Sobre «Gabriel (poesía 2000-2020)» (2020), de Miguel Sanz Chung

 

Por July Solís*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Vallejo & Co. /

(der.) Sandra Enciso

 

 

Sobre Gabriel (poesía 2000-2020) (2020),

de Miguel Sanz Chung**

 

 

Cuando se publica un libro, se busca que sea orgánico; sin embargo, casi siempre existe un puñado de textos que se distancian del grupo y anticipan los rasgos del siguiente. En ese sentido, esta antología permite un mejor panorama del trabajo de Miguel Sanz Chung, puesto que no agrupa cronológicamente los poemarios como se suele hacer, sino los reúne temáticamente. De este modo, podemos apreciar los diferentes dominios que atraen al autor: lo animal, lo vegetal, lo inmobiliario, la escritura, la muerte y, por último, el reino de Gabriel. Todas estas taxonomías, atravesadas por tópicos constantes como la soledad, el silencio, el deseo inalcanzable, la utopía vs. la realidad.

En la primera sección titulada “La hoja bocarriba”, toman protagonismo el árbol y las hojas, y ―sobre todo― el desprendimiento inevitable de la hoja hacia el suelo: su caída, su deambular y el aferrarse a su semejante para alimentar juntas el mismo deseo inalcanzable (volver árbol). Para la hoja, el árbol es la utopía, pero el pavimento es su realidad. Asimismo, hay un segundo deseo que tampoco se consigue: caer boca abajo. Esto significa «no estar obligada a mirar el mundo, ni el mundo mirarla desnuda sobre la acera». Hay una sensación de abandono y ostracismo para ocultar el dolor propio. Pero, además, el símbolo de la hoja no solo se limita a su especificidad, sino que se proyecta; el mundo está lleno de hojas:

«la hoja de metal que acaricia la barbilla, la hoja afilada que corta las legumbres, la hoja de madera que azotas con violencia cuando irrumpes en tu cuarto, la hoja de papel que acunas en tus manos al leer hasta quedarte dormido».

 

Son cientos de hojas que andan tras nosotros con disimulo, hojas solitarias con afán persecutorio que nos aguardan con una paciencia inagotable: «sabe que cualquier día emprenderás aquella excursión por el bosque/ y ella estará ahí esperándote».

En la sección “La mirada del pez” desfilan distintas especies con una versión genuina de sí mismas y su circunstancia. Por ejemplo, en el poema “Pez”, se configuran dos presencias: el que mira desde fuera de la pecera y se maravilla con esa construcción artificial del mundo marino, y el que mira desde dentro:

«Pero la mirada del pez es diferente […] aunque lo intenta jamás halla/ la prolongación del océano más allá de los cristales./ El vidrio solo le regala su propia imagen/ y la soledad se multiplica».

 

Nuevamente surge la soledad, sumada a un deseo irrealizable del pez: «tener esa membrana sobre los ojos/ para poder cerrarlos alguna vez».

 

 

Dejando de lado la flora y la fauna, pasamos a “Lo que el mundo ignora”, donde se reflexiona sobre el ejercicio de la escritura. En el conocido “Poema para ser escrito en el espejo” aparece el poeta encubierto en su día a día, laborando como mesero en un restaurant; friega los platos, barre el suelo, recoge colillas, escribe órdenes. Se establece una relación de superioridad de los comensales frente a la voz, lo que lejos de minar su ego, refuerza su condición de poeta: «lo sé cuando sirvo una copa/ cuando llevo la bandeja/ y escucho el chasquido de los dedos, los siseos, las llamadas/ lo sé cuando me miran con desprecio con burla». El hablante se auto-enaltece y llega incluso a la tradición literaria para compararse. Ni Góngora, ni Baudelaire, ni Whitman, ni Homero, ni Blake ni Basho… nadie lo alcanza: «Yo soy el mejor poeta del mundo, solo es el mundo el que aún lo ignora». Más allá del humor de autoproclamarse el mejor, vemos cómo se piensa el oficio de la escritura, desde el margen, el anonimato, lo vapuleado, incluso lo doméstico. ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre un escritor desconocido y uno consagrado? Quizá el no ser visto le otorga un grado mayor de sacrificio y dificultad. Asimismo, al igual que un mesero sirve la comida sobre la mesa, el escritor da de comer con su cabeza otras cabezas hambrientas de ideas, como se plantea en “Banquete”. En esta misma dirección de poéticas, podemos colocar a Diccionario Elemental, que trabaja con definiciones, síntesis y un alto grado de densidad.

