Por Ismael Santiago Rojas*
Crédito de la foto (izq.) archivo del autor /
(der.) MiCielo Eds.
Sobre Fosa común (2022),
de Roberto Acuña** + 3 poemas
Sin él, sin ella,
sin aquellos que arrancaron
de este aire que respiramos
Margaret Randall
Fosa común de Roberto Acuña es un poemario que habla sobre la violencia de los miles de desaparecidas y desaparecidos; de aquellos cuerpos arrojados a la tierra, ya sea porque no fueron identificados o reclamados; cuerpos cuyo fin fue convertirse en tierra de una fosa común. En este sentido, el poemario es de carácter social, pues en sus poemas encontramos una denuncia de la violencia en la que la humanidad es víctima y victimaria.
El poemario consta de 20 poemas y en cada uno de sus poemas podemos identificar el enfado, el coraje, el dolor del ultraje que sufre el cuerpo de mujeres y hombres. Destaco el poema que da título al libro, “Fosa Común”, en el cual palpamos el dolor de aquellos cuerpos asesinados cuya carne se hace anónima en la tierra:
Me insepultaron tan hondo
Tan lejos del mirar
De ahí quisieran salir aquellos cuerpos ultrajados:
¿Reptarán mis dedos por la tierra?
¿Recordarán el surco de la caricia?
¿Remorderán en su rabia la ternura del huerto?
¿La negrura azul del pasto cerrado y los besos?
Como podemos observar, la tierra será un símbolo que atraviesa el poemario. Visto esto desde la tradición judeocristiana estamos destinados a volver a ser tierra: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” Génesis 3:19.
“Memoria de lodo” es otro poema en el que vemos cómo la injusticia, el dolor, la sangre de la víctima se convierten en un pantano:
No hay alientos ya,
No hay odios ni rabias
Al nivel del lodo
Toda la sangre termina por hacerse pantano.
Este poema es lapidario porque habla sobre cómo la sociedad puede ensordecer e ignorar el reclamo de la sangre de las víctimas; sangre que es sepultada en el lodo: el Crimen que se convierte en lodo. El tema es claro, el feminicidio, violencia que se ha extendido por todos lados. Este poema me hizo recordar otro texto no menos lapidario de Diana del Ángel: “Pensamiento de una muchacha en el estado de México”, y que no sólo pudiera ser dicha entidad sino todo el territorio mexicano.
Los que me miran saben
Que cuando grite
Vendrá a todos la sordera
De mí no quedará nada.
Piensan, poca cosa.
La violencia que nos describe el poemario es un problema social que lamentablemente siempre ha existido en México —y en gran parte de los países latinoamericanos—, violencia que se ha vuelto sistémica. En este sentido, el poemario nos muestra una distopia en la que la violencia es la norma.
Por último, destaco dos símbolos en el poemario, el que ya mencioné de manera muy fugaz, la tierra, y el segundo, la lluvia. El último poema, “Diluvio”, pudiera hacernos inferir que después de la inundación surgirá una humanidad menos deshumanizada. Mientras tanto, y así termina el poema:
Cuando llueve
No hay mayor alegría
Que acompañar a los muertos
3 poemas de Fosa común (2022),
de Roberto Acuña
Fosa común
Sobre nuestras fosas caminamos
Me partieron la quijada
a mansalva
me arrancaron la dentadura
quedó esparcida
tiritando en el páramo
A mí me quemaron los ojos
oí las gargantas de los gallos
desguanzarse en el horizonte
Las pupilas fueron mi casa
por tan poco tiempo.
Me insepulturaron tan hondo
tan lejos del mirar
Qué extraña es la luz ahora
Ya todo resplandor me hiere
es rencoroso en mi corazón
Y las gargantas sobre el horizonte
y los gallos
y los gallos aglutinaron
su negro zangoloteo
picaron la muerte como alpiste
como ala de gallina picaron
de un lado al otro
picaron de un lado al otro
se retorcía el humo
y los huesos
y la carne anónima de la madrugada
La curva violada de las venas
tan abiertas
riachuelo sobre la tierra
sobre las mansas semillas
sobre los dientes claros del maíz
que bebieron la sangre
toda la sangre
todos los gritos rejuntados
que nadie escuchó
todos los mugidos y el balar oscuro
de la podredumbre
y los cascos calientes de los chivos
y el duro rebuzno de la burrada negra
que arrastra la carreta
con nuestros cuerpos
De quién es la cornamenta salida del pecho
de quién el odio que escurre
ladera abajo hora tras hora
campanada a campanada
llamando a misa a los difuntos
De quién este socavón interminable
ese orín de ahorcado desbraguetado
en sus quince dieciséis años
Y los picotazos
picotazos desmembraron brazos
la constelación de las axilas
descariñaron manos
para nunca volver a unirlas
¿Reptarán mis dedos por la tierra?
¿Recordarán el surco de la caricia?
