«Quello spazio, quel giardino» (2015), poemario de Coral Bracho

 

Presentamos, en primicia, el texto de introducción que escribió la poeta, traductora y editora Chiara De Luca a propósito de la traducción al italiano del poemario Quello spazio, quel giardino (‘Ese espacio, ese jardín’) publicado este 2015 por la poeta mexicana Coral Bracho.

Bonus track: fragmentos del poemario de Coral Bracho en versión bilingüe (español-italiano).

 

 

Por: Chiara De Luca

Crédito de la foto: Izq. www.edizionikolibris.net

der. www.informador.com.mx

 

 

Ese espacio, ese jardín, anuncia el título de este poemario de Coral Bracho, que se presenta como un poema de gran aliento. Y nosotros nos preguntamos a dónde quiere llevarnos la poeta, dónde se encuentra ese espacio, ese jardín. Muy pronto nos damos cuenta de que la poeta quiere llevarnos al mundo de su infancia, abriéndo sus puertas para nosotros, invitándonos a entrar. Ella nos llama a visitar el eterno jardín del pasado, que se sitúa fuera del tiempo y del espacio; sin embargo, siempre está presente, físicamente presente. Como están físicamente presente los recuerdos, los rostros que parecen materializarse desde las viejas fotos y nos vuelven a sonreír, los niños que nos parece sentir, gritar y ver correr a más no poder en el jardín; o el padre perdido, el padre como una guía muda desde hace tiempo, o una ausencia omnipresente.

Todo en la poesía de Coral Bracho está invadido por una incansable vitalidad en la que también la muerte se personifica y toma su sitio legítimo entre las cosas. Con este canto suspendido, misterioso y a menudo oscuro, la poeta parece ponerse en contacto con el alma de los objetos, que todo lo vieron y preservaron, para ver a través de los ojos de las ventanas, para abrirse a la memoria como las puertas de la casa, para dejar entrar a las sombras que ella nunca exorciza, sino que evoca. En la soledad acogedora de la noche, los fantasmas ya no dan miedo; y los recuerdos, en puntillas, vienen a encontrarnos y se vuelven más vivos, más nítidos, como las historias de los niños en las cuales los ángeles y los monstruos conviven. Tal como en la memoria conviven el dolor de la ausencia y la alegría de la presencia que la pérdida no ha podido extinguir, mientras la realidad se transfigura y se desvanece como la nieve que se derrite.

 

 Fragmentos del poemario

Quello spazio, quel giardino (2015)

 

 

Del espacio impalpable, una certeza:

Tu voz;

 

tu voz que funde

y permanece.

                             –Cortada en vilo

por el tiempo,

cortada al calce como una flor,

como un oleaje refulgente, como una estrella,

renace.

Se abre, se ilumina, se adentra

–desde un silencio incandescente– en las cosas.

Todo lo animas, todo lo alumbras,

todo lo abismas en su fuego.

 

             A cada forma le das    su nombre,

a cada nombre

 

su forma: Ahí,

desde ese punto sin fin

y sin principio, abres las aguas en la palabra justa.

 

*

 

–En la mirada que entrecruzan los niños,

en su fulgor,

frente al estanque iluminado.

Es la frescura de sus voces recorriendo el espacio, vertiendo

entre hondonadas de luz,

su azar de viento y de extensiones. Es la tersura

de sus voces ardiendo en desbandadas de gozo,

de brillo intacto, de plenitud.

 

 

 

Nada

 

 

toca,

entre las carnes de la vida, su centro,

nada lo alcanza y lo despeja,

como esas risas,

esas carreras embriagadas y eternas

que van urdiendo los jardines, los bosques,

las planicies que cimbran y atraviesan el tiempo.

 

Nada lo ciñe y lo ahonda como esos ecos. Ojos niños que irradian

infinitud.

 

Nada encarna en la vida

y la estremece; nada afirma su cuerpo y su sed, su voz,

como esa cifra de lo eterno en su centro:

un gesto puro

y claro.