En la sección “El teatro vacío”, el escenario se traslada a las estructuras de concreto. Una casa deshabitada es como un animal muerto en el poema “Noche”, y recorrer sus pasos es escudriñar en sus entrañas para rescatar nuestros recuerdos. La soledad, la penumbra, el olvido de la casa se proyectan hacia el hablante. En “Habitación”, el mundo es un espacio ilimitado, donde pasamos inadvertidos, en contraposición a la habitación que es el verdadero reino, porque gira en torno a nosotros, carga nuestros secretos y hasta las palabras no dichas resuenan con la nitidez de un teatro vacío.

La muerte, esa obsesión que nunca falta, aparece en “El cerezo caído”, que simboliza, entre muchas cosas en la cultura oriental, la fugacidad de la existencia y el valor que le otorga esa brevedad. Así, en el poema “Jinete”, la vida es una competencia: «Cómo detener esta carrera/ dejar de fustigar estos músculos/ que galopan desde el nacimiento».  La voz es el jinete y también el caballo, es quien desea llegar a la meta y, a su vez, quien se flagela para conseguirlo. Y si vivir es correr, morir es detenerse en el poema “Landas”, bajarse de sí mismo, caer en la tierra hasta que se confundan los dedos de los pies con raíces.

Finalmente, en “El ángel anunciador” se presenta un conjunto de poemas inéditos, dedicados a Gabriel, hijo del autor, quien da nombre a la antología. Mi lectura advierte que aquí los tópicos antes mencionados ―como la soledad, el abandono, el deseo inalcanzable, el silencio― se trastocan. Aparece en esta sección una segunda presencia desestabilizadora, que —lejos de ensombrecer más el tono del hablante— logra un interesante contrapeso que hace brotar por vez primera: el amor, lo luminoso, lo divino, la generosidad.

 

El poeta Miguel Sanz Chung.
Crédito de la foto Sandra Enciso

 

El primer poema abre con los siguientes versos: «Abandonaste tu naturaleza celeste/ para morar en esta caverna/ como un troglodita». A través de una metáfora espacial, arriba se ubica lo divino, la omnipotencia, la gracia, mientras que abajo el egoísmo, la crueldad, la caída, el subsuelo. Hay una división entre lo divino y lo humano, y el hijo de naturaleza celeste al descender funge como nexo que concilia ambos mundos: «Te liberaste del abrazo omnipotente/ para aferrarte a los brazos de un padre/ que apenas puede sostenerte». Al igual que una hoja se desprende del árbol y cae contra el pavimento; el hijo cae de los cielos al mundo, un lugar sucio y grotesco, como indican los siguientes versos cargados de ternura y brutalidad: «aunque no lo merezca/ ya nada impedirá que te acune/ en el fondo de este silo». Es un amor de tensiones, sacrificios, contrastes, donde un gesto de afecto, como el poema “Abrazarte” es también contener «una batería de descargas eléctricas, un atado de sábila, un puercoespín». Es un amor que regocija y que duele. Se trata de un hijo arcángel, quien en su afán de adaptarse a un mundo al que no pertenece, genera caos: «vuelve a derribar las paredes/con tu grito ensordecedor/ lanza los libros como aves liberadas/ y envíame al exilio del salón», pero vuelve le pide el padre, porque el hijo no solo desconcierta, sino también es un “ejecutor de designios secretos”, como se titula un poema. Su caos ilumina de conocimiento; sus explosiones de iracundo arcángel revelan los misterios cotidianos y anuncia acertijos, como la poesía misma.

Con esta antología, Miguel Sanz permite a los lectores escudriñar en su trabajo como escritor. Un recorrido por su mirada reflexiva y la ironía a la que nos tiene muy bien acostumbrados hasta poemas que avizoran nuevas dinámicas en su mundo sensible con una voz más vulnerable, que se permite perder, rendirse frente al otro y hasta envolverse en nuevas perspectivas. Un hablante que muestra su rabia y su amor con todas sus luces y sus sombras, lo que potencia y humaniza aún más su poesía: «pero vuelve, alimento de amor y locura/ vuelve/ y satura con tu aliento mi sangre/ preciado tormento de dios».

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1988). Poeta. Literata por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Se desempeña como docente universitaria. Ha publicado en poesía Leche derramada (2015) y Balbuceos de un pequeño dios (2018).

 

 

 

**(Lima-Perú, 1979). Poeta. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Perteneció al grupo de creación y publicación literaria Sociedad Elefante. Ha publicado los poemarios La Voz de la Manada (2002), Quién las Hojas (2007), Paciente 164 (2009), La Casa Amarilla/Casa Abandona (2011), Arte Rupestre (2013), Diccionario Elemental (2017) y Gabriel (poesía 2000-2020) (2020). Desde el año 2004 vive en Pamplona (España).

 

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