Nota publicada originalmente en el diario ABC, en el suplemento “Cultura”, en diciembre de 2015.
Por: Jaime Siles
Crédito de la foto: Izq. www.eluniversal.com.mx
Der. George Bernard Shaw/www.lse.ac.uk
Rilke según Rulfo.
Deslumbrado por Rilke, el autor de Pedro Páramo recreó sus Elegías de Duino.
Los buenos poetas siempre se han sentido atraídos por la buena prosa, que no pocas veces han traducido también: Pedro Salinas lo hizo con la de Proust; Dámaso Alonso, con la de Joyce; Borges, con la de Faulkner. Y al revés: Gonzalo Torrente Ballester tradujo a Rilke, y Javier Marías, a Wallace Stevens, por poner sólo unos pocos, pero ilustrativos, ejemplos. La mención de Torrente Ballester es muy oportuna, pues su versión de Rilke es una de las que constituyen parte importante del palimpsesto de la versión de Rulfo, que se sirvió también de las de Torrente y Mechthild von Hessen, así como de la de Juan José Domenchina, a la hora de establecer la suya, que no es tanto una traducción –pues no sabía alemán– como una recreación y, sobre todo, una reescritura, que es como tal vez haya que verla.
Por eso conviene acercarse a ella teniendo en cuenta varias cosas: la primera, la época en que el autor jalisciense se sintió deslumbrado por Rilke hasta el punto de quererlo reescribir. Lo que sabemos por la correspondencia dirigida, entre 1942 y 1952, a Clara Angelina Aparicio Reyes, su novia entonces y luego su mujer: es decir, en una cronología cuyo contexto es el de la «guerra fría» y el del poema de Pablo Neruda «Los poetas celestes», en el que el chileno arremete contra los «gidistas, / intelectualistas rilkistas, misterizantes», acusándolos de «evasionismo».
Desde dentro
Rulfo no parece haberse dejado influir por ello, sino más bien todo lo contrario: haberse sumergido en el mundo rilkeano para poder comprender por sí mismo y desde dentro toda su riqueza y profundidad. Lo que, a juzgar por esta reescritura, consiguió con creces. Y su manera de conseguirlo es la segunda cosa a tener pero que muy en cuenta, porque en ella se transparenta el modo en que Rulfo llegaba a apropiarse, hasta hacerlos por completo suyos, del pensamiento, del estilo y del sistema de dicción de otro escritor. Es lo que estas versiones más traducen: no el texto en alemán de Rilke, sino la lectura y el ejercicio de reescritura a que Rulfo lo sometió. Por eso no hay que intentar ver en qué se ajusta a él o en qué y cómo se aparta, sino cómo lo reescribe, que es tanto como saber desde qué clave lo interpreta: porque toda traducción es un ejercicio de metáfora, pero también, y sobre todo, de hermenéutica.
Esto es lo que se hace muy patente aquí: las elecciones de léxico y los cambios y sustituciones en la reordenación de la sintaxis. Alberto Vital, del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, lo aclara en el epílogo, donde resume dos análisis suyos, mucho más extensos, publicados en 2006 y 2012. Sin ánimo de ser exhaustivo, me gustaría señalar cómo esta versión en algunos puntos es muy fiel, mientras en otros, en cambio, no es que se desvíe, sino que desarrolla determinados elementos de la frase, que son los que más le atraen. Lo que no deja de tener sus ventajas, pues Rulfo demuestra conocer el ritmo y el tono del verso en nuestro idioma mucho mejor que la mayoría de los traductores anteriores y posteriores de Rilke.
Citaré como ejemplo de ello estos versos de la «Primera Elegía»: «Arroja ya el vacío que ciñes con tus brazos / al vacío del viento que respiras / Tal vez las aves en su vuelo íntimo / sientan en toda su amplitud el aire». Por lo general, las versiones de Rulfo eliminan la opacidad de la lengua que casi siempre clarifican. Lo que no es muy literal, pero sí muy literario.