Una mirada diáfana. Un arranque gozoso: Una gota,

un arroyo,

una corriente: Es el mar reverberando sus formas,

irguiendo en espesores de fuego sus masas,

su orbe

encabritado y frondoso; montañas de agua, de sol

 

*

 

Es la máscara blanca

en el bosque de plata. En él se pierde y reaparece.

Es la tortuga de piedra

frente al azul; es el almendro contra el cielo.

Un bufón muestra

en la mano

el tallado cristal: se ven las máscaras numerosas,

su afilado perfil. Se ve el jaguar acechando

entre juncales.         Salta

el bufón a la luz

            y te ve a los ojos.

 

[…]

 

Es la memoria el viento

que nos guía entre la noche

y en ella funde

su tibieza: Nos va llevando,

nos va cubriendo con su aliento. Y es su suave premisa, su

levedad

la que entreabre esas puertas:

 

 

Balcones, cuartos,

aromados pasillos. Salas

de inextricable y nítida placidez.      Ahí,

entre esplendores recién urdidos,

bajo el espacio imperturbable, recobramos, a gatas,

la expresión de los muebles,

su redondeada complacencia:     Todo

nos cubre entonces

con una intacta

serenidad.      Todo

nos protege y levanta con gozosa soltura.

Manos firmes y joviales nos ciñen

y nos lanzan al aire, a su asombrosa, esquiva, lubricidad.

–Manos entrañables

y densas. Somos

de nuevo risas,

de nuevo rapto bullicioso,

acogida amplitud.

 

Todo

nos retoma y nos centra,

todo nos despliega y habita

bajo esos bosques

tutelares: Agua

goteando; luz

bajo las hojas intrincadas del patio.

 

*

 

Cedro, sándalo,

acendrado eucalipto.

Ahí volvemos,

ahi enredamos nuestras voces. Y un bienestar

incontenible, una ceñida plenitud

nos embriaga.

Somos, entre esos trazos, inmensidad.

Somos su deslumbrada coyuntura.

y así cruzamos,

rodeando siempre ese centro,

bordeando siempre esa calidez, ese meollo intacto

de hacinada ternura, por la noche sin fin,

por sus pasillos

insondados. Así volvemos:

por el lugar

que han conservado aquí,

que han emprendido aquí

para nosotros.

 

*

 

Ellos, los muertos, nos miran con sus ojos ahondados,

con su encendido corazón, y un desconcierto de niños,

un sobresalto desolado nos toca,

 

 

una tristeza oculta.

¿Dónde?

¿Dónde dejamos ese espacio?

y en sus ojos precisos y extrañados miramos

esa mi sma pregunta:

 

¿Dónde? ¿Dónde dejamos,

dónde dejamos ese espacio?

 

 

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(versión traducida al italiano)

 

 

Quello spazio, quel giardino (2015)

 

 

Dallo spazio impalpabile, una certezza, la tua voce:

la tua voce;

 

la tua voce che fonde

e permane

                             – Tagliata di striscio

dal tempo,

tagliata col cuneo come un fiore,

come un’ondosità rifulgente, come una stella,

rinasce.

Si apre, s’illumina, si addentra

– da un silenzio incandescente – nelle cose.

Tutto animi, tutto illumini,

tutto abbatti nel suo fuoco.

 

            A ogni forma dai    il suo nome,

a ogni nome

 

la sua forma: Qui,

da questo punto senza fine

e senza principio, apri le acque nella parola giusta.

 

 

 

 

– Nello sguardo che si scambiano i bambini,

nel suo fulgore,

di fronte allo stagno illuminato.

Nella freschezza delle loro voci che percorrono lo spazio, sfociando

in avvallamenti di luce,

è la loro unione di vento e d’estensioni. È lo splendore

delle loro voci che ardono in sbandamenti di gioia,

di lucentezza intatta, di pienezza.

