Prólogo y 5 poemas de «Vértice» (2020), de Carolina Zamudio

 

Texto por Orlando Mejía Rivera

Poemas por Carolina Zamudio*

Traducción de poemas al italiano por Emilio Coco**

Crédito de la foto Raffaelli Eds.

 

 

Prólogo a Vértice

 

 

La verdad eterna necesita del lenguaje humano,

que varía con el espíritu de la época

Carl Gustav Jung

 

Una poeta auténtica —y Carolina Zamudio lo es— posee el antiguo don de los alquimistas espirituales: la transformación de las palabras gastadas por el uso y los lugares comunes, en nuevas interpretaciones a partir del restablecimiento de los vínculos con paradójicas imágenes arquetípicas. Por eso, los poemas de Vértice tienen el sabor simultáneo de lo conocido y de lo extraño. A veces, la voz susurrante y extenuada de una amante de orgasmos luciferinos, surge entre las sombras y las sábanas de un lecho húmedo a la madrugada. Pero después se nos revela el abismo insondable: su cuerpo es un microcosmos que alberga los mares, los misterios, los soles y las lunas, los fragmentos memoriosos de vidas anteriores, el flujo y el reflujo de las mareas. De allí surge esta advertencia:

“No creas, querida, en la ilusión que viene y pasa. Todos somos una isla bañada por las mareas de otros.”

 

¿Quién habla cuando se compara con los ojos de un pez en la agonía, con la avidez del pescador, con las sombras de los pájaros, con una puerta antigua, con las ruinas de una fortaleza, con una partitura de hilos invisibles, con una casa interior de músicas sibilinas? Quizá en su poema el vértice de algo se nos revelan las facciones del que enumera detrás de la máscara:

“Una hermandad de gaviotas, un tul de nubes a punto de desgarrarse. las aves ahora se desalinean, son el vértice de algo, quizá de la tarde que quiere desarmarse en el agua y cede tranquila a todo recato, como el estar aquí nosotros donde se vuelven a crear el verde, los naranjas, todo, como la primera vez.”

 

Es una voz que descubre que en realidad es una legión de seres que pugnan por reflejarse en los espejos de la vida consciente y las olas gigantescas del “proceloso mar” (el mismo al que le cantó Homero y que Jung denominó “inconsciente colectivo”), explotan en añicos los rostros de las personalidades superficiales. Entonces, la poeta desciende a las honduras de ese océano y pretende llegar al conocimiento de su “si-mismo”, del “animus” de su psique profunda. En un encuentro que siempre será el gran misterio simbólico de un ser: El rosarium philosophorum de las bodas alquímicas del andrógino psíquico. El pescador (su animus masculino) y el pez (su anima femenina). la sed y el agua, la luna negra y el sol rojo, la coexistencia de los opuestos.

Vértice es una obra de poemas exquisitos, luminosos o crepusculares, intimistas en ocasiones, con silencios cargados de eróticas desenfrenadas, pero también es la nostalgia de un viaje espiritual al origen de la poesía y al embrión cósmico de la poeta que lo escribió. Su lectura me hizo evocar el comentario de Carl Gustav Jung ante el lenguaje poético de Schiller:

“El poeta habla de una fuente de pura belleza que mana allende todos los tiempos y generaciones por lo que también surge en todo ser humano. Pero no es al hombre de la antigüedad griega a lo que el poeta se refiere, sino al viejo pagano que hay en nosotros mismos, al trozo de naturaleza eterna e incontaminada y de belleza natural que anida inconsciente pero vitalmente en nosotros y cuyo vislumbre nos exalta las figuras de remotas edades y en virtud del cual cometemos el error de creer que aquellos seres poseían lo que nosotros buscamos”.

 

Carolina Zamudio, como otra manifestación arquetípica de la “diosa blanca” de Robert Graves, ha logrado gestar palabras liberadas: un torrente de runas mágicas, atravesando edades y cerebros, especies y universos, cuerpos y montañas. las palabras abiertas al vacío, flotando en el ensueño, soñadas por los dioses y los demonios, encarnadas en la sangre de lo humano.

Manizales, Colombia, julio de 2020

 

 

5 poemas de Vértice (2020),

de Carolina Zamudio

 

 

Una isla desierta

 

No navegues mis mares,

otros lo hicieron y se ahogaron;

puedes verme levitar desde la orilla

‒a veces lo consigo‒,

es un truco no adquirido. Dejo

en todo caso que mires

esa inmensidad que no soy ni tengo

tendiéndose de lado sobre la pierna

doblada en que sin peso

descansa la mano izquierda.

¿Acaso no oyes las olas que rugen

en el corazón?

En la arena blanca de una sábana

el océano solitario se adormece.

Querido, hay mil formas de sobrevivir

a las tempestades de mi amor.

Yo duermo y sueño que devoro

todas las costas y caigo

en el sosiego

de una isla desierta.

