Por Julio César Zavala*
Crédito de la foto (izq.) Reneé Silva Catalán /
(der.) Descontexto Eds.
Sobre Oscuros Ríos (2018),
de Juan Carlos Villavicencio
Los movimientos inversos del poemario Oscuros ríos de Juan Carlos Villavicencio (Puerto Montt, 1976) nos evocan el viaje por un caudal de palabras que colisionan con el lector, a manera de saber aforístico u oscuro, Oráculo misterioso que revela la senda de una catarata invertida, que intenta alcanzar el cosmos y revelarnos el paso del logo al mito, o una transición hacia un saber revelado y críptico.
El poema ontológico de Parménides, antagónico de Heráclito de Éfeso, termina con una sentencia categórica: “De mi lenguaje su falaz ornato”, esa forma en que el lenguaje substanciabiliza al nombrar, al definir un objeto o sustantivo que termina siendo la jaula del lógos, ese saber que se racionaliza, pero que es llevado a un nivel interpretativo particular gracias a la migración en un discurso poético. Heráclito proponía que el cosmos era resultado de la trasmutación del fuego. En la teoría de las correspondencias del Ying Yang, podemos ver también esa dirección:
“La madera engendra el fuego.
El fuego engendra la tierra.
La tierra engendra el metal.
El metal engendra el agua.
El agua engendra la madera.
La madera destruye la tierra.
La tierra destruye el agua.
El agua destruye el fuego.
El fuego destruye el metal.
El metal destruye la madera.”
En la poética de Villavicencio, nos encontramos con estos mismos elementos regados en un poemario fragmentado en cincuenta partes que nos irán narrando, desde la brevedad de un discurso que se cuestiona las formas en que este saber trágico interpone sus fronteras y que se manifiesta en los versos: “Secreta promesa de los Dioses:/ Todo lo que se arrastré será apacentado a golpes/ De ahí la serpiente/ i la mentira de la cruz” que nos recuerda a cierta reinterpretación de Levítico 11, 42: “Todo lo que anda sobre su vientre, todo lo que camina sobre cuatro patas, todo lo que tiene muchos pies, con respecto a todo lo que se arrastra sobre la tierra, no los comeréis porque es abominación.”, es así que el discurso poético irá adquiriendo una carga nihilista, que irá cercenando la creencia de algunos dioses, en especial del que trae la cruz para recobrar la fe “en lo uno i el todo”, y derribar cadena que tienen atenazados al pueblo en su lucha por desaprender.
En la forma ascética del lenguaje nos conducimos por un escenario donde la “polis”, puesta de manifiesto, es el lugar para defender, en la zona sur en donde todos los falsos dioses han erigido la confusión y el desencanto. Citando al poeta Charles Olson, en uno de su poema más trascendentales “El Martinpescador” dice: “En el mismo río ningún hombre pisa dos veces / Cuando el fuego muere el aire muere/ Nadie permaneces, ni es, uno.” En O.R. nos encontramos con lo que Olson denomina en un conjunto de poemas la “Peyorocracia”, ese poder “peyorativo”, esa carga negativa del poder que lo contamina todo, en el caso específico de este poema, ya que lo usa en varios momentos de su poética de verso proyectivo, para desnudarnos el nido hediondo del Martinpescador, en el caso de Villavicencio, para evidenciar la corrosión y una corrupción de un sistema que el hombre debe abandonar, donde la suciedad es ley que sería su forma de afirmar una trascendencia.
La yuxtaposición de cruces y momentos de quiebre nos insinúan el contexto en la construcción de un poemario que tendría como espejo el estallido social de un sistema de gobierno que ha sido matriz en la forma en que los gobiernos han ejercido su malsano dominio, es decir, el sistema adaptación de un modelo neoliberal que conlleva a arrojar al individuo mismo en una especie de prisión-río-muralla-cruz, por donde nos sitúa la poética.
En esa gran cartografía por donde se extiende el ruido y la poética de Villavicencio, contemplamos como ese espejo constelado que se pasea en premisas filosóficas y adquiere la contundencia de las ruinas que empieza a describir. Puede ser el ego expandido de un escenario apocalíptico pero que nos devuelve esa forma de consciencia por donde se deslizan los versos. Ese saber trágico revelado y que nos conduce por las murallas de un nuevo tiempo, donde el miedo ha prevalecido, como forma de intuición para avanzar entre las palabras de ese mundo en ruinas. Un poemario que nos conduce por un recorrido metafísico donde pocos quedamos a salvo en su caudal impertérrito, pero necesario.
*(Perú). Crítico literario y librero profesional. Dirige la librería Escena Libre (Lima-Perú).
**(Puerto Montt-Chile, 1976). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica y Magíster(c) en Literatura General, por la Universidad de Chile. Poeta, traductor y editor de Descontexto Editores. Figura en antologías y revistas en Chile, España, Italia, EE.UU., México, Perú, Argentina y Grecia. Editor de la antología crítica Nostalgia de la Tierra (2013) y de la antología Libro de homenajes (2015), ambas de Jorge Teillier. Editor, junto a Carlos Almonte, de las antologías El viajero de las lluvias (2015), de Rolando Cárdenas; de Una casa junto al río (2016), de Clemente Riedemann; de Del arco iris y el relámpago (2016), de Víctor Rodríguez Núñez; de Poesía cero (2017), de Carlos Cociña; y de La línea recta (2019), de Teófilo Cid. Traductor de Grodek (2014), antología de Georg Trakl; de The waste land (2017), de T. S. Eliot; de “El guardador de rebaños” (2018), de Fernando Pessoa/Alberto Caeiro; de La arquitectura de la luz, de Antoni Clapés; y de Llegarán suaves lluvias (2018), antología de Sara Teasdale. Ha publicado en poesía The Hours (2012), Breaking Glass (con Carlos Almonte, 2013) y Oscuros ríos (2018).