Pretender la historia. 5 poemas de Daniel Rojas Pachas

 

Poemas de Daniel Rojas Pachas*

Crédito de la foto www.uta.cl

 

 

Pretender la historia.

5 poemas de Daniel Rojas Pachas

 

 

Vallejo[1]

 

Sorteando avenidas de conductores distraídos,

repetimos

-tu pequeña mano aferrada a la mía-

a diario ese trayecto

y me cuentas

para que la idea me acompañe de regreso.

Un seven eleven, una diminuta pastelería,

un anciano sin dientes con sombrero de paja barriendo las esquinas,

puestos ahí como personajes y escenarios

que jamás interrogaremos.

 

Escuché que las personas

que pasan mucho tiempo juntas,

terminan llevando el mismo ritmo al caminar.

Ahora sólo como frutas: mi cuerpo envejece

y he comenzado a odiar todo lo que me distrae de una lectura

o imagen necesaria para aguantar largas horas.

 -El protagonista de esta historia es otro / fuera de cámara

-una melodía dulce -la tensión antes del disparo-

-un ojo que rehúsa confrontar el terror

y desliza su atención hacia una ventana con el horizonte dibujando por el mar

y pensar:

 

Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años. […] Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce no se diferenciará en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy.

 

Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla.

Un eco de momentos felices.

El amor: Mi madre sujetándome el pecho con su brazo

mientras con la otra mano aferrada al volante

busca evitar choquemos.

 

El poeta Daniel Rojas Pachas, leyendo

 

Eielson

 

Paso las mañanas

solo

en este lugar,

puedo escuchar a los vecinos salir de sus departamentos.

El agua que llena la cubeta del chico que limpia todos los días el estacionamiento

la música del pianista anónimo, dos pisos más arriba.

Solía molestarme la repetición de las tonadas, ahora extraño sus ensayos

tener esas canciones todo el día en mi cabeza.

El tiempo parece una broma que no entiendo.

 

El dolor mismo es un juego trágico.

 

Trato de terminar otra novela

no sé quién puede interesarse por mis textos.

Antes eso me robaba mucha cabeza, veía una película o video

y me sorprendía distraído

fuera de foco, perdido en la trama pensando en mis propias historias inconclusas.

Todas las mañanas despido a mi hija con un beso.

Ella corre hacia el patio donde están sus amigos.

Regreso por las mismas calles,

trato de recrear los pasos que di

creo que ya no tengo amigos a los cuales llamar.

Camino y busco completar mis historias, imagino a mi hija, ¿qué hace en el colegio?

la extraño

y veo esos gigantes árboles frente a la iglesia.

Me quedo un buen rato viendo esos árboles,

un hombre entrena a un pastor alemán en ese parque

me gusta verlos correr de un lado a otro.

Ancianos entran a la iglesia, se escuchan canciones de alabanza

el blanco edificio palidece frente a los árboles.

Paso las mañanas cocinando y escucho viejas canciones.

Reviso el correo, trato de responder a esos que se dicen mis amigos, ¿lo son?

Respondo a quienes buscan mi ayuda e incluso a quienes no conozco y quieren algo de mí.

Me aburro con facilidad

termino borrando muchos correos, respuestas inconclusas quedan sin enviar

y pierdo mi tiempo leyendo historias que no me interesan.

Personas que se quejan de su suerte, otras que quieren maravillarnos con su éxito.

Trato de acostumbrarme a esta soledad, tan distinta a la que solía disfrutar.

Ya no me importa qué piensen los demás respecto a lo que escribo, quizá nunca me importó.

Sólo trataba de convencerme.

Mientras miro el fuego cocer una carne

y espero mi esposa regrese a casa, darle un beso, sentir el olor del shampoo en su cabello,

debo ir a buscar a mi hija al colegio.

En casa, sirvo el almuerzo.

 

Mi hija me cuenta lo que pasó hoy en clases,

tiene una compañera que la ofusca

me hace reír

escuchamos alguien subir las escaleras, el ruido de llaves, trato de imaginar un final para la novela,

algo en mí no quiere que esto acabe

pasan los días y nada en verdad sucede

el tiempo comienza a borrarme y me siento feliz por eso.

 

 

 

César Moro

 

Ahora solo veo rostros

infinitos rostros y gestos en los buses

seguidos de largos túneles y calles repletas.

Turistas en mi mundo

como un camino que se pierde en otro continente

cuerpos que no me dicen nada.

Inevitable

nos vamos quedando solos.

Mis padres ya no están.