 

 

 

Escúchame callar tras la ventana

 

Este es el tiempo, cariño,

un insensato. Hay varias formas

de dejarse ir del mundo. Elegimos

pasar el día en este sueño

de peces tras la burbuja.

Ven, escucha

ya casi va amaneciendo

y es dentro de mi piel. Allí un universo

se descubre florecido y canta.

No te descuides. Nada,

en realidad, nos pertenece.

Acaso fuimos nosotros

quienes vimos a trasluz

el dejo de un aliento deshaciéndose.

Ahí viene el día

y su delirio de celestes;

también, de allí seremos

y haremos del pan

nuestro refugio. Como la sombra

que pronto dibujará otros cuerpos

en esta calle, y otras más,

de estos nosotros.

Ven, escúchame callar

tras la ventana.

No es cosa del tiempo,

ese insensato.

Es solo que ahí

va la vida. 

 

 

 

En tiempos de sequía 

 

Yo, que prefiero absorber luna

a tomar el sol. Regar la noche

de recuerdos y enhebrarlos

en farolas de una calle cualquiera.

Destender el mantel con los restos

y buscar los símbolos en las migas,

subir las escaleras cuantas veces sea

a temer desandar los pasos dados. 

Ser vampiro en la niebla, merodear   

la casa mientras todos duermen,

ser ama de la noche, esculpir

los deseos en las nubes pálidas.

Que soy pez en tiempos de sequía,

flor insólita en invierno,

búho que descree de su suerte,

señora a merced del viento.

No sé adónde vamos ni porqué

y cada mañana me ahogo

hondo en una página en blanco.

 

 

 

Mías las sombras de los pájaros

 

Nunca robé mandarinas

‒debería‒, ni he trepado a todos

los árboles que hubiera querido.

Soy quizá raíz, ya sabes, el destino,

querida, no se elige.

Es un cuento que nos aprendemos

de tarde al mirar las ramas

del sauce y creernos ellas.

 

No sembré un árbol ni lo haré.

Sí robé una flor; salí corriendo

y la mujer me miró tras la ventana

de su casa nueva.

Debería ser ahora ladrona de cosas simples,

hojas de álamos, ramas de espinillos.

 

El destino está trazado,

escribo y bailo, no encajo con mi suerte,

lo he dejado dicho:

abonaré un trozo de tierra y serán

mías las sombras de los pájaros,

el viento y las caricias de los enamorados,

el amanecer y la caída del día.

 

La poeta Carolina Zamudio

 

Un mundo que se vacía de palabras

 

Oye, mi vida: Si uno va hacia adentro,

hay algo que, afuera, podría llamarse océano,

una masa que se vuelve amplia, larga.

Sentir profundo, pleno ‒tanto como se quiera‒.

Hay un campo labrado, tulipanes que se agitan

plácidos, o mejor trémulos, una danza de colores;

hay un mundo que se vacía de palabras,

imágenes, incluso gestos de mares y llanuras.

De todo se vacía y danza, ni siquiera aire

se necesita, a veces, ahí dentro,

ni leve es la levedad ni la gravedad, grave:

allí el alma tiene tres dimensiones.

El silencio es música; la respiración, amor,

se puede vivir allí eternamente,

en ese lugar inmaterial sin tiempo.

 

 

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(poemas traducidos al italiano)

 

 

5 poesie di Vertice (2020),

da Carolina Zamudio

 

 

Un’isola deserta

 

Non navigare i miei mari,

altri lo hanno fatto e sono annegati;

puoi vedermi levitare dalla riva

‒ a volte ci riesco ‒,

è un trucco non acquisito. Lascio

in ogni caso che guardi

quell’immensità che non sono né ho

e si distende di lato sulla gamba

piegata su cui senza peso

riposa la mano sinistra.

Non senti forse le onde che ruggiscono

nel cuore?

Sulla sabbia bianca di un lenzuolo

l’oceano solitario si addormenta.

Caro, ci sono mille forme di sopravvivere

alle tempeste del mio amore.

Io dormo e sogno di divorare

tutte le coste e sprofondo

nella quiete

di un’isola deserta.

 

 

 

Ascoltami tacere dietro la finestra

 

È questo il tempo, tesoro,

un insensato. Ci sono vari modi

di lasciarsi andare dal mondo. Scegliamo

di passare il giorno in questo sogno

di pesci dietro la bollicina.

Vieni, ascolta

sta quasi albeggiando

ed è dentro la mia pelle. Lì un universo

si scopre fiorito e canta.

Non trascurarti. Niente,

in realtà, ci appartiene.

Forse siamo stati noi

a vedere in controluce

il sapore di un alito che si dissolve.

Ecco venire il giorno

e il suo delirio di celeste;

di lì anche saremo

e faremo del pane

il nostro rifugio. Come l’ombra

che presto disegnerà altri corpi

in questa strada, e altre ancora

di questi noi.

Vieni, ascoltami tacere

dietro la finestra.

Non è questione di tempo,

quest’insensato.

È solo che la vita

va così.

