra, revela una indignación tan generosa que, aun sin proponérselo, ejerce un proselitismo de simpatía. Como resultado, Lima la horrible es más dramática que el teatro de Salazar Bondy; y, en última instancia, más esencialmente poética que su poesía. Es el mejor Salazar Bondy y quizá uno de los libros destinados a sacudir vigorosamente el árbol continental, con la consiguiente caída de sus mitos resecos.
Precisamente, el que corresponde a Lima y que este escritor denuncia, es el mito de la Arcadia Colonial o sea «la envoltura patriotera y folklórica de un contrabando. Lima es por ella horrible, pero la validez de este calificativo depende de dónde nos situemos para juzgarla, qué código consultemos para medir sus defectos y vicios y a quiénes sentemos en el banquillo de los acusados. El objeto de estas páginas es vindicar a la ciudad de la deplorable falsificación criollista y condenar, en consecuencia, a los falsos monederos». Cada país latinoamericano tiene su mentira propia, su técnica de hipocresía, adecuadamente fomentada por sus beneficiarios. Un error vastamente difundido, aun entre quienes comparten un afán esclarecedor, es suponer que el antifaz usado para ocultar el verdadero rostro nacional es el mismo en todas las comarcas. La mentira, por definición y por esencia, tiene un poder mimético del que, por los mismos motivos, carece la verdad: es así que en Venezuela se adapta dócilmente al subsuelo petrolero; en el tiroteado México se infatua de machismo; en El Salvador revuelve su café; en el futbolero Uruguay arroja las responsabilidades al comer. El notable acierto de Salazar Bondy es haber reconocido que, en su Lima, esa falsificación fomenta la hipnótica presencia del pasado colonial y su obligatoria consecuencia: la anestesiante y extraviada nostalgia.
«Este libro se debe a Lima», dice en la introducción. «Lima hizo a su autor e hizo su aflicción por ella. Ninguna otra razón que la intensa pertenencia del texto a su tema determina que estas páginas no transen en rectificar el mito mediante la más honda realidad, cotejo inclemente de la premonición y la nostalgia en la tierra árida del presente. Y como sólo el implacable deseo de posesión clama por el conocimiento desnudo y esencial, debe ser por sobre todo, considerado obra del amor que es poesía y vida. No soporta, por eso, ninguna simulación y más bien lo anima el coraje de la clarividencia, aquel que permite mirar cara a cara el horror y denunciarlo». Para fundamentar tal denuncia del falso pasatiempo, Salazar Bondy empieza por desembozar el verdadero pasado. Para desinflar el globo aparentemente melancólico e idealista de los actuales evocadores, desprestigia con paciencia y sagacidad el meollo de lo evocado. Para negar la pureza restauradora de los promotores y cómplices del mito, hojea con bienhumorada erudición la historia limeña a fin de extraer lo que era rescatable y sospechosamente no ha sido rescatado. Para hostigar los actuales insomnios civiles («tener un auto cualquiera, tener un auto americano de un modelo de no menos de cinco años atrás, tener un auto nuevo, ese auto nuevo, no otro, tener dos autos, tener tres autos, ad infinito») retrocede hasta el origen de esa reacción en cadena social. Para desmoronar la apologética del perricholismo, a cargo de sus actuales fariseos, pormenoriza el fenómeno de la elevación en la escala social por la aparentemente inobjetable vía criollista. Para explicar la institución que él denomina Grandes Familias, menciona su astucia en relación con el negocio guanero, tan antiestético como rendidor, Para interpretar la devota voluptuosidad de la casta mística y sus fautores, elucida su infraestructura femenina («en la estafa arcádica la limeña resultó así lo que es: protagonista de una imaginaria felicidad social»). Para desarmar el picaresco y temeroso endiosamiento de los muertos (necrofilia que es también una forma de exaltar el pasado), historia la mentira fantasmagórica de los panteones.
«Vivir ahora es decir que no», dice Salazar Bondy, recogiendo así la posta de Mariátegui («mi misión ante el pasado parece ser la de votar en contra»), mas para fundamentar esa negación heredada, que, al igual que la del autor de los Siete ensayos, proviene de una voluntad afirmativa, Salazar Bondy recurre a un doble apoyo: el filón popular (son notables sus análisis del vals criollo y del huachafo, «peruanismo que reúne en un solo haz los conceptos de cursi, esnobista y ridículo») y los testimonios diseminados sobre Lima por escritores peruanos y extranjeros, cuyas frases, estratégicamente ubicadas, enlazadas y hasta recíprocamente enfrentadas, ilustran el texto mejor aún que las estupendas fotografías que el volumen incluye. En un libro que sólo de modo marginal juzga lo literario (hay una reivindicación clara de González Prada y también un no menos claro desmedro de Ricardo Palma), son inesperadamente certeras las referencias a escritores peruanos, en especial las dedicadas a Luis Alberto Sánchez (‘en quien la costumbre de la prisa devastó intuiciones primigenias y apartó su vida del río de la vida verdadera»), Martín Adán («cuya persona sufre y registra en versos la tensión entre el ayer, que sabe de cartón, y el mañana, que adivina cataclísmico»), José María Eguren («oxidó la chatarrería chocanesca con su pertinacia de brisa») y José Santos Chocano («vistió de armiño y pluma a promiscuos antepasados, incas tristes de soñadora frente y conquistadores de fuertes y ágiles caballos andaluces, y los sentó en un parnaso a medias tropical y art nouveau para meter un ruido infernal y sin objeto»).
Tal como el autor se adelanta a admitirlo, no es éste un libro objetivo e imparcial. No puede serlo. Cada vez es más difícil escribir en esta América libros imparciales. Pero tampoco es un producto del resentimiento, un manojo de odios. Es cierto que casi todas sus páginas segregan rebeldía, inconformismo, reproche apasionado, pero en este caso son formas del amor y revelan, en última instancia, la angustia de un testigo que asiste a la falsificación de aquello que ama. Al término de su cálido alerta, Salazar Bondy pudo haber anexado estos versos que publicó hace cuatro años: «Me digo que estoy triste y que la ciudad me conoce / en este breve viaje, mirándome y mirándola, / juntos ustedes y yo, mientras repito estas palabras: / «Desciendo aquí, señores. Todavía hay esperanza».