Mi madre murió hace mucho

y no he vuelto a la ciudad en que está enterrada.

Mi padre yace enfermo

en la cama de esa misma ciudad

y es un reflejo frágil y tenue de quien creí conocer.

Me cuentan en la lejanía

de mí así llamado hogar

de la muerte del padre

de un así llamado amigo

del cual con suerte

puedo recordar el sonido de su voz.

Pero tengo presente

ciertos momentos en que nos reímos

y pensamos

creo

quizá con ingenuidad

que la amistad

y esos momentos

tendrían alguna trascendencia

algo más que lo que otorga la nostalgia.

Ahora solo veo rostros.

Una niña

y esa triste sonrisa que dedica a su madre

otro cartel

escritura sobre las nubes

«Botellita de mezcal

todo lo que digas se me va a olvidar»

 

El poeta Daniel Rojas Pachas, leyendo

 

Luis Hernández

 

El nuevo apartamento llegó como una nave de rescate

-tiene refrigerador y lavadora pensamos-

cuesta la mitad de lo que vale un arriendo en Chile /

-hay que tomarlo-

 

El refrigerador luce abarrotado por las compras del mes

Hiede a algún tipo de ají

y tú

envuelto en una manta, bebes complacido un café a sorbos

repasando artículos académicos sobre Bordieu y Adorno

-un cliché universitario-

el típico becario estúpido.

Este país aún no muestra la violencia de la cual es capaz

-por qué habría de hacerlo-

no sales de las cuatro cuadras que trazan la simetría de la rutina

de tu casa a la casa de estudios

López mateo y Alonso de Torres, un radio seguro

en la esquina hay un Starbucks y unos metros más allá

-Sears y Walmart-

si les contarás la cantidad de hipsters que has visto desde que llegamos

si les contarás de la cantidad de autos de lujo que casi nos han atropellado.

 

El frío te despierta, es la falta de costumbre a la lluvia.

En la calle opuesta

como una invitación a dejar de lado tus pendejadas

un gran campo abierto

hectáreas de árboles, un bosque seco de ramas y cosas muertas

y allí

junto al OXXO

esperando ¿qué?

una inmensa hilera de taxistas que nunca abandonan su puesto

solo comen tacos, ríen, miran pasar a las chicas, gritan día y noche y nunca se mueven de ese sitio.

 

O sea que cualquier movimiento, cualquier cosa que escribas no es nada. Las cosas suceden igual, sin ti o contigo, escribas o no escribas, hables o no hables, eso es la gran verdad; nada más.

Hace una semana

al pasar rumbo a clases,

viste un sostén

y unos zapatos de taco tirados entre los matorrales

sólo miraste hacia el Starbucks y preferiste abandonar la escena

llevabas bajo el brazo libros de teoría literaria y estética –una novela rusa y el poemario que te regaló

un chico del taller.

 

La imagen,

una bofetada

eso que todos te advirtieron

una invitación a dejar la soñada coherencia,

llegas a casa / escuchas al vecino gritarle a su mujer

-ya vez como siempre apendejas todo-

 

 

 

Martín Adán

 

Trazar movimientos.

Escoger armas.

Con inocente pretensión se suplanta toda épica

-agenda en blanco-

el correcto doblez de la muñeca

un músculo en éxtasis

y la distancia precisa

entre el objeto

ante el mecanismo destinado al simulacro.

Todos los mapas mienten al fijar la emoción

como una navaja condenada a untar la mantequilla

“cuando muera

 no quisiera estar presente”

La mentira

comparte la misma marca

que ella en su rostro.

Para muchos

-la tarea-

se resume en apilar cuerpos sobre la repisa

Así como el que corta el poema

y decide cuándo corren las prensas

el sujeto ensaya viejas estrategias

para sumirse ante el fuego y la katana.

Al igual que la señora

barriendo los trasnochados pasajes.

Algo de vida resta en la resaca de polvo y plástico.

Repetir el doblez de un músculo

es pretender la historia.

Simular una ficción

tan solo esconde

 la escritura bajo la materia.

 

 

 

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[1] La actual generación de América no anda menos extraviada que las anteriores. La actual generación de América es tan retórica y falta de honestidad espiritual como las anteriores generaciones de las que ella reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana. (Vallejo, 1927)

 

 

 

 

 

*(Chile, 1983). Escritor y Editor. En la actualidad, reside en Bélgica a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo BarrocoAllá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla y Mecanismo destinado al simulacro y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su web www.danielrojaspachasescritor.com

 

 

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