 

 

Nulla

 

 

tocca,

nelle carni della vita il centro,

nulla lo raggiunge e rischiara,

come quelle risa,

quelle corse ebbre ed eterne

che vanno ordendo boschi, giardini

le pianure che fluttuano e attraversano il tempo.

 

Nulla lo cinge e scava come quegli echi. Occhi bambini che irradiano

infinità.

 

Nulla s’incarna in vita

e la scuote; nulla ne afferma il corpo e la sete, la voce,

quanto quella cifra dell’eterno nel suo centro:

un gesto puro

e chiaro.

Uno sguardo diafano. Un impulso gioioso: Una goccia,

un ruscello,

una corrente: È il mare che riverbera le sue forme,

ergendo in spessori di fuoco le sue masse,

il suo orbe

impennato e frondoso; montagne d’acqua, di sole

 

*

 

È la maschera bianca

nel bosco d’argento. In lui si perde e riappare.

È la tartaruga di pietra

di fronte al blu; è il mandorlo contro il cielo.

Un buffone mostra

nella mano

il cristallo intagliato: se ne vedono le numerose faccette,

il profilo affilato. Si vede il giaguaro appostato

tra i giunchi.         Balza

il buffone alla luce

            e ti guarda negli occhi.

 

[…]

 

È la memoria il vento

che ci guida nella notte

e in essa fonde

il suo tepore: E ancora ci porta, ci copre,

col suo respiro. Ed è la sua soave premessa, la sua

levità

a schiudere quelle porte:

 

 

Balconi, stanze,

corridoi colmi di profumi. Sale

d’inestricabile e nitida quiete.      Qui,

tra splendori di recente orditi,

sotto lo spazio imperturbabile, riprendiamo, a carponi,

l’espressione dei mobili,

la loro smussata compiacenza:     Tutto

ci copre allora

con una intatta

serenità.      Tutto

ci protegge e solleva con gioiosa disinvoltura.

Mani ferme e gioviali ci cingono

e ci lanciano in aria, la sua sorprendente, schiva, oscenità.

– Mani affettuose

e dense. Siamo

di nuovo risa,

di nuovo chiassoso rapimento,

accolta ampiezza.

 

Tutto

ci riprende e impernia,

tutto ci dispiega e abita

sotto quei boschi

tutelari: Acqua

gocciante; luce

sotto le foglie intricate del patio.

 

*

 

Cedro, sandalo,

puro eucalipto.

Qui torniamo,

qui aggrovigliamo le voci. E un benessere

incontenibile, una moderata pienezza

c’inebria.

Siamo, tra quei tratti, immensità.

Siamo la sua abbagliata congiuntura.

e così attraversiamo,

sempre ruotando attorno a quel centro,

sempre costeggiando quel calore, quel nucleo intatto

di addensata dolcezza, per la notte senza fine,

per i suoi corridoi

insondabili. Così torniamo:

per il luogo

che qui hanno conservato,

che qui hanno preso

per noi.

 

*

 

Loro, i morti, ci guardano con occhi inabissati,

col cuore incendiato, e uno sconcerto di bambini,

un sussulto desolato ci tocca,

 

 

una tristezza occulta.

Dove?

Dove lasciamo questo spazio?

E nei loro occhi precisi e alienati vediamo

quella stessa domanda:

 

Dove? Dove lasciamo,

dove lasciamo quello spazio?

 

 

 

 

 

 

 

Coral Bracho (Ciudad de México, 1951). Ha publicado en poesía: Peces de piel fugaz (1977), El ser que va a morir (1982, Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes) y Tierra de entraña ardiente (1992, en colaboración con la pintora Irma Palacios), los tres reunidos en el volumen Huellas de luz (Era, 2006); La voluntad del ámbar (1998), y Ese espacio, ese jardín (2003, Premio Xavier Villaurrutia), y los libros de poesía para niños Jardín del mar (con ilustraciones de Gerardo Suzan, 1993) y ¿Adónde fue el ciempiés? (con ilustraciones de Rafael Barajas, el Fisgón, Era, 2007). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte y ha sido becaria de la Fundación Guggenheim.