 

 

 

In tempi di siccità

 

Io che preferisco assorbire la luna

anziché prendere il sole. Annaffiare la notte

di ricordi e infilarli

nei lampioni di una strada qualsiasi.

Togliere la tovaglia con i resti

e cercare i simboli nelle briciole,

salire le scale non importa quante volte

anziché temere di ripercorrere i passi fatti.

Essere vampiro nella nebbia, girare

per la casa mentre tutti dormono,

essere padrona della notte, scolpire

i desideri nelle nubi pallide.

Essere pesce in tempi di siccità,

fiore insolito d’inverno,

gufo che non crede alla sua sorte,

signora in balia del vento.

Non so dove andiamo né perché

e ogni mattina annego

in fondo a una pagina in bianco.

 

 

 

Mie le ombre degli uccelli

 

Non ho mai rubato mandarini

‒ avrei dovuto ‒ né mi sono arrampicata su tutti

gli alberi dove avrei voluto.

Sono forse radice, già lo sai, il destino,

cara, non si sceglie.

È una favola che impariamo

la sera guardando i rami

del salice e credendoci essi.

 

Non ho seminato un albero né lo farò.

Rubai sì un fiore; uscii correndo

e la donna mi guardò dalla finestra

della sua casa nuova.

Dovrei essere adesso ladra di cose semplici,

foglie di pioppi, rami di alberi spinosi.

 

Il destino è ormai tracciato,

scrivo e ballo, non mi adatto alla mia sorte,

l’ho lasciato detto:

pagherò un pezzo di terra e saranno

mie le ombre degli uccelli,

il vento e le carezze degli innamorati,

l’alba e la caduta del giorno.

 

 

 

Un mondo che si svuota di parole

 

Ascolta, vita mia: Se si va verso l’interno,

c’è qualcosa, fuori, che potrebbe chiamarsi oceano,

una massa che diventa ampia, lunga.

Sentire profondo, pieno ‒ tanto quanto si vuole ‒.

C’è un campo coltivato, tulipani che si agitano

placidi, o meglio tremuli, una danza di colori;

c’è un mondo che si svuota di parole,

immagini, persino gesti di mari e di pianure.

Di tutto si svuota e danza, nemmeno d’aria

c’è bisogna, a volte, lì dentro,

né lieve è la levità, né la gravità, grave:

lì l’anima ha tre dimensioni.

Il silenzio è musica; il respiro, amore,

si può vivere lì eternamente,

in quel luogo immateriale senza tempo.

 

 

 

 

 

*(Curuzú Cuatiá-Argentina, 1973). Poeta y ensayista. Reside en Uruguay. Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos por la Universidad Argentina de la Empresa y Periodista por la Universidad Católica Argentina. Creó y dirige la Fundación Esteros y la revista del mismo nombre. Ha publicado en poesía Seguir al vientoLa oscuridad de lo que brilla (edición bilingüe español/inglés) y la antología Doble fondo XII; Rituales del azar (edición bilingüe español/francés), las plaquettes Teoría sobre la bellezaLas certezas son del sol y La timidez de los árboles. Como antóloga, reunió la obra poética de Luis Fernando Macías, bajo el título Todas las palabras reunidas consiguen el silencio (Estados Unidos).

 

 

 

 

**(San Marco in Lamis-Italia). Poeta hispanista, traductor y editor. El rey Juan Carlos I le otorgó en 2003 la encomienda con placa de la orden civil de Alfonso X el Sabio. En 2015 recibió el premio “Catullo” por su labor de difusión de la poesía italiana al extranjero y en 2016 le fue otorgado el premio “Ramón López Velarde”. Ha publicado Antologia della poesia basca (1994), tres volúmenes de Teatro spagnolo contemporaneo (1998-2004), El fuego y las brasas. Poesía italiana contemporánea (2001), Los poetas vengan a los niños (2002), Poeti spagnoli contemporanei (2008), Jardines secretos (2008), La parola antica. Nove poeti indigeni messicani (2010), Dalla parola antica alla parola nuova. Ventidue poeti messicani d’oggi (2012), Vuela alta palabra (tres tomos, 2015), Il fiore della poesia latinoamericana (tres tomos, 2016), Una goccia di luce inafferrabile. Antologia della poesia cubana (en colaboración con Waldo Leyva, 2017), La poesía italiana del siglo XX (2017), entre otros. Ha publicado en poesía Profanazioni (1990), Le parole di sempre (1994), La memoria del vuelo (2002), Fingere la vita (2004), Contra desilusiones y tormentas (2007), Il tardo amore (Premio Caput Gauri, 2008), Il dono della notte (2009, Premio Alessandro Ricci-Città di Garessio), Ascoltami Signore (2012, Escúchame Señor), Las sílabas sonoras (2013), Mi chiamo Emilio Coco (2014), Es amor (2014), Las palabras que me escriben (2015), Vuelva pronto el verano (2017), Sé que ya no será como era antes (2020), Del dolor y la alegría (2020) y algunas plaquettes.