¿Remorderán en su rabia la ternura del huerto
la negrura azul del pasto cerrado y los besos?
Sin aire llegó la madrugada
deformada entre los picos y el humo
entre los fierros y las antorchas
y las bestias pelonas
verdes de metralla
verdes los hedores de su piel
de sus patas de mil cascos
apretujándonos sembrándonos
troceándonos trocándonos en tierra
Feroces aleteos del morir
quebrada cresta
macizo grito que no despertó a nadie
sólo la tierra, su frío solo
seco y negro como la luz desde entonces
Tatemada como el maíz desdentado
Como el cochambre de las ollas
que siguió quemándose
renegando y renegreando su grasa
Y la carne
irreconocible
irreconciliable con un rostro
y su ternura con unos ojos
y tanta rabia
y tanta tatemada noche
entre los maizales
de los que nadie habla
Sólo los gallos
solos ellos
picotazo a picotazo
desgañitaron entre el fuego al alba
Memoria del lodo
Giré desgarrada,
me apretujaron la vida,
estrujaron el aire,
vi los tatuajes de su asfixia;
un trompo de tendones endiablados
jalonaron de mi cuerpo,
cada vuelta más desasida de mí,
latigazo a latigazo de mis pasos.
Qué lejos queda el hogar
cuando se han apagado todas las luces.
En cada vuelta los tacones,
el esguince en las venas,
las piernas, el musgo
de los pulmones,
en cada vuelta se iban quebrando.
Qué ridículo el color de la sangre,
tan vivo, tan escandaloso,
tan de nadie.
Quién se hace responsable,
quién la desea una vez derramada,
quién mancha su cara
con el calor de mi cuerpo,
con la intimidad de mis raíces.
¡Retenme,
por favor, retenme!,
no es de ti la tierra,
ni son tuyos sus gusanos,
eres mía y míos tus sinsentidos,
regresa,
vuelve a ser el origen
de mi desembocadura.
Qué clara es la negra sangre,
qué aguda, qué terca,
qué transparente,
nos deja en un imposible
latido de corazón,
en un abrir y cerrar de labios,
de peces a punto de tomar aire y morir
envenenados por una fe imposible,
por un vuelo que les quita todo
y los precipita a la muerte.
Qué fría la carne por dentro,
tan pesados los muslos
y los brazos, el cuello
a un tajo de no ser nada
y de serlo completamente.
La violencia es mansa ahora
―dejaron de girar sobre mí―,
es un animalillo cansado de mamar
estas ubres sin leche.
No hay alientos ya,
no hay odios ni rabias
al nivel del lodo,
toda la sangre
termina por hacer pantano
al final del giro siempre,
de toda la sangre,
de todos los giros;
giré tantas veces en este vestido,
tanto vuelo
en torno de mí misma.
Los sueños, qué absurdos
en una tierra de nadie;
giro descontrolada,
giro fuera de mí misma,
mutilada de felicidad,
de ser este poquito de estrella
en la oscuridad;
la noche aprieta sus párpados,
tritura esta nadita que soy
muy lentamente, lentamente
el trompo se detiene,
trompica sobre el suelo,
se detiene, se detiene…,
qué sordos se quedan los colores,
qué sorda es la sangre
ante nuestras plegarias;
no hay más cuerda
que nos salve,
no hay más cuerda
que apretar en torno a mi cuello;
nada es carne ahora,
sólo el lodo carga la memoria
de sus propios cuerpos.
Diluvio
a Vanesa García
Cuando llueve
la luz amanece muy tarde;
y el sol
es sólo una cuarteadura en la lejanía
que reseca su propia sangre
allá
lejos…,
aquí
lejos.
Cuando llueve
el horizonte se llena de fantasmas
o relámpagos
como si el mar cargara con los barcos
de todas las gaviotas y todos los olvidos.
Cuando llueve
hierven los huesos
y las sombras se macizan;
y el ruido del agua o la vida
es una mancha sorda
y una estaca de silencio.
Cuando llueve
nada es mejor que construir un ataúd
y esperar un diluvio
para que el cuerpo arrulle sus pudrideros.
Cuando llueve
no hay mayor alegría
que acompañar a los muertos.
*Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán, especialista en Literatura Mexica del Siglo XX por la UAM Azcapotzalco (México). Impartió el taller de Literacidad Académica en la UAM Cuajimalpa y el Taller de Lengua y Cultura Tu´un Ñuu Savi en UACM Centro y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En la actualidad, se desempeña como profesor del bachillerato de Prepa en Línea SEP.
**(Ciudad de México-México, 1981). Poeta. Se desempeña como profesor universitario en la UNAM (México) y como maestro cervecero en Chupamirto Casa Cervecera. Ha publicado Tarde en recordar (2017), Los ojos negros de la noche (2019), Regusto a diablo (2020), Calaverio (2020), El infierno es con nosotros (2020), Fosa común (2022), Lenguas del agua (2022).